Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Si algo busca el modelo económico
neoliberal es controlar la acción estatal para beneficiar a poderosas
corporaciones. El Estado[1],
entonces, se convierte en un apéndice de los intereses particulares que guían la
acción política de los partidos políticos que están al servicio de empresas y
poderosas corporaciones y gremios; y entre
tanto, la clase política gobierna y legisla para beneficiar a una élite
tradicional mezquina, que aprendió muy bien cómo hacerse con el Estado y
aliarse con grandes corporaciones.
Neoliberales como Gaviria,
Pastrana, Uribe y Santos, entre otros, lograron de disímiles maneras imponerle
al Estado un sentido o un carácter corporativo con el que claramente
respondieron positivamente a las imposiciones del Banco Mundial y del Fondo
Monetario Internacional y por esa vía, suprimir poco a poco el sentido de lo
público que acompaña al Estado y a la política misma.
Crear Agencias paralelas es una
forma de “privatizar” el Estado, dándole un carácter técnico con el cual se
intenta ocultar el verdadero carácter corporativo. Ejemplo de ello lo
constituyen la Agencia Nacional de Hidrocarburos, la Agencia Nacional de
Infraestructura (ANI) y quizás la más controvertida por sus recientes
decisiones, la ANLA (Autoridad Nacional de Licencias Ambientales).
De esta manera, el sentido de lo público se desvanece ante el
incontrastable poder de agentes estatales que operan dentro del Estado para
beneficiar a firmas y empresas nacionales y extranjeras. Poco a poco el Estado,
como símbolo de unidad territorial y guía moral de la sociedad a la cual
disciplina gracias a su poder de coerción, va perdiendo sentido de realidad y
su operación cada vez se reduce a favorecer a unos pocos.
El Estado colombiano deviene
“privatizado” y la acción política de agentes estatales como ministros, “súper
ministros” y directores de Agencias, entre otros, queda sujeta y se encamina a
proteger y ampliar los intereses de grandes empresarios y empresas
multinacionales.
El aparato de justicia no se
queda al margen de esas circunstancias y realidades. Por el contrario, las
grandes decisiones devienen de tiempo atrás tomadas por agentes y operadores
judiciales cooptados por grandes empresas nacionales y extranjeras. El caso del
magistrado de la Corte Constitucional, Jorge Pretel Chaljub, es apenas una
muestra de cómo un agente de Estado le torció el sentido lo público a la
justicia, y a la ética misma, beneficiando a terceros.
Ahora que el país conoce la terna
que envió el Presidente de la República a la Corte Suprema de Justicia para que
ese tribunal elija el nuevo Fiscal General de la Nación, la posibilidad de que
el carácter corporativo llegue al ente investigador y acusador es enorme, por
cuenta del perfil de uno de los abogados ternados: Néstor Humberto Martínez
Neira.
Si Néstor Humberto Martínez Neira se convierte en Fiscal General de la
Nación, esa entidad, en delante, bien podría exhibir un inconveniente y
perverso carácter corporativo con el que se beneficiarán los grandes Cacaos de
Colombia, empresarios y multinacionales. En especial, aquellos que resulten
llamados por la Jurisdicción Especial de Paz o señalados en los informes que la
Comisión de la Verdad logre construir una vez se instale y se dé inicio a sus
labores investigativas. Esas instancias judiciales, solo vinculante la
primera, creadas en el contexto de los diálogos de paz entre el Gobierno de
Santos y las Farc, investigarán a combatientes y no combatientes que hayan
incidido, apoyado o coadyuvado, de manera directa o indirecta, al escalamiento
del conflicto y por ende, a la comisión de delitos violatorios de los DDHH y
del DIH.
De esa forma, el Establecimiento
mantiene el apoyo al proceso de paz de La Habana, a la negociación misma y
terminaría aceptando los niveles de impunidad que de todas maneras habrá, en
relación con los crímenes cometidos por las Farc, cuando se implemente el
modelo de justicia transicional acordado entre las Delegaciones que negocian en
territorio cubano. Eso sí, a cambio de que se garantice impunidad para los
grandes ricos y empresarios que aportaron dinero, por ejemplo, a grupos
paramilitares que masacraron civiles, desplazaron campesinos, afros e indígenas,
violaron mujeres y despojaron de sus tierras a unos y otros.
Así entonces, la tarea de
Martínez Neira como Fiscal General de la Nación sería la de “amarrarle” las
manos al ente investigador y acusador, y asesorar, por debajo de la mesa o de
frente al país, a los grandes empresarios y multinacionales que de disímiles
formas apoyaron a grupos paramilitares y coadyuvaron al escalamiento del
conflicto armado interno. Y lo haría, usando su influyente bufete de abogados y
su cercanía con los grandes ricos de Colombia.
Martínez Neira llegaría a la Fiscalía
General de la Nación con un doble perfil, dos caras o caretas. Una, como agente
de Estado y la segunda, como hábil agente privado que sabe penetrar el Estado
para ponerlo al servicio de los intereses de poderosos actores y agentes privados.
Para muchos, la elección como
Fiscal General de Néstor Humberto Martínez es un hecho. Solo resta esperar que
los magistrados de la Corte Suprema de Justicia cumplan con la tarea, valorando
el sentido de lo público con el cual han actuado los candidatos ternados. Si
ese criterio se aplica, muy seguramente Martínez Neira no podrá ser elegido
como Fiscal. Al respecto, Caballero señala: “…si hubiera que resumir en un solo nombre la carencia absoluta de
sentido de lo público, ese nombre sería Néstor Humberto Martínez”[2].
Sin duda, hemos construido Estado, Sociedad y Mercado
sobre un ethos mafioso que nos aleja de la posibilidad de vivir con sentido de
lo colectivo y de lo público. Tendremos un Fiscal corporativo? Amanecerá y
veremos.
Imagen tomada de semana.com
[1] Véase
este documento: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2015/07/reflexiones-sobre-el-estado-lecturas.html
La agonía del Estado
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