Por Germán Ayala Osorio, politólogo y profesor Asociado de la Universidad Autónoma de Occidente
Quienes creen ser enviados de Dios, o del más allá, tienen la responsabilidad de demostrar que efectivamente es así, y que de su extraordinaria inteligencia y capacidad en relación con los mortales, brotarán soluciones a eternos problemas. Sin duda, Uribe y Chávez creen ser enviados de Dios o haber sido elegidos para gobernar sus naciones, condenadas por muchos años por la acción de oligarquías inconscientes, para el caso de Venezuela, y del terrorismo, para el caso de Colombia.
Los dos están perdiendo la oportunidad histórica de dejar esa huella indeleble que solo los ‘elegidos’ pueden dejar, por su paso por estas tierras en donde crecieron a sus espaldas la inconciencia, la ineficacia, la corrupción, la pobreza, las inequidades y el terrorismo, entre otros muchos problemas.
Uribe se siente, sin duda, un Mesías que bajó para salvar a Colombia de los terroristas de las Farc (o las far, como él mismo dice). Después de dos periodos, apenas si ha logrado que éstas se replieguen en lo más oscuro de la manigua o huyan despavoridas hacia abandonadas y poco patrulladas fronteras vecinas. Por ello quizás le está apostando a un tercer periodo con el objetivo de pasar a la historia como el gran pacificador de Colombia. Es posible que logre menguar a las guerrillas hasta el punto que las obligue a negociar o a desmovilizarse. De lograrlo, sin duda habrá que reconocerle su firmeza, soportada en la obsesión de vengar la muerte de su padre, para lograr que el Estado recupere el monopolio de las armas, pero también habrá que reconocerle también la estrechez mental con la que intenta comprender y solucionar los problemas de Colombia, pues únicamente ve en las Farc el enemigo a vencer. Esa reducida mirada, compartida por quienes le han apoyado electoralmente, le hará perder la oportunidad histórica de cambiar el destino del país, ajustando los factores y las variables que mantienen en alto grado la ilegitimidad del Estado colombiano.
Su discutida aceptación social, exaltada por encuestas y por la acción acomodaticia de medios y periodistas, de poco ha servido en sus dos administraciones y de seguro, en su tercer mandato, tampoco servirá para superar las circunstancias históricas que permiten hoy señalar que Colombia sobrevive a pesar de sus complejas desigualdades, sin que ello sea hoy y llegue a ser motivo de vergüenza tanto para el presidente Uribe, como para las élites tradicionales responsables en grado sumo de la existencia y profundización de disímiles desigualdades. No se espera que Uribe busque consensos para superar esos factores generadores de inequidades y conflictos, por el contrario, se espera que su acción política termine por acrecentarlos. Por ello quizás esa imagen de gran estadista que medios, elites empresarial, política, militar, y la oficina de prensa de Palacio le han construido, se irá diluyendo poco a poco en la medida en que vayamos descubriendo las atrocidades de su actuar pacifista y vengador.
Por el lado del presidente Chávez sucede algo similar. Ha tenido los recursos económicos para llevar a Venezuela a un estadio en el que no sólo logre superar las disímiles inequidades acrecentadas por una oligarquía tan abyecta como la colombiana, sino ubicar a dicha nación en los primeros lugares de desarrollo tecnológico y científico, soportado en procesos culturales y políticos en los que sobresalga una relación de respeto entre el Estado y los ciudadanos.
Incapaz de comprender históricamente las razones que desencadenaron la implosión de la URSS y lo anacrónico que fue para el mundo la carrera armamentista en el contexto de la Guerra Fría, Chávez hoy habla de socialismo del siglo XXI, con el cual insiste en concebir un Estado controlador de conciencias, castigador, gran empleador, imperial como la misma URSS y con toda su capacidad para violentar a quienes libremente expresen sus opiniones y expongan sus ideas y proyectos de vida. De igual manera, incapaz de pensar en un Estado responsable social, política y económicamente, sin que ello implique la estatización de las conciencias ciudadanas y el control efectivo de las variables macroeconómicas, Chávez repite y repetirá los errores cometidos por aquellos países socialistas que hicieron del monopolio estatal, en amplios y diferentes ámbitos, una práctica perversa que generó mafias y el colapso político y económico, justamente porque no supieron leer el dinámico contexto en el que se movían.
Tanto Chávez como Uribe son hoy agentes generadores de polarizaciones extremas, que llevan a que los Estados que administran, se conviertan en máquinas generadoras de terror, capaces de perseguir y aniquilar a quienes conciben al Estado como una estructura en la que son posibles proyectos nacionales que superen la mirada clasista con la que uno y otro orienta hoy la búsqueda de la legitimidad del aparataje estatal.
Tanto venezolanos como colombianos veremos en el mediano plazo lo inconveniente que resulta aceptar Mesías o enviados del más allá, que llegan a solucionar viejos problemas con una mirada estrecha, pero especialmente, con la clara idea de vengar situaciones pasadas. Para el caso colombiano, Uribe puso el Estado a su servicio para resarcir la muerte de su padre; y para el caso venezolano, Chávez, insiste en un modelo socialista caduco y anacrónico soportado, en gran medida, en su idea de reivindicar su origen mestizo.
Quienes creen ser enviados de Dios, o del más allá, tienen la responsabilidad de demostrar que efectivamente es así, y que de su extraordinaria inteligencia y capacidad en relación con los mortales, brotarán soluciones a eternos problemas. Sin duda, Uribe y Chávez creen ser enviados de Dios o haber sido elegidos para gobernar sus naciones, condenadas por muchos años por la acción de oligarquías inconscientes, para el caso de Venezuela, y del terrorismo, para el caso de Colombia.
Los dos están perdiendo la oportunidad histórica de dejar esa huella indeleble que solo los ‘elegidos’ pueden dejar, por su paso por estas tierras en donde crecieron a sus espaldas la inconciencia, la ineficacia, la corrupción, la pobreza, las inequidades y el terrorismo, entre otros muchos problemas.
Uribe se siente, sin duda, un Mesías que bajó para salvar a Colombia de los terroristas de las Farc (o las far, como él mismo dice). Después de dos periodos, apenas si ha logrado que éstas se replieguen en lo más oscuro de la manigua o huyan despavoridas hacia abandonadas y poco patrulladas fronteras vecinas. Por ello quizás le está apostando a un tercer periodo con el objetivo de pasar a la historia como el gran pacificador de Colombia. Es posible que logre menguar a las guerrillas hasta el punto que las obligue a negociar o a desmovilizarse. De lograrlo, sin duda habrá que reconocerle su firmeza, soportada en la obsesión de vengar la muerte de su padre, para lograr que el Estado recupere el monopolio de las armas, pero también habrá que reconocerle también la estrechez mental con la que intenta comprender y solucionar los problemas de Colombia, pues únicamente ve en las Farc el enemigo a vencer. Esa reducida mirada, compartida por quienes le han apoyado electoralmente, le hará perder la oportunidad histórica de cambiar el destino del país, ajustando los factores y las variables que mantienen en alto grado la ilegitimidad del Estado colombiano.
Su discutida aceptación social, exaltada por encuestas y por la acción acomodaticia de medios y periodistas, de poco ha servido en sus dos administraciones y de seguro, en su tercer mandato, tampoco servirá para superar las circunstancias históricas que permiten hoy señalar que Colombia sobrevive a pesar de sus complejas desigualdades, sin que ello sea hoy y llegue a ser motivo de vergüenza tanto para el presidente Uribe, como para las élites tradicionales responsables en grado sumo de la existencia y profundización de disímiles desigualdades. No se espera que Uribe busque consensos para superar esos factores generadores de inequidades y conflictos, por el contrario, se espera que su acción política termine por acrecentarlos. Por ello quizás esa imagen de gran estadista que medios, elites empresarial, política, militar, y la oficina de prensa de Palacio le han construido, se irá diluyendo poco a poco en la medida en que vayamos descubriendo las atrocidades de su actuar pacifista y vengador.
Por el lado del presidente Chávez sucede algo similar. Ha tenido los recursos económicos para llevar a Venezuela a un estadio en el que no sólo logre superar las disímiles inequidades acrecentadas por una oligarquía tan abyecta como la colombiana, sino ubicar a dicha nación en los primeros lugares de desarrollo tecnológico y científico, soportado en procesos culturales y políticos en los que sobresalga una relación de respeto entre el Estado y los ciudadanos.
Incapaz de comprender históricamente las razones que desencadenaron la implosión de la URSS y lo anacrónico que fue para el mundo la carrera armamentista en el contexto de la Guerra Fría, Chávez hoy habla de socialismo del siglo XXI, con el cual insiste en concebir un Estado controlador de conciencias, castigador, gran empleador, imperial como la misma URSS y con toda su capacidad para violentar a quienes libremente expresen sus opiniones y expongan sus ideas y proyectos de vida. De igual manera, incapaz de pensar en un Estado responsable social, política y económicamente, sin que ello implique la estatización de las conciencias ciudadanas y el control efectivo de las variables macroeconómicas, Chávez repite y repetirá los errores cometidos por aquellos países socialistas que hicieron del monopolio estatal, en amplios y diferentes ámbitos, una práctica perversa que generó mafias y el colapso político y económico, justamente porque no supieron leer el dinámico contexto en el que se movían.
Tanto Chávez como Uribe son hoy agentes generadores de polarizaciones extremas, que llevan a que los Estados que administran, se conviertan en máquinas generadoras de terror, capaces de perseguir y aniquilar a quienes conciben al Estado como una estructura en la que son posibles proyectos nacionales que superen la mirada clasista con la que uno y otro orienta hoy la búsqueda de la legitimidad del aparataje estatal.
Tanto venezolanos como colombianos veremos en el mediano plazo lo inconveniente que resulta aceptar Mesías o enviados del más allá, que llegan a solucionar viejos problemas con una mirada estrecha, pero especialmente, con la clara idea de vengar situaciones pasadas. Para el caso colombiano, Uribe puso el Estado a su servicio para resarcir la muerte de su padre; y para el caso venezolano, Chávez, insiste en un modelo socialista caduco y anacrónico soportado, en gran medida, en su idea de reivindicar su origen mestizo.
2 comentarios:
Me encantó… Gracias,
Teresita
No se porque las soluciones a los problemas en Colombia me recuerdan una noticia de hoy 21 de abril, la noticia dice: "en Perú prohibieron los celulares en los colegios y escuelas para evitar las peleas entre los alumnos". Como si el echo de grabar las peleas con los celulares fuera el que las provocara.
Saludos.
Publicar un comentario