YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 1 de octubre de 2014

PREGUNTAS SOBRE EL LUGAR POLÍTICO DE LAS GUERRILLAS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Imaginemos por un momento que se firma el fin del conflicto armado interno con las guerrillas. En particular con las Farc. Igualmente, imaginemos que el país avanza, con sacrificios ambientales y económicos hacia el diseño, agenciamiento y consolidación de escenarios de posconflicto. Entonces, una vez pacificado el país, interesante resulta revisar qué dejó la lucha armada de más 50 años.

La idea no es recabar sobre los actos de terrorismo, el desplazamiento forzado, reclutamiento de menores, afectaciones socio ambientales y/o las violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. Si ya hubo y se garantizó verdad, justicia, reparación y no repetición, y ya nos perdonamos, el país podrá reflexionar alrededor  del lugar que ocuparon las guerrillas en la vida política y hasta dónde su actuar político y armado caló en una sociedad que poco discute asuntos públicos. Finalmente, si al no alcanzar el poder del Estado, ¿qué dejó  una lucha fratricida de más de 50 años?

Los detractores más fuertes dirán que nada, que la lucha armada fue inane. Otros, por el contrario, podrán decir que la voz armada de las guerrillas recogía las angustias, miedos, incertidumbres y porqué no, las aspiraciones de unos ciudadanos que históricamente vivieron en pueblos olvidados por el Estado y por una sociedad urbana que los miró siempre con desdén. En particular, por una élite bogotana y sus “espejos” regionales, más interesadas en capturar el Estado para garantizar y extender privilegios, que en liderar transformaciones con efectivos beneficios colectivos.

Llegará el momento en el que debamos hacer un ‘juicio’ histórico al lugar político que ocuparon las guerrillas, pero más importante aún resulta pensar hacia futuro, el lugar que la sociedad colombiana estaría dispuesta a darle a las ideas que motivaron su levantamiento armado en los años 60. Y mientras llega ese momento, dejo algunas preguntas que bien podrían servir para describir o descubrir el lugar político y social que la lucha guerrillera dejará al país después de que se firme el fin del conflicto. ¿Hasta dónde el trasegar “revolucionario” de las guerrillas en Colombia logró permear la vida social, política y pública de una Nación que aún no logra consolidar un proyecto que recoja las diferencias territoriales, étnicas e identitarias que sobreviven a lo largo y ancho del territorio nacional. No lo sabemos.

Y es claro que debamos mirar y esculcar qué pasó con los movimientos sociales en Colombia, y hasta dónde la presencia y el actuar de las guerrillas afectaron su consolidación, por cuenta de la persecución de grupos de extrema derecha y por Gobiernos que los relacionaban con los proyectos políticos de las Farc y el Eln, especialmente. ¿Qué pasó y pasará con la sociedad civil, en especial con aquella que respondió a la lucha guerrillera patrocinando agrupaciones paramilitares, con el difuso propósito de defenderse del acoso y de las acciones de Farc y Eln?


¿Podrá un país sin guerrillas consolidar movimientos sociales que se opongan a decisiones políticas que afectan, por ejemplo, el medio ambiente? ¿El sentido de las movilizaciones y las acciones colectivas, en el contexto de un país que vive en paz, desde la perspectiva de que ya no hay actores armados que atacan al Estado, será respaldado y canalizado por partidos políticos o por la Oposición, en un claro y efectivo ejercicio democrático?

¿Será el país más democrático y las élites política y empresarial más conscientes de sus responsabilidades con una Nación y un Estado que les ha asegurado privilegios y otorgado reconocimientos, una vez las guerrillas dejen de existir como cuerpos armados? ¿La ampliación de la democracia, en el contexto de un país en paz, asegurará que partidos o movimientos de izquierda accedan al poder?

¿El partido o los partidos que recojan las ideas y las banderas de lucha de las guerrillas desmovilizadas lograrán consolidarse como opciones de poder y serán verdaderos generadores de cambio cultural, especialmente en un país en el que la gente se abstiene de participar en los eventos electorales?

¿Interesará a las élites de poder económico, político y militar llevar al Estado a todos los rincones del territorio, con una apuesta de desarrollo que respete las cosmovisiones de comunidades indígenas, afrocolombianas y campesinas? O por el contrario, ¿les interesará mantener las condiciones de abandono con la clara intención de llegar a esos territorios con apuestas de desarrollo extractivo y de dominación social, cultural, política y económica, a través de mega proyectos agroindustriales y mineros?

Muchas de estas preguntas ya vislumbran algunas respuestas hoy, cuando aún no se firma el fin del conflicto armado interno. Y lo más preocupante es que en esas respuestas que ya se asoman, no parece haber una actitud de cambio e incluso, el compromiso real de los actores de poder tradicional por recoger el sentido político, social  y ambiental de una lucha armada que infortunadamente se alejó, por múltiples circunstancias locales y mundiales, de las aspiraciones de sectores sociales rurales que de tiempo atrás el Estado jamás reconoció, con la complicidad de una sociedad urbana y urbanizada que poco discutió y discute asuntos públicos.


Ojalá que en los escenarios de posguerra, posacuerdos y posconflicto que se avecinen podamos revisar a conciencia qué pasó, por qué pasó y cómo evitar que vuelva a pasar. Y ello implicará ejercicios generalizados de introspección y de profunda autocrítica que posiblemente nos lleven a una conclusión: somos responsables y culpables, por acción u omisión, de todo lo sucedido en Colombia desde 1964. Claro que esa constatación no puede ocultar que hay sectores de poder, legal e ilegal, sobre los cuales recae mayor responsabilidad por lo acaecido en tantos años de horror y muerte. 

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