Colombia: entre el Liberalismo posesivo
y el neoliberalismo decadente
Para medir o determinar
la influencia, la aplicación, apropiación e incluso la entronización de ideologías,
prácticas culturales o los preceptos de
corrientes de pensamiento en un país como Colombia, se deben tener en
cuenta las características sui generis
de la cultura colombiana (política, económica y social). Y esa “condición
especial” está dada por la multiplicidad de cosmovisiones que sobresalen en
nuestras prácticas culturales, hecho que dificulta la aplicación de ‘modelos de
desarrollo y de sociedad’ pensados desde otras lógicas.
En cualquier caso, lo anterior obliga a la necesidad de mirar con
responsabilidad cualquier extrapolación que se haga de una teoría – cualquiera
sea su origen – con el propósito de mirar su aplicación o apropiación en el
entorno de un país como el nuestro.
En este ensayo, se busca explicar la influencia y la
apropiación del Liberalismo (como ideología) en Colombia; también se hablará de
la vigencia de los principales principios que le dieron vida. El trabajo
entonces se dividirá en dos partes fundamentales: en la primera, se planteará
el Frente Nacional como ejemplo que contradice
los postulados del Liberalismo;
y en la segunda, se tocarán las condiciones políticas, económicas, sociales y
culturales sobre las cuales se implementó – y actúa hoy – el Neoliberalismo.
La
nefasta experiencia del Frente Nacional
Partamos de hacer un listado de conceptos y principios que se asocian cuando se habla de Liberalismo (Siglo XIX). Se piensa en sufragio universal (soberanía), nacimiento de los partidos políticos, de los intereses del ciudadano, mas no del propietario; se vislumbra la concepción de Estado de Derecho y por ende de la necesidad de un Estado, nace la temporalidad del Gobierno y la autonomía de poderes; así como el reconocimiento de la libre movilización – locomoción – y el de fijar residencia, como derechos importantes para el desarrollo humano.
El ubicarnos en el Siglo XIX
nos indica que en Europa había un despertar político que permitía que cobraran sentido universal los objetivos
alcanzados por la Revolución Francesa (búsqueda de la felicidad; igualdad,
fraternidad y libertad); Mientras que en el Viejo continente varios países
organizaban sus sociedades a partir de estas nuevas formas de entender la vida
social, la situación en América Latina y
en particular en Colombia no se daban las condiciones para el desarrollo y
aplicación de las nuevas ideas alrededor
de la convivencia en sociedad y específicamente los preceptos y alcances del
Liberalismo. Hay que reconocer eso sí que
nuestro país estaba sometido a las estructuras feudales con ideales
burgueses.
Como dice Édgar Varela en el texto Desafíos
del interés público, “los rasgos de
dicho proyecto liberal se asemejaron, tanto en sus realizaciones como en sus
fracasos, en la mayor parte del continente.
En efecto, se presentó una tensión social enorme que desgarró bajo
luchas políticas, guerras civiles, desórdenes, levantamientos, inestabilidad
institucional, los intentos de lograr un nuevo orden social. Y ello en virtud
de que los objetivos centrales y la razón de ser del liberalismo, destruir el
orden colonial y construir una nueva sociedad, no se cristalizaron con éxito y
el ámbito del interés público se difuminó con frecuencia bajo el predominio del
liberalismo decimonónico. La Colonia, manifiesta en muchas realidades sociales,
culturales e institucionales, sobrevivió gran parte del siglo XIX; los cambios reformistas y revolucionarios,
aunque muchas veces radicales y dramáticos, no aparecieron consolidados”[2].
Esta realidad contradictoria había de ser común a toda América Latina.
Recordemos que el entorno económico y social sobre el cual nacieron los “partidos
políticos” colombianos (nacen a mediados del siglo XIX, 1848 – 49), estaba
determinado por un país rural, hecho determinante en el quehacer político
posterior y pivote fundamental sobre el que Liberales y Conservadores
ejercieron influencia, dadas las particularidades socioculturales de quienes
vivían en dicho entorno. Es claro que
para el Siglo XIX Colombia era un país feudal y clerical defendido por los
grandes terratenientes (práctica latifundista que todavía hoy se mantiene) y
por la Iglesia. Es entonces bajo estas condiciones que se instala el
Liberalismo, que pensado en condiciones bien distintas a las que vivía el país,
no tuvo cómo articularse a un proyecto político.
Los mal llamados partidos políticos en Colombia
”tomaron la etiqueta de Liberal y
Conservador una vez se dio la independencia de España; hay que decir también
que las influencias intelectuales de
Europa pesaron sobre su conformación”[3].
Entonces, digamos que el peso de lo que se discutía en Europa
sirvió en Colombia, casi exclusivamente,
para conformar unos “partidos” que se agrupaban en cerradas castas, con un
prestigio garantizado por el poder económico y la descendencia de españoles
“cultos” y adinerados. Y aquí es clave recordar el “criollismo” que surgió
dependiendo – y defendiendo – de bases muy cercanas a la Colombia española.
Así, el devenir del
país político dejó un significativo número de conflictos civiles y políticos,
alimentados por dos facciones que no han sabido articular los intereses del
colectivo porque la prioridad ha sido construir un Estado privado. Es por eso
que en Colombia los espacios de discusión política en donde el disenso y la
diferencia se puedan garantizar, no han existido; en cambio, lo que se ha
asegurado es el derramamiento de sangre
de aquellos que han pretendido proponer cambios y sugerir alternativas. Estamos
ante un país y un entorno político turbio y
violento en donde solo entran en el juego los intereses
de unos pocos.
Por otra parte,
reconozcamos un postulado de lo
que George Sabine llama el Significado Actual del Liberalismo, como muestra de
lo lejos que estamos y hemos estado de un estado Liberal: “Un problema político es pues, en última instancia, un problema de
relaciones humanas que debe resolverse mediante el mutuo reconocimiento de
derechos y obligaciones, con autolimitación por ambas partes pero,
igualmente, con determinación de ambas
partes a sostener sus propios derechos.
Dentro de semejante relación, las disputas y los desacuerdos serán
evidentemente eternos, debido al problema de encontrar una base práctica sobre
la cual puedan resolverse las innumerables transacciones que constituyen una
comunidad humana. El presupuesto liberal es que su solución puede encontrarse
en la discusión, intercambiando demandas y proposiciones, mediante negociación,
acuerdo, transacción, siempre sobre la base de que ambas partes reconocen
honestamente los derechos y cumplen de buena fe con las obligaciones”[4]
(3).
Para confirmar lo anterior, he aquí una muestra clara de las
prácticas políticas de un bipartidismo hegemónico y excluyente que “incumplen”
con algunos de los postulados del Liberalismo: “En 1854, liberales radicales y conservadores se unen con el objetivo de
derrocar la dictadura del General Melo; de 1909 – 1914, conservadores con
grupos liberales conforman la “Unión Republicana”, con el fin de derrocar al
gobierno de Rafael Reyes; 1948 – 1949, forman gobierno de coalición para
contener la insurrección popular por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán
Ayala; 1953 – 1954, militares, liberales y conservadores moderados se unen para
derrocar el gobierno de Laureano Gómez; 1957, liberales y conservadores pactan
por medio del llamado “Frente Nacional” la sucesión de cuatro períodos de
gobierno de coalición”[5].
Es evidente que el ejercicio de la política y la construcción de un
Estado en donde el ciudadano pueda desarrollarse como individuo, han tenido en
el bipartidismo un obstáculo que hoy se mantiene, a pesar de que los conflictos
entre Rojos y Azules al parecer están
superados.
Los postulados del Liberalismo necesitaron de un marco económico y
político que permitieran su desarrollo; por ello, la democracia y el
capitalismo sostenían y hacen alcanzables y realizables los objetivos de esta
ideología. Así mismo, el Estado Liberal y el Estado Democrático hacen pensar en
una “natural contradicción” en la que se da, por un lado, el ejercicio del
poder democrático que garantice los derechos inviolables del individuo; y por
el otro, en saber que se necesitan de
ciertas libertades – pero con restricciones -
para hacer posible el sueño de alcanzar la felicidad.
“Es poco probable que un Estado
no liberal pueda asegurar un correcto funcionamiento de la democracia, y, por
otra parte, es también poco probable que un Estado no democrático esté en
condiciones de garantizar las libertades fundamentales”[6](5).
Digamos que bajo la óptica del bipartidismo frentenacionalista no fue
posible – y no ha sido posible – construir un Estado liberal y democrático porque en sí mismo el contubernio
entre Rojos y Azules es antidemocrático y a la vez excluyente. Y aquí entra en juego la dimensión de lo
Público, referido a las cuestiones del Estado, porque dadas las condiciones
establecidas por las agrupaciones políticas (Liberales y Conservadores) las
cuestiones del Estado se privatizaron y se concentraron en las manos de los funcionarios que los
representaban.
“El Estado era propiedad de
liberales y de conservadores, no el ente que representa la sociedad y la
cohesiona. El Estado y el poder que se derivó de él se privatizaron. Sólo esos
partidos tuvieron acceso a la cosa
pública. Sus jefes, sus clientelas fueron los depositarios de la política
legítima. Los “otros” fueron condenados a no expresarse y manifestarse so pena
de ser castigados como subversivos del ‘orden establecido’”[7]
Es entonces el Frente Nacional el responsable de que un importante
número de colombianos se mantuviera distante de las cuestiones políticas y
públicas, así como alejado de la
posibilidad de influir en las decisiones trascendentales. La exclusión garantizada por el bipartidismo
frentenacionalista, aseguraba - ayer y hoy - de hecho la intolerancia y la
búsqueda de caminos violentos para acceder al Estado y para sobrevivir
políticamente. Finalmente, un hecho clave para comprender la incidencia
negativa del Frente Nacional se expresa con la llegada a Colombia de las ideas
de un liberalismo económico que chocó con el poder de la Iglesia y de los
Terratenientes. En esta coyuntura, Rojo y Azules se aliaron para controlar el
Estado.
En relación con este “modelo de gobierno” hay muchos que lo
fustigan con razón. Pero quizás
lo más importante de las interpretaciones que a su alrededor se dan es que hay
voces que dicen que con el Frente Nacional se perdió la oportunidad de hacer
los cambios que la sociedad y el país venían pidiendo; quizás se perdió la
oportunidad de que la lucha social tuviera en la discusión política a su mejor
arma y no depositar en las armas, la única forma de imponer y de saldar las
diferencias. Quedan en la historia las experiencias del MRL (Con López
Michelsen a la cabeza), la Anapo y el surgimiento de los grupos insurgentes,
como muestras inequívocas de la exclusión y de la imposibilidad de discutir, de
apelar a la dialéctica y al reconocimiento de la diferencia con miras a lograr
unos mínimos sobre los cuales construir país.
Es posible entonces decir que en Colombia hemos asistido al desarrollo
de un Liberalismo posesivo (económico) en donde se garantiza el ejercicio de
las actividades económicas que coadyuven al mantenimiento del poder político
heredado de las prácticas clientelistas adoptadas por Liberales y
Conservadores. Y ese liberalismo
posesivo en Colombia cobra sentido cuando el Estado garantiza el ejercicio de
la propiedad privada, como la mejor forma de perpetuar el poder de una clase
dirigente (económica y política) patrocinadora de los miembros de los partidos
políticos y de instituciones como el Congreso.
Es importante decir que en Colombia se han dado intentos por aplicar un
Liberalismo Social (caso de la llamada “revolución en marcha” de López
Pumarejo), pero han podido más los intereses de clase y de grupo, lo que mantiene al país sometido a los principios de un Liberalismo posesivo que asegura la
exclusión social, cultural y política. Quizás la fuerza y el arraigo alcanzado
por el Liberalismo posesivo haya abierto las puertas para que en Colombia el
Neoliberalismo económico permitiera que la ley del más rico, del más
fuerte, sea hoy la que instale y guíe el
ejercicio político y económico.
Neoliberalismo: cultural, político y
económico
Digamos que los postulados que dieron vida al Liberalismo y echaron a
andar sueños libertarios han sufrido
duros golpes, por cuenta de lo que algunos
llaman hoy el McMundo. Y es posible que del gran legado del
Liberalismo apenas si se alcancen hoy a
recoger las migajas por cuenta de la dictadura del libre mercado y de la
racionalidad de un neoliberalismo pauperizante y homogeneizante.
No se pretende desconocer los aportes y la importancia histórica de los
principios políticos de una propuesta ideológica que se enfrentó al despotismo,
por el contrario, lo que se intenta mostrar es lo difícil que es lograr el
equilibrio entre Propiedad y Libertad; entre calidad de vida y desarrollo industrial; entre libertades concretas y retóricas; y
entre poder político y económico, entre otros.
“Que hoy se hable de la hegemonía
global del liberalismo o del liberalismo como gran <> no traduce otra cosa que la instalación de los modelos duros
de la hegemonía capitalista al resultar disonantes e incosteables las
expectativas sociales históricas alentadas jusnaturalmente por el liberalismo
racionalista antes y después de la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo con la
lógica liberal general, ello no impone romper abiertamente con las nociones de
los derechos humanos, los derechos sociales o la misma democracia sobrecargada
de expectativas; al contrario, todos ellos se uncen, corrigen e instrumentan,
bajo las nuevas condiciones de mercado, a un liberalismo preparado para
manipularlos y depurarlos mediante las vías <>,
<>, <> y
<>”[8]
Y es que el problema del Neoliberalismo niega de entrada los principios
y objetivos del Liberalismo. Y plantea de
hecho la dificultad que subsiste en la relación democracia, régimen
capitalista y principios liberales. Cómo articular un proyecto de Nación (para
el caso de Colombia), si la democracia se sostiene sobre el poder hegemónico de
las dos facciones que por tradición han gobernado este país; cómo articular un
proyecto de país, si el régimen capitalista
tiene en la concentración de la riqueza (verdaderos oligopolios) a su
mayor pivote; cómo desarrollar y asegurar las libertades individuales, cuando asistimos
a una lucha por la supervivencia y a la
pérdida del sentido de la vida.
Para qué seguir hablando de
igualdad y de libertad cuando la vida misma no tiene sentido más allá
del valor económico de las mercancías que inundan los mercados y del valor que
alcanzan los estereotipos impuestos por la industria cultural; y es que el
problema de lo que hoy impone el neoliberalismo no pasa exclusivamente por la
protesta hacia un modelo económico voraz,
empobrecedor y garante de la propiedad transnacional; es claro que pasa también por lo cultural y por lo
político. Para lo primero, hay que decir que
la individualidad es, curiosamente, la espada de Damocles de quienes al
defender las libertades individuales, se encuentran con
individuos consumidos por las lógicas y dinámicas de un mercado que
empobrece las prácticas cotidianas e incluso las consuetudinarias. Con el
neoliberalismo aparece un individuo sumido en lo que Jesús Martín – Barbero ha
llamado la “angustia cultural”; en cuanto a lo político, la crisis de la
representatividad y de los partidos, así como
la pérdida de confianza en estas agrupaciones asegura la vida eterna de
los “partidos” políticos hegemónicos: Liberales y Conservadores.
Para el caso de Colombia es preocupante
el hecho de no haber conocido
las buenas nuevas de un Liberalismo
Social y que por el contrario, haya sido el Liberalismo posesivo el
“modelo” imperante que hoy se
“transforma”, gracias a la globalización y a las medidas económicas adoptadas
con rigor durante la administración Gaviria, en un neoliberalismo en el que
muchos intentan recuperar lo que se ganó
en la Europa del Siglo XIX.
Al revisar los acontecimientos y la historia reciente, queda la
sensación de que Colombia se introduce en Liberalismo sin madurar económica,
política, social y culturalmente y se suma a esto, que el Neoliberalismo se
introduce sin concluir la fase del capitalismo tardío. En esa lógica y dinámica
de procesos contradictorios, los vientos
reformistas y los cambios sugeridos desde el Viejo continente han quedado
huérfanos. Aquello del Estado de bienestar es en Colombia tan solo un espejismo
y quizás una de los tantos anhelos de una sociedad civil en ciernes.
Es claro eso sí que por cuenta de la
globalización y del liberalismo económico, existen hoy gobiernos democráticos
que en la dinámica de sus proyectos de desarrollo y de sus políticas, se tornan
antiliberales. Aunque hay quienes defienden el actuar de los regímenes
democráticos actuales bajo el argumento de que gracias a la acumulación de capital
(nacional y transnacional) varias dictaduras[9] cedieron ante el clima de
democratización que parece venir con la globalización y la internacionalización
de los temas políticos, sociales y económicos, existen los críticos que dicen
que “la globalización es una nueva
marejada que está arrastrando pueblos y gobiernos, creando un mundo anárquico
sin fronteras… los gobiernos locales están perdiendo rápidamente el control,
mientras que las multinacionales crecidas en su poder están cada vez en mayor
control de los sucesos, explotan a los trabajadores, evaden todas las normas de
protección al medio ambiente en un número de crecientes de países… se da
también una marginalización de países pobres y de gente pobre, en medio de
inseguridad creciente e inequidad también creciente” (Henderson, 17)[10].
Lo cierto es que las
circunstancias que rodean el ejercicio económico y social de las maquilas, no
dejan tiempo y espacio para pensar en derechos laborales, condiciones
aceptables para el desarrollo del individuo en un ambiente laboral “normal”;
esta experiencia de las maquilas pauperiza el trabajo, la vida del ser humano y
pone en evidencia un nuevo tipo de esclavitud legitimada por las grandes
transnacionales.
Oscuro se ve pues el panorama para un país como Colombia que
no ha podido consolidar un Estado liberal social, que garantice una vida digna
a sus ciudadanos, en donde la autonomía de los individuos y por ende la de la colectividad, se asegure a partir de
un bienestar social y económico. Y la
preocupación aumenta cuando en el
documento Talleres del Milenio de la ONU se lee: “… puede decirse que Colombia es un país que vive en cinco siglos
simultáneamente: se encuentra enfrentado a los dilemas y exigencias propias del
nuevo siglo – a la globalización, a la inserción en una economía mundial, a los
avances vertiginosos de la comunicación, a realidades virtuales – al mismo
tiempo que requiere avanzar, sin embargo, en la construcción del Estado como
proceso propio de los siglos XVI y XVII europeos. No existe en Colombia
consolidada la paz como condición empírica para la existencia del Estado”[11].
[1] Este artículo se presentó en un curso de la Maestría en Estudios
Políticos, adelantada en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali,
entre 2002-2004. Se recupera con fines
pedagógicos.
[2] VARELA BARRIOS, Édgar. Desafíos del interés público.
Editorial Universidad del Valle. Cali, 1998. Página 180.
[3]
RUIZ ARTEAGA, José Higinio. Una visión crítica del Bipartidismo en Colombia.
En: Revista Convergencia. Año 4, número 14, 1997.
[4] SABINE, George. Historia de la teoría política. Fondo de
Cultura Económica. Bogotá, 1998. Página 552.
[5] Ibid., RUIZ ARTEAGA, páginas
97- 98.
[6] BOBBIO, Norberto. El futuro de la
democracia. Plaza y Janes editores, página 24.
[7]
(6). Op cit., Ruiz Arteaga.
[8]
VALDÉS GUTIÉRREZ, Gilberto. La cosmología liberal: viejos y nuevos referentes
de sentido. En: Revista TEMAS, Número 16-17, octubre de 1998 – noviembre
de 1999. Fondo para el Desarrollo de la Cultura y la Educación. La Habana
(Cuba).
[9] Casos como Corea del Sur e Indonesia.
[10] KALMANOVITZ, Salomón. Oportunidades y
riesgos de la globalización para Colombia. En: revista Ensayo & Error. Año
6, número 8, Bogotá, julio de 2001. Página 176.
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