Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y
politólogo
El rol de la mujer,
en una sociedad patriarcal, machista y premorderna como la colombiana, suele
estar supeditado casi, exclusivamente, a la reproducción. Por ese camino, la
mujer termina sometida al hombre y a la
sociedad que le exige, además de trabajar, estudiar y capacitarse, cumplir con
el rol de madre.
Esa suerte de “designio
divino”, suele entronizarse a través de varios discursos hegemónicos y
hegemonizantes: el de la Iglesia Católica, el de la publicidad sexista y por
supuesto, el que a diario la sociedad exhibe a través de diversas prácticas y
relatos.
La familia, por
ejemplo, es un agente social que ejerce una fuerte presión sobre la mujer,
especialmente en cuanto a la obligación de reproducirse, para “cumplir” con el mandato divino y/o el referente de
felicidad, asociado a tener hijos, que la sociedad impuso.
Así entonces, la
dominación sobre la mujer y lo femenino empieza por el cuerpo. Un cuerpo que es
deseado para satisfacer las necesidades sexuales del hombre, los intereses
publicitarios que la reducen a un objeto de deseo, que se adquiere con
facilidad y además, cumplir con la tarea natural de reproducirse.
Pensada desde la
lógica de un mundo masculino, la mujer deambula, con su cuerpo, por los caminos
que la sociedad machista, patriarcal y violenta le traza, para asegurar la
función divina de mantener la
presencia de la especie humana, a través de la reproducción.
Insistir en imponer
a la mujer la tarea de reproducirse para mantener la especie, es una forma de
violencia simbólica que no todas las mujeres están en la capacidad de
reconocer. Y es allí, en donde fallan la escuela, la familia, la Iglesia
Católica y cuanto agente social que exhiba interés por la suerte de la mujer.
Para contrarrestar
esas circunstancias, la mujer cuenta hoy con agentes sociales que insisten en “empoderarla”
para que maneje su cuerpo de acuerdo con su voluntad, intereses, preferencias y
un propio proyecto de vida. A pesar de ello, continúan los casos de
sometimiento de la mujer y de lo femenino, a las “necesidades” del proyecto
humano y de la cultura machista imperante.
Con el siguiente
ejemplo, pretendo mostrar que hay agentes sociales que parecen convalidar las
acciones de sometimiento de lo femenino, a la “causa” patriarcal, que no es más
que el correlato del discurso divino
que le impuso a la mujer un solo destino.
Una mujer que vive
en condiciones sociales y económicas precarias, se convierte siete veces en
madre. Esa madre tiene Sisbén. Su compañero se rebusca en la calle. La mujer,
entonces, está “condenada” a criar los muchachos. Lo más probable es que la
vida se le vaya en eso.
Pregunto: ¿el
médico, o los médicos que la atendieron y que conocieron sus precarias
condiciones socioeconómicas, intentaron hacer algo para “guiar” a esa mujer,
para que pensara por un momento en lo que significaba tener ese número de
hijos? Muchos dirán que es libre la elección de cuántos hijos tener y por ello,
es inaceptable cualquier sugerencia o recomendación de un tercero, en aras de
modificar en algo lo que para ese mujer es “su” plan de vida.
Creo, por el
contrario, que el sistema de salud y sus operadores, tienen la obligación de
confrontar a esa mujer, desde el primer momento en el que se convirtió en
madre. A partir de un diálogo respetuoso, los operadores del sistema de salud
deben intentar reconocer el lugar que esa mujer se da o tiene dentro de la
sociedad. Se trata de hacer todo tipo de valoraciones cognitivas, económicas, físicas,
socioculturales y psicológicas, que permitan a los especialistas, reconocer el
lugar que esa mujer se da, o el que la sociedad y sus particulares circunstancias
le impusieron.
Creo, entonces, que
el verdadero empoderamiento de la
mujer está en tener el control absoluto de su cuerpo y a partir de allí, que
actúe con total autonomía para decidir, con criterio, el número de hijos
que desea tener. Para ello, es urgente
que esa mujer conozca otras formas posibles de lograr la felicidad o, sin que
ésta esté atada, exclusivamente, a la reproducción.
Resulta a todas
luces inaceptable que hoy la sociedad, la Iglesia Católica, la familia, la
publicidad y la escuela, entre otros agentes socializadores, insistan en
“programar” la vida de la mujer, sin contar con su decisión y aspiraciones.
El discurso
feminista debe emprender la urgente tarea de empoderar a la mujer colombiana, para que confronte su realidad, el
proyecto de vida individual y las
circunstancias individuales y contextuales, para tomar decisiones alejadas del designio divino que las obliga a ser
madre, cuantas veces lo desee la pareja.
Hacia allá debe
apuntar el discurso feminista, especialmente, abriendo el debate sobre un
urgente auto control de la natalidad, dadas los efectos que viene dejando la
huella de un descontrolado proyecto humano, que deviene, de tiempo atrás,
ambientalmente insostenible.
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