Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
La nomenclatura Paz, en tanto concepto,
deviene desgastado por el “manoseo” histórico al que ha sido sometido y que se
inicia con la misma concepción del Estado. Es decir, la Paz íntimamente
asociada al mantenimiento, así sea por la fuerza de la tradición y por el uso
de las armas (esto es, a través de la guerra), de un orden político, social,
cultural y económico hegemónico, que aparece naturalmente legítimo y lo suficientemente universal como para ser impuesto a través de relaciones de
dominación bien hacia adentro del Estado, o entre Estados, en el marco de las
siempre interesadas relaciones internacionales.
Lederach lo señala de esta
manera: “Aquí radica la contribución de
la política militar a la concepción occidental de la paz: si vis pacem, para
bellum viene a ser primaria y primordial de los aparatos armados. Su misión es
la paz. Su expresión internacional es el mantenimiento de la "ley y el orden"; a menudo represiva y colonialista. Su expresión nacional es el desarrollo de un militarismo y armamentismo, llamado "defensivo", para proteger el Estado nación. Su expresión
internacional es la de sacar el mayor provecho posible para beneficio propio, o
pactar con otros Estados contra la amenaza de los “enemigos ”[1].
Para la actual coyuntura política
que afronta Colombia, determinada por el Proceso de Paz que adelantan los negociadores
de las guerrillas de las Farc y del Gobierno del presidente Juan Manuel Santos
Calderón, el vocablo Paz deviene también “manoseado” por aquellas ideas
íntimamente asociadas al mantenimiento del orden establecido, “trágicamente”
subvertido por aquellos grupos que se levantaron en armas en contra del “legítimo”
Estado colombiano.
Esas circunstancias en las que
sobrevive y se entiende la nomenclatura Paz impiden pensar en ejercicios
sinonímicos o de simple relacionamiento con expresiones de uso cotidiano como tranquilidad, armonía, placidez y sosiego.
De allí que resulte tan difícil que la concepción de Paz que al parecer
comparten los negociadores que están sentados hoy en la Mesa de Negociaciones
de La Habana, haga parte sustantiva de los ejercicios representacionales y de las reflexiones de millones de colombianos que, agolpados en desordenadas, inseguras
y violentas ciudades y otros tantos abandonados en territorios rurales, no
comprenden de qué Paz es de la que hablan en Cuba cuando sus vidas,
subjetividades y realidades no necesariamente están ancladas a la firma del fin
de la guerra. Y es así, porque sus luchas tienen que ver con necesidades
básicas de supervivencia, ingenuamente desconectadas de la política y de lo
político.
Es decir, para millones de
colombianos urbanizados, la concepción de Paz que pueden llegar a compartir
guerrillas y Gobierno no tiene cómo ni cuándo acercarse a la noción más o
menos consensuada de Paz que puedan compartir caleños, bogotanos o
barranquilleros, cuyas vidas no han sido atravesadas por las acciones bélicas
desarrolladas en razón del conflicto armado interno.
Al existir un evidente
distanciamiento entre las acepciones de Paz que se comparten en La Habana y las
que puedan ser recreadas en urbes como las señaladas, asociadas claro está a
ideas de tranquilidad, estabilidad y
despreocupación, los esfuerzos pedagógicos que viene haciendo el Gobierno
para ambientar la Paz pueden resultar fútiles.
Se suma a lo anterior una
circunstancia contextual poco tenida en cuenta en discusiones sobre el tipo de
Paz que se busca y la que es posible lograr y alcanzar: el modelo de desarrollo
económico, la apuesta ética de la cultura dominante y el régimen político en sí
mismos, no están dispuestos o pensados para la generación de estadios mentales
propicios para que los colombianos lleven una vida tranquila y apacible, insumo
clave que bien puede servir para que esa concepción de Paz política[2] que gravita en La
Habana, pueda anudarse con aquella Paz más íntima y más cercana a una idea
armonía, conformidad, vida tranquila, apacible o estabilidad emocional.
Ahora bien, este evidente y de
muchas maneras abismal distanciamiento entre la Paz que se negocia en La
Habana, y la Paz que se desea y a la que se aspira conseguir en la cotidianidad
de la vida urbana y rural, no puede convertirse en argumento para despotricar y
deslegitimar los esfuerzos por cesar la guerra, por cuanto hay un elemento y
aspiración central a la que nadie debería de oponerse: la muerte de
guerrilleros, paramilitares y soldados. Y como la muerte de unos y otros se ha
producido en crueles enfrentamientos que además han costado la vida y la vulneración de derechos de mujeres,
niños, niñas y hombres, esa concepción de Paz
política quizás sea mejor recibida por comunidades rurales que han sentido
de cerca el pesado paso de la guerra por sus territorios.
En cualquier sentido, una vez
terminada la guerra, los esfuerzos de todos debe estar encaminado a crear,
recrear, afianzar e inocularnos una concepción de Paz que haga posible vivir
con tranquilidad, armonía y sosiego, sin que ello implique olvidarnos por
completo de los riesgos que conlleva, como especie, vivir juntos.
Imagen tomada de www.youtube.com
[1] Jhon Paul Lederach. El abecé de la
paz y los conflictos. p. 20.
[2] Aquella que, fruto de una
negociación política dada entre actores político-armados, no necesariamente
modifica las correlaciones de fuerza sobre las cuales el orden político, social
y económico ha logrado imponerse a través del tiempo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario