miércoles, 14 de diciembre de 2011

CAMBIOS EN EL ESTADO Y EN EL CIUDADANO: ¿HACIA DÓNDE VAMOS?

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Es claro que hoy el Estado, como orden político y como actor de poder, progresivamente se somete a las fuerzas del mercado, en un proceso de pérdida de soberanía y de poder, que lo va reduciendo en su capacidad de erigirse como garante de la convivencia social dentro de su territorio y como guía ético y moral de una ciudadanía que espera más de él y de unas condiciones contextuales que, apoyadas en parte en el ejercicio del pensamiento filosófico y teórico que busca ampliar los derechos humanos, terminan aumentando las incertidumbres colectivas y consecuentemente, desencantando la vida, su sentido y todo lo que de allí se desprende en beneficio de ideas o principios universales como la solidaridad, soberanías popular y estatal, libertad y justicia, entre otros más.

Y los cambios en el Estado, que son sustantivos, reales y no formales, terminan afectando la naturaleza del ciudadano, que como aspiración y categoría, nació y actuó sobre el cobijo que aquel le brindaba no sólo desde una institucionalidad puesta a su servicio y a sus necesidades básicas, sino del tipo de relaciones que ese mismo Estado se preocuparía por generar y mantener con sus ciudadanos, con sus asociados.

Sin apoyo alguno, el ciudadano deambula por la esfera pública privatizada y mediatizada, y queda a merced de los discursos de la industria cultural, de los medios masivos y de la publicidad, que reproducen casi de manera automática el sistema capitalista, sostenido a su vez por un sistema financiero mundial que no necesita ciudadanos que desde la acción política y social critiquen, desestimen o intenten modificar el modelo económico, sino que por el contrario, se necesitan cada vez más clientes, más ‘tarjeta habientes’1 que se concentren en consumir y no en pensar; finalmente, lo que se necesita es que lo político se ocupe ahora de las identidades que se construyen en quirófanos, salas de estética, en gimnasios y centros de adelgazamiento, así como en centros de salud que ofrecen detener el envejecimiento. De igual manera, en los espectáculos montados para distraer a las masas con deportes espectáculos como el fútbol, carnavales y una empobrecida parrilla televisiva, así como con la misma teatralidad democrática con la cual se presentan las elecciones periódicas.

Por lo anterior,

El advenimiento de lo que vino a denominarse sociedad de consumo ha hecho de la vida cotidiana un escenario en que se multiplican los efectos de toda esa imaginería y donde ésta puede ejercer su capacidad de fascinación; todo parece devenir accesible y consumible: cosas, servicios, símbolos, tiempo (bajo el aspecto positivo de los ocios), el espacio (gracias a los nuevos medios de movilidad) y hasta la vida (por el retroceso de las fronteras de la muerte y, en cierto modo de su escamotamiento. El consumidor oscurece entonces al ciudadano; ello ocasiona, de manera sólo en apariencia contradictoria, una despolitización progresiva y, al mismo tiempo, una politización de lo cotidiano, es decir, generalizada”2.

La dictadura de la juventud feliz, apolítica, ahistórica y fácilmente moldeable se impone al ritmo de globalización. Es esa dictadura, la pragmática misma al servicio del mercado, del consumo y de la vida líquida, vocera de un Estado que se va desdibujando o transformando en algo nuevo, en una instancia meramente burocrática y administradora de la propiedad privada globalizada.

El proceso práctico hoy está liquidando el arraigo del Estado en la nación. El Estado actual ya no se define prácticamente como nacional sino como técnico-administrativo o técnico-burocrático. La legitimación hoy no proviene de su anclaje en la historia nacional sino de su eficacia en el momento en que efectivamente opera. Los Estados nacionales ya no pueden funcionar como marco natural o apropiado para el desenvolvimiento del capitalismo. Porque una nación era en principio la coincidencia de una identidad social más o menos laxa con una realidad de mercado interno, nacional. El mercado ya desbordó totalmente las fronteras nacionales. Se construyen macroestados (Mercosur, NAFTA, CEE) en los que las decisiones económicas van mucho más allá de las naciones…La historia estuvo secularmente orientada a producir la sustancia nacional. Sin embargo, desde hace unos quince o veinte años, enuncia sistemáticamente que los Estados nacionales son invenciones y no sustancias. Hoy, el ciudadano comienza a debilitarse como soporte subjetivo de los Estados actuales. Porque el ciudadano es ciudadano de una nación… El proceso práctico, por un lado, produce estos grandes Estados cuya única legitimidad consiste en funcionar correctamente, en garantizar la eficacia según las operaciones que momentáneamente asume como tareas. Ya no representa a los ciudadanos y sus derechos… El Estado técnico-administrativo se apoya sobre el consumidor… La estabilidad es consigna absoluta del Estado técnico, que no gestiona las demandas de todos los hombres sino los encargos de su soporte subjetivo: los consumidores”3.

Pero así como al nuevo Estado se le reconoce hoy ese talante técnico-administrativo, insustancial para el desarrollo de la nación y para el de una ciudadanía activa y comprometida políticamente, también hay quienes señalan que la transformación estatal va camino a convertirlo en lo que Balandier llama el Estado-espectáculo (4), que no es más que la exhibición de la dramaturgia política, de una teatralidad que ilusiona a los ciudadanos, en un ejercicio de persuasión y de poder en el que son claves los medios masivos de comunicación, la publicidad, los sondeos de opinión y la propaganda con todos sus matices y por supuesto, el ejercicio del poder, así sea para ocultar que éste ya no está en manos del Estado, sino en instancias que le dominan y que le obligan a usar su capacidad de coerción y de persuasión para acabar de someter a quienes aún no aceptan su autoridad o para eliminar cualquier conato de levantamiento ante las nuevas realidades globalizadas.

Desmontado el Estado como cuerpo único de poder, benefactor y generador de certidumbres sociales, la idea que se replica de él a través de los medios masivos y del espectáculo comunicacional, sujetos estos como empresas a las fuerzas del mercado globalizado, es la de una instancia de poder que sólo tiene capacidad para enfrentar, hasta con el uso de la fuerza si es necesario, las desafiantes posturas, por ejemplo, de los movimientos anti globalización, así como la que asumen grupos que van contra corriente y de aquellos que promueven el desmonte de un discurso económico y cultural que ha logrado re-edificar la idea de una ciudadanía activa, intensa, fuerte discursivamente, hasta llegar a proponer que dicho universal debe ser reemplazado por uno nuevo que se expresa en la nomenclatura ciudadano consumidor o ciudadano cliente 5.

La idea de Estado reducido, de Estado mínimo, de Estado técnico-burocrático o de Estado-espectáculo se sostiene en la fortaleza que progresivamente alcanza la categoría ciudadano-cliente, que poco a poco se entroniza no sólo en la nueva naturaleza del Estado moderno, sino que termina exigiendo que con esas nuevas circunstancias efectivamente se aleje de la vida cotidiana, de los asuntos públicos y permita el libre desarrollo de las inquietudes y necesidades de consumo.

A partir de este momento, la participación política, lo político y los problemas propios del ejercicio del poder ya no hacen parte de la agenda de unos ciudadanos que ven en el nuevo contexto la mejor forma de ocultar, de minimizar o de sobrellevar las exigencias y demandas de una vida articulada a asuntos políticos (públicos), exigentes en materia de dedicación de tiempo, de horas de lecturas, de estudio y de permanente discusión.

Ahora los asuntos importantes son de otro talante, más livianos, menos trascendentales en términos colectivos, pero eso sí, más pragmáticos en lo individual. Hoy, cada vez más el ciudadano-consumidor busca no sólo saciar sus ansias de consumo, sino ocultar sus angustias buscando distractores efectivos (6) que le permita sobrellevar una vida cada vez más compleja no sólo por las naturales incertidumbres que generan la globalización corporativa, y el propio comportamiento de los mercados, sino por las mismas condiciones de competencia y competitividad impuestas por el dinamismo del mercado.

Un mundo donde necesidades básicas adquirieron un valor incalculable, pero cuya elevación al estatus de derechos se enfrenta a un mercado cada vez más sólido, hasta el punto que ha sido capaz de crear y recrear necesidades banales que se imponen como vitales a este nuevo ciudadano.

Hoy, cuando el ciudadano-cliente (ciudadano-mundo) toma forma y se afianza como una subjetividad rectora (7)y ejemplarizante, el mundo y millones de ciudadanos asisten, sin mayores reparos, a la consolidación de una sociedad de control en la que el goce de la vida se administra como un bien de uso y de consumo (8). Por lo tanto, vivir y gozar de la vida y alcanzar la felicidad individual (9) y la que señala el colectivo, son deseos y metas finitas, pasajeras, consumibles y por lo tanto, desechables.

He ahí, entonces, un problema ontológico y deontológico para las actuales sociedades, especialmente cuando es posible indicar que por ese camino, la concepción tradicional de sociedad desaparecerá para darle paso a la diáspora societal, esto es, la dispersión de grupos humanos económicamente señalados e integrados a circuitos de consumo, que definen, por tanto, una relación de exclusión-inclusión.

El ciudadano-cliente remplaza desde ya al ciudadano socialmente reconocido, al sujeto político, colectiva e individualmente capaz de generar espacios para encontrarse, para reconocerse; y capaz de proponer la discusión pública de asuntos públicos que conciernen a todos o a muchos.

Y ello se explica desde las dinámicas y alcances del liberalismo político y económico, así como desde la crisis del Estado moderno y en general, del desmonte del estado de Bienestar y del avance del mercado y de sus lógicas hacia entornos sociales naturalmente alejados de la mano invisible del mercado, pero que ahora gravitan bajo la oferta y la demanda.

Victoria Camps lo expone de esta manera:

Si el primer problema del liberalismo… es la falta de contenido para afrontar las principales fracturas sociales y mantener el estado de bienestar; el segundo problema de las democracias liberales es la desafección de los ciudadanos por la política. La política se ha convertido en un coto cerrado, donde no entran más que los que son llamados y está desconectada con la sociedad. La teoría de Weber según la cual la burocratización de la política creaba dos clases de ciudadanos, los políticamente activos y una mayoría pasiva, es una realidad indiscutible. Poca militancia, jóvenes que no votan ni se les ocurre hacerlo, ciudadanos que no se sienten ciudadanos porque ven sus posibilidades de participación reducidas al mínimo. El fenómeno de la corrupción, que ha invadido la democracia, agrava aun más las cosas, porque la generalización es fácil: toda la política es corrupta. El caso es que a los que piensan en ello ya se les ocurren reformas posibles. Reformas que, además, suelen ser coincidentes: hay que reformar el sistema electoral, el sistema de financiación de los partidos políticos, deberían limitarse los mandatos, no deberían acumularse cargos, la política no debe ser una profesión. Pero la política - en especial la que lleva las riendas del gobierno – es lenta en reformarse. Los partidos - todos- temen los cambios y ralentizan el proceso de innovación” 10.

Aquel ciudadano crítico y preocupado por su devenir y el de su nación, aquel que, ubicado en momentos históricos muy precisos, era capaz de dar cuenta de episodios de violencia, del contexto político en el que aquellos episodios se sucedieron; ese ciudadano que se preparaba discursivamente para discutir ideas, asuntos y hechos públicos y que en los eventos electorales participaba y seguía con especial cuidado los resultados, poco a poco se ha ido desvaneciendo y perdiendo de la escena pública, para dar paso a un ciudadano confundido ideológicamente, fácilmente manipulable por la información mediática y alejado de los asuntos públicos.

Ese ciudadano hoy mira con desdén los asuntos público-estatales y establece una relación distante con su entorno. Además, discursivamente se aleja de tal forma, que conceptos como Estado, política, políticas públicas, democracia, violencia política, responsabilidades del Estado, modernidad y postmodernidad, entre otros muchos más, no logran llamar su atención, pues no les encuentra aplicación alguna.

Ese mismo ciudadano, seguidor cotidiano de los medios de información(11), de las redes sociales y amigo íntimo de la tecnología aplicada a la telefonía móvil, por ejemplo, con la posibilidad e interés de contrastar las versiones periodísticas allegadas, es remplazado hoy por un nuevo tipo de ciudadano, que al actuar libre y confiadamente desde el cobijo ideológico de un liberalismo económico que lo hace soñar desde la perspectiva de consumir y de hacerse a bienes y servicios de toda índole, permite y acepta el desplazamiento de la política y de lo político de sus preocupaciones e intereses, para dedicar tiempo a asuntos que relacionados con la lógica económica, le generan mayores satisfacciones, esto es, el consumo, el cuidado del cuerpo, el entretenimiento y actividades lúdicas, en el marco de un proceso de a-politización de la vida, que afecta los procesos de socialización y por ende, las formas como se construye una sociedad solidaria, a partir de las preocupaciones por asuntos públicos comunes.

Al desaparecer la sociedad imaginada, asistimos a la fundación de un ciudadano-cliente registrado, codificado, con su propia impronta, es decir, con su propio código de barras conectado a las redes informáticas nacionales y transnacionales que señalan qué nivel de consumo tiene, qué fiabilidad le puede señalar el sistema financiero y por lo tanto, qué nivel y qué posibilidades tiene ese ciudadano-cliente de integrarse ya no social y políticamente, sino económicamente.

En tales circunstancias, el desplazamiento que hoy la economía ha hecho de la política, descentrándola y quitándole todo poder (12) lo hará con lo social, entendido como punto de enlace, de encuentros y de reconocimiento. Y lo social, como espacio en donde lo humano (13) tiene sentido y en donde lo político, el actuar político, se exhibe prematura y naturalmente.

El desplazamiento que la economía ha hecho de la política exalta la perdida de sentido del sujeto político propio y característico de sociedades del siglo XIX. Es decir, el ciudadano actuante y militante, en el marco de unos partidos políticos fuertes (desde el deseo, para el caso colombiano) y en capacidad de jugar el rol de mediadores naturales entre el Estado y los disímiles intereses de la sociedad civil, se desorienta ante la crisis de las organizaciones políticas, razón por la que el sujeto político se hibrida, dando lugar a un ciudadano clientelizado, no sólo por las circunstancias de una sociedad que gira en torno al factor económico que descubre al ciudadano-cliente, sino porque el clientelismo se entronizó en lo más profundo de las prácticas políticas de unos ciudadanos que activos políticamente, se vieron, en un proceso histórico complejo, sin el nicho natural en el que venían desarrollándose.

Lo anterior es posible porque en la sociedad del control no hay tiempo (14) y cabida para los largos procesos, que propios de la sociedad disciplinaria, aseguraban una vida programada sistemáticamente para quienes estaban articulados a las lógicas fordistas. Hoy se impone la rapidez, lo instantáneo y una memoria colectiva e individual pasajera y relativamente sentimental. De ahí que lo político y la política fueran profundamente sentimentales, pasionales e identitarias, circunstancias que hoy son remplazadas por las cercanías que generan los discursos mass mediáticos (incluye los publicitarios), asociados a las lógicas del consumo masivo.

El ciudadano-cliente o ciudadano-mundo no reconoce fronteras y límites propios de la concepción moderna del Estado-nación (15). De ahí que su desterritorialización y descentramiento propicien en él un encantamiento mientras logra mantenerse en los circuitos y en las redes de consumo, por fuera de las discusiones de los asuntos públicos, propios de la política. Dicha circunstancia le genera, a ése ciudadano, un miedo constante que le dice que en cualquier momento puede salir o ser expulsado de dichas redes de reconocimiento económico (una especie de dimensión subsocial y subpolítica), dándole un carácter natural de obsolescencia a su existencia.

Las centrales de riesgo definen a diario la muerte económica y social de cientos de ciudadanos reportados en sus bases de datos. Toda una central de inteligencia para salvaguardar los intereses de los capitalistas, exonerados de ser vigilados no sólo por sus propias centrales de información, sino por el Estado, los funcionarios públicos, ministros de Hacienda y Planeación.

La muerte económica se impondrá, por sus terribles consecuencias, a la tradicional y natural muerte biológica, por cuanto la primera, de alguna manera, hará posible la segunda en tanto logra mantener unos niveles de consumo, de compra de los servicios exequiales que aseguren una muerte ‘digna’ de exhibirse en el mundo social conectado.

Es clara la crisis que afrontan la sociedad y el individuo. Es evidente que asistimos a un empobrecimiento de la experiencia humana por cuenta de un sistema económico que se entronizó en lo más profundo de los imaginarios sociales, colectivos e individuales. El discurso económico logró invertir valores políticos, sociales y culturales de profunda incidencia identitaria, que asociados a una idea de nación y de país, generaron cohesión en comunidades humanas y en instituciones nucleares como la familia. Hoy el asunto económico, y asociado a este el consumo como máxima del ciudadano-cliente, le puso valor económico(16) a la vida en tanto bien de uso y de transacción, y por ese camino, el ser humano sobrevive en la lógica de las bolsas de valores, esto es, unos días sube de precio, meses después pierde valor.


A decir de Sanín Restrepo,

La posmodernidad crea en nosotros la ilusión de que todo lo vivimos como a-político, y que estamos vinculados al mundo de una manera que excluye cualquier diferencia ideológica. La ilusión se hace efectiva, bien a través de un sistema rígido de reglas jurídicas que parece haber incorporado y disipado el discurso político, donde lo ideológico está pulcramente mutilado o bien a partir de la idea de una totalidad económica que trasciende los antiguos ejes del estado nación y que se afirma como única realidad global capaz de vencer todo obstáculo y simplificar la vida de todos en el planeta”17.

Por su parte, Cornelius Castoriadis señala que

Los individuos de la sociedad contemporánea son presa del imaginario que hace época. Se encuentran <>, <>. <> en busca de más dinero para tener más aparatos eléctricos, más televisores, más máquinas de tontería y banalidad. Todo parece indicar que fuera del consumismo mass mediático no se sienten otros objetivos. Los viejos lugares de socialización han desaparecido y se ha caído en el vacío, en la obnubilación de la ofensiva neoliberal que ha llevado a una preocupante <> en la esfera política, y a una descomposición de los mecanismos de dirección de la sociedad, especie de lobby donde todo se compra y se vende, donde los intelectuales han sido relevados por los tecnócratas, los mercadotecnistas, los lectores de encuestas de opinión y los presentadores de televisión” 18.

Es decir, en los imaginarios de los ciudadanos del mundo se fijó lo que sería un nuevo carácter, o un nuevo discurso, para asumir la vida: el individualismo por encima de los intereses colectivos.

Corolario de lo anterior es la pérdida de espacios de socialización y de encuentro para discutir asuntos públicos sensibles, en la perspectiva de discutir, reflexionar, proponer y exigir cambios ante evidentes problemas de legitimidad estatal por las condiciones de pobreza y de concentración del ingreso, que para el caso colombiano resultan inaceptables. De igual forma, se pusieron de manifiesto la crisis de instituciones modernas pensadas y diseñadas para humanizar al ser humano. Entre ellas, la familia y la escuela en su concepción más amplia, y por supuesto, la fábrica, el hospital y el cuartel, como espacios disciplinantes y controladores de la vida social.

Para ¿qué seguir hablando de igualdad y de libertad, de política y de lo político cuando la vida misma no tiene sentido más allá del valor económico de las mercancías que inundan los mercados y del valor que alcanzan los estereotipos impuestos por la industria cultural, que señalan qué tipo de ciudadano eres?; y es que el problema de lo que hoy impone el neoliberalismo no pasa exclusivamente por la protesta hacia un modelo económico voraz, empobrecedor y garante de la propiedad transnacional; es claro, por el contrario, que el neoliberalismo pasa también por lo cultural, por lo político y por una ciudadanía cada vez más presa del mercado y de los discursos que lo hacen atractivo, como el del marketing, que incluso ya copó a la política, en especial en los eventos electorales. De allí la complejidad para enfrentar un modelo económico multifactorial, sistémico y difícil de asir.

Para lo primero, hay que decir que la individualidad es, curiosamente, la espada de Damocles de quienes al defender las libertades individuales, se encuentran con individuos consumidos -y subsumidos en- por las lógicas y dinámicas de un mercado que empobrece las prácticas cotidianas e incluso las consuetudinarias. Y para lo segundo, y en parte consecuencia de lo anterior, el discurso del mercado, de la mano invisible del mercado, adquiere tal poder que a través de él no sólo se reducen las prácticas discursivas a la imagen del dinero y del consumo, sino que él mismo termina siendo el vehículo oficial que hace que la política, pensada como el conjunto de mecanismos para la toma de decisiones públicas con miras a garantizar bienestar y convivencia en condiciones dignas y en paz, y lo político, en tanto formas discursivas de reconocimiento, reduzcan sus alcances y frente a los ciudadanos, pierdan la importancia que en otros momentos históricos otra clase de ciudadanos les dieron y les reconocieron.

Por esa vía, la política se va vaciando de sentido, con la denodada colaboración de los medios masivos de comunicación, actores reproductores del sistema capitalista y a su vez víctimas de éste, en la medida en que la información, como otros asuntos de la vida humana, adquiere el carácter de mercancía, lo que hace que los medios pasen a ser meros instrumentos de información interesada y fragmentada, así como de entretenimiento con miras al ensimismamiento de las audiencias consumidoras (ciudadanos).

Con el neoliberalismo aparece un individuo sumido en lo que Jesús Martín-Barbero ha llamado la “angustia cultural”(19); en cuanto a lo político, la crisis de la representatividad y de los partidos, así como la pérdida de confianza en estas agrupaciones, asegura la permanencia de los partidos políticos hegemónicos, Liberal y Conservador, en condiciones precarias y lamentables que hacen pensar en que son hoy insepultas asociaciones de poder que sobreviven del clientelismo, de contratar con el Estado e incluso, de las oscuras relaciones con el crimen organizado y con los grupos de interés que se apoyan en ellos para privatizar el Estado. Para el caso de Colombia se expresa y se hace evidente en fenómenos como el narcotráfico y en los últimos tiempos, con el paramilitarismo.

Sobre estas nuevas circunstancias es que se levantan los muchachos que hoy ingresan a las universidades de Colombia, de allí la dificultad para que éstos asuman posturas críticas frente a asuntos públicos que comprometen la calidad y el sentido mismo de la vida. A las universidades llegan hoy ciudadanos-consumidores, ciudadanos-clientes, que vienen a consumir información, pero no a formarse como ciudadanos políticamente responsables. Un ciudadano-cliente universitario, por ejemplo, exige que le presten un buen servicio educativo, eso sí, con un mínimo esfuerzo de su parte, sin discursos que los comprometan política e ideológicamente y con la complacencia del docente, del que se espera que satisfaga, plenamente, sus expectativas de consumo, que se confunden con las de formación.



Bibliografía

Balandier, Georges. El poder en escenas, de la representación de poder al poder de la representación. España: Paidós, 1994.

Bauman, Zygmunt. En busca de la política. México: Fondo de Cultura Económica, 2002.

Camps, Victoria. El malestar de la vida pública. Barcelona: Grijalbo, Hojas Nuevas, 1996.

Castoriadis, Cornelius. Ontología de la creación. Bogotá: Colección Pensamiento crítico contemporáneo. Ensayo y error, 1997.

Lewkowicz, Ignacio. Pensar sin Estado, la subjetividad en la era de la fluidez. Argentina: Paidós, 2006.

Martín-Barbero, Jesús. http://www.revistateina.org/Teina4/dossiermartinbarbero.htm

Sanín Restrepo, Ricardo. Teoría Crítica Constitucional. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana. Depalma. Editorial Ibáñez. 2009.

Webgrafía

EL TIEMPO.COM

Notas de pie de página1. Los bancos orientan sus esfuerzos para atraer más clientes consumidores de sus ofertas y servicios crediticios, hacia la cooptación de menores de edad. La idea es que desde temprana edad los menores accedan al consumo a través de tarjetas de crédito respaldadas económicamente por sus padres. Existe ya la banca de servicios financieros para menores. Nota del autor.

2. Balandier. El poder en escenas, de la representación de poder al poder de la representación. España: Paidós, 1994. p. 123.

3. Lewkowicz, Ignacio. Pensar sin Estado, la subjetividad en la era de la fluidez. Argentina: Paidós, 2006. pp. 32-33.
4. Op cit. Balandier, Georges. p. 20.
5. Para efectos de este ensayo, no se hará distinción entre una y otra categoría. Es decir, ciudadano-cliente y ciudadano-consumidor se entenderán aquí como sinónimos. Nota del autor.
6.El hedonismo de nuevo tipo que se ejerce en los gimnasios, el mismo que recomiendan con especial insistencia los médicos; los juegos electrónicos que alimentan el individualismo o como máximo la participación de otro, investido de rival a vencer; el consumo de marcas y una cotidianidad ajustadas a la necesidad de buscar el reconocimiento a partir de la imagen proyectada (por el tipo de ropa), son, entre otros asuntos, los distractores efectivos que el ciudadano- consumidor busca hoy afanosamente. Nota del autor.
7.Que conduce y da sentido a las otras subjetividades del individuo. Nota del autor.
8. No es gratuito que la mal llamada ‘trata de blancas’ se haya convertido en un lucrativo negocio no sólo para los proxenetas y agentes que facilitan los traslados. En una reciente columna de opinión en el diario EL TIEMPO, el embajador de Estados Unidos en Colombia informaba que “El Sexto Informe Anual del Departamento de Estado sobre Trata de Personas (TIP) es contundente: la trata de personas es la esclavitud de nuestro tiempo y es un delito que afecta a casi todos los países, incluyendo al mío. Estados Unidos calcula que entre 600.000 y 800.000 personas, entre ellas menores y mujeres, han sido forzadas a la servidumbre sexual, a ser niños soldados, al trabajo forzoso y a la servidumbre por deuda. En este hemisferio, solo Colombia y Canadá reúnen las normas mínimas para la disminución de las formas severas de la trata y están clasificados como países ‘Fila 1’.Algunas víctimas, como Nayla, prostituida a los 13 años, son vendidas a la esclavitud por sus conocidos o familiares. Michael, de 15 años, en Uganda, fue secuestrado para servir como combatiente en un ejército rebelde. Raman, en la India, fue obligado a trabajar bajo tremendas condiciones de abuso físico para pagar una deuda familiar.” (WOOD, William. Esclavitud moderna: Colombia está en la ‘Fila 1’. EN: EL TIEMPO, junio 06 de 2006). La reflexión debe apuntar a descubrir que existe en muchos de los involucrados una necesidad de trabajo, de dinero, de búsqueda para subsistir y garantizar una vida digna. Conseguir dinero para sobrevivir, bien en la prostitución o en la guerra, es un asunto clave que explica los niveles alcanzados por esta práctica. Claro, por un lado va el engaño, pero en el fondo hay profundas expectativas no resueltas en quienes deciden buscar a quienes les pueden garantizar una mejor vida en el exterior.
9. Para el caso colombiano, y a propósito del poder de penetración de la televisión, resulta importante seguir al reality El factor XS, formato que se ubica dentro de las estrategias de transnacionalización del entretenimiento. Años tras año viene presentándose. Ya a mediados de agosto de 2011, el canal RCN anuncia la llegada de un nuevo programa, bajo ese mismo formato. Allí es evidente cómo grupos mayúsculos de la niñez colombiana son expuestos o convertidos en espectáculo, a partir de una promesa: ser famoso, y por ese camino, resolver afugias económicas de los progenitores, en un contexto de violencia intrafamiliar, altos índices de desempleo, violencia política y sueños truncados o difíciles de lograr. Niñas y niños exponen públicamente sus deseos y sueños asociados al éxito, a la fama, a la mediatización de su vida. Es decir, el éxito para centenares de niños colombianos (los que asisten al programa son potenciales orientadores de los niños televidentes) está en la televisión (actores, cantantes, actrices) y no en otros ámbitos. Cada vez más la televisión busca volver famosos a los personajes anónimos. Es una suerte de proletarización de la televisión, ajustada, claro está, a los márgenes de utilidad económica, por la vía del rating. Queda en los imaginarios colectivos y los individuales la idea que es un canal, que es un programa, o que es la televisión el agente que brinda una oportunidad de progresar, de salir adelante, de alcanzar los sueños. Es posible que así sea, pero por esa vía, lo que se logra es incluir a grupos de niños y niñas en lógicas de consumo, de individualización y de la entronización del factor económico como eje fundamental para la vida humana. Esa misma necesidad de alcanzar el éxito, lleva a cientos de miles de profesionales colombianos a buscar una mejor vida en el exterior, situación que afecta el ‘desarrollo del país’ por cuenta de la ‘fuga de cerebros’ hacia países desarrollados que ofrecen mejores salarios. El columnista Oscar Collazos, en una columna del 22 de junio de 2006 en EL TIEMPO, señaló: “No creo que el sentido "patriótico" de los jóvenes profesionales salidos de nuestras universidades considere la posibilidad de preferir el mercado laboral nacional al extranjero, menos aún si desde algunos países se estimulan las emigraciones selectivas. Y no lo creo porque los valores que rigen la ideología del éxito se han vuelto sencillamente apátridas.” (COLLAZOS, Oscar. Los que se van. EN: El Tiempo, junio 22 de 2006. Tomado de ELTIEMPO.COM).

10. Camps, Victoria. El malestar de la vida pública. Barcelona: Grijalbo, Hojas Nuevas, 1996. pp. 19-20.

11. Peor resulta el panorama cuando vemos ciudadanos universitarios que no consumen los discursos de los medios de comunicación. El desconocer los hechos noticiosos los pone en desventaja frente a los que siguen de manera diaria a las empresas mediáticas, sin que implique que aquellos ciudadanos que consumen los discursos mediáticos, por el solo hecho de hacerlo ya están informados. Nota del autor.
12. “Manuel Castells sugiere que, mientras el capital fluye libremente, la política sigue siendo irremediablemente local. La velocidad del movimiento hace del poder real algo extraterritorial. Se podría decir que, al ser las instituciones políticas existentes cada vez más incapaces de regular la velocidad del movimiento de capitales, el poder está cada vez más alejado de la política.” (BAUMAN, Zygmunt. En busca de la política. México: Fondo de Cultura Económica, 2002. p. 27- 28).
13. Lo humano como posibilidad de encuentro y respeto de las diferencias que existen entre los seres llamados humanos. Lo humano como carácter del animal humano en tanto responsabilidad frente a la universalidad de derechos, el respeto a la vida. Lo humano como posibilidad de comprender la lógica de la Naturaleza. Lo humano como lo razonable que construye mundos en donde la vida es posible. Nota del autor.

14. Si bien la consolidación de la llamada sociedad de control (o sociedades de control) se logra en el siglo XXI, es posible que eventos históricos del siglo XX, remanentes de las llamadas sociedades disciplinarias, hayan aportado a la configuración de esas nuevas sociedades sin límites, sin fronteras, sin instituciones. Nota del autor.

15. Aunque las controles migratorios se hacen más fuertes entre los países, especialmente los que imponen las naciones del Centro frente a los ciudadanos de los países de la Periferia, el ciudadano- cliente – mundo se podrá insertar en los circuitos virtuales de consumo transnacionales y obtener, por ese camino, un reconocimiento por la vía del consumo de servicios y bienes señalados como indispensables para vivir. Nota del autor.

16. En lo ambiental, recursos como ríos, parques y zonas biodiversas pueden valorarse económicamente. Dicha tarea la realiza el Comité Interinstitucional de Cuentas Ambientales (CICA). Nota del autor.

17. Sanín Restrepo, Ricardo. Teoría Crítica Constitucional. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana. Depalma. Editorial Ibáñez. 2009. p. 47.

18. Castoriadis, Cornelius. Ontología de la creación. Bogotá: Colección Pensamiento crítico contemporáneo. Ensayo y error, 1997. p. 53- 54.

19. Jesús Martín-Barbero explica de esta forma lo que él llama angustia cultural: “Yo acepto la hipótesis de la angustia cultural: hay una angustia que van padeciendo las poblaciones a medida que, al salir de sus casas, se encuentran con una ciudad que les pertenece cada vez menos; no sólo en términos de privatización del espacio público sino en el sentido de que se va borrando la memoria, la ciudad en la cual nacieron, en la cual crecieron; una ciudad que era todavía un gran palimpsesto que mezclaba la memoria de muchas épocas y que ha sufrido un arrasamiento de barrios enteros. Esto me preocupa mucho y sí creo que esa pauperización psíquica va más al fondo que el puro miedo al delincuente, a la agresión física: tiene que ver con el respeto mutuo, con la confianza. Aquí sí la ciudad está produciendo, o es uno de los grandes causantes, la degradación del respeto mutuo, y por tanto un empobrecimiento radical de lazos sociales. Estamos asistiendo a procesos de perversión de las relaciones sociales en grados que no sé hasta qué punto somos capaces de analizar. La contra-metáfora de todo esto es la realización de los realities shows, de esa televisión que pretende traspasarnos la vida cotidiana tal y como discurre y que de alguna manera trata de convertirse en espejo, deformante en cierto aspecto, de todos los niveles de conflictividad cotidiana”. Tomado de http://www.revistateina.org/Teina4/dossiermartinbarbero.htm, acceso 12 de diciembre de 2011.







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