Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Por estos días el proceso de paz
de La Habana pasa por una delicada coyuntura que nuevamente permite que el ‘fantasma’
del rompimiento de los diálogos aparezca con mayor poder de intimidación, para
quienes creemos profundamente en la búsqueda de una salida política negociada al
conflicto armado interno. Por el contrario, para los que desean que la guerra
continúe por otros 50 años más, ese ‘fantasma’ no sólo en nada los asusta, sino
que por el contrario, les resulta bienvenido.
Los amigos de la guerra se frotan
las manos ante la encrucijada en la que está el Presidente, especialmente
después de la primea notificación y llamado vehemente que hiciera Santos a la
cúpula de las Farc para que cesaran ataques contra la población civil, la
infraestructura económica y valiosos ecosistemas naturales. Encrucijada entre
las dos únicas salidas que parece haber: seguir negociando o romper el proceso.
Llegado a este punto, creo que es
urgente y viable que se piense en un cese bilateral al fuego. Ello sería una
muestra de madurez política de los actores armados enfrentados y de quienes
negocian en La Habana.
Con el acompañamiento de la ONU y
con procedimientos claros de verificación nacional e internacional del cese
bilateral, el conflicto armado dejaría por un tiempo prudente de producir más
víctimas, especialmente civiles y se dejaría de afectar el medio ambiente.
Para ello, las Farc deben
explicar si tienen o no control absoluto
sobre los frentes y que desde La Habana pueden garantizar el cumplimiento del
pacto bilateral de cese al fuego. De igual manera debe actuar el Presidente y
la cúpula militar, indicando que efectivamente la Fuerza Pública es una sola y
que el mando unificado no está resquebrajado. Sería el momento para develar a
las ‘fuerzas oscuras’ que se oponen a la pacificación del país.
Sin volver a una zona de
distensión como la del Caguán, los guerrilleros deben concentrarse en una zona
a determinar por las partes, en aras de facilitar que la ONU o quien haga las
veces de organismo internacional de verificación, pueda constatar que esos
guerrilleros no están cometiendo delitos o atacando a la Fuerza Pública. Ello
permitiría, por ejemplo, llamar al ELN para que confirme su voluntad de
negociar con el Estado colombiano. La Iglesia Católica y otros actores de la
sociedad civil podrían sumarse a las actividades de verificación del cese de
las hostilidades.
Concentrados en esa zona
especial, los guerrilleros podrán hacer ejercicios de combate sin disparar sus
armas y además, podrán recibir instrucción política de sus comandantes, asunto
que puede coadyuvar a minimizar la posibilidad de una generalizada
lumpenización de los guerrilleros más jóvenes, recién reclutados o llegados a las
filas farianas. Proceso de degradación que las Farc no pueden ocultar y que de
continuar, podría dar al traste con eventuales procesos de reinserción a la
vida civil e incluso, de la firma definitiva de la paz, entendida como la firma
del fin del conflicto. Ese tiempo, entonces, podrá ser usado para discutir
condiciones de una futura desmovilización y prepararse para el retorno a la
vida civil, con la participación de agentes estatales responsables de diseñar
escenarios de posconflicto.
Del lado de las tropas oficiales,
sucedería lo mismo. El tiempo se puede aprovechar para discutir alrededor del
posconflicto y de la preparación de las fuerzas armadas para ese deseado
escenario. Continuaría la instrucción militar y política, preparando a policías
y militares para vivir en un país sin enemigo interno y/o al tiempo que
intensifican los operativos para someter al ELN.
Es urgente que en la mesa de La
Habana se discuta la posibilidad de decretar un cese bilateral del fuego. Lograr
un pacto bilateral de las hostilidades sería un paso a favor del proceso de
paz. Los ataques de lado y lado cesarían, el país respiraría un mejor ambiente
y los diálogos de paz tomarían un segundo aire.
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