Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Imaginemos por un momento que se
firma el fin del conflicto armado interno con las guerrillas. En particular con
las Farc. Igualmente, imaginemos que el país avanza, con sacrificios
ambientales y económicos hacia el diseño, agenciamiento y consolidación de
escenarios de posconflicto. Entonces, una vez pacificado el país, interesante resulta
revisar qué dejó la lucha armada de más 50 años.
La idea no es recabar sobre los
actos de terrorismo, el desplazamiento forzado, reclutamiento de menores,
afectaciones socio ambientales y/o las violaciones de los derechos humanos y
del derecho internacional humanitario. Si ya hubo y se garantizó verdad, justicia,
reparación y no repetición, y ya nos perdonamos, el país podrá reflexionar
alrededor del lugar que ocuparon las
guerrillas en la vida política y hasta dónde su actuar político y armado caló
en una sociedad que poco discute asuntos públicos. Finalmente, si al no
alcanzar el poder del Estado, ¿qué dejó
una lucha fratricida de más de 50 años?
Los detractores más fuertes dirán
que nada, que la lucha armada fue inane. Otros, por el contrario, podrán decir
que la voz armada de las guerrillas recogía las angustias, miedos,
incertidumbres y porqué no, las aspiraciones de unos ciudadanos que
históricamente vivieron en pueblos olvidados por el Estado y por una sociedad
urbana que los miró siempre con desdén. En particular, por una élite bogotana y
sus “espejos” regionales, más interesadas en capturar el Estado para garantizar
y extender privilegios, que en liderar transformaciones con efectivos
beneficios colectivos.
Llegará el momento en el que
debamos hacer un ‘juicio’ histórico al lugar político que ocuparon las
guerrillas, pero más importante aún resulta pensar hacia futuro, el lugar que
la sociedad colombiana estaría dispuesta a darle a las ideas que motivaron su
levantamiento armado en los años 60. Y mientras llega ese momento, dejo algunas
preguntas que bien podrían servir para describir o descubrir el lugar político
y social que la lucha guerrillera dejará al país después de que se firme el fin
del conflicto. ¿Hasta dónde el trasegar “revolucionario” de las guerrillas en
Colombia logró permear la vida social, política y pública de una Nación que aún
no logra consolidar un proyecto que recoja las diferencias territoriales,
étnicas e identitarias que sobreviven a lo largo y ancho del territorio
nacional. No lo sabemos.
Y es claro que debamos mirar y esculcar
qué pasó con los movimientos sociales en Colombia, y hasta dónde la presencia y
el actuar de las guerrillas afectaron su consolidación, por cuenta de la
persecución de grupos de extrema derecha y por Gobiernos que los relacionaban
con los proyectos políticos de las Farc y el Eln, especialmente. ¿Qué pasó y
pasará con la sociedad civil, en especial con aquella que respondió a la lucha
guerrillera patrocinando agrupaciones paramilitares, con el difuso propósito de
defenderse del acoso y de las acciones de Farc y Eln?
¿Podrá un país sin guerrillas
consolidar movimientos sociales que se opongan a decisiones políticas que
afectan, por ejemplo, el medio ambiente? ¿El sentido de las movilizaciones y
las acciones colectivas, en el contexto de un país que vive en paz, desde la
perspectiva de que ya no hay actores armados que atacan al Estado, será respaldado
y canalizado por partidos políticos o por la Oposición, en un claro y efectivo
ejercicio democrático?
¿Será el país más democrático y
las élites política y empresarial más conscientes de sus responsabilidades con
una Nación y un Estado que les ha asegurado privilegios y otorgado
reconocimientos, una vez las guerrillas dejen de existir como cuerpos armados? ¿La
ampliación de la democracia, en el contexto de un país en paz, asegurará que
partidos o movimientos de izquierda accedan al poder?
¿El partido o los partidos que
recojan las ideas y las banderas de lucha de las guerrillas desmovilizadas lograrán
consolidarse como opciones de poder y serán verdaderos generadores de cambio
cultural, especialmente en un país en el que la gente se abstiene de participar
en los eventos electorales?
¿Interesará a las élites de poder
económico, político y militar llevar al Estado a todos los rincones del
territorio, con una apuesta de desarrollo que respete las cosmovisiones de
comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas? O por el contrario, ¿les
interesará mantener las condiciones de abandono con la clara intención de
llegar a esos territorios con apuestas de desarrollo extractivo y de dominación
social, cultural, política y económica, a través de mega proyectos
agroindustriales y mineros?
Muchas de estas preguntas ya
vislumbran algunas respuestas hoy, cuando aún no se firma el fin del conflicto
armado interno. Y lo más preocupante es que en esas respuestas que ya se
asoman, no parece haber una actitud de cambio e incluso, el compromiso real de
los actores de poder tradicional por recoger el sentido político, social y ambiental de una lucha armada que
infortunadamente se alejó, por múltiples circunstancias locales y mundiales, de
las aspiraciones de sectores sociales rurales que de tiempo atrás el Estado
jamás reconoció, con la complicidad de una sociedad urbana y urbanizada que
poco discutió y discute asuntos públicos.
Ojalá que en los escenarios de
posguerra, posacuerdos y posconflicto que se avecinen podamos revisar a
conciencia qué pasó, por qué pasó y cómo evitar que vuelva a pasar. Y ello
implicará ejercicios generalizados de introspección y de profunda autocrítica
que posiblemente nos lleven a una conclusión: somos responsables y culpables,
por acción u omisión, de todo lo sucedido en Colombia desde 1964. Claro que esa
constatación no puede ocultar que hay sectores de poder, legal e ilegal, sobre
los cuales recae mayor responsabilidad por lo acaecido en tantos años de horror
y muerte.
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