APUNTES SOBRE EL FÚTBOL COMO DEPORTE ESPECTÁCULO
Por Germán
Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El Mundial de Fútbol, Brasil 2014 es el
evento orbital capaz de paralizar países y continentes enteros alrededor de un
balón y de selecciones nacionales que le hacen creer a millones de ciudadanos
en el mundo que el Estado-nación aún se mantiene en pie, en pleno proceso de
globalización. La defensa del Estado moderno hoy se hace a través de himnos y
de banderas que engalanan los uniformes de los jugadores que participan del
torneo mundial. Nadie recuerda que por efectos de la llamada globalización económica
el Estado-nación moderno, como figura identitaria, está hoy sometido a las
fuerzas del mercado.
Pero más allá de realidades económicas y políticas
alrededor del Estado, bien vale la pena reflexionar alrededor del fútbol como deporte
espectáculo. Las sucesivas líneas van en ese sentido.
El deporte espectáculo supone una serie de
características que no sólo permiten definirlo como tal, sino que propician su
comprensión y aprehensión como actividad humana razonable, aceptable, legítima,
legal, masiva, homogoneizante y económicamente viable[1], en tanto se
obedece a la lógica comercial y económica que se impone hoy en esta etapa de la
globalización corporativa.
Entre aquellas características aparecen,
sin un orden preconcebido, el que debe ser una actividad masiva con
posibilidades de convertirse en un espectáculo de masas. Debe ser, además, una
actividad de fácil comprensión y seguimiento, lo que involucra o compromete una
mínima capacidad cognitiva tanto de los seguidores, como de los practicantes
(deportistas). El epíteto de espectáculo ofrece una mirada estética, indica un
valor social a la actividad deportiva en cuanto a los movimientos, la técnica
expuesta por los jugadores (protagonistas) a la hora de manejar el útil
(balón).
Ello, sumado a las posibilidades de éxito
que encarne la disciplina deportiva, asegurado por la vía del consumo y el
cubrimiento masivo, hace del deporte espectáculo una actividad económicamente
viable (debe ser así), socialmente
aprehensible (capacidad cognitiva), políticamente correcta (legitimada por la
acción gubernamental, a través de la existencia de secretarías del deporte, el
patrocinio tanto esta tal como privado, el préstamo de Estadios del Estado, y hasta
por las opiniones de presidentes, entre otras).
Esto es, atractivo y capaz de convocar y
concentrar el mayor número de
interesados, espectadores, que con el tiempo pueden convertirse en seguidores
permanentes y en aficionados, cuando supone la generación de afecto de estos últimos hacia el deportista, el equipo y los
símbolos generados por la práctica deportiva y el entorno sociocultural que lo
cobija. Quienes se dicen seguidores del deporte espectáculo llamado fútbol,
generan prácticas, normas de consumo, de comportamiento y aprecio del fenómeno
deportivo, en una dinámica identitaria capaz de generar comunidad a pesar de la
existencia de diferencias asociadas a cuestiones de clase, religión o ideología
política entre los seguidores asiduos.
Como actividad humana, el deporte
espectáculo arrastra las tensiones y pulsiones de un ser humano capaz de crear
espacios lúdicos, de encuentro, sin que ello suponga la horizontalización total
y definitiva de las relaciones humanas allí presentes, en tanto desprovistas de
las relaciones de poder que de forma natural se generan en los encuentros
humanos.
El juego, como tal, responde a un fenómeno
cultural sólo posible por el ser humano y en el que multitudes encuentran
nichos de desarrollo de la personalidad, reconocimiento familiar, grupal,
esparcimiento, encuentros, motivaciones comerciales y de otra índole, muy fuertes, que se asocian
al sentido que cada uno de los seres humanos le da a la vida.
El deporte espectáculo llamado fútbol es la
representación de la capacidad humana de generar cultura, y en esa medida,
representa, recoge, escenifica, teatraliza y expone las maneras más disímiles
de comprender, entre otros asuntos, qué es lo público, cuáles son los límites
entre lo razonable y lo no razonable, cuáles son los límites entre lo público y
lo privado, y en ese camino definitorio,
qué es o no lo correcto. También da elementos para juzgar qué es lo
estéticamente aceptable y qué es digno de ser admirado en tanto la exposición
de una habilidad por parte de los protagonistas.
De igual manera, define social y
culturalmente la mirada estética de amplias mayorías que ven y siguen el
espectáculo, y que llega, incluso, esa mirada, a trascender lo deportivo, hasta
llegar a la admiración de la estética femenina, en tanto el fútbol, como
espectáculo público, permite la exhibición de lo femenino desde la mirada
reglada del gran Macho (el registro por los medios masivos, la TV, usan lo
femenino cotidianamente en las notas informativas).
Como asunto humano, el deporte espectáculo
ofrece una miríada de hechos, situaciones y prácticas humanas en tanto con él y
desde él se mimetizan hasta cierto punto
los conflictos humanos, sociales, económicos y políticos, en un juego de
máscaras en el que el rol de hincha, dentro de los tiempos del juego, e
incluso, por fuera del escenario deportivo natural, permite la apariencia, la
ficción, el sueño, la ilusión por el triunfo y el reconocimiento de los
participantes directos del juego, responsables directos de que la puesta en escena
de virtudes, ilusiones, sueños, tensiones y pulsiones resulten significativos o
no, traumáticos o no, lográndose así la permanencia del juego espectáculo como
escenario de exposición y socialización de dichos asuntos humanos.
Para el caso específico del fútbol, como
deporte espectáculo y como juego, en tanto desarrollo de la disciplina que
lleva su mismo nombre, capaz de generar relaciones afectivas entre los protagonistas (los jugadores) y los
aficionados (juegan a ser protagonistas
de diversas maneras, entre ellas, la violencia, el reclamo colectivo por
resultados), hay que señalar que en él confluyen de manera concreta y visible
pulsiones y tensiones sociales, económicas, culturales y políticas, que lo
elevan a la categoría de problema de orden
público, cuando las autoridades de policía, los medios de comunicación y la
historia misma de los enfrentamientos deportivos, advierten sobre posibles
actos de violencia e intentan prevenir
comportamientos anómalos para quienes por fuera del espectáculo y la
teatralidad expuesta, los califican como tal.
En cuanto a los medios de comunicación, hay
que señalar que la condición de deporte espectáculo aparece gracias al poder de
penetración de la televisión y a la masificación de las audiencias, en un contexto
violento en donde los espacios públicos[2]
repelen al ciudadano, a quien no le queda otro camino que retirarse a su
espacio privado para consumir, sin límites y de forma apacible, la oferta
cultural-deportiva.
La violencia es connatural al fútbol en la
medida en que desde el lenguaje[3]
se define el enemigo, el escenario, las estrategias de defensa y ataque, entre
otros, en un proceso que involucra por supuesto, el discurso
periodístico-noticioso, que es maniqueo, ahistórico, asociado eso sí, a la
dinámica comercial del espectáculo mismo y a la que agencian los mismos medios
de comunicación que igualmente responden a la lógica capitalista que convierte
la información en mercancía.
El deporte espectáculo, como el fútbol, es
la representación del hombre moderno en su pretensión objetiva de construirse
como una super especie (la idea de superhombre) no sólo capaz de dominar la
Naturaleza, sino capaz de encontrar en el esfuerzo físico (crecimiento de la
masa corporal, la técnica médica al servicio del mejoramiento de la condición
física y a la solución de problemas ocasionados por las lesiones), la
posibilidad de derrotar, momentáneamente, la condición finita y con ella, el degeneramiento
celular.
En esa búsqueda incesante del hombre
físicamente perfecto, del hombre poderoso, que se enfrenta a la muerte y al
paso inexorable del tiempo biológico, el deporte espectáculo termina
legitimando los avances y la aplicación de la técnica médica y del desarrollo
tecnológico a las disciplinas deportivas y a sus protagonistas en el mejoramiento, el rendimiento deportivo
de los deportistas (véase el caso del ciclismo, las pesas y el mismo fútbol).
Como en toda actividad humana, la vida útil
es un asunto clave dentro de la práctica deportiva a nivel profesional en la
medida en que los jugadores y los deportistas en general son fichas a las que
el valor de uso está asociado no sólo a su capacidad deportiva (de practicar
bien la disciplina, de exhibir con suficiencia su capacidad motora, su
capacidad de dominio sobre la esfera, el instrumento deportivo), sino a la vida
útil de su físico, en tanto que el deporte espectáculo explota del ser humano
esa capacidad física que le permite ser reconocido como deportista de alto rendimiento.
[1]
Nótese el negocio de las marcas como garantiza el espectáculo.
[2]
Nótese que la violencia en los espacios públicos y los riesgos mismos que se
corren en los circuitos de movilidad de las ciudades, hacen que los ciudadanos
se encuentren alrededor de la televisión, en un ritual privado que se hace
masivo en tanto el consumo de la oferta cultural así lo puede evidenciar.
[3]
En las transmisiones radiales y televisas, y aún en la misma escritura de la
prensa escrita, se escuchan y se leen frases como “disparó al arco”, “lo
fusiló”, fue un partido a muerte”; “murió con las botas puestas”; “hizo
respetar su condición de local”, “defendió el uniforme”, entre otras muchas
frases, que permiten asociar el fútbol a
categorías políticas como el conflicto, la guerra, el estado-nación (en los
enfrentamientos entre selecciones nacionales, se despierta el patrioterismo,
capaces de generar conflictos diplomáticos, despertar rencores y recordar
hechos políticos como enfrentamientos bélicos, guerras internacionales).
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