Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
En
la actual coyuntura política y electoral por la que atraviesa Colombia las
Fuerzas Armadas terminarán graduadas como actores políticos por cuenta no sólo de
los oficiales, suboficiales y soldados que están deliberando y tomando partido,
sino por cuenta de los candidatos presidenciales que las están manoseando.
Santos,
por su lado, busca a toda costa el respaldo de la cúpula militar, en su afán
por convencer a los altos oficiales del cambio misional que se avecina si se
firma el armisticio con las Farc y se ponen en marcha escenarios de
posconflicto. Santos, apegado a la institucionalidad, espera que sus ideas
calen dentro de la estructura y el mando militar y logren entronizarse en las
prácticas cotidianas de soldados, suboficiales y mandos operativos de la
oficialidad.
La
transformación que propone Santos es compleja en la medida en que las fuerzas
armadas han enfrentado un enemigo interno que explica y para muchos justifica
hechos execrables como los ‘falsos positivos’, eventos como las chuzadas
(Andrómeda) y el uso de la inteligencia militar para torpedear el proceso de
paz; y en general, prácticas de guerra sucia y degradada soportada y aupada en
una doctrina de seguridad que de fondo va en contravía un régimen democrático en construcción.
Y
peor es el panorama ético y cultural cuando se advierte que Uribe Vélez, en sus
ocho años debilitó la institucionalidad militar hasta el punto de manejar a la
cúpula militar como un grupo armado de seguridad privada. Como si fueran
empleados de sus haciendas. Por su carácter autocrático, megalómano y mesiánico
Uribe Vélez politizó a las fuerzas armadas. Poco a poco las fragmentó y las
convirtió en un cuerpo armado ideologizado, hasta el punto de que hoy el
carácter monolítico de las fuerzas castrense es relativo o está en crisis.
Es
claro que en la actual coyuntura política y electoral miembros de las fuerzas
armadas tomaron partido. Parte de la cúpula, del alto mando, está con Santos.
Pero hay mandos operativos y en general mandos medios y bajos que respaldan de
corazón al candidato de Uribe. Y es así porque confían en que Zuluaga mantenga
una doble línea de mando. Es decir, una apegada a los instrumentos y a los
códigos castrenses y otra, apegada a las lógicas de los atajos con las que se
producen más y mejores resultados operacionales, desestimando la ética y el
honor militar.
Es
muy grave lo que está pasando hoy en Colombia al interior de las fuerzas de
policía, ejército, armada y fuerza aérea. Están politizadas y polarizadas. Y lo
peor, sectores poderosos dentro y fuera de ellas le están apostando a la
continuidad de la guerra, porque ello les garantiza mantener no sólo
privilegios de clase, sino el estatus de
héroes que parte de la sociedad, con la ayuda de los medios masivos y la
publicidad institucional, les dio por enfrentar a un enemigo interno que ha
demostrado capacidad para resistir la embestida militar, con todo y el apoyo
tecnológico que los Estados Unidos brindan de tiempo atrás. Además del poco o
nulo control fiscal que los organismos de control hacen sobre el presupuesto
que el Estado entrega para mantener la ofensiva militar.
Le
cabe razón a Alejandro Reyes Posada en reciente columna en El Espectador,
cuando señala que “la guerra ha creado un poderoso aparato
armado privado, que vive una bonanza de la industria de la seguridad. La
seguridad privada, ahora en manos de bandas criminales, ha pasado a capturar
rentas de negocios ilegales y extiende sus redes para capturar los recursos
públicos. Todos estos negocios requieren, como el pez el agua, la continuación
de la guerra de guerrillas, sin las cuales perderían el clima favorable para
progresar”[1].
Preocupa
que en una eventual victoria del candidato de Uribe las Fuerzas Armadas se
presten a la cacería de brujas que
muy seguramente desplegará el gobierno de Zuluaga, aupado no sólo por su jefe y
patrón, sino por unas fuerzas militares que al sentirse manoseadas y
mancilladas en su honor militar por parte de Santos, buscarán recobrar el lugar
que supuestamente perdieron con un Gobierno que al reconocer que el Estado
colombiano es victimario, de forma natural las igualó con las Farc,
organización que también reconoció su talante de victimaria.
Será
difícil cambiar el ‘chip’ de los militares. Si Santos resulta reelecto, muy
seguramente deberá enfrentar una pasiva y activa oposición dentro de las filas.
Deberá, entonces, amarrarse el cinturón de comandante general y hacer uso de la
discrecionalidad que tiene para llamar a calificar servicio a quienes no sigan
sus directrices. Y deberá intervenir de inmediato las escuelas de formación,
con el claro propósito de cambiar el discurso castrense y la doctrina militar,
mientras se firma el fin del conflicto en La Habana. Y allí se abre una
oportunidad inmensa para las Universidades. Son ellas las que deben preparar a
las nuevas generaciones de oficiales y suboficiales que darán sostenimiento a
los escenarios de posconflicto. Un país sin enemigo interno debe modificar
sustancialmente el talante de sus fuerzas armadas.
En
cambio, si resulta electo Zuluaga, quizás un régimen de mano dura cobre vida en
Colombia. Y es claro que Uribe estará detrás para darle a las fuerzas armadas
el talante político necesario que las lleve a convertirse en la nueva fuerza
armada chulavita, al servicio del uribismo, de las empresas de seguridad, de
los fabricantes y comerciantes de armas y pertrechos militares, de los uribistas y de Uribe.
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