Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Siete días es poco tiempo para comprender un régimen político, una sociedad y una cultura. Pero es un tiempo prudente para construir percepciones y describir algunas circunstancias contextuales alrededor de ese país que se visita.
En las líneas siguientes entrego algunas de las percepciones que pude construir durante mi visita de siete días a La Habana, la capital de Cuba y Varadero, lugar turístico por excelencia. De esos días, 5 los pasamos en las hermosas playas de Varadero y dos, en La Habana.
El viaje lo realicé con mi amada esposa, con el firme propósito de descansar de las agobiantes realidades de Colombia, en especial las que construyen y de-construyen las empresas mediáticas privadas que hoy ‘informan’ en mi país. Así entonces, estar una semana en Cuba, de placer, puede ser una limitante para el tipo de percepciones a plasmar en esta columna.
El viaje lo realicé con mi amada esposa, con el firme propósito de descansar de las agobiantes realidades de Colombia, en especial las que construyen y de-construyen las empresas mediáticas privadas que hoy ‘informan’ en mi país. Así entonces, estar una semana en Cuba, de placer, puede ser una limitante para el tipo de percepciones a plasmar en esta columna.
Empiezo por la llegada al aeropuerto internacional José Martí. Al llegar a las sencillas casillas de inmigración, se acerca una funcionaria para preguntar de dónde veníamos y a qué hotel. De forma diligente le mostré las reservas correspondientes. Me pareció una solicitud formal y no vi mayor inconveniente o molestia por la solicitud de la funcionaria. Eso sí, ella ofreció disculpas por la molestia.
El documento de la Aduana que diligenciamos a bordo del avión y que con recelo guardamos, ningún funcionario lo exigió. Esta situación, en un régimen en donde uno supone y sabe que hay y deber haber estrictos controles, nos llamó la atención. Lo trajimos de vuelta y nadie del régimen cubano se percató. En cuanto al reclamo del equipaje, la entrega se demoró casi dos horas. Resulta molesto para cualquier turista llegar de madrugada a un país extraño y esperar tanto tiempo para recibir el equipaje.
Salimos a una sala general en donde supuestamente nos esperaba el operador turístico contratado desde Cali, Colombia. Nadie apareció. Mientras cambiaba los euros que llevábamos, mi esposa buscaba la oficina de dicho operador. Cuando ya tenía en mis bolsillos los pesos cubanos (CUC), busqué a mi querida y amada esposa. La encontré frente a una oficina, en la que una señora escribía, a mano, los nombres de varios turistas que se preguntaban, frente al mostrador, qué pasaba con el transporte colectivo que debía llevarnos a todos en un colectivo, a los hoteles, de acuerdo con cada itinerario.
Ya eran las cuatro de la mañana y aún no llegábamos al hotel, ubicado en la mejor zona de La Habana, aquella en la que vivieron los más ricos cubanos y extranjeros en la aún recordada época del dictador Batista. Hoy, esas hermosas casas sirven de alojamiento de altos funcionarios del Estado y en otras tantas funcionan embajadas y consulados de varios gobiernos con los que Cuba mantiene relaciones comerciales y políticas.
Dos veces, en tono fuerte, le pregunté a la señora por qué no pasaban por nosotros, pues lo pactado era que habría disponible una camioneta para llevar a todos los que contrataron los servicios de transporte con ese operador. La señora, seguramente atormentada o apenada (difícil que un cubano sienta pena), detuvo un taxi, al que subimos rumbo al hotel.
Por oscuras avenidas y calles, el viejo taxista nos llevó, en medio de una conversación en la que iba quedando claro que estrés, afán y cumplimiento de horarios son conceptos y palabras que aún no llegan, siquiera, al malecón de La Habana.
Por fin llegamos y la propina de tres pesos dejó contento al conductor del viejo taxi del Estado. Una vez instalados, y después de un extenuante viaje desde Cali, con escala en ciudad de Panamá, por fin estábamos en el destino escogido.
Con el alba, y con las expectativas vivas, nos alistamos para el city tour programado con el mismo operador que quedó de recogernos a tiempo en el aeropuerto. Previo a nuestro alistamiento, la nota dejada en la recepción del hotel decía: city tour por La Habana. Estar listos a las 9 de la mañana.
Nadie nos dijo en el hotel que la hora cubana es distinta, es decir, que a la hora pactada o señalada, hay que sumarle como mínimo media hora más y que podría extenderse, por arte de birlibirloque, a una o más horas. Así fue. Pasadas las 9:30 pasaron por nosotros en un bus de turismo, bastante cómodo, con aire acondicionado, pero con el baño inservible. Cosas de los Chinos, en algún momento dijo el conductor cuando se le preguntó del porqué la puerta del baño estaba cerrada.
El recorrido resultó fascinante, por las historias narradas, jocosamente, por el guía acompañante. La arquitectura de la vieja Habana atrae y recrea, es un gusto pasearse por el Capitolio Nacional (hoy en reconstrucción) al igual que otras vetustas edificaciones.
Caminamos de la mano de la nostalgia de un régimen que se sostiene en verdades y en mentiras, en sus propias contradicciones. Ampliadas estas por una creciente apertura económica, con la que la élite enquistada en el Estado intenta disimular los errores económicos cometidos desde 1959. La infaltable corrupción y concentración del poder que se presentan en todos los regímenes del mundo, sean estos capitalistas o socialistas, afloró en las conversaciones sostenidas con algunos cubanos.
A pesar de que muchos aún viven dentro de Cuba de las memorables luchas y del triunfo de la Revolución, otros tantos cubanos empiezan a dar muestras de una total comprensión de lo que realmente pasa en la isla socialista.
En una larga charla con un afrocubano, explicaba con suficiencia lo que pasaba al interior del régimen cubano: concentración del poder en pocas manos y beneficios para aquellos que proclamen total obediencia a un ideario que se sostiene más en un pasado victorioso y en una eterna paranoia frente a una posible invasión de los Estados Unidos. Se sigue alimentando ese enfermizo y peligroso patriotismo y nacionalismo que en Colombia el proto dictador Álvaro Uribe Vélez aupó por 8 años.
Mientras ello sucede, los cubanos que decidieron no ser o convertirse en ‘evangelizadores ideológicos’ del régimen, hacen esfuerzos ingentes por sobrellevar una vida social controlada por el miedo a disentir en público y por una circunstancias económicas poco propicias para dar rienda suelta a gustos humanos, perfectamente racionales, de consumo de productos. Eso sí, varios afrocubanos con los que logramos hablar con claridad, afirman que miembros de una élite política cuenta con la posibilidad de dar rienda suelta a sus deseos de consumir en un sentido amplio.
El turismo, la balsa salvadora
Hay reconocer y admirar la infraestructura turística de Cuba. Cuentan con óptimas instalaciones hoteleras, malla vial en aceptable estado (vía La Habana- Varadero) y unas bellas playas. Pero fallan en la atención al turista.
De los cubanos con los que nos cruzamos, nos queda la sensación de que no viven del todo a gusto. Pocas sonrisas en los empleados del hotel en donde nos hospedamos en Varadero. Para contar, la blanca y bella sonrisa de una empleada del casino en donde almuerzan los turistas. Pero como ella, pocas. Rostros adustos abundaron en esos cinco días en Varadero.
Las jornadas extenuantes frente a un mostrador, atendiendo a turistas de todo el mundo en el llamado Todo incluido y una paga que alcanza para lo justo, parece ser suficiente para endurecer los rostros de hombres y mujeres que ven a diario sensibles contradicciones de un régimen político que no pudo eliminar las diferencias de clase, pero que vendió y sigue vendiendo la idea de poder hacerlo, a través del eslogan aquel que reza que todos somos iguales y que la Revolución exige sacrificios.
Varadero es un lugar para descansar y eso hicimos. Y bastante. Es un placer enorme poder estar horas en la sombra o en el sol, disfrutando de las prístinas aguas, la arena blanca. Los atardeceres cautivan a poetas consumados y a todos aquellos cuya sensibilidad aún esté allí, a la espera de un fuerte y bello estímulo.
Desde la perspectiva turística, Varadero seguirá siendo la balsa salvadora de un régimen socialista sostenido por una creciente burocracia militar. Lo mismo sucede en la Colombia capitalista y ‘democrática’. Para destacar, la tranquilidad que respiramos y sentimos al caminar de arriba a abajo por la vieja Habana, sin la prevención, muy colombiana, ante la posible presencia de raponeros. No sé si dar gracias a Dios, o al régimen socialista. Igual tranquilidad que vivimos en Varadero en donde nadie nos molestó para vender comida, un arreglo de pelo o baratijas.
Contaron algunos cubanos que el negocio de los hoteles es así: las ganancias obtenidas por la prestación de los servicios de hospedaje, especialmente, se reparten en partes iguales entre las firmas internacionales que operan y respaldan los complejos habitacionales y las fuerzas armadas cubanas. Si esto es así, se trata de un bocado económico nada despreciable para una cúpula militar que en la sombra sostiene la dictadura castrista. Creo que en Colombia y en otros países capitalistas, funciona igual.
De Cuba guardaremos lo mejor, pues somos conscientes de que en cualquier régimen de poder siempre habrá privilegios para una élite dispuesta a defender a dentelladas esos privilegios. Así es la vida humana. Esa es la condición humana. Nada qué hacer. Al final, ni capitalismo, ni socialismo. La dignidad del ser humano por encima de cualquier orientación política o proyecto político.
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