El proyecto nación en Colombia
ENTRE EL DEBER SER Y LOS INTERESES DE CLASE
Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y
politólogo y et al.[1]
Hacer
claridad en torno a la influencia de la
cultura política colombiana en la construcción histórica de nación a finales
del siglo XX, implica reconocer el advenimiento de
movimientos modernizadores y modernizantes, que para el caso de Colombia y
Latinoamérica, fueron impulsados por
oligarquías progresistas, alfabetizadas y
europeizadas que, preocupadas por
perpetuarse en el poder y en la definición de políticas públicas
encaminadas a “desarrollar” (se impuso el desarrollismo) a Colombia y los
países latinoamericanos, minimizaron la noción y el ejercicio de la política, al configurar, para el caso nuestro, dos partidos
políticos[2], que no solo han
excluido a otras opciones y privatizado para ellos el Estado, sino que han
vejado los principios de una cultura política incipiente, dado que se ha
construido en la ignorancia, en la falta de autonomía[3]
y en las necesidades básicas insatisfechas.
“Como la modernización y democratización abarcan a una pequeña minoría,
es imposible formar mercados simbólicos donde puedan crecer campos culturales
autónomos. Si ser culto en el sentido moderno es, ante todo, ser letrado, en
nuestro continente eso era imposible para
más de la mitad de la población en 1920. Esa restricción se acentuaba en las
instancias superiores del sistema educativo, las que verdaderamente dan acceso
a lo culto moderno. En los años treinta no llegaban al 10 por ciento los
matriculados en la enseñanza secundaria que eran admitidos en la universidad”[4].
Así
las cosas, hemos asistido a la configuración de una cultura política apegada
a valores y prácticas políticas nocivas para las
concepciones que sobre democracia y el ejercicio de la política se han
ventilado y propuesto desde espacios académicos y realidades escenificadas en
entornos distintos al nuestro. Es
decir, la cultura política colombiana es
la resultante de un Estado privatizado y premoderno, en el sentido en que no ha podido erigirse como el único
actor capaz de garantizar el ejercicio
legítimo de la violencia (Weber). Pero no sólo este elemento es el responsable;
hemos señalado en este ensayo a las
élites colombianas que, al avergonzarse de su pasado y preferido, como diría el escritor William
Ospina, mirarse en el espejo de los franceses [5],
han aportado para que hoy tengamos en
Colombia una pobre cultura política.
Es
posible entonces que para hablar de la
existencia de una cultura política colombiana, sea necesario advertir que en
términos ideales, ésta adolece de unos
principios básicos que le darían un mejor papel en la estructuración, por
ejemplo, de una opinión pública deliberante. Si la cultura es un constructo
humano, los ciudadanos colombianos y su posibilidad de generar una cultura política que aporte a la edificación de una
Nación, deben tener en su haber: Autonomía
(capacidad para decidir que se garantiza, en parte, cuando las necesidades básicas están
satisfechas, hecho que para nuestro contexto no se cumple, dejando el camino a
prácticas clientelistas); escenarios plurales de construcción de
opinión pública. Para el caso
nuestro, hemos dejado claro que solo un puñado de colombianos han tenido acceso
a una educación calificada. Así hoy hayan grados de democratización, el acceso
sigue siendo limitado. Además, los medios masivos de comunicación están
concentrados en élites políticas y económicas, hecho que hace que las posibilidades de fundar medios
alternativos, sean cada vez
menores;
Capacidad para comprender discursos. Este elemento es vital para
la discusión de políticas públicas y para la comprensión de propuestas de
gobierno (en campaña), planes de desarrollo y
proyectos de desarrollo en infraestructura,
entre otros. Está claro que muy pocos grupos sociales están en capacidad para
entender estos discursos; Tolerancia
ante la diferencia. Este factor ha
sido clave para que en el país se pueda hablar de una reducida cultura
política, dado que la muerte de activistas de derechos humanos, de opciones
políticas encarnadas en líderes como Jorge Eliécer Gaitán Ayala, Luis Carlos
Galán Sarmiento y Carlos Pizarro Leongómez, entre otros, han limitado la
oportunidad para conocer maneras distintas de concebir el cosmos y el ejercicio
de la política.
Intentar
describir la influencia de la Cultura Política en la construcción de la
Nación, parece llevarnos obligatoriamente, a pensar en que ha existido una
única cultura política, desconociendo de paso, distintas y disímiles maneras no
solo de concebir la política, sino la cultura. Es preciso entonces decir que
desde los tradicionales grupos que han ostentado el poder político, económico,
social y cultural, se puede advertir que su influencia ha sido determinante,
como cultura dominante, en la construcción de una nación excluyente,
fragmentada y atomizada. Y si miramos la
influencia de otras culturas (grupos culturales), hay que señalar que éstas han sido víctimas
de la exclusión y de la dominación de unas minorías.
Por ello se hace necesario repensar no sólo el ejercicio de la ciudadanía, sino
la concepción del Estado – nación, de la soberanía y de la política, en un
escenario como el que nos plantea la Globalización. Así las cosas, les cabe razón a quienes plantean la
necesidad de desarrollar un nuevo ethos
cultural, orientado a la superación de la raíz de los problemas esenciales de
la sociedad colombiana y la potenciación máxima de las capacidades
intelectuales y organizativas; Valoración del reconocimiento moral del
individuo y el deber de la civilidad –
la responsabilidad del individuo consigo mismo y con los otros en pie de
igualdad – como requisito para la formación
de una ciudadanía deliberante, autorreflexiva y protagonista del
desarrollo de la sociedad”[6].
Hablar del
proceso de conformación de un proyecto de Nación en Colombia implica reconocer,
en el cruce de variables, realidades
territoriales, económicas, sociales, políticas y culturales que dieron lugar a
un país que como Colombia, se mueve hoy entre la premodernidad, la modernidad y
la posmodernidad[7].
Hay que
advertir que el elemento territorial – cultural
funge como pivote que sostiene el cruce de las variables atrás
sugeridas. Y con ello queremos decir que pensar en la unidad nacional y en la posibilidad
de estructurar un proyecto de Nación, de Estado – nación, como factor clave de
la Modernidad, tuvo y tiene para Colombia especiales repercusiones dadas las
dificultades generadas a finales del siglo XIX y principios del XX, a raíz de
la división política administrativa (el paso de Estados soberanos a
departamentos) que no tuvo en cuenta los disímiles imaginarios y
prácticas culturales de los
nacionales de la época.
Y es que
el proceso de fundar un Estado – nación legítimo, cohesionado e incluyente, ha estado mediado por los
intereses mezquinos de unas élites que jamás reconocieron las condiciones
propias de un mestizaje y el sentido de unas culturas nacionales, que estaban
por fuera del escenario del poder político. “Estos procesos conocieron una etapa de auge durante la República
Cristiana de Laureano Gómez, en la cual se asiste de nuevo a un intento
desesperado por fundar una nacionalidad oficial a partir de la hierocracia y el
autoritarismo de Estado. Durante estos años, se estimuló el desorden
territorial, pues las normas jurídicas que vinieron a sustentar el régimen y el
sistema político terminaron por desconocer las formaciones económico – sociales
de las regionalidades construidas a lo largo de los siglos anteriores”[8].
Quizás
entonces el llamado de Fals Borda de reconocer en ocho regiones[9],
con sus propias particularidades socioculturales, económicas y
espirituales, el sentido de la Nación en
términos reales e imaginados a partir de las realidades territoriales, sea
clave para pensar en una cultura política distinta. Este
un hecho que tiene relevancia dada la manera equivocada como se ha concebido el proyecto de Nación, porque en él
se generan valores culturales que apoyan las concepciones que de ciudadanía, de política y de la democracia los colombianos
han tenido y hoy tienen.
Es
pertinente para la discusión reconocer que el proyecto de Estado - nación se configuró bajo
la minimización u ocultamiento de realidades construidas en esferas locales y
regionales, que se mantuvieron relegadas, quizás adormecidas, bajo la
concepción excluyente de lo que implicó pensar en un territorio, en una lengua y en una identidad; por eso hoy, la Globalización, como proyecto igualmente
hegemónico al de Estado – nación, además de recoger y exacerbar los conflictos
no solucionados por aquella figura política, social, económica y cultural de
convivencia humana, muestra con
claridad la crisis del welfare state.
[1] Trabajo presentado en un curso de la Maestría en Estudios
Políticos, cursada en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, ente 2002-
2004.
[2] Consideramos que no es posible hablar en Colombia de Partidos
Políticos dado que no cumplen con las siguientes características: Que
posean una estructura DURADERA, cuya esperanza de vida sea superior
a la de sus dirigentes. Que posean una organización estable en los ámbitos
local y nacional, dotada de comunicaciones regulares y diversificadas en todos
los niveles. Que posean, por parte de sus dirigentes, de la voluntad
deliberada para acceder al ejercicio del poder político, solos o en
coalición con otros partidos o asociaciones. Que el propósito de la ORGANIZACIÓN
sea el de buscar el apoyo popular. Que se sustenten en unos mínimos
PROPÓSITOS, doctrinas o ideologías sobre el ser y el quehacer de la
sociedad, y, Que pretendan Desarrollar un programa político
coherente con sus principios y valores. Nota de los autores.
[3]
Para Daniel Pécaut, el Frente Nacional fue dañino para los ciudadanos porque
les hizo perder autonomía, entendida como la
capacidad de actuar, decidir, elegir y participar en procesos políticos,
más allá de los rituales electorales.
[4] GARCÍA CANCLINI, Néstor. Culturas híbridas. Estrategias para entrar
y salir de la modernidad. Grijalbo. México, 1990. Páginas 66 – 67.
[5]
Sostiene Ospina que la clase alta quiere ser francesa; que la clase media,
quiere ser americana; y que la clase baja, quiere ser mexicana. (véase En dónde
está la Franja Amarilla).
[6] Repensar a Colombia, hacia un nuevo
contrato social. Talleres del Milenio. Coordinación general por Luis
Jorge Garay. Agencia Colombiana de Cooperación Internacional. PNUD.
Bogotá, mayo de 2002. Página 44.
[7]
Talleres del Milenio. PNUD. Borrador 2001. “… puede decirse que Colombia es un país que vive en cinco siglos
simultáneamente: se encuentra enfrentado a los dilemas y exigencias propias del
nuevo siglo – a la globalización, a la inserción en una economía mundial, a los
avances vertiginosos de la comunicación, a realidades virtuales – al mismo
tiempo que requiere avanzar, sin embargo, en la construcción del Estado como
proceso propio de los siglos XVI y XVII europeos. No existe en Colombia
consolidada la paz como condición empírica para la existencia del Estado”.[7]
[8] BORJA, Miguel. La región y la nación en la sociedad global. Entre
comunidades reales y comunidades imaginadas. Fotocopia no paginada.
[9] En el libro Región e Historia (TM Editores – IEPRI (UN),
Fals Borda entrega elementos para el
ordenamiento territorial en Colombia, planteando, entre otras, la necesidad de
sancionar una ley orgánica de ordenamiento territorial, que dé respuesta a las
realidades – y a no a las ficciones – socioculturales de las distintas regiones
que él reconoce para Colombia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario