lunes, 14 de julio de 2014

Colombia: entre el Liberalismo posesivo y el neoliberalismo decadente


 Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo[1]


Para medir o determinar  la influencia, la aplicación, apropiación  e incluso la entronización de ideologías, prácticas culturales o los preceptos de  corrientes de pensamiento en un país como Colombia, se deben tener en cuenta las características sui generis de la cultura colombiana (política, económica y social). Y esa “condición especial” está dada por la multiplicidad de cosmovisiones que sobresalen en nuestras prácticas culturales, hecho que dificulta la aplicación de ‘modelos de desarrollo y de sociedad’ pensados desde otras lógicas.

En cualquier caso, lo anterior  obliga a la necesidad de mirar con responsabilidad cualquier extrapolación que se haga de una teoría – cualquiera sea su origen – con el propósito de mirar su aplicación o apropiación en el entorno de un país como el nuestro.

En este ensayo, se busca explicar la influencia y la apropiación del Liberalismo (como ideología) en Colombia; también se hablará de la vigencia de los principales principios que le dieron vida. El trabajo entonces se dividirá en dos partes fundamentales: en la primera, se planteará el Frente Nacional como ejemplo que contradice  los   postulados del Liberalismo; y en la segunda, se tocarán las condiciones políticas, económicas, sociales y culturales sobre las cuales se implementó – y actúa hoy – el Neoliberalismo.

 La nefasta experiencia del Frente Nacional

Partamos de hacer un listado de conceptos y principios que se asocian cuando  se habla de Liberalismo  (Siglo XIX). Se piensa en sufragio universal (soberanía), nacimiento de los partidos políticos, de los intereses del ciudadano, mas no del propietario; se vislumbra la concepción de Estado de Derecho y por ende de la necesidad de un Estado, nace la temporalidad del Gobierno y la autonomía de poderes; así como el reconocimiento de la libre movilización – locomoción – y el de fijar residencia, como derechos importantes para el desarrollo humano.

 El ubicarnos en el Siglo XIX  nos indica que en Europa había un despertar político  que permitía que  cobraran sentido universal los objetivos alcanzados por la Revolución Francesa (búsqueda de la felicidad; igualdad, fraternidad y libertad); Mientras que en el Viejo continente varios países organizaban sus sociedades a partir de estas nuevas formas de entender la vida social,  la situación en América Latina y en particular en Colombia no se daban las condiciones para el desarrollo y aplicación  de las nuevas ideas alrededor de la convivencia en sociedad y específicamente los preceptos y alcances del Liberalismo. Hay que reconocer eso sí que  nuestro país estaba sometido a las estructuras feudales con ideales burgueses.

Como dice Édgar Varela en el texto  Desafíos del interés público,los rasgos de dicho proyecto liberal se asemejaron, tanto en sus realizaciones como en sus fracasos, en la mayor parte del continente.  En efecto, se presentó una tensión social enorme que desgarró bajo luchas políticas, guerras civiles, desórdenes, levantamientos, inestabilidad institucional, los intentos de lograr un nuevo orden social. Y ello en virtud de que los objetivos centrales y la razón de ser del liberalismo, destruir el orden colonial y construir una nueva sociedad, no se cristalizaron con éxito y el ámbito del interés público se difuminó con frecuencia bajo el predominio del liberalismo decimonónico. La Colonia, manifiesta en muchas realidades sociales, culturales e institucionales, sobrevivió gran parte del siglo XIX; los cambios reformistas y revolucionarios, aunque muchas veces radicales y dramáticos, no aparecieron consolidados[2].

Esta realidad contradictoria había de ser común a toda América Latina. Recordemos que el entorno económico y social  sobre el cual nacieron los “partidos políticos” colombianos (nacen a mediados del siglo XIX, 1848 – 49), estaba determinado por un país rural, hecho determinante en el quehacer político posterior y pivote fundamental sobre el que Liberales y Conservadores ejercieron influencia, dadas las particularidades socioculturales de quienes vivían en dicho entorno.  Es claro que para el Siglo XIX Colombia era un país feudal y clerical defendido por los grandes terratenientes (práctica latifundista que todavía hoy se mantiene) y por la Iglesia. Es entonces bajo estas condiciones que se instala el Liberalismo, que pensado en condiciones bien distintas a las que vivía el país, no tuvo cómo articularse a un proyecto político.

Los mal llamados partidos políticos  en Colombia  ”tomaron la etiqueta de Liberal y Conservador una vez se dio la independencia de España; hay que decir también que  las influencias intelectuales de Europa pesaron sobre su conformación[3].

Entonces, digamos que el peso de lo que se discutía en Europa sirvió en Colombia, casi  exclusivamente, para conformar unos “partidos” que se agrupaban en cerradas castas, con un prestigio garantizado por el poder económico y la descendencia de españoles “cultos” y adinerados. Y aquí es clave recordar el “criollismo” que surgió dependiendo – y defendiendo – de bases muy cercanas a la Colombia española.

Así, el  devenir del país político dejó un significativo número de conflictos civiles y políticos, alimentados por dos facciones que no han sabido articular los intereses del colectivo porque la prioridad ha sido construir un Estado privado. Es por eso que en Colombia los espacios de discusión política en donde el disenso y la diferencia se puedan garantizar, no han existido; en cambio, lo que se ha asegurado  es el derramamiento de sangre de aquellos que han pretendido proponer cambios y sugerir alternativas. Estamos ante un país  y un entorno político  turbio y  violento en donde solo entran en el juego  los intereses  de unos pocos.

Por otra parte,  reconozcamos  un postulado de lo que George Sabine llama el Significado Actual del Liberalismo, como muestra de lo lejos que estamos y hemos estado de un estado Liberal: “Un problema político es pues, en última instancia, un problema de relaciones humanas que debe resolverse mediante el mutuo reconocimiento de derechos y obligaciones, con autolimitación por ambas partes pero, igualmente,  con determinación de ambas partes a sostener sus propios derechos.  Dentro de semejante relación, las disputas y los desacuerdos serán evidentemente eternos, debido al problema de encontrar una base práctica sobre la cual puedan resolverse las innumerables transacciones que constituyen una comunidad humana. El presupuesto liberal es que su solución puede encontrarse en la discusión, intercambiando demandas y proposiciones, mediante negociación, acuerdo, transacción, siempre sobre la base de que ambas partes reconocen honestamente los derechos y cumplen de buena fe con las obligaciones”[4] (3).

Para confirmar lo anterior, he aquí una muestra clara de las prácticas políticas de un bipartidismo hegemónico y excluyente que “incumplen” con algunos de los postulados del Liberalismo: “En 1854, liberales radicales y conservadores se unen con el objetivo de derrocar la dictadura del General Melo; de 1909 – 1914, conservadores con grupos liberales conforman la “Unión Republicana”, con el fin de derrocar al gobierno de Rafael Reyes; 1948 – 1949, forman gobierno de coalición para contener la insurrección popular por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán Ayala; 1953 – 1954, militares, liberales y conservadores moderados se unen para derrocar el gobierno de Laureano Gómez; 1957, liberales y conservadores pactan por medio del llamado “Frente Nacional” la sucesión de cuatro períodos de gobierno de coalición[5].

Es evidente que el ejercicio de la política y la construcción de un Estado en donde el ciudadano pueda desarrollarse como individuo, han tenido en el bipartidismo un obstáculo que hoy se mantiene, a pesar de que los conflictos entre Rojos y Azules al parecer  están superados.

Los postulados del Liberalismo necesitaron de un marco económico y político que permitieran su desarrollo; por ello, la democracia y el capitalismo sostenían y hacen alcanzables y realizables los objetivos de esta ideología. Así mismo, el Estado Liberal y el Estado Democrático hacen pensar en una “natural contradicción” en la que se da, por un lado, el ejercicio del poder democrático que garantice los derechos inviolables del individuo; y por el otro,  en saber que se necesitan de ciertas libertades – pero con restricciones -  para hacer posible el sueño de alcanzar la felicidad.

Es poco probable que un Estado no liberal pueda asegurar un correcto funcionamiento de la democracia, y, por otra parte, es también poco probable que un Estado no democrático esté en condiciones de garantizar las libertades fundamentales[6](5).

Digamos que bajo la óptica del bipartidismo frentenacionalista no fue posible – y no ha sido posible – construir un Estado liberal y  democrático porque en sí mismo el contubernio entre Rojos y Azules es antidemocrático y a la vez excluyente.  Y aquí entra en juego la dimensión de lo Público, referido a las cuestiones del Estado, porque dadas las condiciones establecidas por las agrupaciones políticas (Liberales y Conservadores) las cuestiones del Estado se privatizaron y se concentraron  en las manos de los funcionarios que los representaban.

El Estado era propiedad de liberales y de conservadores, no el ente que representa la sociedad y la cohesiona. El Estado y el poder que se derivó de él se privatizaron. Sólo esos partidos tuvieron acceso a la  cosa pública. Sus jefes, sus clientelas fueron los depositarios de la política legítima. Los “otros” fueron condenados a no expresarse y manifestarse so pena de ser castigados como subversivos del ‘orden establecido’”[7]

Es entonces el Frente Nacional el responsable de que un importante número de colombianos se mantuviera distante de las cuestiones políticas y públicas, así como  alejado de la posibilidad de influir en las decisiones trascendentales.  La exclusión garantizada por el bipartidismo frentenacionalista, aseguraba - ayer y hoy - de hecho la intolerancia y la búsqueda de caminos violentos para acceder al Estado y para sobrevivir políticamente. Finalmente, un hecho clave para comprender la incidencia negativa del Frente Nacional se expresa con la llegada a Colombia de las ideas de un liberalismo económico que chocó con el poder de la Iglesia y de los Terratenientes. En esta coyuntura, Rojo y Azules se aliaron para controlar el Estado.

En relación con este “modelo de gobierno” hay  muchos que lo  fustigan con razón.  Pero quizás lo más importante de las interpretaciones que a su alrededor se dan es que hay voces que dicen que con el Frente Nacional se perdió la oportunidad de hacer los cambios que la sociedad y el país venían pidiendo; quizás se perdió la oportunidad de que la lucha social tuviera en la discusión política a su mejor arma y no depositar en las armas, la única forma de imponer y de saldar las diferencias. Quedan en la historia las experiencias del MRL (Con López Michelsen a la cabeza), la Anapo y el surgimiento de los grupos insurgentes, como muestras inequívocas de la exclusión y de la imposibilidad de discutir, de apelar a la dialéctica y al reconocimiento de la diferencia con miras a lograr unos mínimos sobre los cuales construir país.

Es posible entonces decir que en Colombia hemos asistido al desarrollo de un Liberalismo posesivo (económico) en donde se garantiza el ejercicio de las actividades económicas que coadyuven al mantenimiento del poder político heredado de las prácticas clientelistas adoptadas por Liberales y Conservadores.  Y ese liberalismo posesivo en Colombia cobra sentido cuando el Estado garantiza el ejercicio de la propiedad privada, como la mejor forma de perpetuar el poder de una clase dirigente (económica y política) patrocinadora de los miembros de los partidos políticos y de instituciones como el Congreso.

Es importante decir que en Colombia se han dado intentos por aplicar un Liberalismo Social (caso de la llamada “revolución en marcha” de López Pumarejo), pero han podido más los intereses de clase y de grupo, lo que  mantiene al país sometido a los principios de  un Liberalismo posesivo que asegura la exclusión social, cultural y política. Quizás la fuerza y el arraigo alcanzado por el Liberalismo posesivo haya abierto las puertas para que en Colombia el Neoliberalismo económico permitiera que la ley del más rico, del más fuerte,  sea hoy la que instale y guíe el ejercicio político y económico.


Neoliberalismo: cultural, político y económico

Digamos que los postulados que dieron vida al Liberalismo y echaron a andar sueños libertarios  han sufrido duros golpes, por cuenta de lo que algunos  llaman hoy el McMundo. Y es posible que del gran legado del Liberalismo  apenas si se alcancen hoy a recoger las migajas por cuenta de la dictadura del libre mercado y de la racionalidad de un neoliberalismo pauperizante y homogeneizante.

No se pretende desconocer los aportes y la importancia histórica de los principios políticos de una propuesta ideológica que se enfrentó al despotismo, por el contrario, lo que se intenta mostrar es lo difícil que es lograr el equilibrio entre Propiedad y Libertad; entre calidad de vida y desarrollo industrial;  entre libertades concretas y retóricas; y entre poder político y económico, entre otros.

Que hoy se hable de la hegemonía global del liberalismo o del liberalismo como gran <> no traduce otra cosa que la instalación de los modelos duros de la hegemonía capitalista al resultar disonantes e incosteables las expectativas sociales históricas alentadas jusnaturalmente por el liberalismo racionalista antes y después de la Segunda Guerra Mundial. De acuerdo con la lógica liberal general, ello no impone romper abiertamente con las nociones de los derechos humanos, los derechos sociales o la misma democracia sobrecargada de expectativas; al contrario, todos ellos se uncen, corrigen e instrumentan, bajo las nuevas condiciones de mercado, a un liberalismo preparado para manipularlos y depurarlos mediante las vías <>, <>, <> y <>”[8]

Y es que el problema del Neoliberalismo niega de entrada los principios y objetivos del Liberalismo. Y plantea de  hecho la dificultad que subsiste en la relación democracia, régimen capitalista y principios liberales. Cómo articular un proyecto de Nación (para el caso de Colombia), si la democracia se sostiene sobre el poder hegemónico de las dos facciones que por tradición han gobernado este país; cómo articular un proyecto de país, si el régimen capitalista  tiene en la concentración de la riqueza (verdaderos oligopolios) a su mayor pivote; cómo desarrollar y asegurar las libertades individuales, cuando asistimos a una lucha por la supervivencia y  a la pérdida del sentido de la vida.

Para qué seguir hablando de  igualdad y de libertad cuando la vida misma no tiene sentido más allá del valor económico de las mercancías que inundan los mercados y del valor que alcanzan los estereotipos impuestos por la industria cultural; y es que el problema de lo que hoy impone el neoliberalismo no pasa exclusivamente por la protesta hacia un modelo económico voraz,  empobrecedor y garante de la propiedad transnacional; es claro  que pasa también por lo cultural y por lo político. Para lo primero, hay que decir que  la individualidad es, curiosamente, la espada de Damocles de quienes al defender las libertades individuales, se encuentran  con  individuos consumidos por las lógicas y dinámicas de un mercado que empobrece las prácticas cotidianas e incluso las consuetudinarias. Con el neoliberalismo aparece un individuo sumido en lo que Jesús Martín – Barbero ha llamado la “angustia cultural”; en cuanto a lo político, la crisis de la representatividad y de los partidos, así como  la pérdida de confianza en estas agrupaciones asegura la vida eterna de los “partidos” políticos hegemónicos: Liberales y Conservadores.

Para el caso de Colombia es preocupante  el hecho de no haber conocido   las buenas nuevas de un Liberalismo  Social y que por el contrario, haya sido el Liberalismo posesivo el “modelo” imperante  que hoy se “transforma”, gracias a la globalización y a las medidas económicas adoptadas con rigor durante la administración Gaviria, en un neoliberalismo en el que muchos  intentan recuperar lo que se ganó en la Europa del Siglo XIX.

Al revisar los acontecimientos y la historia reciente, queda la sensación de que Colombia se introduce en Liberalismo sin madurar económica, política, social y culturalmente y se suma a esto, que el Neoliberalismo se introduce sin concluir la fase del capitalismo tardío. En esa lógica y dinámica de procesos contradictorios,  los vientos reformistas y los cambios sugeridos desde el Viejo continente han quedado huérfanos. Aquello del Estado de bienestar es en Colombia tan solo un espejismo y quizás una de los tantos anhelos de una sociedad civil en ciernes.

Es claro eso sí que por cuenta de la globalización y del liberalismo económico, existen hoy gobiernos democráticos que en la dinámica de sus proyectos de desarrollo y de sus políticas, se tornan antiliberales. Aunque hay quienes defienden el actuar de los regímenes democráticos actuales bajo el argumento de que gracias a la acumulación de capital (nacional y transnacional) varias dictaduras[9] cedieron ante el clima de democratización que parece venir con la globalización y la internacionalización de los temas políticos, sociales y económicos, existen los críticos que dicen que “la globalización es una nueva marejada que está arrastrando pueblos y gobiernos, creando un mundo anárquico sin fronteras… los gobiernos locales están perdiendo rápidamente el control, mientras que las multinacionales crecidas en su poder están cada vez en mayor control de los sucesos, explotan a los trabajadores, evaden todas las normas de protección al medio ambiente en un número de crecientes de países… se da también una marginalización de países pobres y de gente pobre, en medio de inseguridad creciente e inequidad también creciente” (Henderson, 17)[10].

Lo cierto es que  las circunstancias que rodean el ejercicio económico y social de las maquilas, no dejan tiempo y espacio para pensar en derechos laborales, condiciones aceptables para el desarrollo del individuo en un ambiente laboral “normal”; esta experiencia de las maquilas pauperiza el trabajo, la vida del ser humano y pone en evidencia un nuevo tipo de esclavitud legitimada por las grandes transnacionales.

Oscuro se ve pues el panorama para un país como Colombia que no ha podido consolidar un Estado liberal social, que garantice una  vida digna  a sus ciudadanos, en donde la autonomía de los individuos y por ende  la de la colectividad, se asegure a partir de un bienestar social y económico.  Y la preocupación aumenta cuando en  el documento Talleres del Milenio de la ONU se lee: “… puede decirse que Colombia es un país que vive en cinco siglos simultáneamente: se encuentra enfrentado a los dilemas y exigencias propias del nuevo siglo – a la globalización, a la inserción en una economía mundial, a los avances vertiginosos de la comunicación, a realidades virtuales – al mismo tiempo que requiere avanzar, sin embargo, en la construcción del Estado como proceso propio de los siglos XVI y XVII europeos. No existe en Colombia consolidada la paz como condición empírica para la existencia del Estado”[11].



[1] Este artículo se presentó en un curso de la Maestría en Estudios Políticos, adelantada en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali, entre  2002-2004. Se recupera con fines pedagógicos. 
[2] VARELA BARRIOS, Édgar. Desafíos del interés público. Editorial Universidad del Valle. Cali, 1998. Página 180.

[3] RUIZ ARTEAGA, José Higinio. Una visión crítica del Bipartidismo en Colombia. En: Revista Convergencia. Año 4, número 14, 1997.

[4] SABINE, George. Historia de la teoría política. Fondo de Cultura Económica. Bogotá, 1998. Página 552.

[5]  Ibid., RUIZ ARTEAGA, páginas 97- 98.

[6] BOBBIO, Norberto. El futuro de la democracia. Plaza y Janes editores, página 24.

[7]  (6). Op cit., Ruiz Arteaga.

[8] VALDÉS GUTIÉRREZ, Gilberto. La cosmología liberal: viejos y nuevos referentes de sentido. En: Revista TEMAS, Número 16-17, octubre de 1998 – noviembre de 1999. Fondo para el Desarrollo de la Cultura y la Educación. La Habana (Cuba).

[9] Casos como Corea del Sur e Indonesia.

[10] KALMANOVITZ, Salomón. Oportunidades y riesgos de la globalización para Colombia. En: revista Ensayo & Error. Año 6, número 8, Bogotá, julio de 2001. Página 176.

[11] Documento ONU (borrador) 2001.

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