Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
De tiempo atrás las audiencias en Colombia ven cómo se viene construyendo, discursivamente, el posconflicto, una etapa en la que no sólo se supera la guerra interna de más cuarenta años, sino las condiciones históricas que provocaron el levantamiento armado. Asistimos, eso sí, a una especie de postconflicto mediático, escenario resultante de la acción de actores y agentes societales y por la aparición de circunstancias y hechos contextuales que cambiaron la forma de entender, estudiar y hasta de asumir el conflicto armado nacional.
Entre otros, podemos nombrar: la aplicación y los resultados alcanzados por la política de defensa y seguridad democrática de Uribe, la incapacidad de medios y periodistas de tomarle el real pulso a la guerra interna colombiana, haciendo pedagogía alrededor de sus dinámicas y su evolución; también aporta a la construcción de ese escenario de paz imaginada, la expansión del discurso antiterrorista que se dispuso después de los ataques del 9/11, las abyectas posturas de los grupos guerrilleros, en parte consecuencia de la penetración del narcotráfico que los ha convertido en simples, pero poderosos carteles de la droga; los silencios cómplices de actores de la sociedad civil que ayudaron a mantener en la periferia el conflicto armado interno y la acción de partidos políticos y élites poderosas que siempre quisieron y lograron mantenerlo al margen de la discusión de las precarias condiciones en las que el Estado colombiano y sus instituciones funcionan.
Hoy en los medios aparecen escaramuzas, incursiones, arremetidas y ataques esporádicos de las Farc, pero el conflicto armado como tal desapareció. Cada vez hay menos explicaciones, menos artículos de opinión, de análisis, menos debates alrededor de la guerra colombiana. Casi todo se circunscribe a la liberación de secuestrados, a golpes certeros de parte y parte, desligados del contexto de lo significa vivir en medio de una guerra interna.
Las Farc se han reducido, en parte por culpa de su propia acción militar y política, en un grupo armado que secuestra y asesina, que trafica con drogas. Las Farc ya no representan la respuesta insubordinada ante un Estado precario, una democracia débil, un modelo político y de sociedad cerrados y a un bipartidismo excluyente y dañino para la democracia.
Pareciera que esas circunstancias históricas que justificaron, entre otras, el levantamiento armado en los años sesentas se han superado y con creces. Nada más falaz que ello. Creo que lejos de superarse, lo que ha sucedido es que ya no importan, dejaron de ser un problema político, y pasaron a ser parte de la naturaleza del Estado colombiano, casi que un asunto cultural.
Claro que son otros tiempos, pero ello no quiere decir que el Estado colombiano haya dejado de ser precario, premoderno e incapaz de cumplir con las tareas modernas. Se ha avanzado, pero sigue estando al servicio de unos pocos, lo que lo hace un Estado privatizado.
Son muchos los riesgos de creer y aceptar que vivimos en la etapa del postconflicto, especialmente porque la fuerza pública ha dado a las Farc duros golpes a su estructura militar. Entre ellos, la sensación generalizada de que la lucha armada siempre fue un error mayúsculo y que el levantamiento se dio en gran parte por la reacción poco civilizada y salvaje de un grupo de hombres desadaptados y disfuncionales para el sistema imperante.
A los daños que han dejado más de cuarenta años de guerra (¡ya casi cincuenta!), hay que sumarle los efectos negativos que deja y dejará un postconflicto mediático, soñado y a la medida de los intereses de las élites económicas, políticas y mediáticas que de tiempo atrás han puesto el Estado al servicio de sus intereses.
Qué positivo sería llegar a concebir un escenario de postconflicto, resultante de haber superado la pobreza, las diferencias, la violencia política, de haber abierto espacios democráticos generosos para que a través del voto libre y la acción política segura, las más disímiles fuerzas políticas alcanzaran representación en los cuerpos colegiados, con el apoyo ciudadano, sin presiones de grupos armados y sin la persecución de élites, gamonales y caciques.
Discursivamente el postconflicto mediático es útil para sectores específicos de la sociedad colombiana, pero políticamente empobrece la discusión pública de asuntos públicos. En la opinión pública los efectos de ese holograma son devastadores: hay jóvenes que desconocen la historia del conflicto y de la transformación de los actores armados enfrentados. Muchos creen y creerán que el único actor que se transformó -y para mal- fue la guerrilla, que pasó de ser una agrupación armada liberadora, a simples cuatreros, narcotraficantes, asesinos y terroristas. Y les cabe razón, pero desconocen que otros actores armados, como el Estado, a través de sus fuerzas militares, también han sufrido cambios sustanciales, especialmente cuando decidieron aliarse con los grupos paramilitares para asesinar campesinos, militantes de izquierda, afrocolombianos, indígenas, líderes sociales y sindicalistas, lo que por momentos los acercó y acerca a ese carácter criminal exhibido por las fuerzas subversivas.
Lo cierto es que mientras no se superen las condiciones y circunstancias que históricamente han hecho del Estado colombiano un orden precario e ilegítimo, siempre habrá espacio para que grupos armados ejerzan la violencia. Y mientras que las élites no comprendan que es terrible que el propio Estado asesine a sus asociados, jamás lograremos vivir en armonía, en una verdadera paz.
El postconflicto debe construirse sobre la base de refundar la patria, de repensar el Estado, y de reconocer que hay problemas estructurales y de cultura política que han permitido y permiten aún el actuar violento, tanto de las fuerzas al margen de la ley, como de las que actúan dentro de ella.
De tiempo atrás las audiencias en Colombia ven cómo se viene construyendo, discursivamente, el posconflicto, una etapa en la que no sólo se supera la guerra interna de más cuarenta años, sino las condiciones históricas que provocaron el levantamiento armado. Asistimos, eso sí, a una especie de postconflicto mediático, escenario resultante de la acción de actores y agentes societales y por la aparición de circunstancias y hechos contextuales que cambiaron la forma de entender, estudiar y hasta de asumir el conflicto armado nacional.
Entre otros, podemos nombrar: la aplicación y los resultados alcanzados por la política de defensa y seguridad democrática de Uribe, la incapacidad de medios y periodistas de tomarle el real pulso a la guerra interna colombiana, haciendo pedagogía alrededor de sus dinámicas y su evolución; también aporta a la construcción de ese escenario de paz imaginada, la expansión del discurso antiterrorista que se dispuso después de los ataques del 9/11, las abyectas posturas de los grupos guerrilleros, en parte consecuencia de la penetración del narcotráfico que los ha convertido en simples, pero poderosos carteles de la droga; los silencios cómplices de actores de la sociedad civil que ayudaron a mantener en la periferia el conflicto armado interno y la acción de partidos políticos y élites poderosas que siempre quisieron y lograron mantenerlo al margen de la discusión de las precarias condiciones en las que el Estado colombiano y sus instituciones funcionan.
Hoy en los medios aparecen escaramuzas, incursiones, arremetidas y ataques esporádicos de las Farc, pero el conflicto armado como tal desapareció. Cada vez hay menos explicaciones, menos artículos de opinión, de análisis, menos debates alrededor de la guerra colombiana. Casi todo se circunscribe a la liberación de secuestrados, a golpes certeros de parte y parte, desligados del contexto de lo significa vivir en medio de una guerra interna.
Las Farc se han reducido, en parte por culpa de su propia acción militar y política, en un grupo armado que secuestra y asesina, que trafica con drogas. Las Farc ya no representan la respuesta insubordinada ante un Estado precario, una democracia débil, un modelo político y de sociedad cerrados y a un bipartidismo excluyente y dañino para la democracia.
Pareciera que esas circunstancias históricas que justificaron, entre otras, el levantamiento armado en los años sesentas se han superado y con creces. Nada más falaz que ello. Creo que lejos de superarse, lo que ha sucedido es que ya no importan, dejaron de ser un problema político, y pasaron a ser parte de la naturaleza del Estado colombiano, casi que un asunto cultural.
Claro que son otros tiempos, pero ello no quiere decir que el Estado colombiano haya dejado de ser precario, premoderno e incapaz de cumplir con las tareas modernas. Se ha avanzado, pero sigue estando al servicio de unos pocos, lo que lo hace un Estado privatizado.
Son muchos los riesgos de creer y aceptar que vivimos en la etapa del postconflicto, especialmente porque la fuerza pública ha dado a las Farc duros golpes a su estructura militar. Entre ellos, la sensación generalizada de que la lucha armada siempre fue un error mayúsculo y que el levantamiento se dio en gran parte por la reacción poco civilizada y salvaje de un grupo de hombres desadaptados y disfuncionales para el sistema imperante.
A los daños que han dejado más de cuarenta años de guerra (¡ya casi cincuenta!), hay que sumarle los efectos negativos que deja y dejará un postconflicto mediático, soñado y a la medida de los intereses de las élites económicas, políticas y mediáticas que de tiempo atrás han puesto el Estado al servicio de sus intereses.
Qué positivo sería llegar a concebir un escenario de postconflicto, resultante de haber superado la pobreza, las diferencias, la violencia política, de haber abierto espacios democráticos generosos para que a través del voto libre y la acción política segura, las más disímiles fuerzas políticas alcanzaran representación en los cuerpos colegiados, con el apoyo ciudadano, sin presiones de grupos armados y sin la persecución de élites, gamonales y caciques.
Discursivamente el postconflicto mediático es útil para sectores específicos de la sociedad colombiana, pero políticamente empobrece la discusión pública de asuntos públicos. En la opinión pública los efectos de ese holograma son devastadores: hay jóvenes que desconocen la historia del conflicto y de la transformación de los actores armados enfrentados. Muchos creen y creerán que el único actor que se transformó -y para mal- fue la guerrilla, que pasó de ser una agrupación armada liberadora, a simples cuatreros, narcotraficantes, asesinos y terroristas. Y les cabe razón, pero desconocen que otros actores armados, como el Estado, a través de sus fuerzas militares, también han sufrido cambios sustanciales, especialmente cuando decidieron aliarse con los grupos paramilitares para asesinar campesinos, militantes de izquierda, afrocolombianos, indígenas, líderes sociales y sindicalistas, lo que por momentos los acercó y acerca a ese carácter criminal exhibido por las fuerzas subversivas.
Lo cierto es que mientras no se superen las condiciones y circunstancias que históricamente han hecho del Estado colombiano un orden precario e ilegítimo, siempre habrá espacio para que grupos armados ejerzan la violencia. Y mientras que las élites no comprendan que es terrible que el propio Estado asesine a sus asociados, jamás lograremos vivir en armonía, en una verdadera paz.
El postconflicto debe construirse sobre la base de refundar la patria, de repensar el Estado, y de reconocer que hay problemas estructurales y de cultura política que han permitido y permiten aún el actuar violento, tanto de las fuerzas al margen de la ley, como de las que actúan dentro de ella.
Hola me encanto esa reflexion y lo mas duro es la verdad, triste realidad que mi hermosa Colombia tiene bases de sangre, terror, violencia, agresion, irrespeto a los derechos, claro esta se lograron triunfos en las batallas y luchas por una causa noble "La Libertar", de un yugo, y a la vez quedamos presos en un egoismo social que nos ha perjudicados por años por parte del Gobierno, los llamados Padres de la Patria, asi como tambien la sociedad Colombiana.
ResponderBorrarEs hora de empezar a pensar diferente, positivo y en progreso hacia una Colombia donde la fuerza Espiritual del SER, sea la que guie, dirija, enseñe la fuerza del cambio al HUMANO y asi poderles dejar raices de valores, impregando el ADN de la sociedad y a nuestras nuevas generaciones.
Saludos y Felicitaciones.
Martha L
Muchas gracias German.
ResponderBorrarMe parece que tocas un punto que muchos colombianos (por no decir la mayoría) no ven!
Y como tu dices lo peor es que los medios que quizàs podrían ayudar a tener un mejor entendimiento de los hechos....francamente tienen muy poca capacidad de análisis....por no decir que están al servicios de algunos patrones!
Aydee
Sin duda, es una falacia hablar de postconflicto cuando en el escenario no aparece uno de los protagonistas más importantes y que sin duda nos hubiera ayudado a avanzar hacia la consecución de tan anhelado estado. Una verdadera aplicación de la ley de Justicia y Paz a través de la cual las victimas hubieran obtenido una reparación coherente con la magnitud de los daños infligidos.
ResponderBorrarY no la burla de la que han sido objeto a través de un gobierno perverso que como buen "lider" de los victimarios manipuló los hilos del poder de tal forma que tejió la telaraña que le permitiera ocultar su protagonismo como actor efectivo y eficáz de estos daños y proteger a su ejercito de malhechores. Cuando no, premiandolos con cargos diplomáticos en el primer mundo.
Liliana Hoyos
Gracias Germán por comunicarte. Me gusta la forma en que escribes, respetando profundamente, desde luego, tu manera de pensar. Lo importante es que haya personas como tú que se interesen por la situación política, solcial y económica del país. Desgraciadamente por tradición se han acallado las voces a favor o en contra de cualquier ideología. La solución a los problemas no está en no permitir la libre expresión sino en ayudar a que esta expresión se divulgue para que el pueblo pueda madurar en todos los campos.
ResponderBorrarEn cuanto a tu última reflexión, no he estado muy al tanto de la situación que se ha generado en Colombia en los últimos años. Sin embargo, las últimas veces que he ido a nuestro país he notado cambios en la manera de pensar y de vivir. Eso es positivo, y seguramente personas como tú están influyendo en gran manera a esa madurez. Te cuento que he visto más madurez política y social en Colombia que en Méjico, Venezuela y Ecuador.
Me gusta tu frase: «Qué positivo sería llegar a concebir un escenario de postconflicto, resultante de haber superado la pobreza, las diferencias, la violencia política, de haber abierto espacios democráticos generosos para que a través del voto libre y la acción política segura, las más disímiles fuerzas políticas alcanzaran representación en los cuerpos colegiados, con el apoyo ciudadano, sin presiones de grupos armados y sin la persecución de élites, gamonales y caciques».
Ricardo
Con Destino Colombia supimos que el tercer escenario era el deseado: Marchar con Uribe y sus secuases...Con Uribe se mistificó la realidad para hacer más fácil el despojo de campesino,sindicalistas y trabajadores.La prensa fue encargada de tender el velo de la eficiencia de la maquinaria uribista para facilitar el saqueo.Buen artículo.
ResponderBorrarRodrigo Ramos