lunes, 2 de octubre de 2006

El periodismo en Colombia: una historia de compromisos con poderes tradicionales por Germán Ayala Osorio

A manera de introducción Los medios de comunicación se mueven hoy, más que nunca, en las esferas de poder económico y político, hecho que les asegura un papel fundamental en la generación de percepciones, creencias, opiniones, posturas, decisiones, sentimientos y pasiones, que juntas, configuran estados de opinión pública que se reflejan en las actitudes y posibles lecturas (imágenes) que los individuos asumen y hacen de los asuntos públicos, especialmente de aquellos que, convertidos en noticia por medios y periodistas, pueden resultar definitivos para quienes se exponen a la información periodística- noticiosa, mediática y masiva. Las múltiples realidades colombianas, la manera como las entienden los públicos lectores de los medios (las audiencias), el discurso y la manipulación que del mismo realizan medios y periodistas hacen que éstos sean instrumentos eficaces para posicionar valores, formas de pensar y orientar a sus audiencias, a sus públicos. Es preciso reconocer en los medios masivos unas condiciones especiales que los hacen el instrumento perfecto para masificar- unificar – miradas, en ocasiones acríticas y planas que aseguren el “normal” devenir de la sociedad de masas que sostiene a su vez las dinámicas económicas de un mundo globalizado. Dado que los medios de comunicación operan en sociedades en las que el poder se ha desarrollado extensamente y se ha desplegado de manera desigual entre los individuos, grupos y clases, y dado que los medios de comunicación están invariablemente relacionados con la estructura predominante del poder político y económico, se plantean varios interrogantes acerca de la naturaleza de ese poder. Es evidente, ante todo, que los medios tienen un coste y un valor económico, que su control y el acceso a ellos son objeto de competencia y que están sometidos a regulación política, económica y legal. En segundo lugar, es muy común que los medios de comunicación de masas sean contemplados como instrumentos eficaces de poder sobre la base de su capacidad para hacer una de las siguientes cosas, o más: atraer y dirigir la atención; persuadir en cuestiones de opinión y creencia; influir en la conducta (por ejemplo, votar, comprar); conferir status y legitimidad; definir y estructurar las percepciones de la realidad. Estas proposiciones dan origen al menos a las siguientes subpreguntas: ¿Quién controla los medios de comunicación y a quién le interesan?; ¿quién tiene acceso a los medios de comunicación y en qué términos?; ¿De quién es la visión del mundo (de la realidad social) que se presenta?; ¿cuál es la efectividad de los medios de comunicación en la consecución de sus propios fines?; ¿cuáles son los factores variables que limitan o amplían el poder de los medios de comunicación en los aspectos mencionados? Lo reseñado atrás sostiene en parte este documento que intenta describir y poner en contexto el rol editorial, político y periodístico que han venido jugando los medios masivos de comunicación colombianos en distintos momentos históricos del devenir de la nación, especialmente en lo concerniente al acompañamiento que han hecho a proyectos políticos hegemónicos y contra hegemónicos, resultantes del bipartidismo colombiano y de la configuración de grupos elite con intereses sectoriales y de una institución negativa para la participación política y el fortalecimiento de la democracia: el clientelismo. La situación de crisis que hoy enfrenta el periodismo colombiano abre, sin duda, las posibilidades a la capacitación de los periodistas, en aras de aportar a un mejor registro de los hechos noticiables o por el contrario, a proponer cambios en las dinámicas massmediáticas. Periodismo, civilización y política, una tríada conflictiva En el siglo XIX los periódicos colombianos fueron la esencia de la política en tanto apoyaron el lanzamiento y permanente difusión de las plataformas ideológicas que se proponían desde los nacientes partidos políticos. Ello impidió el desarrollo de una industria periodística de amplia circulación y quizás con una mayor pluralidad de la que ofrecían las publicaciones que, adjuntas a los proyectos políticos de liberales y conservadores, se leían entonces. Apegado el ejercicio periodístico al vaivén de la lucha partidista, dogmática, violenta, hegemónica y con un escenario construido con base en un ideario civilizatorio europeo de unas élites criollas renuentes a aceptar sus orígenes mestizos, los periódicos de la época y en general el periodismo colombiano sirvieron, de manera exclusiva, a los intereses de dos facciones políticas organizadas, pero sin un proyecto de nación claro, coherente e incluyente. La estrecha relación entre empresas periodísticas y actores políticos tradicionales (partidos, movimientos, caudillos y gamonales del orden local, regional y nacional) no sólo caracterizó a los medios colombianos. Según María Teresa Herrán y Javier Darío Restrepo, …en los países latinoamericanos, la relación de la prensa con la política ha sido históricamente demasiado estrecha. Los medios escritos y radiales han nacido, en muchos casos, como fruto de esa relación: políticos metidos a periodistas o periodistas que han incursionado en la política han dado origen a periódicos y emisoras como instrumentos de proselitismo político y no como medios de información periodística. Ese antecedente explica la dificultad para entender y asumir una actitud de independencia total frente a los políticos y sus partidos. La historia del periodismo colombiano señala que …los periódicos colombianos fueron, en el siglo XIX, de esencia política, y por eso no tuvimos en esa centuria una industria periodística como se registra en los demás países de América, en los Estados Unidos o en Europa, donde grandes empresas generaban diarios de vasta circulación y paginación abundante, mientras que en Colombia los periódicos eran, de modo invariable, cuatro hojitas que aparecían para defender unas ideas y desaparecían al socaire de las guerras civiles o de ocasionales dictaduras. El periódico colombiano de más larga duración en el siglo XIX no alcanzó a mantenerse por 13 años continuos, y al concluir el siglo, mientras que Argentina, por ejemplo, exhibía dos diarios de vieja circulación y de renombre universal – La Prensa y La Nación -, Chile tenía El Mercurio, Perú El Comercio, Uruguay El Día, etc., en Colombia no teníamos ni uno. De ahí que la lucha partidista en Colombia configurara escenarios y prácticas de censura y autocensura , reduciendo a la prensa a cumplir el rol de estafeta de unas ideas políticas con las que se consolidaron proyectos hegemónicos particulares, bien desde la tolda liberal o de la conservadora; de igual manera, aparecieron prácticas de autocensura sostenidas en las visiones sesgadas e ideologizantes de editores, propietarios y de periodistas e incluso, en los propios vacíos conceptuales surgidos de la preparación académica, ética y profesional de los reporteros. Un periodismo sujeto al mantenimiento de un determinado gobierno en el poder acostumbró al país a que la información política publicada estuviera cubierta de un manto ideológico sectario, dogmático y poco apropiado para la generación de una cultura política sostenida en principios de pluralidad y respeto por la diferencia y asociada a la generación de una opinión pública nacional capaz de comprender con amplitud los hechos políticos y las contingencias propias de un orden social en proceso de consolidación. Germán Arciniegas sostenía que …el periodismo del siglo XIX no fue lugar de reposo sino de combate. No se dio la libertad al periodista para gozarla sino para defenderla. Se luchaba en un siglo de caudillaje bárbaro. Así lo entendieron las turbas y tuvieron que adaptarse al juego los periodistas. El balcón en la casa del periódico era tribuna en los días de manifestaciones… cuando en Bogotá se encrespaba la muchedumbre o había que animarla, se decía: Al Tiempo! Al Diario Nacional! Al Espectador! Y al pie del balcón que salga Santos! Que salga López! que salga Cano… Núñez llegó a la presidencia por El Porvenir de Cartagena. Desde Cartagena, luego, siguió ejerciéndolo, cuando se iba a Bogotá. Eduardo Santos gobernó más desde el Tiempo en veinte años, que cuatro desde la Casa de Nariño. La prensa fue el cuarto poder. Por su parte, Cristina Rojas señala, en la relación información -medios- cultura – civilización y política, que …el partido liberal y el partido conservador, recién creados, estuvieron de acuerdo en que la meta más importante era la promoción y la defensa de la civilización, la que consideraba fundamental para el progreso material. Los líderes de los partidos proclamaron unánimemente que la fuente de la civilización se encontraba en el continente europeo y que la Independencia obtenida en 1810 no marcaba el inicio de una nueva civilización. Concordaban en que las civilizaciones no podían inventarse o improvisarse. La civilización europea proporcionó el modelo, mientras que las prácticas de los indígenas se consideraban como vicios que debían erradicarse. El consenso al que llegaron los liberales y los conservadores no incluía el cómo forjar la civilización. Los liberales, que llegaron a la presidencia en las elecciones de 1849, consideraban al individuo soberano como la meta de la civilización. Se inspiraban en la imagen del individuo que estaba en el corazón de las doctrinas del laissez-faire…Los conservadores eran más propensos que los liberales a restringir la circulación del material impreso y para ellos la única religión verdadera y permitida era la católica romana, además, eran partidarios de una mayor intervención gubernamental. Al igual que los liberales, tendían a apoyar el libre comercio, aunque abogaban por una fuerte centralización del poder. Además de lo anterior, las circunstancias propias de la inestabilidad política del siglo XIX y parte del XX aseguraron la intermitencia en la circulación de la información periodística, hecho que relativizó la importancia del periodismo en su posibilidad de ampliar los marcos ideológicos propuestos por liberales y conservadores, quienes buscaban, afanosamente, consolidar proyectos de civilización de y para la nación que a la postre resultaron equívocos tanto en los objetivos civilizatorios, como en lo que corresponde a la construcción de un imaginario compartido y consensuado de estado –nación. La ansiedad por encontrar caminos que aseguraran momentos civilizatorios más o menos permanentes en el tiempo hizo que la política, la elite criolla y los partidos políticos colombianos perdieran tiempo precioso y por ende la oportunidad de configurar un proyecto de nación amplio, incluyente desde lo simbólico (con la ayuda de los medios y la circulación de información) y desde lo fáctico. Por ello quizás el asunto de la representación apareciera como un asunto problemático que se sumó a un afán civilizatorio con premisas y modelos exógenos que poca conexión guardaban con las condiciones endógenas de una nación en construcción. De ahí que se señale que los medios de comunicación, por lo menos en Colombia, se constituyeron y se constituyen aún en brazos o apéndices ideológicos de una reducida élite económica y política que ejerció y ejerce influencia en ámbitos diversos de la vida nacional, como el cultural, el social, el político y el económico. Por ese camino, las empresas periodísticas y en particular sus discursos periodísticos están al servicio de grupos de poder que buscan mantener unas condiciones de supremacía frente a otros grupos que se constituyan -o puedan constituirse - en competencia y en eventual peligro para sus proyectos particulares. A través de los mismos medios de comunicación, dicha elite -o grupos elite - construye artificialmente la idea de una sociedad y un sistema político en donde es posible el debate público y donde se garantizan los derechos de participación. Antonio Cacua Prada decía que …en los periódicos nacieron los partidos políticos. En algunos momentos interpretaron a voceros caudillistas y participaron en los enfrentamientos que terminaron en guerras civiles. La relación de dependencia, o el connubio entre la prensa y los partidos políticos destapó las orientaciones particulares que surgían de los miedos y deseos particulares de caudillos y periodistas alrededor de cómo debería ser el país, la sociedad colombiana, esto es, qué tipología cultural debería ayudarse a construir desde las propias tribunas periodísticas. De ahí que …Liberales y conservadores se vieron comprometidos en una larga contienda verbal en relación con la libertad y los privilegios para la circulación de la palabra escrita. Sus posiciones eran diferentes en lo relacionado con la libertad de prensa y la civilización. La llegada al poder de los liberales en 1849 se celebró como la omnipotencia del panfleto’. Los liberales rendían una especie de culto a la palabra escrita, independientemente del contenido, la forma o el estilo. En 1850 propusieron que el Congreso aprobara la libertad de prensa. El secretario de gobierno la defendió con los siguientes argumentos: i) los beneficios que ha traído la prensa al mundo; ii) el hecho de que las ofensas causadas por el uso del papel impreso no ocasionan daños, porque un impreso puede responderse con otro impreso; iii) la dificultad de calificar esta ofensa, sin correr el riesgo de que la prensa pudiera ser sujeto de arbitrariedades… En el proceso civilizatorio vivido en el siglo XIX el asunto identitario fue fundamental para reconocer los imaginarios y las formas representacionales que los distintos grupos sociales, económicos y políticos tenían y generaban de los ‘Otros’. De ahí que las condiciones de élite se perpetuaban bien por tradición o por imposición; en la primera, las competencias discursivas, la posibilidad de estudiar y el saber hablar bien (el poder de los gramáticos) fueron elementos claves para establecer diferencias con los Otros y distancias con la plebe, con el pueblo o con los mestizos, negros e indígenas. Finalmente, el eterno miedo a que se diera una oclocracia en Colombia se enfrentó con el cultivo intelectual de un selecto grupo de colombianos, frente a la consecuente marginalidad (analfabetismo) de la gran mayoría. Por ello quizás hay quienes reconocen que “…una característica de los periódicos del siglo XIX era su escasa duración (El neogranadino vivió cinco años). La prensa, siguiendo la influencia francesa, se convirtió en el lugar de divulgación de la literatura romántica y en el eje de formación de una nueva clase social, para el caso colombiano llamada de los artesanos, quienes se convirtieron en la nueva alternativa política, cultural y comercial y encontraron en la prensa su órgano de ilustración.” Representar lo social, esto es, la objetivación de la cultura desde los distintos grupos sociales es una cuestión que toca directamente las lógicas y rutinas de producción de los medios masivos de comunicación. Cómo representar los mundos de la vida de numerosos colombianos sugiere, de entrada, que otras formas y experiencias de vida, otros proyectos de vida igualmente válidos y legítimos, otras culturas e incluso subculturas o manifestaciones culturales y otros mundos de vida queden por fuera del registro periodístico- noticioso. La disquisición aquí apunta a dudar, seguir con especial cuidado las formas de representación mediática de la vida social por cuanto ellas están articuladas no sólo a unos valores/noticia(criterios de noticiabilidad) inconvenientes para las condiciones y circunstancias del entorno colombiano, y porque hacen parte de una cadena comunicativa de representación de los ‘Otros’, diseñada por las élites ilustradas que de tiempo atrás, y a través de los discursos, vienen deslegitimando la actividad social, política y cultural de grupos mayoritarios adversos a las elites, con capacidad de movilización, en la búsqueda de reconocimiento, de una atención respetuosa y de un diálogo horizontal con el Estado y otros actores sociales, políticos y económicos. Sin políticas culturales claras sobre el acceso y calidad de la información mediática, y sumado a esto, la inexistencia de controles efectivos alrededor de la concentración de los medios masivos en oligopolios, los riesgos de reducir a los ‘Otros’ o los asuntos de los ‘Otros’ a simples etiquetas o estereotipos, aumenta considerablemente cada vez que un medio masivo decide qué es noticia y señala qué fuentes consultar de acuerdo con el tratamiento periodístico que dará a los hechos y que previamente fue establecido en el consejo de redacción. Lo que han hecho los medios masivos de comunicación en Colombia, además de ocultar información, autocensurarse o de servir a los particulares intereses de los propietarios de las empresas periodísticas, es prefigurar lo cotidiano, lo rural y lo urbano, lo indígena, lo negro, ubicando en los extramuros, en la periferia a grupos activos políticamente; dichos medios masivos han re -construido los asuntos de los ‘Otros’ de acuerdo con la mirada europeizante que las élites criollas rememoran desde el siglo XIX y que hoy todavía es el lente que sirve al sempiterno catalejo con el cual miramos la pobreza, la marginalidad y en general los asuntos de los ‘Otros’ no incluidos. Por ello y como propuesta de acción política–comunicativa, corresponde a las comunidades, a los grupos sociales y en particular a las audiencias, diseñar estrategias para el seguimiento, control, y análisis de las formas como los medios masivos vienen representando sus mundos de la vida, bien para buscar su homogenización, su invisibilización; y en ese camino, su criminalización. Se necesita con urgencia el diseño de estrategias de contra discurso en aras de poner a circular las versiones oficiales de los ciudadanos, que pongan contra la pared las formas representacionales que se explicitan y que se esconden en las narraciones noticiosas y en los discursos oficiales (estatales y privados) que las alimentan y que circulan a través de los medios masivos de comunicación. Es clave, en ese camino, visibilizar asuntos que den cuenta de otras formas expresivas bien en los propios medios de comunicación, a manera de respuesta a una serie de tratamientos noticiosos considerados por las comunidades o audiencias como desafortunados, inconvenientes o injustos con las tradiciones y con las propias versiones de sus habitantes; o bien a través del diseño de propios medios y con el uso de las nuevas tecnologías de comunicación e información (NTCI); o con una adecuada formación y capacitación de las audiencias para entender el discurso periodístico – noticioso. Conocer las lógicas mediáticas, los intereses y saber descubrir lo no dicho y las intencionalidades de lo dicho constituye hoy la mejor herramienta de cualquier ciudadano para defender desde su imagen, su honra y su propio proyecto de vida, ante la re construcción escénica, dramática (la dramaturgia noticiosa) de unos medios desbordados en sus maneras de registrar los hechos y de conocer las realidades de diversos y disímiles grupos sociales. Lo noticioso, como lenguaje, resulta inconveniente para la entronización de los mundos de la vida; por el contrario, lo periodístico, pensado desde otras posibilidades narrativas, resulta apropiado para abordar manifestaciones democráticas propias de pueblos con mediana claridad de su actividad pública, es decir, política frente al Estado, frente al resto de la sociedad civil y frente a mediadores como los partidos y movimientos políticos, y claro, frente a las propias empresas periodísticas. Lo anterior señala que las formas representacionales se lograban y se logran aún desde cerrados ámbitos de socialización, de formación y aprendizaje que no sólo garantizaban que dichas representaciones tuvieran un carácter diferenciador y violento que hacía que los ‘Otros’ fueron señalados como bárbaros o no civilizados, sino unas formas únicas de pensar la cultura, la ciencia y el desarrollo social de la nación. El problema de quién tiene el conocimiento y la información atraviesa no sólo la capacidad que un país tiene para crecer tecnológica y científicamente, sino que involucra la consistencia y existencia de unos mínimos criterios en las mayorías para enfrentar a un modelo educativo que apunta a consolidar un único y viable proyecto de nación, en lo político y en lo cultural. De ahí que la exclusividad para acceder al conocimiento y a un tipo de formación acorde con las exigencias de la cultura vigente, se convirtiera en un factor originario de exclusión de grandes mayorías. Diversos factores explican la preponderancia del conocimiento como uno de los pilares del régimen de representación en la segunda mitad del siglo XIX. El primer factor a tener en cuenta es la presencia de instituciones de educación superior desde el siglo XVII y el lugar que ocupaba la educación durante la Colombia. En 1601, los jesuitas fundaron en Bogotá el Colegio Mayor de San Bartolomé, que, junto con el Colegio Santo Tomás, se convirtió en universidad en 1639. En el mismo año fundaron la Universidad Javeriana, la que se cerró en 1767 cuando fueron expulsados del país. En 1810, año de la Independencia, había tres universidades, cinco colegios en Bogotá, dos en Quito y uno en Caracas. En Cuenca, Panamá, Cartagena, Santa Marta, Popayán y Mérida había universidades. Toda la educación estaba en manos de religiosos. Las escuelas primarias, vinculadas a parroquias y conventos, eran privadas y restringidas a la elite: solamente un uno por ciento de la población en edad escolar iba a la escuela elemental. Las masas, especialmente los indios, Los negros y los mulatos eran analfabetas. Muchos observadores estiman que la tasa de analfabetismo era de noventa por ciento. Rojas continúa: … El conocimiento vino a reemplazar la noción de nobleza de cuna. Los criollos organizaron sociedades científicas como las Sociedades Económicas Amigos del País y fundaron el Papel Periódico de Santafé de Bogotá con el objetivo de fomentar nuevas ideas…. El periódico sentó las bases para el establecimiento de una relación imaginaria entre los lectores a través del territorio. La crítica a la dominación española y el surgimiento de la nación, como lo sugiera Benedict Anderson, se posibilitaron por medio de la creación de una comunidad de imprenta. Esta comunidad de imprenta no alcanzó a todos de igual manera durante el período previo a la Independencia. La sociedad estaba dividida entre los ilustrados y la miserable multitud, y el periódico estaba dirigido a la comunidad ilustrada que era la encargada de dirigir la muchedumbre. Su misión se definía de la siguiente manera: Esta porción de vivientes que la naturaleza ha dotado de sobresalientes luces, distinguiéndola honrosamente de la miserable multitud, tiene un grandísimo derecho para que se le dé gusto con preferencia al restante número de hombres, porque su juicio y discernimiento son los únicos que pueden recomendar las acciones humanas. Para estos, pues, se debe escribir, y respecto de ellos debemos obrar, sin temer la contradicción de los otros. El poder de las elites colombianas constituye, sin duda, una compleja red de relaciones económicas, culturales, sociales y políticas e incluso, familiares y de compadrazgo que se hacen impenetrables para opciones políticas que difieran de los proyectos que dichas elites han defendido a través del tiempo. Y de esa urdimbre participan activamente los medios masivos de comunicación a través de estrategias periodísticas – noticiosas y de su propia naturaleza como apéndices de conglomerados económicos que venden una mercancía que debe, de todas formas, ser rentable para que su exposición esté garantizada: la información. Estas circunstancias aseguran, por un lado, que un tipo información circule y otra se quede oculta, bien porque no alcanza el estatus de noticia-mercancía vendible, y por el otro, que las audiencias, en su heterogeneidad, terminen por no comprender qué se está dejando de decir, qué se oculta detrás de lo informado y por qué no se informa de otros hechos. En lo anterior juegan un papel clave y decisivo los distintos lenguajes y sus propios dobleces, dado que las decisiones ciudadanas están permeadas por la aparente pluralidad, claridad y objetividad de una información noticiosa, producto de una sesgada reconstrucción de realidades sostenida ésta en unos criterios de noticiabilidad inconvenientes para el turbulento y contingente contexto nacional, pero perjudicial para la salvaguarda de una positiva imagen de periodistas y del periodismo en general, especialmente cuando se ha pensado que éstos están – deberían estar - al servicio de la ciudadanía . En Colombia, y como resultado de las circunstancias enunciadas, se viene configurando una opinión pública ilustrada propia de una sociedad con marcados conflictos sociales, políticos y económicos que en sí mismos son manifestaciones de su polarización ideológica y de su atomización en grupos de interés que buscan imponer sus propios intereses. Los medios masivos en el posconflicto, actores claves y definitivos El desplazamiento de los medios masivos, como empresas periodísticas y actores políticos, del estadio de la sociedad civil al estadio de los mediadores naturales (en remplazo de los partidos políticos), será sin duda un factor clave en la consolidación o no de escenarios de posconflicto en Colombia. Informar o callar, incrustarse en los intereses del Estado o exigir claridad frente a eventuales procesos de negociación, son tareas que medios y periodistas pueden emprender, de acuerdo con el papel que quieran jugar en la construcción de posibles escenarios de posconflicto. La historia de los medios masivos en Colombia, como actores políticos y componentes de conglomerados económicos globalizados, señala que esos mismos medios masivos son definitivos para la consideración, construcción y consolidación de escenarios de posguerra interna; pero para ello, se requiere y se exige una revisión profunda de sus lógicas, intereses y rutinas de producción informativa. No es posible pensar en escenarios de posconflicto mientras los medios masivos en Colombia sobrevivan en las actuales circunstancias en las que defienden los intereses económicos de conglomerados que no contemplan por ahora la discusión – y menos el cambio- del actual orden social establecido; propietarios, gerentes y presidentes de los grandes conglomerados económicos nacionales están cómodos con el actual estado de cosas que vive Colombia, por lo tanto, el posconflicto para ellos es una meta que se expresa, exclusivamente, con la derrota de los grupos insurgentes. Es claro que para los llamados gremios económicos nacionales las causas que generaron la lucha armada de Farc y Eln, aunque se mantienen vigentes, no obligan a un cambio sustancial y estructural del modelo de Estado. Muy seguramente piensan que con estrategias asistencialistas será suficiente para mantener la legitimidad del Estado que les sirve a sus propósitos. Es posible y necesario discutir la democratización de los medios masivos no sólo en la perspectiva de garantizar acceso y pluralidad en la información, sino en fortalecer la dimensión pública de la política, tratando, por ese camino, de darle un nuevo centro, de refundarla y reposicionarla en lo más profundo de los imaginarios de los colombianos. Tal es la importancia alcanzada por los medios masivos en Colombia, no sólo por su injerencia en los concepciones que los colombianos tienen de los asuntos públicos, sino porque ellos fungen como orientadores de opinión claves en escenarios decisorios, como las elecciones de cargos públicos. Por ello hay quienes aseguran que “la agenda de l oque debe ser una situación de posconflicto cambia sustancialmente según el actor y sus intereses; sin embargo, es indispensable reconocer cuatro temas que no han sido afectados significativamente en reformas anteriores: el desbordado papel de la fuerza pública frente a la movilización social, el monopolio de los medios de comunicación, el modelo de desarrollo y a la apropiación y explotación privada de los recursos naturales…” Es importante avanzar, por ejemplo, en la discusión de políticas culturales que promuevan y aseguren no sólo la pluralidad informativa, sino un mayor compromiso y vigilancia del Estado en cuanto a quién usufructa el espectro electromagnético, qué piensan y qué proponen las audiencias y qué compromisos éticos están dispuestos a cumplir éstos, junto con los anunciantes. Pero de forma paralela, se requiere revisar críticamente los discursos y las actuaciones dentro de lo que se conoce como la cultura política. Finalmente, el sentido que de lo público se tiene en Colombia. Pensar en un relato nacional hoy, en medio de un proceso globalizador que desvincula los débiles trazos de un Estado-nación naturalmente ilegítimo, requerirá no sólo de ingenio, sino de la confluencia de muchos relatos: el relato de los excluidos, el relato de los disímiles grupos que se elevan como élites ; el de los propios medios de comunicación y el de los periodistas; y claro, los relatos de las audiencias. Se requiere con urgencia revisar los relatos de la guerra, para sacarla de la estrechez escénica planteada de tiempo atrás: enfrentamiento entre Buenos (el Estado y las élites que lo sostienen) y los Malo (las guerrillas). Previo a lo anterior, se requiere con urgencia una tarea comprensiva de carácter masivo, y nacional, alrededor de los orígenes de las violencias en Colombia, sus actores, sus víctimas, las acciones de reparación y los victimarios. Esta tarea debería elevarse a cátedra obligada en colegios privados y estatales. Quizás así sea posible pensar un relato nacional posviolencia que haga repensar a actores pasivos y activos de las violencias en la necesidad de entregarle al Estado, de una vez por todas, la legitimidad y la capacidad para garantizar el monopolio en el uso de la fuerza. Todo lo anterior no sólo resulta clave, sino definitivo. Pero como todo tiene un comienzo, y dado el papel estratégico que juegan los medios masivos, se proponen acciones concretas en aras que desde los medios se empiecen a generar las condiciones para construir escenarios de posconflicto en Colombia. ¿QUÉ ES NOTICIA? La pregunta puede resultar para muchos periodistas un asunto de vida o muerte; tanto así, que incluso puede hacer la diferencia entre continuar en el cargo o ser despedido por cuenta de una chiviada de la competencia, esto es, de un noticiero, periódico o programa radial. Pero más allá de la discusión de quiénes determinan hoy para los medios qué hechos merecen alcanzar el estatus de noticia, vale la pena recoger percepciones acerca del ejercicio periodístico, así como algunas definiciones que, más que buscar consensos, pretenden descifrar, a partir de la diversidad, cuál es la lógica que impera en el periodista y en los medios y cuáles son las características que un hecho debe cumplir para que los periodistas lo conviertan en noticia. Para los periodistas del diario EL TIEMPO, por ejemplo, la noticia debe ser, según el propio manual de la casa periodística, “la narración objetiva, veraz, completa y oportuna de un acontecimiento de interés general. Esta definición excluye, de hecho, cualquier opinión personal del periodista . Solamente están permitidas las opiniones de terceras personas en relación con el asunto que se narra, siempre que tales opiniones sean pertinentes y contribuyan de alguna manera a que el lector adquiera una idea más completa de lo acontecido.” Por su parte Vicente Leñero y Carlos Marín en su texto Manual de Periodismo, dicen que la noticia “es el género fundamental del periodismo, el que nutre a todos los demás y cuyo propósito único es dar a conocer los hechos de interés colectivo. No es, como tampoco los demás, un género “objetivo”: la sola jerarquización de datos con que se elabora implica una valoración, un juicio, por parte del periodista. Sin embargo, la Noticia o nota informativa es el menos subjetivo de los géneros. En la Noticia no se dan opiniones Se informa del hecho y nada más.” Para el diario EL COLOMBIANO “la noticia contiene en germen los demás géneros. Por eso es el producto principal que El Colombiano ofrece y que sus lectores reclaman. La noticia es el relato actual y verdadero sobre hechos de interés público, que el periódico ofrece como un servicio a sus lectores. En ese relato deben desaparecer las opiniones del periodista, aun las que se expresan a través de adjetivos, que sólo tendrán aplicación cuando agreguen información.” Por su parte, el diario EL PAIS, en su Manual de Estilo de la Redacción no entrega una definición de noticia, pero sí la caracteriza en torno a su presentación. “Los asuntos que se resolverán tienen un orden estricto de mayor a menor importancia. El redactor de El Pais resolverá en el primer párrafo de la noticia dos o tres de las cuestiones fundamentales del suceso, y continuará haciéndolo con las demás preguntas claves en los párrafos inmediatamente siguientes, de manera escalonada. A diferencia de otros géneros, en la información escueta, o noticia, el esquema clásico de las cinco preguntas (qué, quién, cuándo, cómo y dónde) resulta punto de mira vital para los contenidos iniciales del texto.” Así mismo, en las propuestas definitorias de reconocidos teóricos de la comunicación de masas se destaca el concepto de noticiabilidad que Mauro Wolf propone y que se caracteriza como el “…conjunto de criterios, operaciones. Instrumentos con los que los aparatos de información abordan la tarea de elegir cotidianamente, entre un número imprevisible e indefinido de acontecimientos, una cantidad finita y tendencialmente estable de noticias.” Así las cosas, Mauro Wolf sostiene que “las noticias son lo que los periodistas definen como tales. Esta aserción rara vez es explicitada, porque parte del modus operandi de los periodistas es que los acontecimientos suceden “fuera” y ellos se limitan simplemente a referirlos. La noticia es el producto de un proceso organizado que implica una perspectiva práctica sobre los acontecimientos, destinada a reunirlos, a dar valoraciones simples y directas sobre sus relaciones, y a hacerlo de manera que logren entretener a los espectadores.” Por su parte McQuail expone lo siguiente alrededor de lo noticioso: “El resultado de la comparación que hace Park entre las noticias y la historia puede dividirse en cinco puntos: 1) la noticia es oportuna: trata de acontecimientos muy recientes o de acontecimientos que se repiten; 2) la noticia es asistemática: se ocupa de acontecimientos discretos, de modo que el mundo, visto exclusivamente a través de las noticias, consta de sucesos sin relación entre sí, pues las noticias no tienen la función primordial de interpretarlos; 3) la noticia es perecedera: sólo sobrevive mientras los acontecimientos están en actualidad, siendo sustituida por otra forma de conocimiento cuando se trata de archivarlos y de referirse a ellos con posterioridad; 4) los acontecimientos de los cuales se informa como noticia deben ser desacostumbrados, o, al menos, inesperados, pesando más estas cualidades que su <>; y 5) la noticia pretende, sobre todo, orientar y llamar la atención, y no sustituir al conocimiento”. Así mismo, el reconocido periodista colombiano Daniel Samper Pizano, dice que “hay dos escuelas a la hora de manejar materiales sensibles. Una es la de los viejos periodistas de E.U.: “hay que publicar todo lo que sea noticia, y que pase lo que pase”. Otra dice que los medios masivos de comunicación están al servicio del bien común y, por tanto, la libertad de prensa no puede poner en peligro altos valores como la vida humana a cambio de divulgar noticias sin mayor importancia. Los defensores del “publicar lo que sea” citan un caso histórico. El New York Times supo de antemano que iba a producirse el ataque de Bahía Cochinos, pero, presionado por el gobierno de los E.U., guardó silencio sobre la invasión. La reflexión es que si el Times hubiera divulgado lo que sabía, la invasión se habría frustrado, Washington se habría ahorrado un fiasco internacional y se habrían salvado muchas vidas.” Lo que es claro es que de todos los acontecimientos que suceden en la cotidianidad, bien sea dentro de los espacios rurales o urbanos, son los directores, editores y periodistas quienes definen qué o cuáles de esos hechos o acontecimientos merecen considerarse como noticiables; pero también está la injerencia de personas a quienes medios y periodistas ‘incluyen’ dentro de la categoría noticiosa de “personajes públicos” y que por lo tanto sus actividades personales, laborales, económicas y sociales, entre otras, son susceptibles de convertirse en noticia en el preciso momento en que esos mismos personajes así lo deciden, bien a través de un comunicado en el que anuncian una decisión, o porque una decisión judicial, o un accidente de tránsito, entre otras, los afecta de manera directa. Son ellos, el jet set criollo y los funcionarios del Estado. Lo anterior nos lleva a pensar que los hechos no pueden ser valorados únicamente desde la perspectiva noticiosa que sostiene o propone el síndrome de la chiva; la cuestión es preguntarse si es pertinente el registro de esos mismos hechos para un país que como Colombia guarda en su historia política odios ancestrales que se evidencian o se hacen visibles cada vez que un acontecimiento político es puesto en escena por los medios, no para ser comprendido, sino para enfrentar y polarizar aún más a sectores tradicionalmente opuestos, pero a la vez cuestionados y apoyados por los mismos medios. Pensar en otra lógica noticiosa implica cambiar las formas, formatos y criterios con los que el periodismo colombiano viene abordando los hechos políticos, sociales, económicos, de salud y culturales asociados a las complejas realidades del país. En ese camino, hay que repensar el periodismo, sus prácticas y sus discursos noticiosos. Tarea que compromete a medios, periodistas, propietarios de las empresas periodísticas, anunciantes y claro está, a las audiencias que consumen los discursos massmediáticos. Como lo sugiere Samper Pizano, al hablar de las circunstancias en las que se mueve hoy la lógica noticiosa, se necesita de un cambio de paradigma. Y ello implica, en primera instancia, aceptar que el periodismo “… no ha sido capaz de descubrir la noticia más allá del conflicto ruidoso, o del hombre que muerde al perro. No aspiro a un periodismo rosado que sólo se ocupe de las caras bonitas y los pajaritos que trinan: para eso existe ya una jugosa industria informativa, que se cuela en los calzones de famosos y faranduleros. Pero digo que hay otros problemas que, como no llaman la atención con pólvora, no se asoman en la prensa. La guerra es una noticia insoslayable. Pero la gran ausente de nuestro tiempo en Colombia es la información que muestre cómo se esfuerza un país anónimo por sobrevivir de ella.” La dictadura de la noticia (de lo noticioso) y el valor de lo espectacular como único móvil para informar dan vida al sensacionalismo. Al fijarse el periodista en detalles y en circunstancias que hacen parte de la vida privada y el buen nombre de una determinada persona o grupo se vuelven importantes y públicos unos hechos que parecen resultar fundamentales para la vida de una colectividad, pero que al final de la efervescencia noticiosa, resultan distraer la atención sobre asuntos y hechos que verdaderamente aportan a la construcción de una mejor idea de lo que debe ser lo público. Quizás por ello Prieto Castillo se refiera de esta manera al sensacionalismo: “No soporto el sensacionalismo en cualquiera de sus formas. No tiene caso hablarte de él aquí; ya muchos lo han hecho a través de libros enteros. Toca sí, verlo desde la perspectiva profesional. El periodismo sensacionalista es la basura de la profesión. Y aquí no vale ninguna excusa como aquella de ganarse la vida, de una familia que mantener y cosas por el estilo. La práctica sensacionalista está siempre a cargo de gente incapaz de respetar la vida, el dolor, la muerte, la intimidad ajenas.” El periodismo no puede recrearse en hechos que por insólitos que parezcan, pertenecen a contextos específicos, bien de una familia, de un grupo y que por convertirlos y valorarlos como noticiables se les dé la dimensión pública que los hace aparecer como una generalidad o como una situación propia de determinada clase social, etnia, comunidad o sociedad. Cuando los medios y los periodistas se ocupan de la vida privada de funcionarios estatales y de personajes públicos, la información adquiere, de un lado, un valor comercial para los propios periodistas y para aquellos que definen los índices de consumo de medios (rating); y de otro lado, empobrece el ejercicio periodístico y los espacios informativos, dejando de esta manera, un imagen negativa del periodismo y de los periodistas. De acuerdo con Martini, “… dos problemas graves acechan a la noticia: su oferta y circulación como cualquier mercancía, y en relación directa, su espectacularización, que desplazan el eje de relevancia y trivializan el interés público. La consigna es posicionarse con ventaja en el mercado, por lo cual la función de informar al público queda subordinada, ya que el entretenimiento es lo que más vende. Hablar de una sociedad del infoentretemimiento sea quizás una de las maneras de caracterizar esta etapa de la sociocultura contemporánea, en la que la oferta noticiosa resulta <>” Estas circunstancias tienen efectos nocivos para la construcción de una opinión pública deliberante y crítica, así como para el fortalecimiento de la democracia; esto es, unas audiencias capaces de tomar decisiones, comprender los fenómenos y las decisiones que se ocultan detrás del evento noticioso. Lo noticioso: ¿Un asunto de criterio informativo, capricho de editores, valor de uso de un hecho, o un problema de olfato periodístico? Las lógicas y rutinas de producción periodística de los medios masivos convierten al periodista en una pieza más del engranaje industrial que implica producir y cumplir con la emisión diaria de un noticiero, radial y televisivo, o de un diario de amplia circulación. Y como todo proceso industrial, en el periodismo se estandarizan protocolos y prácticas, haciendo que la discusión de qué es noticia también se estandarice, es decir, que los valores/noticia y los elementos universalmente aceptados para calificar los hechos se conviertan en camisa de fuerza, en un corsé que el periodista en pocas ocasiones puede controvertir o intentar cambiar. Es posible que la definición de qué es noticia, para abrir la emisión de un noticiero, o para ubicar un hecho en la tapa o portada de un diario, genere una discusión interna en la que se defina el orden jerárquico, esto es, la ubicación de las notas o la continuidad de éstas, pero es improbable que dicha discusión lleve a periodistas y editores a reflexionar sobre sus propias rutinas, hasta el punto de abandonar la idea de no asistir a una rueda de prensa , o difundir, horas después o en directo, la opinión del funcionario que ese día decidió hablar o pronunciarse sobre un asunto público, que muy seguramente poco aportará a la solución de un problema o de un conflicto. Así las cosas, la selección de las noticias queda sujeta a la experiencia del periodista (que le garantice que haya interiorizado los criterios del medio periodístico, su política editorial y que está dispuesto a no preguntar, a no cuestionar), a la decisión subjetiva y a veces caprichosa de un editor, quien decide efectivamente el orden de emisión de las notas, y se encarga de reproducir unos criterios de noticiabilidad que parecen incuestionables para los periodistas e incluso para las propias audiencias. Claro, no falta quien indique que el asunto acá es de instinto, de olfato periodístico. A propósito del tema, Javier Darío Restrepo señaló en su momento, “que los periodistas de mayor experiencia han encontrado que el asunto no es sólo de instinto, y que el olfato periodístico no puede correr sin control, como los perros perdigueros. Dejarle como guía a ese instinto la absurda definición de que noticia es que un hombre que muerde a un perro sería dar una señal equivocada. El olfato periodístico no debe ventear la noticia en esa dirección. A comienzos de siglo, ya se aceptaba que ese olfato necesitaba limitaciones de precisión y de conciencia que son los que generan influencia y confianza pública. Un viejo texto de 1934 pronosticaba: “El periódico de mañana responderá las preguntas que la gente se hace en el bus, en la casa o en la calle”. Y desde comienzos de la década de los años sesenta los periódicos sintieron la necesidad de darle una nueva definición a la noticia porque más que las letras rojas de los titulares de prensa, o que las macabras fotografías desplegadas en las portadas, lo que marcó la diferencia entre los periódicos sensacionalistas de la prensa seria fue su noción de noticia, que marcó la dirección para el olfato noticioso de sus periodistas. En este final de milenio el más primitivo y subdesarrollado instinto periodístico sigue corriendo detrás de lo sensacional. El más depurado, sigue otro curso, trazado por un hombre que tenía por qué saberlo… Escribía Joseph Pulitzer que “por sobre el conocimiento, por sobre las noticias, por sobre la inteligencia, el alma y el corazón de un periódico están en su sentido moral, en su valor, en su valor, su integridad, su humanidad, su simpatía por los oprimidos, su independencia, su devoción al bienestar público, su ansiedad por hacer servicio público”. Y agregaba: “denme un editor de noticias que tenga los fundamentos para la exactitud, amor por la verdad y el instinto para el servicio público, y no habrá problema sobre la recolección de noticias”. Es decir, que el olfato noticioso no es lo primero.” Hay que construir un modelo de periodismo que no exalte la violencia, que no genere sensaciones - y se quede ahí - sobre las patologías de nuestra sociedad; un periodismo que sin llegar a ser “rosa”, reivindique la condición humana, el milagro de la vida y de las posibilidades de compartir en las diferencias. Hay que pensar en otra estética periodística. Hay que superar ese “periodismo pasivo” del cual habla el Maestro Javier Darío Restrepo; en sus palabras, es aquel “que se limita a reflejar la realidad de un modo mecánico, como un espejo: es el que hacen periodistas y medios convencidos de que la realidad es eso, lo que captan sus sentidos, como sí esa fuera la única posibilidad de conocimiento. Un periodismo de esa clase, aporta sensaciones, pero no conocimiento; transmite reacciones, pero no pensamientos.” El papel de la academia es clave en esta justa pretensión, porque ella es un escenario – no el único - en donde se construye el pensamiento y se “pule” el proceso de socialización y el engrandecimiento de la condición humana. Bajo la protección de la academia debe surgir un periodismo que, considerando la historia nacional, la cultura popular y los anhelos de quienes habitamos en este territorio, informe para conocer, para comprender, para movilizar, siempre en intención de agrupar, de integrar y de salvar los más altos valores del hombre occidental. ---------------------------------------------------------- CITAS Comunicador social y docente- investigador y director del Grupo de Investigación en Estudios Sociopolíticos (GIESP, categoría A de Colciencias) de la Universidad Autónoma de Occidente (Cali-Colombia). Candidato a Especialista en Humanidades Contemporáneas de la misma institución. Magíster y profesor hora cátedra de la Pontifica Universidad Javeriana de Cali. Documento presentado como ponencia en el VIII Congreso Latinoamericano de Investigadores de la Comunicación, Sao Leopoldo, Rio Grande so Soul, Brasil, Universidad Unisinos, del 19 al 21 de julio de 2006. En el sentido de manejar o moldear los hechos, de darle forma y contexto a una información que previamente ha sido elevada al estatus de noticia o que va en camino de ser noticiable. Al final, y después de manipular los hechos, medios y periodistas orientan a sus audiencias en torno a lo que es digno de comentarse, de acuerdo con los puntos de vista propuestos. Dicha manipulación, en ocasiones, está contaminada de apuestas ideológicas precisas e identificables que no las audiencias en su conjunto no estarían en capacidad de describir y de comprender. McQUAIL, Denis. Introducción a la teoría de la comunicación de masas. Paidós Comunicación. 2ª edición, 1991. España. Páginas 114 - 115. HERRÁN, María Teresa; RESTREPO, Javier Darío. Ética para periodistas. 2da edición. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1995. p. 183- 184. SANTOS MOLANO, Enrique. La misión del periodismo bogotano en la formación de la nación. En: Medios y nación, historia de los medios de comunicación en Colombia. Bogotá: Ministerio de Cultura de Colombia, Fundación Beatriz Osorio Sierra, Museo Nacional de Colombia, Fundación de Estudios para el Desarrollo y Convenio Andrés Bello, 2003. p. 23. En el programa Hablando Claro con la Prensa, emisión del 20 de junio de 2004, el periodista Yamit Amat denunció que las autoridades colombianas (ejército y policía, entre otros) no dejan trabajar a los medios y a los periodistas, en directo señalamiento a las trabas que las autoridades de policía y ejército pisueron a los periodistas para acercarse a los confusos escenarios noticiosos de Guaitarilla (una patrulla de la policía fue abatida por miembros del ejército que operaban en la zona en búsqueda de un cargamento de droga) y Cajamarca (un menor de edad murió y varios civiles fueron atacados por tropas del ejército, que los confundieron con guerrilleros). El reconocido periodista habló de censura y autocensura. ARCINIEGAS, Germán. Dos siglos de periodismo. En Revista Lámpara número 114. Vol. XXVIII, 1991. p. 23. ROJAS, Cristina. Civilización y violencia, la búsqueda de la identidad en la Colombia del siglo XIX. Bogotá: Vitral, Norma y PUJ, 2001. p. 38- 39. Según Carmen Elisa Acosta, literata de la Universidad Nacional, “pensar la prensa implica preguntarse por la fundación de la nación desde la palabra, asumir cómo hemos sido escritos e imaginados desde la palabra masiva; pero también es comprender cómo se formó a los lectores y qué significa publicar. La formación de lectores, por ejemplo, tuvo tres intereses en los inicios de esta actividad: convocar a la acción religiosa, a la acción política y a la creación de opinión pública. El sentido de publicar respondía a intencionalidades particulares. Ello explica el hecho de que don José María Samper tuviera varios periódicos.” (Tomado Medios y nación, historia de los medios de comunicación en Colombia. Bogotá: Fundación Beatriz Osorio Sierra, Aguilar, Museo Nacional, Ministerio de Cultura, Cerlalc, Fundación de Estudios para el Desarrollo y Convenio Andrés Bello, 2003. p. 42). Wrigth Mills propone la idea de ‘élite de poder’, “una categoría que no puede entenderse como una unidad, en el sentido de poseer un sentido estructurado, sino como una solidaridad de las minorías en el poder a partir de una relativa semejanza en su origen común, sus estrechas relaciones familiares y personales que gestan en dichos círculos sociales y, finalmente, por la frecuencia de los intercambios que se producen a su interior. Lo que Mills nos propone entonces no es una minoría en el poder, en tanto que no existe cohesión interna, sino tres minorías- elites sociales que confluyen conjuntamente en la cima de sus pirámides institucionales para formar la ‘elite del poder’: los productores de empresa, que en alguna medida se encargan de aumentar el tamaño y la complejidad de sus organizaciones; los dirigentes políticos, que reflejan la decadencia del campo legislativo, la política local y las organizaciones voluntarias, auspiciando procesos menos democráticos y los jefes militares, constreñidos por la tecnología y el estado de los temas a nivel internacional. El análisis de Mills sobre la ‘elite en el poder nos permite observar dos fenómenos: en primer lugar, que la elite, al no tener que responder por sus decisiones ante ningún público organizado, deviene necesariamente en corrupción manifiesta y, en segundo lugar que mientras la sociedad refleje a numerosos grupos pequeños y autónomos con posibilidad de voz efectiva a la hora de adoptar medidas políticas que afectan al conjunto de la sociedad de masas, es decir, a una minoría en el poder con capacidad para decidir todos los tópicos importantes de la política, puede mantener sometidas a las masas a partir del engaño, la adulación y el quehacer.” (Véase Elites, Eticidades y Constitución en Colombia. Cuadernos de ciencia política. Bogotá: Universidad nacional, año 1, número 2. Noviembre de 2004. p. 15). CACUA PRADA, Antonio. Doscientos años de periodismo colombiano. En Revista Lámpara. P.7. Op cit. ROJAS. P. 131. RINCÓN, Omar. Introducción. EN: Medios y nación, historia de los medios de comunicación en Colombia.. Bogotá: Fundación Beatriz Osorio Sierra, Aguilar, Museo Nacional, Ministerio de Cultura, Cerlalc, Fundación de Estudios para el Desarrollo y Convenio Andrés Bello, 2003. p. 42- 43. Hoy, cada vez más, se necesita que el Ministerio de Educación asuma la tarea de alfabetizar a quienes enfrentados a la propuesta cultural de la televisión, no tienen la suficiente información y formación para descifrar los mensajes televisivos, radiales y los que circulan a través de la red. ROJAS, Cristina. p. 60 – 61. Ibid., 63 – 64. La idea de un periodismo al servicio de la ciudadanía, de sus propias audiencias, hace parte de los discursos de la modernidad. Y con ella, sobrevino la idea de que los medios masivos eran el Cuarto Poder; hoy, y en respuesta al engaño que generó la realización práctica de esa idea unos medios al servicio de los más débiles o por los menos de los intereses colectivos, se habla de un Quinto Poder que se ejercería desde la ciudadanía para vigilar las actuaciones de los propios medios masivos, a través del diseño de Observatorios de Medios. De igual manera, el periodismo público o cívico sobresale como una estrategia comunicativa e informativa válida para apoyar los procesos políticos de comunidades tradicionalmente excluidas. La construcción del posconflicto en Colombia, una mirada desde la pluralidad. Coordinador Miguel Eduardo Cárdenas Rivera. Bogotá: Cerec – Fescol, 2003. p. 68. “Las instituciones, procedimientos y condiciones necesarias para una transición definitiva hacia la ausencia de conflicto armado no se han dado en Colombia; existe una concepción por parte de los representantes del Estado y del Establecimiento económico y político de que la ausencia de guerra debería costar lo menos posible al statu quo…” (Véase La construcción del posconflicto en Colombia, enfoques desde la pluralidad. Coordinador Miguel Eduardo Cárdenas Rivera. Bogotá: Cerec- Fescol, 2003. p.43). “La reconstrucción involucra el desafío de construir una paz extensiva al tejido social, estable y duradera donde los conflictos encuentren cauces de resolución política por fuera del retorno a las armas. Para tal fin comprendería por parte de la sociedad, acciones mínimas de carácter político (ampliación de la participación política e inclusión de los actores involucrados en el conflicto dentro del sistema político); socioeconómico (reformas conducentes a la justicia social y a la desaparición de la violencia estructural que estuvo en el génesis del conflicto armado); ético- jurídico (relacionada con la justicia, la verdad y la reparación respecto de las víctimas del conflicto y la garantía de los derechos humanos); militar (‘desmilitarización material’ de la sociedad, sujeción del poder militar al poder civil); cooperativo (promoción a la colaboración de organizaciones gubernamentales o no gubernamentales relacionadas con la consolidación de la paz).” (Tomado de La construcción del posconflicto en Colombia, enfoques desde la pluralidad. Bogotá: Cerec y Fescol, 2003. Coordinador Miguel Eduardo Cárdenas Rivera. P. 26). Se configura la ‘chiviada’ cuando un periodista emite, antes que otros periodistas, una información, un hecho, una declaración pública de un funcionario o de un reconocido personaje. Este hecho hará que el medio periodístico que lo emita de primero, califique la noticia, la declaración o el hecho, como exclusivo, esto es, que sólo ese medio tuvo acceso a la información que aparecerá como privilegiada. Nota del autor. Cada vez más los periodistas intervienen más en los textos noticiosos, especialmente en las emisiones de noticieros de televisión, entregando una opinión sobre los hechos noticiosos. Algunos autores recomiendan pasar del periodismo que sólo pretende informar y guiar a los públicos a partir de lo que dicen las fuentes, a uno en donde el periodista pueda opinar y participar así de la orientación de las audiencias. El asunto está en que la opinión que emita el periodista esté sostenida en cifras, en hechos incontrovertibles, en argumentos sólidos y no en simples percepciones o valoraciones del periodista que, junto a las que entreguen las fuentes, poco aportarán a la claridad de los hechos narrados. Nota del autor. Manual de EL TIEMPO. Tercera edición. 1995. Página 47. LEÑERO, Vicente y MARIN, Carlos. Manual de Periodismo. Tratados y manuales Grijalbo. México. 1986. p. 40. Manual de Estilo. Periódico El Colombiano. Texto en borrador. 1998. Manual de Estilo de la Redacción. El Pais. Cali, 1996. p.26. WOLF, Mauro. La investigación de la comunicación de masas. Instrumentos Paidós. 1996. P.216. Ibid., p.217. MCQUAIL, Denis. Introducción a la teoría de la comunicación de masas. España: Paidós Comunicación, 1991. Página 265. SAMPER, Daniel. En: El Tiempo, Opinión. Periodistas tenían que ser. Cambalache. Miércoles 11 de agosto de 1999. SAMPER., Ibid. PRIETO CASTILLO, Daniel. La pasión por el discurso. Universidad Pontificia Bolivariana. Colección Mensajes. Medellín. 1996. Página 99. MARTINI, Stella. Periodismo, noticia y noticiabilidad. Bogotá: Enciclopedia Latinoamericana de Sociocultura y Comunicación y NORMA, 2000. páginas 19- 20. Stella Martini considera que “el poder de los medios impulsa a los individuos y a las instituciones a buscar prensa cuando consideran que lo que tienen para decir o lo que les pasa constituye un suceso, tiene calidad de noticia. Todos los días, en las redacciones periodísticas se desecha información que, de haber llegado al estatuto de noticia habría sido considerada y comentada como tal… los fines se semana, los diarios suelen ofrecer noticias con una carga más baja de noticiabilidad que la de aquellas publicadas en los otros días (muchos acontecimientos vueltos noticia un domingo no alcanzarían ese estatuto otro día de la semana). La pregunta es por qué algo que pasa es identificado como un suceso público, por qué <> y es noticia.” Tomado de Periodismo, noticia y noticiabilidad. Páginas 29 – 30. RESTREPO, Javier Darío. Defensor del Lector EL TIEMPO. Domingo 4 de julio de 1999. Página SUMARIO. Columna del Defensor. RESTREPO, Javier Darío. Corrupción y terrorismo: el poder del periodista. En: Chasqui número 81, 2003. p 6. Versión obtenida de la página virtual de la publicación.

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