Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
El
uso cotidiano y a veces desprevenido de las palabras y los conceptos nos lleva
no sólo a un fuerte y prolongado vaciamiento del sentido con que aquellas y
aquellos nacen y se proponen para explicar fenómenos y hechos del devenir
humano, sino que terminamos validando discursos oficiales que históricamente
han servido para enmascarar realidades y
verdades.
Huelga
recordar en este punto a Cortázar: “Hay
palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan
por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de brotar de las
bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la
comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las
oímos caer como piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje, o a
percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas como monedas
gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas
como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados”[1].
Por
lo anterior, en esta columna pretendo acercarme a la actividad de lavar las palabras, propuesta por Cortázar
en el citado texto. Y lo haré sobre tres conceptos: posguerra, posconflicto y
posacuerdos[2]
Inicio
con posguerra[3].
La defino como un estadio en el que las hostilidades y las confrontaciones
armadas han cesado porque hay o hubo un armisticio o el rendimiento de uno de
los ejércitos enfrentados. Se trata del fin de la guerra, en tanto motivación
con la que se insiste en alcanzar el poder venciendo en el campo de batalla a
un predeterminado enemigo. El silenciamiento de los fusiles, la dejación de
armas y la desmovilización de los combatientes son elementos claves de la
posguerra.
Ahora
sigo con el término posconflicto. En muchas ocasiones he hablado de
posconflicto con la clara intención de señalar hacia un estadio deseable de
superación de las circunstancias objetivas que permitieron y legitimaron el
levantamiento armado y el nacimiento de las guerrillas en los años 60. Estadio
este en donde la paz deberá consolidarse a pesar de que permanezcan diferencias
ideológicas y políticas, y de otros tipos, que puedan dar lugar al surgimiento
de nuevos conflictos bélicos. Es clave aclarar que posconflicto no es un
escenario en donde habrá conflictos. No. Per sé, la condición humana deviene,
produce y reproduce conflictos, el problema está en cómo los resolvemos; en
cómo afrontamos las diferencias. Si a través de la violencia, los levantamientos
armados o el diálogo y la confrontación de argumentos y razones.
Los
conflictos, de todas formas, deberán afrontarse y resolverse de manera
civilizada y no a través de la eliminación física del contrario, contradictor o
adversario. La categoría enemigo, en este estadio, debería de quedar proscrita.
El
posconflicto, como estadio de futuro, arranca como posibilidad real una vez se
firme el fin del conflicto armado entre las guerrillas y el Estado colombiano.
Lograda la firma de un acuerdo, sobre la base de una Agenda pactada entre Farc
y el Gobierno de Santos, el país entraría en la etapa y en el proceso de diseño
de escenarios de posconflicto. Y estos escenarios deseables y posibles se
podrán diseñar y poner en marcha una vez haya consenso sobre la naturaleza del
conflicto armado interno, sus protagonistas armados y sus animadores
(protagonistas no armados); de igual manera, deberá haber acuerdos en lo que
concierne a quiénes son las víctimas y los victimarios, pero sobre todo, con la
idea clara de salvaguardar la dignidad de los civiles que sufrieron por efectos
de un conflicto irregular. Pero también será posible llegar a estos estadios de
futuro próximo, cuando el Estado por fin se consolide como un orden moralmente
superior a quienes han decidido de tiempo atrás y recientemente, someterse a su
autoridad. Y ello implica, por ejemplo, que el Estado tenga pleno control sobre
las armas, asegurando para sí su monopolio.
La
sociedad también debe hacer ingentes esfuerzos para que el posconflicto sea
posible y se consolide como un escenario de futuro, de reconciliación, de
verdad, justicia, reparación, pero sobre todo, de no repetición de los hechos
violentos asociados a la naturaleza de la guerra o del conflicto armado interno
que aparentemente se superó.
He
dicho también que ese estadio demanda un profundo cambio cultural en todas las
élites de poder económico, político, social y militar, así como del conjunto de
la sociedad. Es mucho lo que hay que revisar, ajustar y/o cambiar: modelo de
desarrollo económico, relaciones Estado-Sociedad y las formas no sostenibles
con las que venimos relacionándonos con el medio ambiente y los ecosistemas.
Pero
llegar a ese estadio será difícil porque los cambios profundos generan miedo y
a veces niveles insoportables de incertidumbres. Al ser Colombia una sociedad
goda, violenta y premoderna y al reconocer la profunda mezquindad de sus
élites, lo mejor es hablar de posacuerdos. Es decir, ese estadio en el que una
vez firmado el fin del conflicto, se reconocen las dificultades para avanzar
hacia escenarios de verdad, de arrepentimiento, de reparación y de cambio
cultural que se requieren para superar los estragos espirituales, ambientales y
culturales que deja el degradado y prolongado conflicto armado interno.
Hablar
de posacuerdos, además, le resta de cierta manera ese halo de triunfalismo con
el que fuerzas estatales y otras comprometidas con su accionar (agentes privados), empiezan a hablar de
la superación de las razones objetivas que provocaron el levantamiento armado,
cuando empíricamente se puede demostrar que poco han hecho para desconcentrar
la riqueza en pocas manos y para devolverle la tierra a quienes sufrieron el
despojo por parte del propio Estado, paramilitares y guerrilleros. En adelante
y con la clara intención de lavar el
término posconflicto, propongo que hablemos de posacuerdos.
Termino
con Cortázar: “Es tiempo de
decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se
enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros
enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros. Una crítica
profunda de nuestra naturaleza, de nuestra manera de pensar, de sentir y de
vivir, es la única posibilidad que tenemos de devolverle al habla su sentido
más alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso vivirlas desde
adentro, sin practicarlas auténticamente desde adentro, sin ser responsables de
cada una de ellas desde lo más hondo de nuestro ser. Sólo así esos términos
alcanzarán la fuerza que exigimos en ellos, sólo así serán nuestros y solamente
nuestros. La tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavan las ropas y la
vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso. Es hora de
pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa
máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar
nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así
lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción,
porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra”.
[1]
Cortázar, Julio. Las Palabras.
[2] Debo explicar que la mención de esta
palabra y concepto la escuché de una amiga a la que llamo Xué, quien a su vez
la escuchó de un amigo de ella, con quien compartió varios minutos una
discusión al respecto del uso de los términos.
[3] Pensada en el contexto de la guerra
interna colombiana. Se diferencia de cualquier otra conceptualización
relacionada con la posguerra, como periodo posterior al fin de las dos guerras
mundiales.
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