jueves, 7 de abril de 2016

ÉTICA EMPRESARIAL

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Los Carteles del Azúcar y del Papel Higiénico(pañales), los Panamá Papers y la apropiación irregular de baldíos por parte de empresarios nacionales y multinacionales, entre otros muchos hechos de corrupción pública y privada, tienen una fuerte relación con los procesos de paz que el Gobierno de Santos adelanta con las guerrillas de las Farc y el ELN; y por supuesto, con los procesos de reconciliación y construcción de paz que vendrán después de la firma de los acuerdos.

Y esa relación que muchos no ven o no se atreven a establecer, se evidencia a partir de la siguiente pregunta: ¿en qué Moral pública y Éticas empresarial, ciudadana, política y periodística anclaremos la construcción de la paz, la convivencia a futuro y la reconciliación entre los colombianos?

Poco sentido de realidad tienen y enorme ceguera sufren aquellos sectores sociales y políticos que se oponen a las negociaciones de paz, cuando constatamos que quienes históricamente han coadyuvado desde el Establecimiento a construir Estado, Mercado y Sociedad, acudieron y acuden aún a prácticas corruptas, ilegales, criminales o irregulares para alcanzar objetivos empresariales o simplemente para asegurar beneficios individuales de aquellos que gerencian y lideran, por ejemplo, a las organizaciones implicadas en los bochornosos hechos recientemente publicados.

Esos mismos sectores opositores y detractores de las negociaciones de paz que se adelantan en estos momentos, señalan, a voz en cuello, que “Santos le está entregando el país a los bandidos de las Farc y del ELN”.  Primer error: el país, de tiempo atrás, deviene en manos de bandidos y criminales. Eso sí, con una pequeña, singular y al parecer significativa diferencia: son de cuello blanco. Y están en el Congreso, en la Procuraduría, en la Fiscalía y en cuanto organismo del Estado.

A pesar de las evidencias de la enorme y dramática corrupción privada y pública (estatal), muchos colombianos aún reducen el conflicto armado a la dicotomía  entre Buenos y Malos. En donde los primeros son los empresarios, las élites y la burguesía, y los segundos, las guerrillas comunistas, las mismas a las que Santos, hijo de una élite tradicional, les está entregando el país.

Si seguimos esa perversa lógica moralizante y con los hechos que dieron vida a los señalados escándalos mediáticos, esa relación dicotómica cambió: ahora en el país solo existirían “Malos y Malos”.

Tratemos de dejar de lado esa reducida mirada moralizante con la que muchos justificaron el paramilitarismo y aceptaron y aceptan la corrupción privada, para tratar de develar los factores nucleares que hacen posible la corrupción y con los que cientos de colombianos la “justifican”, tanto en los ámbitos públicos como privados, de allí que muchos pidan “reducirla a sus justas proporciones”.

Identifico como factor nuclear, en el marco del modelo económico neoliberal, la búsqueda desaforada del éxito individual. Léase: tener plata. Ese factor nos obliga, culturalmente, a tomar decisiones y al desarrollo de actividades financieras y económicas ética y moralmente comprometidas, por cuanto se establecen sobre una borrosa frontera entre lo legal y lo ilegal, entre lo correcto y lo incorrecto.

Las firmas comprometidas en los señalados escándalos de corrupción exhiben una ética empresarial que está aunada a la ética política de gobernantes que han llegado al Estado para debilitarlo y lograr someterlo a las fuerzas del Mercado. Una vez logrado eso, la idea de lo colectivo y del bien común se difumina ante la voraz búsqueda de más y más dinero, única manera, según la cultura moderna, con la que alcanzaremos la anhelada felicidad.

Otro factor nuclear que ha coadyuvado a naturalizar la corrupción privada y pública, nace de la enorme dificultad que hemos tenido los colombianos para pensar el Estado como guía moral y faro de desarrollo ético para aquellos que llegan a cumplir funciones públicas. La noción de Estado que comparten empresarios, élites y burguesía calza perfectamente con las aspiraciones familiares e individuales de quienes están detrás de las grandes empresas y conglomerados económicos involucrados en actos de corrupción, concentración del poder económico por la vía de prácticas monopólicas y de aprovechamiento de los vacíos de las leyes y las normas, como es el caso de la apropiación indebida de baldíos en el sur del país.

Así las cosas, será muy difícil avanzar en la construcción de escenarios de posconflicto si la sociedad colombiana en su conjunto no reflexiona sobre la Ética, en especial cuando su aplicación en el ámbito empresarial,  en el de la acción política, en el del ejercicio periodístico y por supuesto, en el de la acción ciudadana, claramente asegura condiciones desfavorables para la convivencia y  el respeto a la dignidad humana. Estamos ante éticas aplicadas que generan violencia y resquemores y legitiman inequidad.

Es claro que la Moral pública y la Ética, para el caso colombiano, confluyen en un fango en donde medianamente flotan el Estado, como orden social y político; la sociedad civil, como actor que legitima la acción estatal; y la sociedad, como agente reproductor de una cultura hegemónica que deviene enferma y decadente.

Vuelvo a preguntarme: ¿en qué Moral pública y Éticas empresarial, ciudadana, política y periodística anclaremos la construcción de la paz, la convivencia a futuro y la reconciliación entre los colombianos?





 Imagen tomada de Semana.com

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