jueves, 26 de febrero de 2015

LAS SOMBRAS QUE SE POSAN SOBRE EL PROCESO DE LA HABANA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

El proceso de extranjerización de la tierra que se viene presentando en Colombia pone en riesgo la seguridad alimentaria del país y relativiza aún más la soberanía estatal. Además, pone un manto de duda alrededor de lo que se está discutiendo y negociando en La Habana, en particular sobre el primer punto de la reforma agraria integral. A ese proceso, hay que sumarle la acumulación irregular de baldíos por parte de empresas extranjeras y nacionales, entre las que se encuentran ingenios azucareros del Valle del Cauca y familias con gran poder económico, como la del banquero Sarmiento Angulo. A los anteriores factores y circunstancias se suman la mega minería, los proyectos agroindustriales y los alcances del Plan Nacional de Desarrollo (2014- 2018) del presidente Santos.

La naturaleza agraria del conflicto armado interno exige un tratamiento especial sobre la cuestión agraria, la concentración de la tierra, la explotación de la misma y la seguridad alimentaria, entre otros asuntos que rodean lo agrario. ¿Cómo explicar, a la luz de las negociaciones de La Habana, lo que viene sucediendo con la propiedad de la tierra, en especial con los baldíos, que por ley deben estar en manos de los campesinos? A manera de tesis podemos señalar que mientras en La Habana se discute y se negocia una Reforma Agraria Integral, el presidente Santos, a través de su segundo Plan de Desarrollo y las circunstancias y procesos arriba señalados, el Presidente terminará por ampliar los problemas de una cuestión agraria sobre la que hoy gravitan intereses corporativos globales. Es decir, lo que se acuerde en La Habana tendría relativa implementación en el sur del país, porque la altillanura y en general los Llanos Orientales, terminarán convertidos en extensas plantaciones por cuenta de la extranjerización y los proyectos agroindustriales.

Las denuncias que viene haciendo de tiempo atrás Wilson Arias Castillo, como Congresista y después como ex congresista, en torno a la extranjerización de la tierra en Colombia y a la apropiación ilegal de baldíos en el sur del país, parece ser que no han sido escuchadas por los negociadores de las Farc, a juzgar por el silencio que estos parecen guardar frente a unas circunstancias contextuales que dejarían sin sentido su lucha armada, sostenida en la defensa y el mejoramiento de las condiciones de vida de campesinos, colonos, indígenas y afrocolombianos.

Ponerle fin al conflicto armado interno y por esa vía, freno al derramamiento de sangre de los colombianos, pobres y humildes, que participan y son víctimas de las confrontaciones, es un propósito que millones apoyamos. Pero ello no puede llevarnos a adoptar cómplices silencios, frente a lo que se viene denunciando en torno a la concentración de la tierra y a la pérdida de la seguridad alimentaria de un país que tiene todo para seguir siendo una despensa agrícola. Y no podemos guardar silencio, además, porque los desastres ambientales que se vienen presentando en los territorios en donde el conflicto armado se desarrolló, no solo ponen en riesgo la calidad de vida de quienes viven en departamentos como Guaviare, Vichada, Arauca, Meta, Vaupés, Caquetá, Amazonas, Guainía, Putumayo y Casanare, sino que poco a poco terminarán presionando y afectando las dinámicas sociales  y económicas de los propios centros urbanos allí concebidos y, por supuesto, las propias de ciudades capitales como Bogotá, Medellín y Cali, entre otras.

Algunos señalan que mientras no esté firmado el fin del conflicto y no haya acuerdos definitivos sobre los seis puntos de la Agenda, Santos está obligado a actuar dentro de las condiciones y reglas que el sistema capitalista, el modelo neoliberal y el Banco Mundial le imponen. No estoy tan seguro de que sea así. Si realmente hubiese un compromiso real con la superación de los problemas que afronta el campo colombiano, el Presidente bien podría adoptar medidas en torno a preservar zonas de gran valor ambiental y a evitar a toda costa la apropiación de los baldíos por parte de grandes empresarios y poderosas familias que claramente no están interesadas en ampliar la seguridad alimentaria, sembrar alimentos, abaratar sus costos, y en beneficiar a las grandes mayorías.

La pregunta es: ¿habrá la suficiente voluntad política, una vez Santos ya no esté en el poder, para echar para atrás o frenar los intereses, los proyectos y los factores de desarrollo extractivo y de explotación a gran escala que hoy se posan sobre los 10 departamentos señalados líneas atrás? Otra pregunta: ¿por qué las Farc guardan silencio frente a los fenómenos aquí señalados?

Lo cierto es que la Reforma Agraria Integral hasta el momento acordada en La Habana, tiene fuertes obstáculos por cuenta de un Plan Nacional de Desarrollo diseñado para convertir el sur del país, en el mediano y largo plazo, en una suerte de gran plantación que terminará por invalidar y desestimar las vidas de indígenas, afros y campesinos. Es posible que los 50 años de confrontación armada terminen siendo inútiles frente a semejante futuro. Amanecerá y veremos. 

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