Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El mundo continúa escindido entre férreas dicotomías que sostienen falsos dilemas y que sirven para ocultar lo que realmente se necesitaría si se quiere modificar sustancialmente las formas de poder y de vida que el ser humano de tiempo atrás divulga y sigue como únicas formas de estar en el mundo. Estado o Mercado y Socialismo o Capitalismo[1] son divisiones y expresiones de formas de dominación propias de una condición humana que parece emanarlas desde lo más oscuro de su entraña. Es posible que esta dicotomía sólo tenga sentido en el mundo académico, mientras que millones y millones de personas en el mundo, en países socialistas y capitalistas, apenas si sobreviven a las precarias condiciones que ambos sistemas les imponen.
Socialismo o Capitalismo concentra, como efectiva dicotomía, un falso dilema con el que cada sistema o régimen de poder exhibe sus mejores argumentos para, en precisos momentos históricos, volverse opciones ideológicas y proyectos políticos para quienes creen que la felicidad estará garantizada en cualquiera de los dos modelos económicos.
Pensar y vivir bajo cualquiera de los dos, implica pérdidas. Bajo el Capitalismo, el ser humano, poco a poco, adquiere el carácter de bien de uso y de consumo, de mercancía, pues en este régimen de poder el dinero y las fuerzas del mercado someten la voluntad de millones de seres humanos hasta el punto de que, por ejemplo, el discurso de los derechos adquiere el carácter de “regulador, un medio para obstruir o cooptar demandas políticas más radicales, o ser simplemente la más hueca de las promesas vacías”. [2]
El Capitalismo fija con claridad reglas y formas de control social, político, económico y cultural, ancladas en el poder que otorga el intangible dinero. El Capitalismo se sirve de la democracia para ocultar el carácter perverso que lo anima. Y a bien que lo logra, que hasta llegamos a pensar que podemos ser felices y que lo somos, viviendo y consumiendo al ritmo que nos impone la publicidad, importante amanuense con que cuenta el Capitalismo.
Creemos que vivimos en libertad porque cuando se trabaja, se adquieren servicios y bienes que satisfacen, momentáneamente, nuestras ansias de acumular. En el Capitalismo cobran vida múltiples libertades que sólo sirven para ocultar el malicioso y malévolo valor de la acumulación, que tiene en el dinero a su más preciado correlato.
Hablamos de libertad de expresión y de prensa, de locomoción, pero todas sujetas, de alguna forma, al mercado, al dinero, al reconocimiento social o a la capacidad discursiva alcanzada gracias, muchas veces, a un costoso recorrido formativo por escuelas, colegios y universidades.
Los Gobiernos democráticos, bajo el sistema capitalista, fingen preocupación por estas libertades y derechos, en especial por las de prensa y expresión. Y de verdad que sólo simulan, porque gobiernan a favor de grupos económicos poderosos, que entienden la necesidad de limitarlas, a través del sometimiento del periodismo a los intereses de grandes conglomerados económicos.
Sometido el periodismo a las fuerzas y actores del mercado, la libertad de expresión de millones de ciudadanos se empobrece, si entendemos que los estados de opinión que generan las empresas mediáticas suelen venir con empobrecida y contaminada información y con los dobleces propios del discurso periodístico-noticioso. De esta manera, el Capitalismo se sirve de una poderosa arma, que junto a lo que se llama la industria cultural, para confundir a quienes encuentran grietas y problemas al régimen o al sistema capitalista.
El Socialismo[3], como parte dicotómica, hace lo propio al controlar la industria cultural y en especial a los medios masivos, con el claro propósito de inocular en millones de ciudadanos el discurso asistencialista[4] con el que busca desestimar a su contraparte el Capitalismo. En regímenes socialistas la prensa se convierte en un poderoso apéndice, con el que sucesivos gobiernos someten a sus críticos y detractores, para luego, con el tiempo, declararlos enemigos de la democracia popular, del pueblo, y de esta forma, perseguirlos, castigarlos, asesinarlos o exiliarlos.
El sistema capitalista suele apelar a formas más sutiles para controlar a críticos, disidentes y detractores. La concentración de medios es ya una forma legitimada para hacerlo. Pero hay otras, como la garantía de que no muchos suelan formarse política y académicamente para comprender el sinuoso camino que nos traza un sistema capitalista y un mercado que son capaces de ponerle precio a la vida. Y cuando la violencia simbólica no logra controlar a críticos y enemigos del sistema, entonces, se pasa a la violencia física y política para someterlos.
De esta forma, lo mejor es desconfiar de estos dos sistemas de dominación, en cuyas historias encontramos sucesivas violaciones a los derechos humanos y el sometimiento del cuerpo humano a prácticas de violencia simbólica y física.
El camino, entonces, está en repensar la condición humana y diseñar otras formas de convivencia no sujetas a estas dicotomías y menos aún, a las condiciones contextuales generadas por esos dos sistemas económicos. Hay que educarnos para avanzar en formas de vida en donde la política la entendamos como lo hizo Hannah Arendt, en el sentido de poder vivir juntos.
La condición humana, por su fragilidad, requiere de modelos de vida distintos, en donde se alimenten la solidaridad y el respeto hacia los demás, pero en especial, hacia el medio ambiente.
[1] El socialismo de mercado de China rompe la dicotomía, para dar paso a un régimen que controla ideológica, política y económicamente a sus ciudadanos y explota a quienes sirven a un sistema capitalista global, que consume y consume. Son quienes trabajan en precarias condiciones bajo el modelo de las maquilas.
[2] Brown, Wendy. Lo que se pierde con los derechos. En: La crítica de los derechos. Bogotá: Centro de Pensamiento Jurídico. Universidad de los Andes. Instituto Pensar. Siglo del Hombre Editores. p. 83.
[3] Hago referencia a los regímenes políticos y económicos que dieron vida a la polarización Este-Oeste y al mundo bipolar agenciado por las entonces potencias Estados Unidos de Norteamérica y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS. Cabe aquí, también, el régimen cubano y el experimento chavista en Venezuela con su idea de socialismo del siglo XXI.
[4] El Estado de Bienestar puede considerarse como una especie de concesión que los capitalistas le hicieron a los socialistas. El progresivo desmonte del Estado de Bienestar, a la luz de las ideas neoliberales, no lo invalidad como posibilidad para garantizar mejores condiciones de vida para los ciudadanos.
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