Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
A qué juega el ministro de la
Defensa, Juan Carlos Pinzón es la pregunta que muchos colombianos se hacen. Nos
hacemos. De tiempo atrás el Ministro usa a los medios para “hablarle” duro a
las Farc, para llamarlos “terroristas” y para descalificar el cese bilateral al
fuego o los comunicados en donde aquellos aceptan o no la autoría de alguna
acción armada perpetrada en contra de la Fuerza Pública o contra la infraestructura
económica del país.
Pinzón es un civil con un carácter
fuerte, e incluso, con vocación militar. Por lo menos, así se presenta ante la
opinión pública. No sé si le alcance para ser un líder de la tropa. En ese
caso, hacia futuro podría ser un candidato presidencial que con gusto apoyarían
Acore, la derecha y la ultraderecha y por supuesto, la creciente burocracia
armada que apoya la continuidad de la guerra interna. Ahora bien, no sabemos a
ciencia cierta a qué juega Pinzón.
Nuevamente alborotó a los medios
masivos, que ávidos de ‘chivas’ y declaraciones de fuentes oficiales, cumplen
con la función de ese periodismo que tanto daño hace: generar polémica y
consolidar la polarización ideológica y política que ellos mismos vienen
aupando desde 2002. Y lo hizo el Ministro con un asunto que no debería porqué
generar escándalo y polémica: el viaje o los viajes a La Habana, de Timoleón
Jiménez o Rodrigo Londoño Echeverry, máximo jefe de las Farc. Al final de esta
columna haré referencia a este asunto.
Puede pensarse que Pinzón sirve a
los intereses de la derecha y de los opositores al proceso de paz, en especial
a los de aquellos desde las huestes del Centro Democrático atacan a diario los
diálogos de La Habana. Esa es una primera lectura posible, que puede explicar
el comportamiento del ministro de la Defensa. Es decir, Pinzón sería una ficha del uribismo para mantener la
moral de la tropa y por esa vía, ponerle límites al Presidente Santos para que
la negociación con las Farc no termine afectando la institucionalidad
castrense.
Pero puede haber otra lectura.
Pinzón cumple fielmente las órdenes del presidente Santos, que le indica
expresamente que se muestre vociferante y duro con las Farc y como un defensor
a ultranza de los militares y policías. De esa manera, contendría el discurso y
posiblemente apaciguaría los ímpetus de la derecha y la ultraderecha que
esperan que el proceso de paz se rompa, para perpetuar la guerra que tantos
réditos políticos y económicos les ha entregado de tiempo atrás.
Ese juego de Pinzón haría parte
de la estrategia de Santos para controlar al uribismo y a los sectores
castrenses no afines a las negociaciones de La Habana. Se trataría de una doble
diplomacia: una para la guerra y otra para la paz. Si hay acuerdos con las
Farc, entonces Santos gana porque se la jugó a ponerle fin al conflicto, por
encima de sus opositores. Si no hay acuerdos, Santos, con la ayuda de Pinzón,
pasa a la historia como el jefe supremo de las Fuerzas Armadas que jamás
debilitó o puso en riesgo la institucionalidad castrense.
Estaríamos ante un juego
peligroso, fruto de esa diplomacia meliflua que tanto parece odiar el hoy
senador Uribe Vélez, pero que tan buenos resultados parece traerle a Santos. Y
ese juego diplomático, político y mediático resulta peligroso e inconveniente
en el mediano plazo porque hay dentro de las filas, oficiales que desconfían no
solo de Santos, si no de su Ministro. De todas formas, es un juego que confunde
a la opinión pública y que puede terminar afectando la refrendación de los
eventuales acuerdos de La Habana, por la vía de un referendo constitucional,
que necesitará del favor electoral de millones de colombianos. No hay que
olvidar que hay millones de colombianos que aún creen en lo que dicen a diario los
noticieros de televisión y en ese periodismo que polariza y que poco análisis
hace de los hechos públicos. Ahora bien, si desde ya están pensando en convocar
a una Asamblea Nacional Constituyente, entonces ese juego de Santos y Pinzón no
tendría mayor riesgo.
Sobre el viaje o los viajes de
“Timochenko” a Cuba hay que decir que es
apenas normal que el máximo jefe de las Farc se reúna con sus cuadros más
cercanos, dado que esos encuentros sirven para garantizar cohesión política en
una organización que puede devenir fragmentada en tanto que hay frentes que no
le están apostando al fin del conflicto, porque les resulta mejor mantenerse en
pie de guerra, dado que cuentan con el “combustible” necesario para seguir en
la “lucha”: el narcotráfico.
No podemos ver como un hecho
negativo que el Gobierno haya facilitado el viaje de “Timochenko” a Cuba. Por
el contrario, su llegada a la Isla de los Castro debe verse como un espaldarazo
y un hecho que le otorga seriedad al proceso de paz, al tiempo que compromete
la palabra del líder máximo de las Farc.
Santos debió hablarle de frente
al país sobre el (los) traslados) del líder de las Farc y no usar a su ministro
de Defensa para que la opinión pública hoy debata sobre la conveniencia o no de
ese (esos) viaje(s). Eso pasa porque Santos no tiene una política de paz
consolidada. Sobre el camino va haciendo ajustes. Y ello genera incertidumbres.
Si así es ahora que se negocia, cómo será hacia futuro cuando se deba asumir la
construcción y consolidación de escenarios de posconflicto. No basta para tener
una política de paz la existencia del Marco Jurídico para la Paz y la Ley de
Víctimas y Restitución de Tierras. Y eso
parece ser que lo saben tanto las Farc, como Santos. Y allí si hay un riesgo en
el sentido en que no sabemos los colombianos el tipo de paz que se pueda estar
pactando en La Habana.
Imagen tomada de elnuevoherald.com
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