Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
Poco
o nada se sigue, evalúa y se califica la labor periodística desde la
perspectiva de fortalecer la democracia, a través de un ejercicio
informativo-noticioso éticamente responsable. Y es así, porque poco a poco, y
con inusitada resignación, se aceptó la concentración de la propiedad de los
medios masivos en pocas manos, con la consecuente eliminación de valores y
principios de un oficio que como el periodismo, debe estar al servicio de los
más débiles y debe ser proclive al desarrollo de actividades vigilantes de lo
público, con las que sea posible incomodar a quienes ostentan el poder
político.
Además,
no se evalúa esa valiosa labor informativa, porque tanto los ciudadanos, las
audiencias, como varios actores de la sociedad civil, poco conocen del oficio
periodístico y de sus lógicas y del papel que debería de jugar para el
fortalecimiento de la democracia, que para el caso colombiano, sigue siendo
débil, precaria y procedimental.
Ejemplo
de dicho desconocimiento alrededor del funcionamiento de la democracia y del
aporte que las empresas periodísticas pueden hacer a su fortalecimiento, es la
pluralidad informativa. Ésta desapareció como aspiración y objetivo democrático
en un país que como Colombia, exhibe una inconveniente concentración de los
medios en conglomerados económicos, más interesados en producir -y reproducir-
los problemas propios de la ‘Civilización del espectáculo’ de la
que habla Mario Vargas Llosa, que en formar culturalmente a unas audiencias que
parecen ávidas de conocer de escándalos, chismes de farándula, al tiempo que
huyen -prefieren huir- de la discusión de verdaderos asuntos públicos como la
calidad de vida, el desarrollo extractivo, el bienestar general, el modelo de
Estado y la consecución de la paz, entre otros.
Las
audiencias a diario enfrentan un desesperante ejercicio informativo que,
soportado en formatos televisivos, radiales y de prensa escrita, apunta más a
la construcción de forzosos consensos, contaminados de hechos espectaculares y
de tratamientos ligeros, propios de un periodismo que genera sensaciones y
exacerba el morbo, al tiempo que adormece, entretiene y cierra espacios a voces
críticas que puedan ofrecer disímiles puntos de vista, que de alguna manera
orienten a una adormecida y muy bien manipulada opinión pública.
Un
periodismo que a diario distorsiona principios de la democracia, a través de
discursos ideologizados con los que se estigmatiza la lucha de campesinos, de
afros, indígenas, mujeres y de miembros de la comunidad LGTBI y de la izquierda
democrática, entre otros, se convierte en un arma valiosa para opciones de
poder que justamente buscan e insisten en el empobrecimiento de la democracia
como concepto y como práctica social, política y económica, en un país como
Colombia, con una historia de exclusiones y múltiples violencias.
De
esta manera, y contrario a cualquier idea moderna de democracia, nadie sigue,
evalúa y critica la labor periodística. Es más, no se ejerce control alguno
sobre la forma como operan, como instrumentos de dominación cultural, al
servicio de aquellos agentes económicos - con claros intereses políticos- que
garantizan su costosa operación. Esto es, los llamados ‘Cacaos’ que sostienen,
por ejemplo, a Noticias RCN y a Caracol Noticias.
No
estoy proponiendo controles que lleven a la censura. No. Pero sí debe el Estado
colombiano asegurar condiciones de pluralidad informativa, permitiendo, por
ejemplo, que la Academia, grupos de investigación, intelectuales y periodistas
independientes, produzcan discursos que claramente busquen develar no sólo
errores en los tratamientos noticiosos, en el agenciamiento de lo Público, sino
los intereses desde donde informan los medios masivos privados. En esa línea, el Estado, a través de sus
canales públicos[1]
y con políticas públicas[2], debe
garantizar espacios informativos que sirvan para contrarrestar, ideológica y
culturalmente, los discursos de las empresas mediáticas. Como dueño del
espectro electromagnético, el Estado debe garantizar espacios informativos y de
opinión a grupos de interés tradicionalmente estigmatizados o invisibilizados
por los homogéneos discursos periodísticos de poderosas empresas como RCN y
Caracol.
Sin
duda, hay voces que desde la academia y desde sectores políticos y sociales
fustigan la forma como los media (des)informan en Colombia. Pero no hay mecanismos
institucionalizados desde los cuales se puedan generar estados de opinión
pública divergentes a los que se promueven desde las casas periodísticas de
poderosos empresarios, interesados en producir y mantener una cultura
masificada, que en generar cambios culturales profundos, que permitan
recomponer nuestros procesos civilizatorios. Por ello, se insiste en “banalizar la cultura, (en) la generalización de la frivolidad y, en el
campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la
chismografía y el escándalo”[3].
Hay
que volver sobre la idea del Quinto Poder, planteada por Ignacio Ramonet. Y en
esa medida, hay que diseñar espacios y producir discursos con los cuales se
enfrente el unanimismo mediático e ideológico de las poderosas empresas
mediáticas que funcionan hoy en Colombia. Para empezar, cada uno de nosotros,
como ciudadanos, debemos generar estados de opinión divergentes en espacios
públicos y privados, de cara a enfrentar los interesados discursos de unos
medios masivos que funcionan más como empresas, que como verdaderos medios de
información. La tarea no es fácil, pero hay que asumirla.
[1] La
defensa de lo Público, por ejemplo, se debe hacer desde los canales del Estado,
que deben competir con calidad con los canales privados. Lo que viene haciendo
Canal Capital en Bogotá, es digno de mostrar. Pero se necesita que el Estado
asegure espacios en horarios prime time, en los canales privados, con el fin de
contrarrestar los discursos homogenizantes de los canales privados. Hay que
alimentar y construir una idea de Estado que haga posible su defensa, en la
medida en que cumpla con lo planteado en la Carta Política.
[2] Políticas Públicas de Estado que se
mantengan a pesar de los cambios en las orientaciones de nuevos Gobiernos.
Políticas públicas blindadas a los intereses políticos de una administración en
particular.
[3] Vargas Llosa, Mario. La civilización
del espectáculo. Bogotá: Alfaguara, 2012. p. 34.
3 comentarios:
Hola Germán. Recuerdos. Yo te leo, nunca dejo de aprender.
Tu espacio informativo y de análisis debería ser postulado para los Bonilla Aragón, sino es para otros reconocimientos más ambiciosos.
Saludos
Luz
Hola Germán.
Gracias por la remisión de tu columna. Estoy de acuerdo con tus planteamientos, los cuales repito a mis estudiantes de manera permanente. Por el hecho de tener acceso a la información, es nuestro deber crear espacios de discusión y análisis con las personas que nos rodean, de tal manera que aportemos a las posturas críticas y reflexivas, para contar con una población consciente de sus acciones y de sus consecuencias.
Un abrazo.
Ruth
Hola Uribito:
¡Buen día!
Aunque estoy de acuerdo, creo que estás buscando la causa en el final y no en el inicio. Si bienes cierto los gremios propietarios de los medios ofrecen un producto, quien lo recibe o consume es el responsable de la oferta, lo que no exime de responsabilidad al oferente.
Desde este punto de vista, la familia y la escuela son altamente responsables de la liviandad de pensamiento de los integrantes de una sociedad.
Luis
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