miércoles, 4 de febrero de 2015

¿QUÉ HAY DETRÁS DEL SANTISMO, PASTRANISMO Y EL URIBISMO?

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo



¿Qué hay detrás de “categorías políticas” como Samperismo, Pastranismo, Lopismo, Santismo y Uribismo? Por su uso cotidiano, un desprevenido ciudadano podría pensar que se trata de organizaciones políticas que siguen las ideas de quienes dan vida a esas nomenclaturas. Es decir, que Samper, Pastrana, López Michelsen, Santos y Uribe, además de expresidentes, son o fueron líderes políticos e ideológicos que fundaron escuelas de pensamiento político o marcaron líneas de acción política dignas de ser recordadas en una sociedad política que deviene en crisis de referentes conceptuales y de liderazgo. Pero no hay tal.

Por el contrario, dichas nomenclaturas son la clara expresión de la crisis del sentido público de la política. Reducida ésta al carácter autocrático de expresidentes, la democracia, el Estado y los asuntos públicos, se personalizan y cobran sentido exclusivamente cuando aquellos decidieron actuar desde sus intereses, aspiraciones y marcos mentales. Así entonces, los asuntos públicos y estatales se manejan exclusivamente desde las lógicas de unos empobrecidos líderes políticos que fueron incapaces de llevar la política, la sociedad y el Estado a estadios diferentes, esto es, a escenarios en donde fuera posible superar los graves problemas que tiene Colombia en materia de respeto a la diferencia, de  inclusión económica, social y política y por supuesto, de violencia política.

Hablar de Santismo, Samperismo, Pastranismo y Uribismo, entre otras, remite también a prácticas clientelistas que lograron consolidarse y entronizarse en la vida política y en las prácticas culturales de toda la  sociedad. El sufijo ismo, aplicado a los apellidos de los señalados expresidentes, no remite a una doctrina, a un sistema de pensamiento o a una tendencia innovadora. Por el contrario, esa terminación expresa y recoge claras tendencias involutivas que han evitado la transformación de la sociedad y el Estado colombianos en referentes de civilidad, orden, legalidad, legitimidad y respeto.

Pero quiero detenerme en la nomenclatura que se soporta en el negativo liderazgo de quien fuera Presidente de Colombia entre el 2002 y el 2010: el uribismo. Huelga decir, de manera directa, que el uribismo no es una ideología, como tampoco corresponde a una línea de pensamiento político asociado a un partido organizado, con soporte histórico y con seguidores capaces de reconocer unas ideas a las cuales adherir. Alguien dijo que no hay uribismo, sin Uribe[1]. Y tenía y tienen aún razón Fabio Echeverry, como tampoco habría santismo, pastranismo o samperismo, sin la presencia física de sus mentores.

El uribismo, como las otras nomenclaturas, es una dañina exaltación a la figura de un político, que en el caso de Uribe Vélez, resultó ser audaz, sagaz, ladino, montaraz, violento, autocrático, autoritario y mesiánico. Cuando se habla de Uribismo, se recuerda y se remite de inmediato  al proceso político, alucinante y alucinador, con el que gran parte de la opinión pública  creyó, a pie juntillas,  que podría solucionar la violencia política en el contexto de un largo y degradado conflicto armado interno, a través del escalamiento del conflicto, la persecución política y el sometimiento de la institucionalidad democrática y del Estado mismo, a  los caprichos de una figura política inflada por los medios de comunicación y por la adulación recibida desde sectores de poder social, económico, militar y político.

Fue tanta la lisonja que recibió Uribe, que él mismo se creyó el cuento de que era irremplazable, hasta el punto de decir que sin él, en el contexto de la reelección presidencial, el país sufriría una verdadera hecatombe[2].

Uribe iluminó el camino y las ideas de una sociedad conservadora, violenta, confesional, patriarcal y excluyente, que de tiempo atrás esperaba la presencia de un Mesías. Y este llegó para solucionar el “problema” de las guerrillas, así estas, realmente, no fueran el único problema, sino mas bien la consecuencia de un Estado precario, históricamente al servicio de esas élites y de esa parte de la sociedad colombiana que apoyó social, económica y políticamente el proyecto neoconservador que encarnó Uribe Vélez.

Por ello, los ciudadanos formados en criterio, deben huir e incluso, tener miedo de esas nomenclaturas. Hay allí una trampa y un salto al vacío en términos de lo que debe ser la función pública y el sentido público de la política. Por ello, cuando escuchemos hablar de esas fantasmales doctrinas que nacen con el sufijo ismo y que vienen respaldadas en individuos como Uribe, Santos o Pastrana, de inmediato hay que detenerse a pensar, pero sobre todo, a dudar, del proyecto político (público) que encarnan estas fichas de un orden criminal e injusto como el que se instaló en Colombia de tiempo atrás.

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