Por Germán Ayala Osorio,
comunicador social y politólogo
Los asentamientos irregulares que
aparecen a lo largo y ancho del jarillón
del río Cauca, son la clara expresión de la precariedad del Estado local que, históricamente, fue incapaz de dar solución definitiva a un proceso de
poblamiento, que jamás se debió permitir sobre el talud.
El primer error que han cometido
disímiles administraciones locales, incluyendo las dos de Rodrigo Guerrero
Velasco, está en pensar que los orígenes de los asentamientos responden a una
misma dinámica: todos son invasores. El caso del asentamiento Los Samanes del
Cauca es el claro ejemplo de que su nacimiento se dio gracias a decisiones de
funcionarios de la CVC. Es decir, que una institución pública facilitó el
inicio de un proceso de ocupación del talud, por lo tanto, no se puede hablar
en general de invasores. Y allí, el Estado local debe asumir su
responsabilidad.
El segundo error, consecuencia
del primero, llevó a la Alcaldía de Cali a representarse y a tratar a los
pobladores del jarillón, como invasores. Con la ayuda de la prensa local, las
autoridades le vienen dando a las múltiples problemáticas y realidades que se
extienden por el talud, un tratamiento policivo, que deviene en el uso
indiscriminado e inconsciente de la categoría invasor, sobre la que se
sostienen constantes amenazas de desalojo y de enfrentamientos con el ESMAD.
El tercer error en el que ha
incurrido históricamente la Administración local está en pensar que las
circunstancias contextuales que se palpan en el jarillón, son las mismas. Es
decir, que el jarillón es uno solo y es,
un único problema. No es así. A lo largo y ancho del talud se encuentran
procesos de reinvidicación étnica de comunidades negras y campesinas que de
tiempo atrás han construido una relación consustancial con el río Cauca, del
que dependen, su subsistencia y vida cultural. Hay pobladores con vocación
agrícola y comercial, que les asegura condiciones de auto sostenibilidad que
una Administración no puede desconocer, en el momento de proponer soluciones de
traslado negociado con las comunidades o, desalojo, por la vía del uso de la fuerza.
El cuarto error en el que caen
las élites y el Estado local, como orden político, está en el tipo de soluciones
dadas a varias comunidades que han “pactado” o “negociado” la reubicación del
jarillón, hacia zonas más “seguras”, desde el criterio técnico que advierte
sobre los peligros e inconvenientes de vivir encima del talud. Las soluciones de vivienda, como las Potrero
Grande, únicamente han servido para saciar los apetitos presupuestales de
Comfandi, ente que ejecutó el proyecto habitacional. Allí, sin previo análisis
sociológico, arrumaron disímiles realidades culturales, lo que ha generado
múltiples conflictos en la convivencia, a lo que se suman precarias condiciones
de vida, y seguridad en el barrio Potrero
Grande.
Sin considerar las formas de vida
de las comunidades asentadas en el jarillón, los constructores pretenden que
los ciudadanos reubicados, abandonen prácticas agrícolas y formas de vida semi rurales
autosostenibles, a cambio de vivir en diminutos apartamentos que
constituyen, sin duda, un ejercicio de violencia simbólica contra gente pobre,
desplazados y grupos étnicos sobre los cuales recaen una vieja animosidad
étnica.
Para el caso concreto de Potrero
Grande, sus pobladores denuncian que el Estado local los engañó. Pasaron de ser
comunidades auto sostenibles que vivían en espacios verdes, a “propietarios” de unos predios en los cuales
viven hacinados, a lo que se suma, el pago de servicios públicos deficitarios y
el impuesto predial. Es decir, un proceso de sometimiento a unas condiciones
socio ambientales y económicas, que hacen imposible vivir en condiciones dignas
de vida.
Es claro que sobre el jarillón
jamás debió permitirse asentamiento alguno. Y ello es responsabilidad directa
del Estado y de sus autoridades. El discurso mediático y político señala, por el
contrario, a las comunidades como únicas responsables de esa situación. Y no es
así.
Imagen tomada de elpais.com
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