YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 19 de marzo de 2009

MIRARNOS PARA VIVIR EN DEMOCRACIA

Me haré moler para cumplirle a Colombia. En mis manos no se defraudará la democracia. Insistiré que el País necesita líneas estratégicas de continuidad; una coalición de largo plazo que las ejecute porque un Presidente en cuatro años no resuelve la totalidad de los complejos problemas nacionales. Pero avanzaremos. Por eso propongo un Gobierno de Unidad Nacional para rescatar la civilidad. He invitado al pueblo liberal, al cual pertenezco, que defiende el libre examen, la experimentación, la crítica y la solidaridad; a los conservadores, defensores del orden, necesario para todas las libertades sociales; a los independientes, con quienes compartimos el bello sueño de derrotar la politiquería y la corrupción; a los reinsertados, las negritudes y los indígenas, con quienes he tenido magníficas experiencias de ampliación de la inversión social y de consolidación del pluralismo.[1]
[1] Uribe Vélez, Álvaro. Punto 98, Manifiesto Democrático, los 100 puntos de Uribe. p. 16.
Por Germán Ayala Osorio, politólogo y profesor Asociado de la Universidad Autónoma de Occidente


Con la eventual candidatura de Uribe Vélez (2010- ¿?) mucho se habla de los efectos negativos que ello traerá en torno a las características universalmente aceptadas para un régimen democrático, especialmente en lo que tiene que ver con los pesos y contrapesos, que a todas luces, desaparecieron con la primera reelección de Uribe, aunque la verdad sea dicha, el asunto problemático está originalmente en el régimen presidencialista.

Más allá de lo que significa vivir en democracia, bien valdría la pena empezar a discutir las condiciones y las circunstancias reales en las que los colombianos han vivido y quieren vivir a futuro, dada la coyuntura que nos ofrece - y nos impone - la intención de Uribe de perpetuarse en el poder.

Querer vivir en democracia puede ser una opción, un camino o una decisión que supere asuntos asociados a la ingeniería electoral, a la existencia de partidos políticos y en general a las condiciones técnico-normativas sugeridas para la democracia.

Debemos preguntarnos si estamos dispuestos a oír la opinión ajena, o quizás revisar si sabemos reconocer -o si estamos dispuestos a hacerlo- a los otros como interlocutores válidos, como seres en capacidad de dialogar y de discutir asuntos públicos y no sólo como enemigos o contradictores incontrastables.
También debemos preguntarnos qué imaginarios nos hemos construido del Estado colombiano y cuánto hemos aportado para que éste sea hoy, en muchos aspectos, ilegítimo e ineficaz, entre otros. ¿Qué tipo de relaciones hemos construido con funcionarios públicos (policías de tránsito, notarios y secretarios, entre otros)? ¿Acaso esas relaciones han estado mediadas por el ofrecimientos de dádivas, o de la llamada mordida?

Qué ideas tenemos de libertad, de autonomía, de soberanía, y claro, de democracia, porque temas como la eutanasia, el aborto, la dosis mínima y las relaciones homosexuales, entre otros, todavía hoy escandalizan y polarizan a buena parte de la opinión nacional. Se puede estar en desacuerdo con uno o varios de ellos, pero señalar a quienes sí los aprueban o aceptan, en ocasiones, en términos violentos, valorados desde un profundo miedo a la autonomía ciudadana, atraviesa un obstáculo para vivir en democracia. A quienes se oponen, por ejemplo, a la eutanasia o al aborto, les pregunto, ¿qué efectos, problemas o cambios les puede generar a sus vidas la decisión de otro ciudadano, de abortar o de desconectar a un familiar para que muera con dignidad?

La mirada macartizante y moralizante, propia de conservadores y de neoconservadores, es hoy el obstáculo más grande para concebir una sociedad pluralista y respetuosa de la idea contraria, ajena. La Iglesia católica, con el papa a la cabeza, sí que tienen responsabilidad en las ideas premodernas de muchos ciudadanos alrededor de lo que significa vivir en libertad.

Baste con releer las tesis del Presidente, plasmadas en su Manifiesto Democrático, los 100 puntos de Uribe, para reconocer las ideas que tiene el Primer Mandatario de la libertad, de la autonomía y del papel del Estado, hoy entronizadas en los millones de colombianos que le siguen y que están dispuestos a apoyarlo en su aventura reeleccionista.

Miremos los puntos 24, 38 y 100: “El padre de familia que da mal ejemplo, esparce la autoridad sobre sus hijos en un desierto estéril. Para controlar a los violentos, el Estado tiene que dar ejemplo, derrotar la politiquería y la corrupción”.

38. “Todos apoyaremos a la fuerza pública, básicamente con información. Empezaremos con un millón de ciudadanos… Un millón de buenos ciudadanos, amantes de la tranquilidad y promotores de la convivencia”.

100. “Aspiro a ser Presidente sin vanidad de poder. La vida sabiamente la marchita con las dificultades y atentados. Miro a mis compatriotas hoy más con ojos de padre de familia que de político…”.

A partir de lo expresado en esos tres puntos, preguntémonos qué idea de ciudadanía practicamos, aquella asociada al ciudadano clientelista que siempre espera algo a cambio, especialmente del Estado o de los políticos. O aquella asociada al ciudadano miedoso, que sin criterio acepta condiciones, decisiones y reglas.

¿Necesitamos acaso un Estado y un gobernante preocupados por vigilar, castigar, prohibir, señalar, perseguir? Estos son asuntos claves para reconocer si somos- si seremos- capaces de concebir un régimen político moderno acorde con ideas e imaginarios progresistas, que hagan de Colombia un país respetuoso de la vida y de las ideas de los demás.

Seguramente las ideas neoconservadoras de Uribe han calado en la volátil opinión pública colombiana porque en el fondo estamos confundidos alrededor del papel que debemos jugar en la sociedad, como ciudadanos capaces de manifestar nuestros disgustos, ideas, reclamos, sueños y angustias.

Justamente, en estas horas aciagas por venir, es cuando más se necesita de la reflexión, de la revisión de nuestros modelos mentales y de los imaginarios de democracia y Estado que nos lleven, si es el caso, a actos palinódicos. Pero por sobre todo, debemos revisar el lenguaje porque con él nos presentamos ante los demás, nos desnudamos y con él, los demás sabrán cuán sinceras son y serán mis actuaciones.

El epígrafe con el que se inicia esta reflexión, es, sin duda, un buen ejemplo para empezar a pensar cuán sincero es quien lo escribió y hasta dónde la desnudez en la que lo dejan esas ideas, es capaz de generar una opinión ciudadana capaz de discernir y de mirar más allá de esas acomodaticias ideas planteadas en ese y en los restantes puntos del Manifiesto Democrático.

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