Por
Germán Ayala Osorio, Columna CIER EL
Pueblo
Columna publicada en EL PUEBLO: http://elpueblo.com.co/cambio-cultural-desarmar-la-palabra/
Tenemos
que desarmar la palabra. Y diría que tenemos que desarmar la cultura, en
especial instituciones como la familia y la escuela, entre otras. Y para ello, la escuela debe hacer su tarea,
pero también las familias, en donde suelen reproducirse formas de violencia
simbólica y física con las cuales hijos de esas familias salen a relacionarse
con el mundo exterior. De igual manera, se necesitará del concurso de los medios
de comunicación, en especial de la publicidad para desarmar la palabra y los
espíritus.
La
violencia simbólica que ejerce la publicidad contra las mujeres, los ancianos y
la población homosexual es el correlato de ese espíritu militarista que deambula
por una sociedad conservadora y excluyente y que da vida a esa idea
generalizada de Gran Macho que se exige dentro de las filas de los ejércitos
enfrentados y que impone y determina las maneras como nos relacionamos con el
medio ambiente y con los demás. Es el Gran Macho el que domina la naturaleza,
el que golpea a las mujeres, el que somete y violenta al débil.
En
Colombia el discurso publicitario exhibe a la mujer como una cosa que se consume y se desecha. La
enfermiza masculinidad las obliga, con el concurso de la técnica médica, a
buscar un biotipo recreado en la publicidad y en la idea de Gran Macho que el
narcotráfico entronizó en la cultura y que reafirmó el espíritu militarista de
la sociedad colombiana. Un país de Machos produce Héroes de papel, pero no
hombres generosos, gentiles y formados para el amor y el respeto de la
diferencia.
El
humor también debe cambiar. Ese humor ‘básico’ y ramplón de programas como
Sábados Felices resulta inconveniente. Es grotesco que las mujeres, la cultura
afro y la comunidad LGTBI sean caricaturizados de la manera como lo hacen en
dicho programa. El hecho de que aún produzca risa en las audiencias que
consumen dicha oferta cultural, se explica porque detrás de la hilaridad hay un
sector de la sociedad que comulga con la discriminación y con esa idea del Gran
Macho proclive a solucionar los conflictos empleando la fuerza o las armas, si
es el caso.
En
fin, es mucho lo que debemos cambiar. Se habla de paz y se dialoga, pero no hay
un discurso de la paz, para la reconciliación, para el reconocimiento y el
respeto de la Otredad. Y es así, porque el Estado aún no se erige como un
referente de orden moral. Así mismo, es poco el aporte que hacen unas élites y
unos medios masivos que actúan con un histórico y al parecer inamovible
carácter parroquial y premoderno.
Y
se hace complejo el panorama para Colombia cuando sectores de la sociedad civil
y de la población civil acogen y legitiman las acciones, razones y motivaciones
de los combatientes que participan de un conflicto armado degradado como el
colombiano. La consecuencia no puede ser peor: la sociedad no sólo se fragmenta y polariza,
sino que las relaciones sociales se dan y suelen sostenerse bajo la influencia
de un espíritu que se torna militarizado o militarista y con el cual se invoca
la idea de un Gran Macho que todo lo puede, que todo lo domina.
Y
es en ese asunto en el que país deberá poner mayor atención dado el caso en el
que los diálogos de La Habana lleguen a feliz término y se logre la desmovilización de los farianos, y
posteriormente la de los elenos, cuando inicien en firme los diálogos con el
Ejército de Liberación Nacional, ELN.
Es
decir, si se logra poner fin a la confrontación armada (posguerra) y de forma
decidida tanto las guerrillas, como el Estado y la sociedad colombiana se la
juegan para diseñar escenarios viables de posconflicto en los que la paz se
haga sostenible en el tiempo, entonces el país podrá superar los disímiles
problemas de convivencia que se hacen evidentes en ciudades como Bogotá, Cali y
Medellín, por nombrar apenas algunas urbes.
Quizás
se firme el fin del conflicto armado, pero estamos lejos de asegurar una
convivencia en paz y en condiciones de respeto al Otro. La desigualdad ayuda a
que ello no sea posible, pero no es la única responsable. Es urgente proscribir
la guerra y con ella ese espíritu militarista con el que suelen actuar los
Machos colombianos.
Desarmar
la palabra es el camino y ese camino será menos difícil si cambiamos
culturalmente. Problemas de paz y convivencia que son fruto, en parte, de ese
espíritu militarista que la sociedad ha interiorizado gracias en parte a la
extensión en el tiempo del conflicto armado interno. Para poder dejar atrás ese
inconveniente espíritu que deambula en la sociedad colombiana, se requiere de
un profundo cambio cultural no sólo en los guerrilleros, en los miembros de la
Fuerza Pública, sino en las élites y en cada uno de los colombianos. Cambio cultural
que requerirá de otro modelo de educación. No se trata únicamente de imponer la
Cátedra de Paz, recientemente aprobada a través de una ley. No. Hay que
modificar viejos marcos mentales con los cuales nos venimos relacionando con la
Naturaleza, con los animales, en el contexto de una sociedad pluriétnica y
multicultural como Colombia, apenas reconocida como tal desde 1991.
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