miércoles, 6 de agosto de 2014

Posguerra, Posconflicto o Posacuerdos

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


El uso cotidiano y a veces desprevenido de las palabras y los conceptos nos lleva no sólo a un fuerte y prolongado vaciamiento del sentido con que aquellas y aquellos nacen y se proponen para explicar fenómenos y hechos del devenir humano, sino que terminamos validando discursos oficiales que históricamente han servido para enmascarar realidades y  verdades.

Huelga recordar en este punto a Cortázar: “Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicación, pájaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las oímos caer como piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje, o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas como monedas gastadas, a perderlas cada vez más como signos vivos y a servirnos de ellas como pañuelos de bolsillo, como zapatos usados[1].

Por lo anterior, en esta columna pretendo acercarme a la actividad de lavar las palabras, propuesta por Cortázar en el citado texto. Y lo haré sobre tres conceptos: posguerra, posconflicto y posacuerdos[2]

Inicio con posguerra[3]. La defino como un estadio en el que las hostilidades y las confrontaciones armadas han cesado porque hay o hubo un armisticio o el rendimiento de uno de los ejércitos enfrentados. Se trata del fin de la guerra, en tanto motivación con la que se insiste en alcanzar el poder venciendo en el campo de batalla a un predeterminado enemigo. El silenciamiento de los fusiles, la dejación de armas y la desmovilización de los combatientes son elementos claves de la posguerra.

Ahora sigo con el término posconflicto. En muchas ocasiones he hablado de posconflicto con la clara intención de señalar hacia un estadio deseable de superación de las circunstancias objetivas que permitieron y legitimaron el levantamiento armado y el nacimiento de las guerrillas en los años 60. Estadio este en donde la paz deberá consolidarse a pesar de que permanezcan diferencias ideológicas y políticas, y de otros tipos, que puedan dar lugar al surgimiento de nuevos conflictos bélicos. Es clave aclarar que posconflicto no es un escenario en donde habrá conflictos. No. Per sé, la condición humana deviene, produce y reproduce conflictos, el problema está en cómo los resolvemos; en cómo afrontamos las diferencias. Si a través de la violencia, los levantamientos armados o el diálogo y la confrontación de argumentos y razones.

Los conflictos, de todas formas, deberán afrontarse y resolverse de manera civilizada y no a través de la eliminación física del contrario, contradictor o adversario. La categoría enemigo, en este estadio, debería de quedar proscrita.

El posconflicto, como estadio de futuro, arranca como posibilidad real una vez se firme el fin del conflicto armado entre las guerrillas y el Estado colombiano. Lograda la firma de un acuerdo, sobre la base de una Agenda pactada entre Farc y el Gobierno de Santos, el país entraría en la etapa y en el proceso de diseño de escenarios de posconflicto. Y estos escenarios deseables y posibles se podrán diseñar y poner en marcha una vez haya consenso sobre la naturaleza del conflicto armado interno, sus protagonistas armados y sus animadores (protagonistas no armados); de igual manera, deberá haber acuerdos en lo que concierne a quiénes son las víctimas y los victimarios, pero sobre todo, con la idea clara de salvaguardar la dignidad de los civiles que sufrieron por efectos de un conflicto irregular. Pero también será posible llegar a estos estadios de futuro próximo, cuando el Estado por fin se consolide como un orden moralmente superior a quienes han decidido de tiempo atrás y recientemente, someterse a su autoridad. Y ello implica, por ejemplo, que el Estado tenga pleno control sobre las armas, asegurando para sí su monopolio.

La sociedad también debe hacer ingentes esfuerzos para que el posconflicto sea posible y se consolide como un escenario de futuro, de reconciliación, de verdad, justicia, reparación, pero sobre todo, de no repetición de los hechos violentos asociados a la naturaleza de la guerra o del conflicto armado interno que aparentemente se superó.

He dicho también que ese estadio demanda un profundo cambio cultural en todas las élites de poder económico, político, social y militar, así como del conjunto de la sociedad. Es mucho lo que hay que revisar, ajustar y/o cambiar: modelo de desarrollo económico, relaciones Estado-Sociedad y las formas no sostenibles con las que venimos relacionándonos con el medio ambiente y los ecosistemas.

Pero llegar a ese estadio será difícil porque los cambios profundos generan miedo y a veces niveles insoportables de incertidumbres. Al ser Colombia una sociedad goda, violenta y premoderna y al reconocer la profunda mezquindad de sus élites, lo mejor es hablar de posacuerdos. Es decir, ese estadio en el que una vez firmado el fin del conflicto, se reconocen las dificultades para avanzar hacia escenarios de verdad, de arrepentimiento, de reparación y de cambio cultural que se requieren para superar los estragos espirituales, ambientales y culturales que deja el degradado y prolongado conflicto armado interno.

Hablar de posacuerdos, además, le resta de cierta manera ese halo de triunfalismo con el que fuerzas estatales y otras comprometidas con su accionar (agentes privados), empiezan a hablar de la superación de las razones objetivas que provocaron el levantamiento armado, cuando empíricamente se puede demostrar que poco han hecho para desconcentrar la riqueza en pocas manos y para devolverle la tierra a quienes sufrieron el despojo por parte del propio Estado, paramilitares y guerrilleros. En adelante y con la clara intención de lavar el término posconflicto, propongo que hablemos de posacuerdos.

Termino con Cortázar: “Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros. Una crítica profunda de nuestra naturaleza, de nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir, es la única posibilidad que tenemos de devolverle al habla su sentido más alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso vivirlas desde adentro, sin practicarlas auténticamente desde adentro, sin ser responsables de cada una de ellas desde lo más hondo de nuestro ser. Sólo así esos términos alcanzarán la fuerza que exigimos en ellos, sólo así serán nuestros y solamente nuestros. La tecnología le ha dado al hombre máquinas que lavan las ropas y la vajilla, que le devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa máquina es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra”.




[1] Cortázar, Julio. Las Palabras.

[2] Debo explicar que la mención de esta palabra y concepto la escuché de una amiga a la que llamo Xué, quien a su vez la escuchó de un amigo de ella, con quien compartió varios minutos una discusión al respecto del uso de los términos.

[3] Pensada en el contexto de la guerra interna colombiana. Se diferencia de cualquier otra conceptualización relacionada con la posguerra, como periodo posterior al fin de las dos guerras mundiales.

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