Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Se aproxima la conmemoración del
Día del Periodista. Una fecha, una celebración más. Pero más allá de los
tradicionales reconocimientos a la labor periodística, vale la pena revisar las
circunstancias y los retos que afrontan el periodismo y los periodistas, así
como las responsabilidades que deben
asumir estos frente al momento histórico por el cual atraviesa el país: la
posibilidad de que se llegue al fin del conflicto armado interno por la vía de
la negociación política.
El periodismo, los periodistas y
las empresas mediáticas colombianas parece que no han comprendido y mucho menos
sopesado la importancia que tiene para el país el proceso de negociación de La
Habana. Es posible que haya mayor conciencia editorial en algunos medios como
EL TIEMPO y EL ESPECTADOR, pero aún, en sus páginas informativas, y en las de
otros medios, transitan, sin mayores apuros, el “síndrome de la chiva”, el
registro espectacular de unos hechos, y sobre todo, esa mirada moralizante con
la que se insiste en la vieja dicotomía entre buenos y malos. En el contexto del conflicto armado interno y la
negociación de La Habana, los “buenos” están en el Gobierno y en los sectores
poblacionales que rechazan a las guerrillas, y los “malos” estarían en las
filas de las Farc y en sectores que apoyan la búsqueda del punto final al
conflicto armado interno.
Y es así porque hay periodistas y
medios que continúan recogiendo las opiniones del ex presidente Uribe Vélez,
del procurador Ordóñez Maldonado y del propio ministro de la Defensa, entre
otros, siempre en camino de desprestigiar el proceso de paz y de generar miedos
en unas audiencias que, fácilmente manipulables, se asustan cuando en el
discurso de los opositores al proceso de paz, se escucha que en el país se
instalará el “castrochavismo”, esto es, un régimen igual o parecido al que se
mantiene en Venezuela.
Esa es, justamente, una
circunstancia y un valor periodístico que medios y periodistas deberían dejar
de lado, de cara a generar estados de opinión pública favorables al proceso de
paz, ante la necesidad de refrendar los acuerdos a los que lleguen los
negociadores del Gobierno y de las Farc. Servir de caja de resonancia y ser ruedas
de transmisión de opiniones que no tienen mayor asidero, contribuye de manera
negativa a la comprensión misma de la negociación por parte de unas audiencias
que no entienden ni las circunstancias que provocaron el levantamiento armado
interno y mucho menos, aquellas en las que deviene una negociación, que en sí
misma es delicada y trascendental.
Es claro que no son estos los
tiempos del “embrujo autoritario” y del “unanimismo ideológico” que rodeaba la
figura mesiánica de quien fungió como Presidente entre 2002 y 2010. Santos no
intimida a los periodistas, de allí que haya sido tan difícil lograr que la
prensa colombiana en general haya cerrado filas en torno al proceso de paz y a
defender la salida negociada al conflicto. Durante los dos periodos de Uribe,
el apoyo a la guerra por parte de los medios, de la gran prensa, fue determinante para que la
seguridad democrática se impusiera como el único camino para “pacificar” al
país.
Y no se trata de cerrarle los
micrófonos a los detractores y “enemigos” del proceso de paz. Tan solo se trata
de no salir corriendo a cubrir, cada vez
que el ex presidente antioqueño, sus compañeros del Centro Democrático, así
como el procurador Ordóñez Maldonado, deciden atacar ideas y propuestas como
las de una policía rural conformada por ex guerrilleros.
Si periodistas y editores se
sentaran a pensar, antes de abrir los micrófonos a los críticos del proceso de
paz, en los efectos negativos que pueden generar en las audiencias tratamientos periodístico-noticiosos
soportados en la polarización ideológica y política que subsiste entre Santos y
Uribe, muy seguramente llegarían a la conclusión de que por encima del
cubrimiento de las opiniones de los contradictores políticos está la
responsabilidad social y política que tienen como periodistas con el momento
histórico que vive el país. La responsabilidad mayor de la prensa y de los
periodistas es con las circunstancias contextuales que vive el país, de cara a
la pacificación fruto de la negociación política y no con el cubrimiento de
unos hechos soportados más en odios y diferencias ideológicas que al ser
pasadas por el tamiz noticioso, solo dejan desazón en las audiencias y un
profundo desencanto por la política y por los hechos públicos.
Como actores políticos, los medios de comunicación deben asumir con mayor responsabilidad social y política el cubrimiento del proceso de paz de La Habana, los alcances de los acuerdos, la refrendación y la puesta en marcha de lo acordado. Ese debería de ser el norte y no el afán por aumentar los niveles de polarización ideológica y política en la que deviene el país de tiempo atrás.
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