miércoles, 10 de septiembre de 2008

Uribe quiere ser el Patrón de los colombianos, por Germán Ayala Osorio


Imágenes tomadas de: http://megaresistencia.com/foro/viewtopic.php?t=18066, 10 de septiembre de 2008.



Con los guiños a Noemí y a Juan Manuel, entre otros, el Presidente no sólo señala sus posibles sucesores, sino que irrespeta al electorado colombiano al decirle qué hacer y por quién votar. Además, manda a decir, con los Mensajeros de Palacio (periodistas y empresas mediáticas cooptadas) que la política de defensa y seguridad debe reelegirse hasta que se logre el objetivo final: la derrota militar de las Farc; con el agravante que solo esa política merece continuar. ¿Habrá políticas en salud, en educación, en seguridad social, que deban considerarse como políticas de Estado? ¿Habrá políticas en esas materias?

Para el 2010 valdrán un peso los programas de gobierno en los que no se insinúe la continuidad de la seguridad democrática, tal y como lo ordenó el Presidente. Será difícil que Uribe se aparte del poder político y eso lo viene dejando claro con este tipo de insinuaciones. Si por alguna razón los colombianos eligen a Juan Manuel Santos, a Vargas Lleras, o al ministro Uribito, o en el peor de los casos, a Noemí, muy seguramente detrás del Solio de Bolívar estará el padre de la seguridad democrática, moviendo los hilos de la marioneta de turno. Aceptemos, desde ya, que habrá Uribe Vélez para rato, con todo y lo que ello significa.

Si Uribe decide dejar la Presidencia, pasará a ser el Patrón de la finca, el capataz, el mandamás, el Señor, el que ordena qué hacer. Ese es el resultado del empobrecimiento de la política y de la inexistencia de partidos políticos comprometidos con el devenir del país y de una verdadera sociedad civil que discuta asuntos públicos de especial complejidad. Es también, el resultado del inexistente criterio político de todos aquellos que encantados con el lenguaje incendiario y el carácter camorrero del Primer Mandatario, fueron subsumidos con facilidad y hoy militan en ese enfermizo y peligroso unanimismo. Sólo faltan los escapularios con la imagen de Uribe para que el fetiche sea una realidad. Ya dieron el primer paso quienes diseñaron Uribito, el muñeco que repite frases del Presidente.

Es posible que para muchos colombianos tener un Patrón más resulte normal y hasta llamativo; finalmente, con el poder de penetración del narcotráfico nos hemos acostumbrado a escuchar que en cada región, municipio, barrio o esquina existe un patrón que manda, bien de las AUC, de las guerrillas, de las propias filas de los carteles de la droga, o del matón de turno.

Mientras no fortalezcamos las instituciones democráticas y aseguremos una mínima formación política de los colombianos, el país seguirá en manos de patrones, mayorales, jefes, apoderados, encargados y caporales que harán bien el trabajo de mandar a los nuevos peones (ciudadanos sin criterio), sumiendo la ya débil democracia colombiana en una profunda crisis, que muy seguramente nos acercará a un régimen de terror en donde sobrevivirán los más fuertes, los más bravos.

Será difícil que los colombianos y los llamados líderes políticos olviden ese pasado feudal y ese ánimo feudatario que aún nos acompaña. Pensar, disentir y discutir son ejercicios que se apoyan en el carácter emancipador y libertario que falta en cada colombiano; quizás cuando alcancemos la mayoría de edad, comprendamos que fue un error creer en las artificiosas imágenes de los noticieros y en los retardatarios principios del Frente Nacional.

Cada uno de nosotros, como pensadores libres, tenemos el compromiso de formar en criterio a todos aquellos que se crucen en nuestro camino. Formar masa crítica es un largo camino para develar las mentiras y los engaños que ya Orwell en su momento describió en su novela 1984, cuando habló del Ministerio de la Verdad y de la Policía del Pensamiento.

Una forma de combatir estos liderazgos mesiánicos es construir imaginarios patrióticos sostenidos en una ética ciudadana que reconozca a los otros como diferentes, sin que ello signifique mirarlos como enemigos; que haga posible una vida digna, acompañada del reconocimiento de derechos y deberes; y claro, tener meridiana claridad de qué es lo público.






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