martes, 1 de julio de 2014


APUNTES  SOBRE  EL  FÚTBOL  COMO  DEPORTE  ESPECTÁCULO


Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

El Mundial de Fútbol, Brasil 2014 es el evento orbital capaz de paralizar países y continentes enteros alrededor de un balón y de selecciones nacionales que le hacen creer a millones de ciudadanos en el mundo que el Estado-nación aún se mantiene en pie, en pleno proceso de globalización. La defensa del Estado moderno hoy se hace a través de himnos y de banderas que engalanan los uniformes de los jugadores que participan del torneo mundial. Nadie recuerda que por efectos de la llamada globalización económica el Estado-nación moderno, como figura identitaria, está hoy sometido a las fuerzas del mercado.  

Pero más allá de realidades económicas y políticas alrededor del Estado, bien vale la pena reflexionar alrededor del fútbol como deporte espectáculo. Las sucesivas líneas van en ese sentido.

El deporte espectáculo supone una serie de características que no sólo permiten definirlo como tal, sino que propician su comprensión y aprehensión como actividad humana razonable, aceptable, legítima, legal, masiva, homogoneizante y económicamente viable[1], en tanto se obedece a la lógica comercial y económica que se impone hoy en esta etapa de la globalización corporativa.

Entre aquellas características aparecen, sin un orden preconcebido, el que debe ser una actividad masiva con posibilidades de convertirse en un espectáculo de masas. Debe ser, además, una actividad de fácil comprensión y seguimiento, lo que involucra o compromete una mínima capacidad cognitiva tanto de los seguidores, como de los practicantes (deportistas). El epíteto de espectáculo ofrece una mirada estética, indica un valor social a la actividad deportiva en cuanto a los movimientos, la técnica expuesta por los jugadores (protagonistas) a la hora de manejar el útil (balón).

Ello, sumado a las posibilidades de éxito que encarne la disciplina deportiva, asegurado por la vía del consumo y el cubrimiento masivo, hace del deporte espectáculo una actividad económicamente viable (debe ser así),  socialmente aprehensible (capacidad cognitiva), políticamente correcta (legitimada por la acción gubernamental, a través de la existencia de secretarías del deporte, el patrocinio tanto esta tal como privado, el préstamo de Estadios del Estado, y hasta por las opiniones de presidentes, entre otras).

Esto es, atractivo y capaz de convocar y concentrar el mayor  número de interesados, espectadores, que con el tiempo pueden convertirse en seguidores permanentes y en aficionados, cuando supone la generación de afecto de estos  últimos hacia el deportista, el equipo y los símbolos generados por la práctica deportiva y el entorno sociocultural que lo cobija. Quienes se dicen seguidores del deporte espectáculo llamado fútbol, generan prácticas, normas de consumo, de comportamiento y aprecio del fenómeno deportivo, en una dinámica identitaria capaz de generar comunidad a pesar de la existencia de diferencias asociadas a cuestiones de clase, religión o ideología política entre los seguidores asiduos.

Como actividad humana, el deporte espectáculo arrastra las tensiones y pulsiones de un ser humano capaz de crear espacios lúdicos, de encuentro, sin que ello suponga la horizontalización total y definitiva de las relaciones humanas allí presentes, en tanto desprovistas de las relaciones de poder que de forma natural se generan en los encuentros humanos.

El juego, como tal, responde a un fenómeno cultural sólo posible por el ser humano y en el que multitudes encuentran nichos de desarrollo de la personalidad, reconocimiento familiar, grupal, esparcimiento, encuentros, motivaciones comerciales  y de otra índole, muy fuertes, que se asocian al sentido que cada uno de los seres humanos le da a la vida.

El deporte espectáculo llamado fútbol es la representación de la capacidad humana de generar cultura, y en esa medida, representa, recoge, escenifica, teatraliza y expone las maneras más disímiles de comprender, entre otros asuntos, qué es lo público, cuáles son los límites entre lo razonable y lo no razonable, cuáles son los límites entre lo público y lo privado, y en ese camino definitorio,  qué es o no lo correcto. También da elementos para juzgar qué es lo estéticamente aceptable y qué es digno de ser admirado en tanto la exposición de una habilidad por parte de los protagonistas.

De igual manera, define social y culturalmente la mirada estética de amplias mayorías que ven y siguen el espectáculo, y que llega, incluso, esa mirada, a trascender lo deportivo, hasta llegar a la admiración de la estética femenina, en tanto el fútbol, como espectáculo público, permite la exhibición de lo femenino desde la mirada reglada del gran Macho (el registro por los medios masivos, la TV, usan lo femenino cotidianamente en las notas informativas).

Como asunto humano, el deporte espectáculo ofrece una miríada de hechos, situaciones y prácticas humanas en tanto con él y desde él se mimetizan hasta cierto punto  los conflictos humanos, sociales, económicos y políticos, en un juego de máscaras en el que el rol de hincha, dentro de los tiempos del juego, e incluso, por fuera del escenario deportivo natural, permite la apariencia, la ficción, el sueño, la ilusión por el triunfo y el reconocimiento de los participantes directos del juego, responsables directos de que la puesta en escena de virtudes, ilusiones, sueños, tensiones y pulsiones resulten significativos o no, traumáticos o no, lográndose así la permanencia del juego espectáculo como escenario de exposición y socialización de dichos  asuntos humanos.

Para el caso específico del fútbol, como deporte espectáculo y como juego, en tanto desarrollo de la disciplina que lleva su mismo nombre, capaz de generar relaciones afectivas  entre los protagonistas (los jugadores) y los aficionados (juegan a  ser protagonistas de diversas maneras, entre ellas, la violencia, el reclamo colectivo por resultados), hay que señalar que en él confluyen de manera concreta y visible pulsiones y tensiones sociales, económicas, culturales y políticas, que lo elevan a la categoría de problema  de orden público, cuando las autoridades de policía, los medios de comunicación y la historia misma de los enfrentamientos deportivos, advierten sobre posibles actos de violencia  e intentan prevenir comportamientos anómalos para quienes por fuera del espectáculo y la teatralidad expuesta, los califican como tal.

En cuanto a los medios de comunicación, hay que señalar que la condición de deporte espectáculo aparece gracias al poder de penetración de la televisión y a la masificación de las audiencias, en un contexto violento en donde los espacios públicos[2] repelen al ciudadano, a quien no le queda otro camino que retirarse a su espacio privado para consumir, sin límites y de forma apacible, la oferta cultural-deportiva.

La violencia es connatural al fútbol en la medida en que desde el lenguaje[3] se define el enemigo, el escenario, las estrategias de defensa y ataque, entre otros, en un proceso que involucra por supuesto, el discurso periodístico-noticioso, que es maniqueo, ahistórico, asociado eso sí, a la dinámica comercial del espectáculo mismo y a la que agencian los mismos medios de comunicación que igualmente responden a la lógica capitalista que convierte la información en mercancía.

El deporte espectáculo, como el fútbol, es la representación del hombre moderno en su pretensión objetiva de construirse como una super especie (la idea de superhombre) no sólo capaz de dominar la Naturaleza, sino capaz de encontrar en el esfuerzo físico (crecimiento de la masa corporal, la técnica médica al servicio del mejoramiento de la condición física y a la solución de problemas ocasionados por las lesiones), la posibilidad de derrotar, momentáneamente, la condición finita y con ella, el degeneramiento celular.

En esa búsqueda incesante del hombre físicamente perfecto, del hombre poderoso, que se enfrenta a la muerte y al paso inexorable del tiempo biológico, el deporte espectáculo termina legitimando los avances y la aplicación de la técnica médica y del desarrollo tecnológico a las disciplinas deportivas y a sus protagonistas  en el mejoramiento, el rendimiento deportivo de los deportistas (véase el caso del ciclismo, las pesas y el mismo fútbol).

Como en toda actividad humana, la vida útil es un asunto clave dentro de la práctica deportiva a nivel profesional en la medida en que los jugadores y los deportistas en general son fichas a las que el valor de uso está asociado no sólo a su capacidad deportiva (de practicar bien la disciplina, de exhibir con suficiencia su capacidad motora, su capacidad de dominio sobre la esfera, el instrumento deportivo), sino a la vida útil de su físico, en tanto que el deporte espectáculo explota del ser humano esa capacidad física que le permite ser reconocido como deportista de alto rendimiento.




[1] Nótese el negocio de las marcas como garantiza el espectáculo.

[2] Nótese que la violencia en los espacios públicos y los riesgos mismos que se corren en los circuitos de movilidad de las ciudades, hacen que los ciudadanos se encuentren alrededor de la televisión, en un ritual privado que se hace masivo en tanto el consumo de la oferta cultural así lo puede evidenciar.

[3] En las transmisiones radiales y televisas, y aún en la misma escritura de la prensa escrita, se escuchan y se leen frases como “disparó al arco”, “lo fusiló”, fue un partido a muerte”; “murió con las botas puestas”; “hizo respetar su condición de local”, “defendió el uniforme”, entre otras muchas frases, que  permiten asociar el fútbol a categorías políticas como el conflicto, la guerra, el estado-nación (en los enfrentamientos entre selecciones nacionales, se despierta el patrioterismo, capaces de generar conflictos diplomáticos, despertar rencores y recordar hechos políticos como enfrentamientos bélicos, guerras internacionales). 

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