YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 13 de mayo de 2009

A PROPÓSITO DE LA MIRADA COMPLEJA

Por Germán Ayala Osorio

Querámoslo o no, la totalidad de la naturaleza y, por tanto, el proceso evolutivo depende cada vez más del insumo tecnológico. Desde el momento en que aparece o se consolida la cultura, la naturaleza ha venido siendo sometida a una constante transformación. No es, por tanto, un fenómeno atribuible solamente al desarrollo moderno. Puede decirse incluso que las transformaciones tecnológicas del neolítico, con la invención de la agricultura y la domesticación de los animales, significó, al menos en algunos aspectos, un cambio ambiental más profundo que los inducidos por el desarrollo moderno. La segunda gran revolución neolítica apenas empieza con la biotecnología, por medio de la cual el hombre penetra hasta la misma raíz genética de los sistemas vivos[1]


Comprender la vida humana debería considerarse como una acción impostergable para todos aquellos que bien la objetivan de forma natural, haciendo suyos los asuntos humanos, o porque la inercia de los acontecimientos les obliga a objetivarlos, para así darle sentido a los asuntos humanos.

Casi que debería asumirse como una obligación ciudadana, en tanto la complejidad del mundo de hoy, exige de todos nosotros asumir una postura en ese sentido, sostenida en una mirada sistémica, compleja, diversa y dinámica, que reconozca las múltiples relaciones que generan las actividades antrópicas.

Entre las actividades antrópicas se reconocen, entre muchas otras, la educación, el desarrollo tecnológico, los límites de la ciencia y la investigación científica, todas ellas relacionadas directa e indirectamente con la situación medio ambiental del planeta.

Pensar en una mirada sistémica obligaría a descomponer los fenómenos, los hechos y cualquier actividad antrópica en partes, en subsistemas o en componentes que permitan visualizar de una mejor manera el marco relacional y las lógicas con las cuales es posible dar explicaciones verosímiles, creíbles, científicamente responsables, acerca de la actividad humana objeto de análisis.

En lo que corresponde a la educación, específica y estratégica actividad humana, Édgar Morin habla de siete saberes necesarios, de los cuales destaco los siguientes apartes del saber número dos, Los principios de un conocimiento pertinente: “la supremacía de un conocimiento fragmentado según las disciplinas impide a menudo operar el vínculo entre las partes y las totalidades y debe dar paso a un modo de conocimiento capaz de aprehender los objetos en sus contextos, sus complejidades, sus conjuntos”.

Más adelante, en el saber número tres, Enseñar la condición humana, Morin sostiene: “… a partir de las disciplinas actuales es posible reconocer la unidad y la complejidad humanas reuniendo y organizando conocimientos dispersos en las ciencias de la naturaleza, en las ciencias humanas, la literatura y la filosofía y mostrar la unión indisoluble entre la unidad y la diversidad de todo lo que es humano”.

En el quinto saber Édgar Morin explica que “las ciencias nos han hecho adquirir muchas certezas, pero de la misma manera nos han revelado, en el siglo XX, innumerables campos de incertidumbre. La educación debería comprender la enseñanza de las incertidumbres que han aparecido en las ciencias físicas (microfísica, termodinámica, cosmología), en las ciencias de la evolución biológica y en las ciencias históricas”[2].

Justamente, en el combativo campo de la educación es en donde los problemas del complejo devenir humano confluyen, bien como objetos posibles de estudio o vendas morales que impiden su aprehensión y la comprensión de quienes los padecen, e incluso, de quienes asumen la tarea de explicarlos y buscarles solución.

En la enseñabilidad de la ciencia y en las propias prácticas investigativas de las universidades se visibilizan con cierta claridad las posturas que como individuos asumimos frente a saberes como el tradicional, el científico, el técnico, el tecnológico o aquel resultante de la experiencia e incluso, de la autoformación no validada con títulos académicos.

Sin duda el ser humano ha logrado concebir y trazar caminos para conocer y explicar el mundo, y con ellos ha abierto y ampliado nuestras posibilidades para conocer, explicar, cambiar, mejorar, subvertir y enfrentar, entre otros, circunstancias muchas veces adversas a la propia condición humana, pero igualmente, esa generosa trama de caminos ha sido obstáculo para llegar a comprender, con suficiencia y amplitud, fenómenos, hechos y prácticas culturales que acompañan a dichos trazados.

A esos caminos posibles los podemos llamar disciplinas desde las cuales, pretendidamente, buscamos comprender la complejidad de disímiles objetos de estudio que dan vida a saberes particulares o que simplemente, sirven para legitimar aquellos específicos campos del saber.

La aparición de específicos campos disciplinares, esto es, la especialización de la mirada del científico y de la ciencia, connota riesgos en la comprensión sistémica del mundo humano y de los mismos objetos de estudio que de forma natural aparecen para darles vida a esos campos disciplinares.

Por lo menos así lo entendió en su momento Ortega y Gasset, quien señaló: “…Para los efectos de innumerables investigaciones es posible dividir la ciencia en pequeños segmentos, encerrarse en uno y desentenderse de los demás. La firmeza y exactitud de los métodos permiten esta transitoria práctica y práctica desarticulación del saber. Se trabaja con uno de esos métodos como con una máquina, y ni siquiera es forzoso para obtener abundantes resultados poseer ideas rigorosas sobre el sentido y fundamento de ellos. Así, la mayor parte de los científicos empujan el progreso general de la ciencia encerrados en la celdilla de su laboratorio, como la abeja en la de su panal o como el pachón de asador en su cajón… el especialista <> muy bien su mínimo rincón de universo; pero ignora de raíz todo el resto… al especializarlo, la civilización le ha hecho hermético y satisfecho dentro de su limitación; pero esta misma sensación íntima de dominio y valía le llevará a querer predominar fuera de su especialidad. De donde resulta que, aun en este caso, que representa un máximun de hombre cualificado - especialismo- y, por tanto, lo más opuesto al hombre-masa, el resultado es que se comportará sin cualificación y como hombre-masa en casi todas las esferas de la vida”.[3]
Adenda: recomiendo buscar en este mismo blog, el artículo intitulado LA NARRACIÓN COMPLEJA PARA AFRONTAR LA CRISIS AMBIENTAL- CULTURAL DEL MUNDO

[1] ÁNGEL MAYA, Augusto. La Diosa Némesis, desarrollo sostenible o cambio cultural. UAO.

[2] MORIN, Édgar. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Colombia: Editorial Nomos. UNESCO y Mesa Redonda Magisterio, 2001.
[3] ORTEGA Y GASSET, José. La rebelión de las ratas. Segunda edición. España: Tecnos, 2008. páginas 251- 253.

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