Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Parece haber consenso social y
político[1]
alrededor de la idea de que la Academia es, de tiempo atrás, el espacio para el
debate democrático, para las disquisiciones teóricas, para la discusión de
ideologías, nociones, creencias y pensamientos. Pero sabemos que el poder cada vez más incontrastable del mercado, algunas
prácticas de control ideológico de algunas universidades, el talante de
ciertos Gobiernos y el polarizado contexto político colombiano, entre otros
elementos y circunstancias, le vienen restando validez a esa idea de que la
Academia es lo que todos pensamos que es y debe de seguir siendo: el lugar privilegiado
en donde es posible criticar al poder, a sus agentes y actores, y controvertir
a la cultura dominante, entre otros.
Dentro de esa misma idea de lo
que deben ser los espacios académicos (Universidades y colegios), aparece un
elemento clave para el desarrollo democrático de la Academia: la Libertad de
Cátedra. Protegida por la Constitución Política de Colombia, con el artículo
27, que señala lo siguiente: “El Estado garantiza las libertades de
enseñanza, aprendizaje, investigación y cátedra”.
Pues bien, recientemente el país
conoció unos hechos que claramente ponen en discusión el lugar de la
Universidad, la labor docente, y las libertades de conciencia, enseñanza y
cátedra. El caso es el siguiente: la estudiante de derecho, Verónica Jiménez
Florez[2], de
la Universidad Libre de Pereira, tomó una fotografía del profesor Iván Giraldo,
y la hizo llegar al expresidente Uribe, con el claro propósito de contar
(“denunciar”) que dicho docente “criticaba o hablaba mal” del hoy senador de la
República y de su fiel amigo y sumiso escudero, Fernando Londoño Hoyos.
La actuación de la estudiante se
acerca a los principios morales y éticos de la Red de Sapos y de los
seguimientos ilegales ordenados desde el antiguo DAS. Jiménez Florez no solo
desconoció e irrespetó el contexto en el que se dieron los comentarios del
docente, sino que evitó la discusión y optó por retratar al profesor, quizás
para que el exmandatario, muy dado a “dar en la cara”, lo confrontara a través
de un trino en la red social Twitter.
La estudiante, militante del Centro
Democrático, y admiradora de la figura de Uribe y seguidora de sus ideas
políticas, optó por “echar al agua” (¿exponerlo?) al profesor, quizás con la
idea de que fuera “reprendido” y confrontado por quien se reconoce como un
soldado más, y quien en su momento se presentó al país con la clara idea de convertirse en un Papá para todos los colombianos. En su propuesta Los 100
puntos de Uribe, se lee: <<miro a mis compatriotas hoy más con ojos
de padre de familia que de político>>. Esa parte del punto
número 100 de su programa de Gobierno (2002-2010), hay que entenderla en el
contexto de una sociedad machista, patriarcal y violenta de la que Uribe, sin
duda, es un digno exponente. Por lo anterior, resulta peligroso o por lo menos inconveniente que una estudiante tome fotografías de un profesor, y las
entregue a quien le caben responsabilidades políticas en los episodios de las
“chuzadas” y se auto reconoce como “camorrero y gamín”. Sin duda, la estudiante
se equivocó.
La toma de la fotografía
evidencia una clara violación a la intimidad del docente, quien es el único que
puede decidir si una imagen suya puede ser divulgada y “alojada” en las Redes.
En este caso y como ejercicio
pedagógico, los estudiantes que simpaticen y defiendan las ideas de Uribe o de
cualquier otro político o figura pública, deben, primero, dar el debate con el
docente. Prepararse para confrontar sus posturas e ideas, pero jamás pretender
intimidar al docente, con quien es capaz de dar en la cara marica y de pedirle a un General “acábelos
y por cuenta mía” al referirse a los sicarios de la Oficina de Envigado; o de mandar a capturar a un ciudadano por supuestos actos de corrupción, en un
Consejo Comunal de Gobierno en Buenaventura, desconociendo el debido proceso y el Estado de Derecho.
Se equivocan quienes piensan que
la Universidad debe ser un espacio no político, en donde, exclusivamente se
enseñan fórmulas y teorías. No. Hay que politizar el aula y hacer de ella una
arena de discusión democrática. Eso sí,
sin presiones ni amenazas. Debe ser un escenario para confrontar la
historia oficial que los medios de comunicación ayudan a construir todos los
días. En especial, cuando esa historia oficial insiste en decirnos que Uribe
fue el mejor presidente de Colombia,
cuando existen pruebas suficientes que desmienten ese imaginario, claramente impuesto por
unos medios que se hincaron ante el poder intimidatorio de Uribe Vélez.
La figura, el talante ético y el
Gobierno de Uribe deben someterse a crítica en las aulas. Muchos estudiantes
llegan a la Universidad con “verdades” construidas en casa, soportadas en el
trabajo propagandístico que desarrolló la Gran Prensa bogotana y sus “espejos”
regionales. La Universidad Libre de Pereira y todas las instituciones
educativas del país deben explicarle a sus estudiantes que lo que sucede en un
aula, tiene un contexto y que la relación docente-estudiante no puede ser
manchada por ese espíritu vengativo, señalador y estigmatizante con el que la
estudiante de derecho actuó, para “vengarse” del profesor porque no comparte
sus ideas, y "exponerlo" frente a quien mandó - no gobernó- en Colombia por unos largos y tenebrosos ocho años.
En últimas, la estudiante de
derecho de Universidad Libre y todos aquellos que compartimos y asumimos la
universidad como una arena democrática, no podemos terminar legitimando
prácticas que le ponen talanqueras al debate y al libre pensamiento.
Disentir no implica la eliminación simbólica del otro, lo cual buscó la estudiante al exponer su nombre ante el expresidente. Finalmente, las redes sociales no pueden
terminar remplazando la discusión que estudiantes y docentes deben propiciar en
el aula.
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