YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 11 de septiembre de 2014

NOMBRAR A URIBE

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

No poder referirse a Uribe Vélez en un debate político en el Congreso en torno al fenómeno paramilitar, no sólo constituye un acto de censura en contra del senador Cepeda que propuso y hará el debate, sino que se constituye en un episodio en el que se ofrece una inmerecida protección a la imagen del ex presidente, hoy senador y líder del Centro Democrático; Uribe es el político sobre el que recaen históricos, recurrentes y serios señalamientos sobre el patrocinio, participación, directa o indirecta, en las actividades criminales desarrolladas por las AUC, o como mínimo, su simpatía ideológica con el fenómeno paramilitar.

Después de escuchar la curiosa decisión de la Comisión de Ética del Senado en el sentido de decirle si al debate, pero con la restricción de no permitir que se nombre al sujeto del mismo, bien vale la pena reflexionar alrededor de los efectos que ello puede generar en un país que sabe muy poco de las finas redes de poder político y económico que sostuvieron, patrocinaron y extendieron la empresa criminal que montaron y echaron a andar por todo el territorio colombiano los paramilitares.

Mientras que en el contexto de los diálogos y negociaciones de paz de La Habana se exige a las Farc que digan la verdad, que reparen a sus víctimas y se busca también llegar a un consenso académico y político alrededor de los orígenes y el devenir del conflicto armado interno, en el Congreso de la República se restringe y se cercena la oportunidad histórica que tiene el país de ahondar en la comprensión de un fenómeno multifactorial como el paramilitarismo, que guarda relaciones con amplios y tradicionales sectores de poder económico, político y social.  Es decir, el Congreso que debe coadyuvar a la refrendación de lo que se acuerde en La Habana, se erige como una especie de censor oficial para ocultar hechos, circunstancias y agentes sociales que hicieron posible la existencia y la operación política y militar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).

De manera abierta se evita que Iván Cepeda, en su rol de Congresista, aporte elementos de juicio, testimonios, fotografías, circunstancias y señalamientos que indicarían la cercanía que tuvo Uribe Vélez con los paramilitares y con el fenómeno paramilitar en sí mismo, cuando fungió como Gobernador de Antioquia y como Presidente de la República entre 2002 y 2010.

Con la censura al senador Cepeda se evita que el país comprenda los efectos que las AUC generaron en materia de política agraria, desplazamiento forzado y cooptación del Estado, gracias al afianzamiento del modelo económico neoliberal en zonas en donde coexisten experiencias y modos de vida de afrocolombianos e indígenas, en el marco de la propiedad colectiva.

Evitar que se mencione al señor Uribe con los hechos que ya el senador Cepeda publicó en su libro A las puertas del Ubérrimo[1] y con los nuevos que muy seguramente exhibirá en el debate, no cuida la imagen del ex presidente. Por el contrario, extiende las sombras que sobre su actuar político-público existen. Es decir, la Comisión de Ética del Senado comete un error y asegura un triple daño: al tiempo que censura al congresista Cepeda,  agranda las dudas, las sombras y los señalamientos que históricamente han acompañado el buen nombre del ciudadano Álvaro Uribe Vélez y manda un negativo mensaje a la mesa de La Habana, dado que se opone a un debate que debe darse sin ninguna clase de cortapisas. Esa verdad debe tomarse como un asunto de Estado y no reducirse al cuidado de la imagen de un ex presidente.

La decisión de la Comisión de Ética del Senado se constituye, entonces, en una afrenta contra el proceso de paz de La Habana, en la medida en que se ideologiza la búsqueda de la verdad y de manera innecesaria se polariza aún más un proceso de reconciliación que necesita de la voluntad de muchos sectores societales que deben pedir perdón y explicar sus actuaciones, sobre la base de que se conozca la verdad de lo sucedido, en este caso, alrededor de los crímenes de un actor armado, los paramilitares, que operó de la mano de sectores del Estado y de la sociedad. Dichos sectores de poder buscaron poner en marcha un proyecto social, político y cultural neoconservador con el cual intentaron echar para atrás el pacto de paz y el nuevo contrato social alcanzado con la Carta Política de 1991.

Imagen tomada de semana.com


[1] En coautoría con Jorge Rojas. 

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