Desde que llegó al gobierno, por voz propia o de sus ministros y asesores, fiel a la voz que se alzaba desde Washington tras los atentados terroristas del 11 de septiembre, divide al mundo entre amigos y enemigos. De vez en cuando suaviza el discurso, pero cuando se le atolla la bestia de la argumentación, activa el dispositivo de la ira.
Como "terrorismo" o "terrorista" fueron palabras vacías antes de dotarlas con contenidos razonables, se quedaron en epítetos. Como fueron adoptadas para que los colombianos que lo siguen a ciegas hagan uso del instinto de masa antes que del razonamiento de los individuos, una y otra vez vuelve a usarlas y a enrojecer de ira.
Cada vez que se le desafía con preguntas sobre su pasado de gobernador, sobre lo que permitió que se hiciera y que a la postre fortaleció el crecimiento del paramilitarismo en su departamento, pega el grito en los micrófonos. Y revive el fantasma de la conspiración terrorista. Sus respuestas a las preguntas de la oposición son ataques salidos de tono.
Sucede entonces que el senador que va a hacer un debate sobre el paramilitarismo en Antioquia es un "terrorista de civil"; el presidente del Polo, un "solapado" de "sesgo a favor de la guerrilla" y el ex presidente que lo critica, casi el fundador de 'los Pepes' y estímulo del paramilitarismo que crecía a la sombra de las Convivir.
Theodor Adorno y otros revelaron hace más de medio siglo que "la personalidad autoritaria" se manifestaba "en personas que confunden la ternura con la debilidad, que hipervaloran la fuerza, llegando a admirar la violencia (...)". "Suelen ser poco críticas y muy convencionales (...), idealizan a su propia familia y descargan su frustración en grupos étnicos o raciales minoritarios que sirven de chivos expiatorios."
Suprimamos lo de los grupos étnicos, a menos que el Presidente crea en el disparate antropológico de "la raza antioqueña."
Cambiemos esos grupos por "la oposición" y veremos cómo la convierte en chivo expiatorio de cuanta monstruosidad exista en el país antes de 2002. El argumento tiene una ventaja: lo excluye a él, como si acabara de nacer a la política y a la administración pública.
Los procesos de paz que se hicieron desde la legitimidad del Estado fueron procesos con "impunidad"; los hombres que se beneficiaron de esos procesos y de la voluntad de los colombianos que les renovó la investidura parlamentaria son "terroristas de civil."
Eso dice. Vamos a ver si al meter la aguja en la nigua de la dirigencia paramilitar no se le quedan huevos que la reproducen en la sociedad colombiana. En esta conducta se deja ver una anomalía de la personalidad, una tendencia a "percibir la realidad sólo en términos de lucha contra el enemigo." Razón tiene Carlos Gaviria al aconsejar un examen psiquiátrico al Presidente irascible.
Un hombre que "descree de la democracia y considera prioritaria la disciplina a través de una autoridad fuerte" encuentra natural expresarse de sus contradictores como si fueran terroristas. ¿Por qué no los denuncia? ¿Por qué estimula la amenaza criminal que pesa sobre ellos? ¿No tiene en su gobierno a amnistiados del M-19, ex militantes del grupo que "incendió el Palacio de Justicia con dineros del narcotráfico"?
Lo terrible de estas salidas emotivas e iracundas es que obligan a sostener como verdaderas las más turbias fantasías. Olvida que "la soberbia no es grandeza sino hinchazón" (San Agustín).
Como "terrorismo" o "terrorista" fueron palabras vacías antes de dotarlas con contenidos razonables, se quedaron en epítetos. Como fueron adoptadas para que los colombianos que lo siguen a ciegas hagan uso del instinto de masa antes que del razonamiento de los individuos, una y otra vez vuelve a usarlas y a enrojecer de ira.
Cada vez que se le desafía con preguntas sobre su pasado de gobernador, sobre lo que permitió que se hiciera y que a la postre fortaleció el crecimiento del paramilitarismo en su departamento, pega el grito en los micrófonos. Y revive el fantasma de la conspiración terrorista. Sus respuestas a las preguntas de la oposición son ataques salidos de tono.
Sucede entonces que el senador que va a hacer un debate sobre el paramilitarismo en Antioquia es un "terrorista de civil"; el presidente del Polo, un "solapado" de "sesgo a favor de la guerrilla" y el ex presidente que lo critica, casi el fundador de 'los Pepes' y estímulo del paramilitarismo que crecía a la sombra de las Convivir.
Theodor Adorno y otros revelaron hace más de medio siglo que "la personalidad autoritaria" se manifestaba "en personas que confunden la ternura con la debilidad, que hipervaloran la fuerza, llegando a admirar la violencia (...)". "Suelen ser poco críticas y muy convencionales (...), idealizan a su propia familia y descargan su frustración en grupos étnicos o raciales minoritarios que sirven de chivos expiatorios."
Suprimamos lo de los grupos étnicos, a menos que el Presidente crea en el disparate antropológico de "la raza antioqueña."
Cambiemos esos grupos por "la oposición" y veremos cómo la convierte en chivo expiatorio de cuanta monstruosidad exista en el país antes de 2002. El argumento tiene una ventaja: lo excluye a él, como si acabara de nacer a la política y a la administración pública.
Los procesos de paz que se hicieron desde la legitimidad del Estado fueron procesos con "impunidad"; los hombres que se beneficiaron de esos procesos y de la voluntad de los colombianos que les renovó la investidura parlamentaria son "terroristas de civil."
Eso dice. Vamos a ver si al meter la aguja en la nigua de la dirigencia paramilitar no se le quedan huevos que la reproducen en la sociedad colombiana. En esta conducta se deja ver una anomalía de la personalidad, una tendencia a "percibir la realidad sólo en términos de lucha contra el enemigo." Razón tiene Carlos Gaviria al aconsejar un examen psiquiátrico al Presidente irascible.
Un hombre que "descree de la democracia y considera prioritaria la disciplina a través de una autoridad fuerte" encuentra natural expresarse de sus contradictores como si fueran terroristas. ¿Por qué no los denuncia? ¿Por qué estimula la amenaza criminal que pesa sobre ellos? ¿No tiene en su gobierno a amnistiados del M-19, ex militantes del grupo que "incendió el Palacio de Justicia con dineros del narcotráfico"?
Lo terrible de estas salidas emotivas e iracundas es que obligan a sostener como verdaderas las más turbias fantasías. Olvida que "la soberbia no es grandeza sino hinchazón" (San Agustín).
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