Por Germán Ayala Osorio,
comunicador social y politólogo
Gracias a que recientemente el
Estado colombiano y las Farc se reconocieron como victimarios, en el contexto
del conflicto armado interno, el país registró la llegada a Cuba de una
delegación de víctimas de esa guerrilla, de los paramilitares y por supuesto,
de la Fuerza Pública.
Con la llegada a La Habana
de un grupo no representativo del total de las víctimas de las Farc y de los
otros actores armados, la credibilidad
en el proceso de paz se fortalece.Con la presencia de las
víctimas, los diálogos de paz toman un carácter distinto, más sensible y
desprovisto del cálculo político con el que se negocia en este tipo de
procesos; y por momentos, logra dejar de
lado la arrogancia de los combatientes que aún se asesinan en las zonas rurales
y la de los propios negociadores que siguen orientaciones e intereses
particulares. Tanto los representantes de las Farc como los del Gobierno siguen
un libreto que no necesariamente está en total correspondencia con los temas de
la Agenda pactada.
La llegada de las víctimas,
los relatos y las expresiones de perdón de la cúpula de las Farc blindan,
momentáneamente, el proceso de paz contra las embestidas político-mediáticas de
sectores de derecha y ultraderecha, interesados en el colapso de las
negociaciones.
Al parecer, y hasta el
momento, el manejo del encuentro entre víctimas y victimarios fue respetuoso,
solemne y alejado del discurso morboso de un periodismo que muy seguramente esperaba
registrar los gestos de los dirigentes de las Farc, en el encuentro con sus
víctimas, para buscar fuentes ‘autorizadas’ para (des)calificarlos y descifrar
si eran sinceros o no. Por fortuna, ello
no ocurrió.
Justamente por ese discurso
periodístico moralizante, que todo lo reduce a lo curioso, a lo espectacular y
a la dicotomía bueno-malo, este y otros encuentros entre víctimas y victimarios
deben seguirse dando en privado. A partir de este primer encuentro se puede afinar
un protocolo que asegure que los encuentros entre víctimas y victimarios se dé
en inmejorables condiciones de dignidad y respeto. En este aspecto el
periodismo colombiano aún no está preparado para registrar, informar y explicar
el significado ético, moral y político de un encuentro histórico que el grueso
de la sociedad debería de reconocer y valorar.
Finalmente, el dolor, la
rabia y la impotencia de los familiares que perdieron a sus seres queridos a
manos de los actores armados (Estado, Paramilitares y Guerrillas), hacen parte
de la intimidad de aquellos a los que la guerra los tocó y los marcó para
siempre.
Luego de estos encuentros,
deberán abordarse otros asuntos, ya más propios de la ‘técnica‘ de la
negociación, como la verdad de lo sucedido con las muertes de los civiles y
combatientes asesinados, las coordenadas de las fosas en donde fueron
sepultados, las cuantías de las
reparaciones económicas, el origen de los dineros y las públicas disculpas,
entre otros elementos que deberán tenerse en cuenta.
La llegada de las víctimas a
Cuba pone un punto alto y diferenciador con respecto a otros procesos de paz.
Si las negociaciones llegaran a romperse y de mantenerse las guerrillas en pie
de lucha, un próximo proceso de paz deberá no sólo fincarse en una Agenda
alcanzable y razonable como la planteada para el actual proceso en La Habana,
sino sostenerse en la apertura de espacios para escuchar a las víctimas y de
esta forma dignificar la vida de quienes murieron por la acción directa o
indirecta de unos actores armados que poco o nada han respetado las normas de
la guerra.
Ojalá que los diálogos
privados entre victimarios y víctimas sirvan para relativizar el sentido de
aquel principio de la guerra justa, que los combatientes invocan para
justificar su accionar político-militar.
Es tiempo de la
reconciliación, del perdón y de la reconstrucción del país. Otro país es
posible, pero ello no depende exclusivamente de quienes dialogan en la Mesa
instalada en la Isla de los Castro. Depende de las élites de poder económico y
político y del resto de colombianos, en especial de aquellos cientos de miles
que siguen convencidos de que lo que ha enfrentado el Estado ha sido una
amenaza terrorista. Ese principio y valor ideológico que Uribe logró entronizar
en muchos colombianos, con la anuencia de los medios masivos, es el principal
escollo que enfrentará el proceso de paz una vez lo acordado sea refrendado a
través de un Referendo.
Hay que valorar la llegada
de las víctimas y hacer de este momento histórico un punto de partida que nos
acerque a la reconciliación y abra
caminos de reconstrucción de la sociedad.
Adenda: la
anunciada llegada de miembros de las Fuerzas Militares a la mesa de negociaciones
también debe de servir para oxigenar un proceso de paz golpeado por hechos de
guerra, muy bien aprovechados por la gran prensa para restarle credibilidad y
seriedad ante una frágil y maleable opinión pública. Los combatientes también
merecen un espacio de diálogo, en especial si este ha de servir para poner en
común esas cuestionables ideas de Patria y soberanía que tanto guerrillas como
militares enarbolan para justificar su presencia en el campo de batallla. Y
deben servir también esos encuentros para que unos y otros, se avergüencen de
lo ocurrido, en especial por su capacidad de producir dolor y masivas
incertidumbres.
Imagen tomada de canalcapital.gov.co
Imagen tomada de canalcapital.gov.co
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