jueves, 20 de febrero de 2014

EL LUGAR DE LAS FUERZAS MILITARES EN EL POSCONFLICTO

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


Un largo y degradado conflicto interno como el colombiano, deja huellas indelebles en las formas como se conciben el Estado, la democracia y la resolución misma del conflicto e incluso, las formas más o menos pacíficas como deberían de zanjarse los conflictos considerados como no políticos.

Se hace más complejo el asunto cuando históricamente se reconoce la debilidad y la precariedad del Estado, lo que se traduce en una evidente ilegitimidad, que impide que como orden social y político, sea aceptado por todos sus asociados.

Los efectos culturales, sociales, políticos y económicos que deja la guerra interna de Colombia se soportan y se evidencian en el precario funcionamiento de instituciones estatales, sobre las que descansa la autonomía y la permanencia de las autoridades y de los poderes legalmente constituidos.

Los tres actores armados enfrentados, guerrillas, fuerzas armadas del Estado  y paramilitares, sufren transformaciones importantes en sus objetivos misionales y operacionales, en tanto que la extensión de su lucha en el tiempo, va convirtiendo ‘loables’ objetivos, en un perverso modo de vida, en el que el olor de la muerte y el ruido de los cañones, terminan por orientar sus luchas, tergiversando así la apuesta de poder que cada uno de estos tres actores ha exhibido a lo largo de 50 años de guerra.

Fenómenos como el narcotráfico, la corrupción en las filas, el cansancio y el envejecimiento de los cuerpos de sus líderes, los relevos generacionales y los permanentes cambios en las cúpulas, así como el deterioro en la unidad de mando y las fracturas que suelen sufrir estas estructuras de las que se espera que sean monolíticas, hacen que organizaciones armadas como las Farc, las Fuerzas Armadas Oficiales y los Paramilitares, terminen modificando sus objetivos misionales y por ese camino, afectando su siempre discutida legitimidad.

Lo peor que les puede pasar a los miembros de una organización armada que busca alcanzar el poder político y hacerse con el Estado, como es el caso de las guerrillas, es que su lucha se convierta en un modo de vida, ante la imposibilidad de alcanzar el objetivo mayor trazado. De igual manera, puede pasar que los miembros de las fuerzas armadas del Estado y de las fuerzas paramilitares con las que de manera conjunta buscaron acabar militarmente con los grupos subversivos, terminen defendiendo más que su rol como combatientes y defensores de un orden político y social  pretendidamente legítimo, unos intereses de clase y un estatus social, político y económico, alejados sustancialmente de la misión de defender el Estado, mantener el control sobre el orden público y garantizar la vida en todos los rincones del territorio.




Ante la posibilidad de ponerle fin al conflicto armado interno, a través de la negociación política que se adelanta en La Habana, el país debe discutir sobre el lugar que ocuparán y las funciones que desempeñarán las fuerzas armadas (militares y policías) en un posible y soñado escenario de posconflicto.

En varias ocasiones el presidente Santos ha dicho a los líderes militares que deben prepararse para el posconflicto. De hecho, el general Leonardo Barrero, recientemente retirado por el Presidente, por el escándalo de corrupción[1] develado por la revista Semana, fue presentado por el Gobierno como el general que llevaría las fuerzas militares hacia el posconflicto[2].

No es equivocado pensar que resultará difícil para oficiales, suboficiales y soldados profesionales que combaten de tiempo atrás a las guerrillas, tener que prepararse para el posconflicto y por esa vía, pasar la página de la guerra, para coadyuvar, desde otros frentes y acciones, a que la paz se consolide una vez se firme en La Habana.

De esta manera, y ante el escándalo de corrupción desatado recientemente al interior del Ejército de Colombia, bien vale la pena pensar el lugar que deberían ocupar las fuerzas militares y de policía, y en particular el Ejército, en un eventual escenario de posguerra. 

Pero antes de señalar actividades y roles precisos para las  fuerzas militares del posconflicto, hay que señalar que se debe asegurar el total sometimiento de la fuerza pública al poder civil. Esta es una condición sobre la que recaen dudas, a juzgar por los ruidos de sables que aparecen cada que hay que remezones en las cúpulas militares y por decisiones operativas en las que de manera deliberada, se otorgan ventajas a las guerrillas, para generar impactos sociales y políticos que terminan beneficiando, en escenarios electorales, a muy precisas opciones de poder político que soportan su proyecto político en el escalamiento de la guerra interna.

Hecho y asegurado lo anterior, hay que develar los intereses económicos y políticos que defiende, cada vez más fuerza, una creciente ‘burocracia armada’ que pareciera que sólo busca mantener privilegios de clase y por supuesto, el control sobre un millonario presupuesto para la guerra, sobre el que los organismos de control no tienen absoluta vigilancia y capacidad de auditarlo. El manejo de los recursos públicos asignados a la guerra y a la defensa del Estado no puede ser un asunto discrecional de los militares. Debe ejercerse control social, político y jurídico sobre los ordenadores del gasto militar.

Luego, hay que convencer a los militares y a esa ‘burocracia amada’, de la necesidad de reducir el número de efectivos, así como reorientar las escuelas  de formación de oficiales y suboficiales y por supuesto, el sentido del reclutamiento de soldados.

Logrado lo anterior, hay que pensar en que las nuevas fuerzas militares, las del posconflicto, podrán dedicarse a construir y hacer mantenimiento de carreteras secundarias y terciarias, que aseguren la distribución de bienes y servicios de zonas apartadas. De igual manera, los militares podrían dedicarse al cuidado de las zonas de Parques Nacionales Naturales, acompañando en esa labor al Ministerio del Medio Ambiente.

Estas son algunas ideas que bien podrían recogerse para discutir el papel que las fuerzas militares pueden jugar en un eventual escenario de posconflicto. Será un largo proceso, que deberá surtirse con el acompañamiento de específicos actores de la sociedad civil y del propio Estado. No será fácil cambiar la mentalidad de quienes creen a pie juntillas que la paz solo es posible ganando la guerra y eliminando físicamente al enemigo. Ese es el reto que tiene la nueva cúpula militar que tiene Santos y con la que seguramente afrontará las decisiones que se adopten en La Habana, siempre y cuando asegure su reelección.



[1] El Presidente señaló: “He considerado oportuno y necesario hacer un cambio en la cúpula militar (...) advirtiendo que el comandante de las Fuerzas Militares -general Leonardo Barrero- no sale por ningún hecho de corrupción, sino por unas expresiones respetuosas y desobligantes (...) otros altos oficiales salen porque sabían de las irregularidades y no actuaron (...) el ministro de Defensa -Juan Carlos Pinzón- hará un anuncio sobre el cambio de cúpula y otras decisiones que hemos tomado (...) vendrán más acciones (...) es importante llegar al fondo de estos asuntos y cortar de raíz este problema", sentenció. Read more: http://www.lafm.com.co/noticias/presidente-santos-comandante-155487#ixzz2ts9EAYk9

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