No anda bien una
democracia cuando la opción de trabajo y vida, para cientos de miles de
ciudadanos, está en uniformarse para ir
a la guerra.
La guerra representa un ejercicio de sometimiento, primero,
de la razón, luego, de todo lo demás.
Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Si algo nos ha dejado 50 años de confrontación armada entre guerrillas
y Estado, y, sus acciones y operaciones conjuntas con los grupos paramilitares,
es el posicionamiento de los combatientes, como Héroes y referentes éticos.
En las cruentas disputas territoriales y en las búsquedas de apoyo de
la población civil, militares, paramilitares y guerrilleros, han apelado a
diversas estrategias. Desde jornadas cívico-militares, pasando por efectivas
formas de regulación y control de la vida social, política y económica de comunidades,
que no han tenido otra opción que legitimar a dichas fuerzas con todo y sus
proyectos de orden social, cultural, económico y político. Ante los vacíos de
poder y la debilidad del Estado, guerrilleros y paramilitares fungieron como la
autoridad legítima, en territorios en donde las relaciones sociales se
sostuvieron, por largo tiempo, por la intimidación de quienes tenían las
armas.
Poco a poco, guerrilleros, paramilitares y militares fueron ganando un
lugar en las comunidades en donde lograron operar, para salvarlas del yugo del
“enemigo”. Los Paras, con sus Héroes a bordo, limpiaron territorios del azote
de unas guerrillas que llegaron a extorsionar y a imponer su poder político y
militar; ellas mismas, las guerrillas, también
coparon territorios, con el fin de sacar a la fuerza a paramilitares y a
las fuerzas estatales. Todos, en precisos momentos, se erigieron como Héroes,
social y colectivamente reconocidos.
Esos procesos de heroización se sostuvieron, bien en las efectivas
campañas de propaganda que cada bando diseñó y ejecutó, o por el espectacular
cubrimiento noticioso de las acciones de guerra protagonizadas, especialmente,
por militares y paramilitares. Dichos procesos exitosos de heroización se
explican por una pobre conciencia colectiva,
alrededor de lo que significa ser civil y actuar desde la civilidad.
Parece estar en la cultura la admiración por los uniformes y las armas.
Era común escuchar que, para convertirse
en hombre, había que prestar servicio militar; incluso, en la letra de una
canción se lee: “te metiste a soldado y
ahora tienes que aprender…”. Es decir, el Cuartel, como institución moderna
para disciplinar a los individuos, ganó un lugar social importante, en el
contexto de una sociedad machista y patriarcal, en donde ser Macho se logra
cuando se “sirve a la Patria”, o cuando se decide defender, con armas, una
causa política y social, supuestamente anclada en un sentido amplio de lo
colectivo.
Entonces, por 50 años, la población civil, la condición civil y la
civilidad, han estado relegadas, social, política y culturalmente, por el
discurso belicista y belicoso de los combatientes, legales e ilegales. La
televisión, medios alternativos y los medios de comunicación oficiales, han
servido de caja de resonancia a las reivindicaciones y aspiraciones de los
guerreros. De esta forma, hemos aceptado que estamos ante la presencia de
Héroes que llegaron para salvarnos de unos opresores, de bandidos o
simplemente, de gente mala. Héroes
del Chocó y de los Montes de María, son algunos de los nombres de Bloques
Paramilitares que llegaron a limpiar de guerrilleros, auxiliadores y de
ciudadanos “disonantes”, vastos territorios sobre los cuales había interés por
parte de precisos inversionistas y otros actores económicos y políticos.
Los procesos de heroización han sido tan efectivos socialmente, que la
condición de combatientes de las fuerzas
militares y de policía, parece borrarse de la conciencia colectiva y de unas
audiencias, que caen en las trampas emocionales que ponen los medios masivos de
comunicación, cada que registran un hecho de guerra.
Por ello, en lugar de quitar, confundir o borrar la condición de
combatientes, lo que la sociedad y los medios deben hacer, es exigir el cese
definitivo de las hostilidades, siempre en procura de salvaguardar la vida, no
solo de los Héroes oficiales, sino de aquellos que internamente las guerrillas
construyen alrededor de los guerrilleros caídos.
Desmilitarizar el Estado, pero sobre todo, la conciencia colectiva, es
una condición definitiva para avanzar hacia la consolidación de escenarios de
paz y reconciliación. La sociedad colombiana debe proscribir los procesos de
heroización que la guerra interna desató. Y debe, esa misma sociedad,
disponerse a engrandecer la condición civil, como expresión máxima de unos
procesos civilizatorios que no solo devienen fallidos, sino que han devenido
contaminados por ese afán de construir Héroes que, quiérase o no, han asesinado
seres humanos. Desarmar los espíritus debe dejar de ser una frase más, para
convertirse en una salida para una sociedad que ha creído en el poder de las
armas y en la violencia, para resolver sus conflictos y diferencias.
Parodiando a la campaña publicitaria que dice Más hombres, menos machos, los ciudadanos que creemos en una salida
negociada al conflicto y que repudiamos el uso de las armas, le gritamos al
país, Más civiles, menos Héroes.
Imagen tomada de caracol.com.co
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