Por Germán Ayala Osorio, columna para EL PUEBLO
La ciudad es el espacio en el que confluyen las aspiraciones humanas
individuales, colectivas y por supuesto, los intereses de actores y agentes
que, anclados a disímiles formas de poder, suelen girar en torno a las
condiciones en las que opera el Estado como forma de dominación, así como la
sociedad a la cual éste pretende organizar, controlar, civilizar y disciplinar
a través de acciones jurídico-políticas y dispositivos culturales, y, por supuesto,
las formas relacionales que el mercado impone en la medida en que este funge
como un factor determinante de las formas de producción y reproducción del
capital.
Como espacio de transformación ambiental y escenario de expresión
estética de formas y prácticas culturales, la ciudad hace parte de una inercia
de sometimiento y mutación de ecosistemas naturales que van siendo subsumidos
por las lógicas urbanas que la ciudad genera a través de obras de ingeniería y
las propias lógicas de poblamiento. Sobre esas lógicas se construyen y se
re-construyen espacios, lugares, territorios y territorialidades que dan vida y
sentido a lo urbano y a lo urbanístico, y que responden a una concepción más o
menos universalmente aceptada de ciudad.
Cali es una ciudad que históricamente viene transformando los
ecosistemas naturales que quedaron dentro del territorio que
administrativamente se reconoce como parte de la capital del departamento del
Valle del Cauca. Y lo viene haciendo sobre una empobrecida y limitada idea
alrededor de la variable ambiental. Y es así, si evaluamos la pérdida de
humedales, el estado actual de sus siete ríos y las difíciles condiciones en
las que hoy sobreviven los Farallones de Cali, por cuenta de un incontrolado
poblamiento y actividades turísticas, así como los efectos que viene dejando la
minería legal e ilegal.
De esta forma, Cali es el vivo ejemplo de ciudad latinoamericana que
creció y sigue creciendo de manera desordenada, no planificada y sometida a los
intereses de planificadores privados que poco o nada consideran la variable
ambiental en sus proyectos urbanísticos, en especial los desarrollados en el
Oriente de la ciudad.
Se suma a la poca o nula consideración de la variable ambiental, el
desinterés por reconocer aspectos étnicos, culturales y sociales que dan cuenta
de disímiles prácticas, aspiraciones y formas de vida de comunidades
afrocolombianas, indígenas y campesinos que por diversas razones conviven hoy
en el Oriente de Cali y en particular en el barrio Potrero Grande. Comunidades
estas que llegaron a la capital del Valle del Cauca huyendo de la violencia
política en el contexto del conflicto armado interno y otras, con el sueño de
encontrar en la “gran urbe” mejores de condiciones de vida.
El caso del barrio Potrero Grande resulta emblemático. El poblamiento
de este sector del Oriente de la ciudad da cuenta de un proceso de segregación
étnica que tiene antecedentes en la propia historia de fundación y crecimiento
de la ciudad de Cali.
Potrero Grande fue concebido por el Estado y agentes privados que
buscaron dar respuesta a los asentamientos de desarrollo incompleto localizados
en el jarillón del río Cauca. A la población del asentamiento irregular llamado
“Villa Mosca”, en particular, se le ofreció “soluciones” de vivienda en el
sector que hoy conocemos como Potrero Grande.
Con todo y las buenas intenciones de unos y otros, Potrero Grande se
convirtió, con el tiempo, en una experiencia de segregación y de contención
social y étnica, especialmente dirigida a la población de origen
afrocolombiano.
Así entonces, en la historia de la ciudad de Cali hay evidencias no
solo de unas profundas transformaciones de ecosistemas naturales, sino de un
proceso histórico de estigmatización, segregación y contención de la población
afro, asociada de tiempo atrás a la idea de una “población no apta para vivir
en la “ciudad imaginada” de una élite que aún se considera “blanca”.
Parece que la suerte de Potrero Grande solo le interesa a los medios
masivos que registran a diario exclusivamente los hechos de violencia y a otros
actores de la sociedad civil que llegan a ese territorio con la intención de
desarrollar allí acciones y actividades propias de un asistencialismo que no
soluciona los problemas estructurales que rodean la vida de quienes viven y
sobreviven en ese barrio de Cali.
Como barriada, Potrero Grande representa un ejercicio de organización social, política y económica desde un Estado local que deviene capturado por la iniciativa de agentes privados que usan su fuerza coercitiva, presupuestal y operativa, para consolidar una idea de ciudad atomizada, segregadora y ambientalmente insostenible. Al final, lo que debemos preguntarnos es por el lugar que ocupa en cada uno de nosotros este barrio, sus gentes y sus culturas.
Imagen tomada de EL ESPECTADOR.COM
Como barriada, Potrero Grande representa un ejercicio de organización social, política y económica desde un Estado local que deviene capturado por la iniciativa de agentes privados que usan su fuerza coercitiva, presupuestal y operativa, para consolidar una idea de ciudad atomizada, segregadora y ambientalmente insostenible. Al final, lo que debemos preguntarnos es por el lugar que ocupa en cada uno de nosotros este barrio, sus gentes y sus culturas.
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