Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Huelga destacar las posturas de varios jugadores de la selección de fútbol del Brasil, que apoyan las protestas. Muy bien por quienes brindan espectáculo a millones de seguidores, pero saben reconocer los graves problemas de corrupción y de atención social que ofrece Brasil a millones de sus ciudadanos que hoy se levantan indignados.
Ojalá el actual gobierno de Brasil entienda que si bien el fútbol sirve como válvula de escape a millones de descontentos con el modelo neoliberal y en general, con un criminal sistema capitalista, no siempre será capaz de contener a quienes reclaman bienestar y sobre todo, respeto como ciudadanos.
Mientras ello sucede, la FIFA seguirá construyendo ciudades maquetas, en medio de cordones de miseria en donde el fútbol es una religión que intenta contener movimientos sociales conscientes de que algo anda mal en las políticas públicas y en la forma como actúan los Estados dominados por el sistema financiero internacional.
Las multitudinarias marchas de protesta en Brasil son la
expresión social de ciudadanos descontentos con las políticas sociales y de
servicios públicos de un gobierno que optó por seguir las recomendaciones de la
FIFA, sin revisar las circunstancias de su propio contexto local.
Es tal el poder de la FIFA, que es
capaz de imponer a gobiernos no sólo
obras de infraestructura para garantizar la realización de eventos como la Copa
Confederaciones y el próximo Mundial, sino políticas sociales diseñadas para
ocultar la pobreza de las favelas, controlar a grupos de ladrones y
desadaptados y en general, para disimular el
aumento de la pobreza.
Así entonces, la FIFA es un organismo para estatal casi con
el mismo poder del FMI, que no sólo impone modelos de ciudades en donde el fútbol puede discurrir
como espectáculo de masas, sino políticas de control social para aquellos
ciudadanos dispuestos a ensuciar las fachadas con las cuales las ciudades de la
FIFA deben presentarse ante el mundo gracias a la televisión. Estamos ante el claro
enfrentamiento entre las ciudades de la FIFA, bonitas y seguras para el
espectáculo, contra las ciudades de Dios que subsisten no sólo en Brasil, sino
en otros países como Colombia, cuyos gobiernos se ven sometidos, de cuando en
cuando, al poder de esa entidad internacional, verdadero para estado.
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