CAMINOS PARALELOS HACIA LA IMPUNIDAD
Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
Poner
fin a un largo y degradado conflicto armado interno como el colombiano a través
de la negociación política, requerirá no sólo de la voluntad política y militar[1]
de los actores armados que hoy dialogan en La Habana, sino de la disposición de
actores de la sociedad civil y de la sociedad en general, para aceptar los términos del pacto que ha de
firmarse al final del proceso de paz.
No
ha sido fácil adelantar los diálogos de La Habana y mucho más difícil será
firmar, ratificar e implementar los cambios con los cuales se pretende avanzar
hacia el estadio del posconflicto.
Mientras
avanzan las conversaciones en la Isla de los Castro, el país entra y sale de un
debate jurídico y político en torno a las penas que deberían purgar los señores
de las Farc y de las Fuerzas Armadas que violaron los derechos humanos y el
Derecho Internacional Humanitario. Un asunto complejo que suele devenir
ideologizado y que además soporta la presión internacional por la presencia de
la CPI y de ONG de derechos humanos.
Se
crean marcos legales para ‘facilitar’ los procesos de paz y la entrega de armas
de las agrupaciones al margen de la ley que han hecho parte de este largo conflicto
armado interno. Recientemente se creó la Ley de Justicia y Paz para lograr el
desmonte de las estructuras político-paramilitares. Desde la perspectiva de la
Justicia Transicional, en ese turbio
proceso de negociación entre el gobierno de Uribe y los jefes paramilitares no
hubo justicia, reparación y mucho menos la verdad[2]
ha hecho presencia. Posteriormente vino el Marco Jurídico para la Paz, con el
firme propósito de avanzar hacia una Justicia Transicional que sostuviera y
ambientara jurídicamente el proceso de paz con las Farc.
Ante
la posibilidad de que los líderes farianos paguen penas alternativas por sus
delitos, el país se ha polarizado. El Procurador Ordóñez, para citar un
ejemplo, prendió las alarmas y amenaza que demandará los acuerdos jurídicos que
impidan que los jefes de las Farc paguen con cárcel la responsabilidad que les
cabe en la comisión de delitos de lesa humanidad.
Ahora, el Congreso de la República tramita[3]
un proyecto de ley estatutaria que ampliaría el fuero penal militar y daría
mayor competencia a la Justicia Penal Militar, para conocer los casos de los
‘Falsos Positivos’.
Las voces de protesta no se hicieron esperar: “Recientemente, la organización no
gubernamental de derechos humanos Human Rights Watch, HRW, expresó sus preocupaciones
al señalar que el término ejecuciones extrajudiciales está ausente del código
penal; en cambio, el proyecto dice con toda claridad que los homicidios, las
infracciones al DIH y los delitos contra la población civil serían de
competencia de la justicia militar. Significa lo anterior que la población
civil queda totalmente indefensa y vulnerable frente a los ataques y delitos
que cometan policías y militares en su contra, por ejemplo, los mal llamados
“falsos positivos”, tipificados en Colombia como homicidios, permitiendo así
que los más de 3000 asesinatos de población civil presentados como “muertos en
combate” pasen a manos de la justicia penal militar”[4].
Ahora
bien, más allá de la clara inconveniencia de ampliar el fuero penal militar, lo
que va quedando claro es que se advierten varios caminos para proteger de un
lado la institucionalidad castrense y del otro, impedir que el proceso de paz
con las Farc se rompa ante la insistencia de ciertos sectores sociales y
políticos para que los líderes de la organización guerrillera vayan a la cárcel
y paguen de manera ejemplar por los delitos de lesa humanidad cometidos.
Es
decir, esos dos caminos están buscando impunidad. Y es claro que habrá
impunidad. Es más, es necesario y hasta natural que haya unos grados de impunidad.
Habrá penas alternativas y eso hay que aceptarlo y acatarlo. Propongo,
entonces, que las discusiones se cierren metiendo en un mismo costal a los
miembros de las Fuerzas Amadas, de las guerrillas y de los paramilitares, y
otorgar un indulto generalizado[5].
Todos
deben ser procesados y juzgados, pero la pena de cárcel no puede convertirse en
un impedimento para ponerle fin al conflicto a través de la negociación
política y mucho menos debe convertirse en motivo y razón para debilitar a las
fuerzas armadas. El gran esfuerzo está allí: la sociedad debe perdonar a todos
los actores armados, en tanto que en medio de un conflicto como el colombiano,
que se ha desarrollado en medio de un total desconocimiento de las mínimas
reglas de la guerra, todos los combatientes han violado los derechos humanos y
desconocido e irrespetado el DIH.
No
puede el país enfrascarse en una lucha jurídica y mucho menos actuar por miedo
ante los compromisos firmados por el Estado colombiano en materia de derechos
humanos. Hay que ponerle límites a la legislación internacional y actuar de
manera soberana. El mundo deberá comprender que los grados, altos, medios o
bajos de impunidad, son necesarios si de verdad se quiere la paz para el país.
Eso sí, se debe garantizar que habrá verdad, perdón y reparación a las
víctimas, y lo más importante, que no habrá repetición. Eso debería de ser
suficiente.
Consolidar
el Estado y hacerse por fin al monopolio de las armas debe ser el propósito a
conseguir. La sociedad, por su parte, debe unirse en torno a propósitos
comunes, colectivos, y ello implicará que las élites de poder, económico y
político, cedan espacios y desconcentren el poder.
[1] Hay dudas de que tanto las Farc,
como las fuerzas estatales, sean de verdad organizaciones monolíticas.
[2] Uribe extraditó a varios jefes
paramilitares con el ánimo de sepultar la verdad.
[3] La discusión se dio cuando el país
estaba ‘ocupado’ con la actuación de la selección Colombia de Fútbol, en el
Mundial Brasil 2014.
[4] Tomado de http://www.colectivodeabogados.org/Un-urgente-llamado-al-congreso-No Consulta: 15 de Julio de 2014.
[5] Incluso los casos particulares como
los del Coronel Plazas Vega y del General Uscátegui, deben ser revisados a la
luz de esta propuesta.
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