martes, 3 de junio de 2014

EL MEDIO AMBIENTE EN EL PLAN NACIONAL DE DESARROLLO (2010-2014)

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

El Estado colombiano históricamente se presenta como un orden social, político, económico y cultural precario y lábil, circunstancia que se manifiesta, atraviesa y limita los alcances de las políticas económicas y sociales implementadas por sucesivos gobiernos, cuyos planes de desarrollo gravitan sobre un modelo económico extractivo de riquezas del subsuelo y de explotación de recursos naturales, renovables y no renovables, y sobre un desarrollo agroindustrial con énfasis en monocultivos; todas las anteriores actividades antrópicas se dan a través de prácticas ambientales insostenibles. 

Algo de razón tiene el anterior diagnóstico si se contrasta con lo que el Plan Nacional de Desarrollo señala alrededor de lo que se necesita para el país:

Necesitamos una sociedad para la cual la sostenibilidad ambiental sea una prioridad y una práctica como elemento esencial del bienestar y como principio de equidad con las futuras generaciones. Así mismo, necesitamos un Estado que abogue por el desarrollo sostenible y que anteceda y prepare a la sociedad para enfrentar las consecuencias del cambio climático[1].

En ese camino de lograr un Estado y una sociedad comprometidos con el desarrollo sostenible, en el Plan Nacional de Desarrollo se reconoce un especial momento histórico para el Estado colombiano, especialmente desde la lógica de la inversión extranjera:

El contexto histórico que enmarca este Plan Nacional de Desarrollo es diferente al de otras administraciones. Estamos frente a un optimismo auténtico en nuestro futuro, una confianza incomparable en las potencialidades del país y una imagen en el exterior que es claramente positiva. De ser percibidos en el mundo como un Estado fallido nos convertimos en una economía emergente, atractiva para la inversión y para el turismo. Pasamos además a formar parte, desde hace poco, de un selecto grupo de naciones, los CIVETS –Colombia, Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Suráfrica–, percibidas en el planeta como economías con grandes expectativas de crecimiento para las próximas décadas. Adicionalmente, hemos iniciado el proceso para ingresar a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE); algo impensable hace tan sólo unos años. Si bien todavía enfrentamos grandes retos como los de consolidar la seguridad, disminuir el desempleo, eliminar la pobreza, y enfrentar los desafíos del cambio climático, es indudable que hemos sobrepasado unas barreras que parecían inquebrantables hace unos años, y el camino hacia la prosperidad, no obstante difícil, parece ahora más despejado en el contexto histórico del país[2].


A pesar de los positivos augurios que recoge el Plan Nacional de Desarrollo del Gobierno de Juan Manuel Santos Calderón, en los últimos meses Colombia asistió y vio a través de los medios masivos (especialmente los audiovisuales) eventos, crisis socio ambientales y los efectos nocivos que el desarrollo extractivo viene dejando a lo largo y ancho del territorio nacional. La más reciente y quizás la más publicitada fue la muerte de un centenar de mineros en una mina ilegal en zona rural del municipio de Santander de Quilichao (Cauca); de igual manera, la muerte de cientos de chigüiros, venados y tortugas, entre otras especies de fauna y flora en el Casanare, fue un evento ambiental bastante publicitado. A lo anterior hay que sumar que ya están encendidas las alarmas por la escasez de agua y en general por los efectos que viene dejando un desarrollo que no respeta límites de resiliencia.


Señala Sen que,

el desarrollo puede concebirse como un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos… el desarrollo exige la eliminación de las principales fuentes de privación de libertad: la pobreza y la tiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones  sociales sistemáticas…”[3].

Ampliar derechos y libertades aporta, sin duda, a un mejor vivir, pero se requieren espacios democráticos efectivos para que todos participemos de la discusión alrededor del tipo de desarrollo que queremos. Y ello incluye la posibilidad de manifestar nuestro rechazo a los innumerables proyectos mineros, entre otros, que hoy desangran la madre tierra colombiana. Es probable que dichas iniciativas muy poco contribuyan a superar la pobreza de millones de colombianos. Por el contrario, no sólo llenarán los bolsillos de las empresas nacionales y multinacionales que explotan los recursos, sino que harán que los derechos ambientales consagrados en la Carta Política sean, como muchos otros, tan solo letra muerta.

Hay que insistir en que el Estado colombiano, en su conjunto, es débil  y exhibe problemas graves de coordinación interinstitucional, lo que termina garantizando una precaria institucionalidad[4] especialmente en asuntos relacionados con el manejo del riesgo. En el Plan Nacional de Desarrollo se reconoce la situación:


En este camino hacia la prosperidad, es indiscutible que así como unas barreras se van superando, otros obstáculos van apareciendo. En este sentido, una barrera que su puso al frente del país y que obligó a modificar la visión de Gobierno y a adaptar, reformular y reforzar componentes esenciales del Plan Nacional de Desarrollo, es la fuerte ola invernal que azotó a gran parte del territorio desde la segunda mitad de 2010, y que ha dejado consecuencias devastadoras sobre la población y las actividades económicas. Ahora bien, más que un desafío, la emergencia invernal representa una oportunidad. La oportunidad de mejorar las condiciones de vida de las familias afectadas, de generar empleo, inversión y crecimiento con las obras de rehabilitación y reconstrucción, y de adelantar los proyectos de inversión y ajustes institucionales y normativos necesarios para que las consecuencias del cambio climático, y el riesgo de desastres, en los próximos años y para las próximas generaciones se puedan prevenir, mitigar, o al menos reducir[5].

Los dolorosos eventos ambientales reseñados no pueden impedir que se reconozca que Colombia tiene y exhibe problemas para administrar, proteger y aprovechar las ventajas medioambientales que tiene como país biodiverso. Dificultades que guardan estrecha relación con la labilidad estatal, su privatización por la vía del clientelismo y la ‘captura’ del Estado por parte de actores privados a los que poco les interesa conservar y aprovechar de manera racional unos recursos que son finitos.

Se suma a lo anterior el desconocimiento de los límites entre lo público y lo privado, la inexistencia de un proyecto de Nación que reconozca el valor social, político y cultural de frágiles zonas biodiversas, así como la ‘ingenuidad’ y la incapacidad para negociar, con empresas nacionales y extranjeras la  oferta ambiental que  tienen las selvas y otros ecosistemas, a partir de criterios de sostenibilidad socio ambiental.

En el mismo Plan Nacional de Desarrollo se establece la importancia que para el Gobierno de Santos tiene la explotación petrolera, aurífera y carbonífera. Estas actividades extractivas demandan no sólo el cumplimiento de las normas ambientales, sino de la existencia de una fuerte institucionalidad que controle y vigile las formas de exploración y explotación a las que apelan las multinacionales y sus filiales locales en territorios biodiversos natural y culturalmente.

El sector minero-energético representa la oportunidad que tenemos de aprovechar de manera responsable nuestra riqueza de recursos naturales para generar crecimiento sostenible y mayor equidad social, regional e inter-generacional. Las elevadas proyecciones de producción de petróleo y carbón para los próximos años, las estimaciones al alza de los precios internacionales de la canasta minero-energética y la creciente actividad de exploración en el territorio nacional, muestran claramente el papel crucial que tendrá este sector en la economía colombiana en los próximos años. Ahora bien, con el desarrollo de los sectores minero-energéticos, viene atada una enorme responsabilidad de gestión ambiental. El desarrollo de esta locomotora no puede ir en contravía del desarrollo sostenible del país y de su conservación para las próximas generaciones[6].

Quizás haya una circunstancia que ha facilitado la depredación y el aprovechamiento insostenible de la biodiversidad por cuenta de las actividades auríferas, petroleras y carboníferas, entre otras: la inexistencia de una perspectiva ambiental que haga confluir el trabajo investigativo y crítico de la Academia y el rol que deben jugar la Política, la sociedad civil y los Partidos Políticos en el diseño de políticas públicas y en el control social y político de planes de desarrollo, fincados en actividades extractivas y por supuesto, el funcionamiento de las instituciones ambientales y la aplicación de los principios de responsabilidad ambiental de la Ley 99 de 1993. En otras palabras, hemos tenido una academia, la sociedad y un Estado de espaldas al medio ambiente. No se cuenta tampoco con un sólido pensamiento ambiental y mucho menos prácticas ambientales consecuentes con el medio ambiente y los compromisos adquiridos por Colombia con el mundo en materia de conservación.

No hay en Colombia un pensamiento ambiental[7] lo suficientemente desarrollado que movilice y aglutine las investigaciones y las recomendaciones de la Academia, así como las protestas sociales en torno a megaproyectos energético y mineros. De igual forma, no hay un sólido partido político, ideológica y políticamente comprometido con la defensa sensata de la biodiversidad  y menos aún, hay dentro de las corporaciones legislativas (Congreso, Asambleas y Concejos) una conciencia ambiental capaz de frenar la unívoca concepción de desarrollo que se agencia desde el Estado central.

Así las cosas, la defensa del medio ambiente y el aprovechamiento responsable de los recursos de la biodiversidad son asuntos alejados de las realidades cotidianas de millones de ciudadanos que conviven en ciudades, sin que les importe los desastres ambientales provocados y permitidos, por ejemplo, por los gobiernos de Uribe Vélez y Santos Calderón; el primero, a través del desmonte de la institucionalidad ambiental (la entrega express de licencias ambientales) y el segundo, a través de una locomotora minera cuyos rieles se instalaron sobre una demostrada incapacidad estatal para responder a semejante desafío. 

¿Qué hacer, entonces, ante la enorme grieta que de tiempo atrás subsiste entre el discurso ambiental, el aprovechamiento y explotación insostenibles de los recursos naturales y el rol esperado de un Estado Social de Derecho, con problemas para consolidarse como un orden social y política viable y perenne? ¿Qué hacer para acercar el discurso científico y académico a la Política y por esa vía, convencer a científicos y académicos de la imperiosa de necesidad de consolidar un discurso ambiental y político que colonice espacios legislativos, con el claro propósito de reversar el actual modelo de desarrollo extractivo?

Por lo pronto, hay que recuperar el sentido político del ambientalismo, en los términos  que Hildebrando Vélez Galeano expuso hace un tiempo:

el ambientalismo es la política del obrar bien… que debe enfrentarse a modelos y estilos de vida y aquellas relaciones sociales que arrebatan el espacio a las comunidades, destruyen sus culturas e imponen relaciones económicas avasalladoras, trayendo como consecuencia el deterioro precoz de los humanos y los ecosistemas[8].

El Plan Nacional de Desarrollo con énfasis regional

Colombia es un país de países. Esta sentencia suele servir para dar cuenta de un desarrollo regional desigual, resultado de políticas emanadas por o desde un histórico centralismo bogotano que ha impedido la cohesión de la Nación y la articulación entre dos ámbitos que aparecen disociados, pero que deben estar conectados: lo urbano y lo rural.

En medio del desigual desarrollo regional subsiste una vieja dicotomía: Lo Rural-Lo Urbano. En cuanto al primero, hay que decir que sigue siendo visto como atrasado y premoderno, mientras que lo urbano es referente de orden, de progreso y de modernidad. Respecto a este asunto, en el Plan Nacional de Desarrollo se lee lo siguiente:

Contar con un sistema urbano regional articulado a partir de ejes y áreas de desarrollo territorial, implica desarrollar un proceso de coordinación institucional entre el Gobierno nacional y las entidades territoriales, que permita integrar los diferentes componentes de la estrategia, a través de un Programa Nacional para la formación y/o consolidación de ejes y áreas de desarrollo territorial, mediante el cual se definan los componentes, las fases, recursos e instrumentos para promover e integrar ejes y áreas de desarrollo territorial. Una fuente posible para financiar este Programa puede provenir de los recursos del Sistema General de Regalías (Proyecto de Acto Legislativo 13 de 2010 aprobado en plenaria del Senado, el 12 de octubre de 2010), en el cual se establece un fondo de desarrollo regional, cuya finalidad es la financiación de proyectos regionales de desarrollo (artículo 2)”[9].

Como país biodiverso Colombia arrastra problemas graves en materia de conservación y explotación responsable[10] de los recursos naturales, circunstancia que involucra, en forma contradictoria, la existencia, por un lado, de marcos legales[11] considerados como ‘completos y vanguardistas’, pero sin la fuerza jurídica y política para vincular tanto al Estado como a los particulares en las tareas de explotación ‘sostenible’ de dichos recursos, y por el otro, la imposición de una racionalidad económica que exacerba la explotación irracional de los recursos naturales, en un contexto en el que se sobresale la incapacidad y la precariedad del Estado frente a una iniciativa privada, nacional y transnacional, que cuenta con recursos económicos y con apoyos políticos (redes clientelares) para el desarrollo de iniciativas de explotación, así como la puesta en marcha de megaproyectos de infraestructura (construcción de carreteables, hidroeléctricas y exploración minera y petrolera).

En cuanto a las realidades socio ambientales de zonas biodiversas, como el Chocó Biogeográfico, en especial lo que corresponde a los territorios rurales de Buenaventura, otros municipios y territorios, hay que señalar que la ausencia del Estado ha facilitado la tarea depredadora de empresas, legales e ilegales, con el apoyo armado de paramilitares y guerrilleros, que sistemáticamente vienen erosionando no sólo el poder de las comunidades locales, sino sus propias prácticas culturales de aprovechamiento de la manigua, sino que tienen en entredicho su supervivencia. En el Plan Nacional de Desarrollo se lee lo siguiente:

“Colombia se caracteriza por ser un país heterogéneo en su geografía, con diferentes niveles de desarrollo regional y condiciones culturales y sociales diversas. Así mismo, presenta brechas en el desarrollo de sus territorios, las cuales son un reflejo, entre otros aspectos, de las trampas de la pobreza, de la complejidad de las relaciones territoriales y de condicionamientos históricos estructurales. En este sentido, uno de los mayores desafíos para alcanzar la prosperidad democrática, es lograr niveles de crecimiento y desarrollo socioeconómico, sostenible y convergente, reconociendo y aprovechando las diferentes capacidades económicas, sociales, institucionales e iniciativas de desarrollo regional. Un plan nacional de desarrollo con enfoque regional parte de reconocer las diferencias regionales como marco de referencia para formular políticas públicas y programas acordes con las características y capacidades de cada región, teniendo en cuenta las particularidades de sus diversos grupos poblacionales. En términos de ingreso, las disparidades se hacen evidentes. En efecto, Bogotá, Antioquia, Valle del Cauca, Santander, Cundinamarca, Atlántico, Bolívar, Casanare, Boyacá, Tolima y Córdoba generan el 80% del ingreso nacional. Por su parte, los PIB per cápita de Casanare y Bogotá son 4,3 y 1,6 veces el de Chocó, cuyo ingreso per cápita es el más bajo en el país. Estas diferencias económicas indican que para lograr la convergencia en las condiciones básicas para el desarrollo es necesario impulsar más aceleradamente las potencialidades económicas de los departamentos rezagados. Las brechas más significativas entre departamentos se presentan en los procesos productivos, los departamentos más competitivos del país se concentran en el centro del país y ocupan los primeros lugares en el escalafón de competitividad, con excepción del departamento de Atlántico, en el Caribe, que se ubica en el quinto lugar”[12].


Dentro del extenso Chocó Biogeográfico aparece la zona del Pacífico. El Pacífico colombiano arrastra años de abandono estatal, lo que involucra las instancias nacional y regional. Buenaventura, la ciudad-puerto, es el centro urbano y político sobre el que recaen iniciativas fallidas de desarrollo social, económico y ambiental. Baste con recordar el Plan Pacífico y la intervención en la zona del Proyecto Biopacífico.

Recientemente se aprobó la Alianza Pacífico, apuesta comercial que de inmediato compromete a la ciudad de Buenaventura como puerto y la expone a un tipo de desarrollo que poco o nada ha de servir para que supere los graves problemas de gobernabilidad, de múltiples violencias y de pobreza extrema.

La Alianza del Pacífico[13] se enmarca en el contexto de un modelo neoliberal y en un proceso de globalización económica, cultural, social y política que afecta de manera clara las lógicas y las dinámicas locales. El Estado queda supeditado al mercado y éste se encarga de someter al ciudadano de tal forma que poco a poco lo va transformando en ciudadano-cliente

El Gobierno de Santos lo reconoce en estos términos:

“Como lo ha dicho el presidente Santos, el objetivo es establecer un gobierno de Tercera Vía que se resume en un principio fundamental: el mercado hasta donde sea posible y el Estado hasta donde sea necesario. Un gobierno que prioriza las políticas que maximizan el impacto social, independientemente de su origen ideológico”[14].


En ese marco ideológico y político Buenaventura y el Pacífico colombiano afrontan retos mayúsculos, en particular las autoridades locales y regionales, responsables no sólo del abandono y de las condiciones de pobreza y de ingobernabilidad, sino del fortalecimiento de Representaciones Sociales que arrastran prácticas racistas hacia la población afrodescendiente que vive en esos territorios.

Las respuestas institucionales del orden nacional no se hacen esperar. En el Plan Nacional de Desarrollo se lee:

“El 9 de febrero de 2011 se suscribió el Protocolo de constitución de la Región Pacífico de Colombia como un acuerdo de voluntades suscrito por los gobernadores de los departamentos de Chocó, Valle del Cauca, Cauca y Nariño, con el objeto de promover la integración para mejorar la calidad de vida de la población e impactar positivamente en los indicadores sociales y económicos de este territorio. Esta iniciativa conocida como “Región Pacífico de Colombia: Tierra de Paz, Mar de Prosperidad” busca consolidar una mirada más integral del desarrollo regional, que consulte la experiencia adquirida desde 1985, para la construcción de una agenda una agenda articulada en temas de desarrollo rural, conectividad, energía, seguridad y servicios públicos. La consolidación de este propósito de cuatro departamentos, constituye el más reciente ejemplo del suroccidente colombiano sobre su aspiración de lograr un desarrollo equilibrado”[15].

Hay que tomar el Plan Nacional de Desarrollo del Gobierno de Juan Manuel Santos Calderón como una bitácora que debe ser revisada y seguida de cerca por la Universidad y los grupos de investigación.


Para el caso de Cali resulta clave revisar los problemas socio ambientales que genera el poblamiento irregular de las laderas, del jarrillón del río Cauca y el nuevo proyecto conocido como eco-ciudad Navarro, que la administración de Guerrero quiere desarrollar con el apoyo de la firma internacional Atkins (firma inglesa de consultoría). De igual manera, los problemas de convivencia que se registran en Potrero Grande, pretendida solución habitacional para habitantes que el Estado local logró reubicar del jarillón del río Cauca.

La contaminación de las fuentes hídricas, de los siete ríos que bañan la ciudad de Cali y el aprovechamiento incontrolado de aguas subterráneas son asuntos socio ambientales que bien vale la pena revisar a la luz del proyecto nacional de desarrollo del Gobierno de Santos.



[1] PND, 2010-2014. p. 23.

[2] Ibid. PND, 2010-2014. p. 21.

[3] SEN, Amartya. Desarrollo y libertad. Bogotá, Planeta. p. 19.

[4]Las mejores capacidades institucionales municipales se concentran en el centro del país especialmente en Bogotá, y el departamento de Cundinamarca, parte de Antioquia y el sur de Boyacá y en los departamentos que conforman el Eje Cafetero y el departamento del Valle”.PND, 2010-2014.

[5] Ibid. PND, 2010-2014. p. 21.

[6] PND, 2010-2014. p. 66.

[7] Otro elemento clave que nos puede conducir a la consolidación de un  pensamiento ambiental, políticamente comprometido con la necesidad de cambiar una visión de desarrollo que viene dejando graves estragos socio ambientales, es aceptar que la compleja realidad humana no puede comprenderse desde la frágil trinchera de una profesión u oficio. Este elemento, que directamente señala a la Academia, debe socializarse de tal forma, que cada ciudadano sea capaz de entender y comprender que sus acciones cotidianas tienen efectos sistémicos, que demandan de él  prácticas equilibradas.

[8] Vélez Galeano, Hildebrando. Ambientalismo y vida buena. En: La manzana de la discordia, debate sobre la naturaleza en disputa. Bogotá: Ecofondo, Ecos Nro 6. p. 50.

[9] PND, 2010-2014. p. 59.

[10] En la actualidad el país asiste a una bonanza minera, que pone en contradicción los intereses del gran capital transnacional, con la política ambiental e incluso, con alguna legislación, en especial con el Código Minero, en el que expresamente se prohíbe la explotación minera en zonas de páramo, pero que de nada sirvió para que el Estado colombiano otorgara licencia ambiental a una multinacional canadiense para explotar oro en la zona de Santurbán (Santander), zona de páramo y ecosistema especialmente frágil y estratégico, por ser fuente de agua y nacedero de varios afluentes.

[11] Por las señaladas condiciones endógenas y el dinámico contexto exógeno, Colombia trató en el pasado de responder jurídica y políticamente a las exigencias  de organismos internacionales, así como a corrientes de pensamiento ambiental, que reclamaban una revisión del modelo de desarrollo, en donde se destaca la mitigación de impactos ambientales por la puesta en marcha de proyectos de infraestructura y explotación de recursos de especial importancia energética (petróleo, gas y carbón) y económica (entrada de divisas por explotación de oro y otros minerales), en zonas y ecosistemas frágiles e importantes como los páramos, las formaciones coralinas y en general, los bosques tropicales.  Colombia respondió y adquirió compromisos éticos y políticos expuestos en el escenario de la Cumbre de la Tierra (1992, veinte años después de la primera cumbre internacional llevada a cabo en Estocolmo). En respuesta a éstos y en el contexto de una Constitución Política liberal y garantista, promulgada en 1991[11], el Estado colombiano avanzó en materia ambiental al concebir un marco legal que le permitiera construir las bases de un modelo de explotación responsable de los recursos naturales: la Ley 99 de 1993, con la cual se creó el Ministerio del Medio Ambiente y se organizó el Sistema Nacional Ambiental (SINA). En términos prácticos, dicha norma le daba un lugar privilegiado al tema ambiental, no sólo por el hecho de elevarse al carácter ministerial, sino por la capacidad del novel Ministerio de intervenir en discusiones de planeación, formulación de planes de desarrollo, así como en la puesta en marcha de proyectos de infraestructura (construcción de represas, complejos viales, explotación exhaustiva de oro y madera, entre otros)  y formulación de políticas públicas y de reconocer, en adelante, la intervención interesada de las comunidades locales asentadas en territorios y zonas biodiversas, proclives a sufrir el impacto de obras de infraestructura ambiental y socialmente complejas.

[12] Op cit.  PND 2010-2014. p. 27.

[13] La Alianza del Pacífico es una iniciativa de integración regional conformada por Chile, Colombia, México y Perú, creada el 28 de abril de 2011. Sus objetivos son: Construir, de manera participativa y consensuada, un área de integración profunda para avanzar progresivamente hacia la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas; Impulsar un mayor crecimiento, desarrollo y competitividad de las economías de las Partes, con miras a lograr un mayor bienestar, la superación de la desigualdad socioeconómica y la inclusión social de sus habitantes; Convertirse en una plataforma de articulación política, de integración económica y comercial y de proyección al mundo, con especial énfasis en Asia-Pacífico. Tomado de http://alianzapacifico.net/que_es_la_alianza/la-alianza-del-pacifico-y-sus-objetivos/
Consulta 29 de mayo de 2014.

[14] PND, 2010-2014. p. 24.

[15] PND, 2010-2014. p. 47. 

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