YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 13 de junio de 2013

EL LUGAR DE LA CIVILIDAD EN LA GUERRA INTERNA COLOMBIANA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

La ley estatutaria sobre fuero militar que viene discutiendo el Congreso de Colombia y el Marco para la Paz, que es ya una realidad jurídica y política, son expresiones claras del proceso de claudicación de la condición civil que debería de acompañarnos, sostenernos y orientarnos como sociedad. Colombia está poseída por el carácter bélico y belicoso de ‘guerreros[1]’, legales e ilegales, que nacen y se reproducen en un contexto de múltiples violencias, en donde el poder de las armas está por encima de la discusión argumentada alrededor de asuntos públicos y privados.

El Marco de la Paz, como realidad política y jurídica, representa un camino hacia la reconciliación, el perdón, a través de mecanismos de justicia transicional que garanticen verdad, justicia y reparación. Hay allí una apuesta para desmontar los espíritus armados, bélicos y belicosos que suelen aparecer en escena a través de uniformes camuflados y de escuelas de instrucción, legales e ilegales, en donde se enseña y se aprende a odiar y a desconocer la condición civil.

Por su parte, el proyecto de Ley Estatutaria y el sentido jurídico y político del articulado hasta el momento aprobado, son un paso que no sólo desconoce los esfuerzos de paz y de reconciliación que se vienen haciendo, sino que a futuro, dispone de elementos jurídicos para blindar a los militares ante la justicia ordinaria, ante la eventual repetición de crímenes de Estado, como los mal llamados ‘falsos positivos’; además, con esa ley estatutaria el país parece prepararse, en especial el conjunto de la Fuerza Pública, para  continuar la guerra interna y la barbarie que deviene con ella.  

Cualquiera sea el desarrollo y la aplicación de estos dos marcos legales, lo cierto es que el poder de las armas, la intimidación de los uniformes, así como la fuerza de los discursos de militares, paramilitares y guerrilleros, confirman que la sociedad colombiana ha preferido las armas, que la discusión argumentada de hechos y asuntos públicos.

La Colombia de los ‘guerreros’ se sostiene en complejas representaciones sociales alrededor de lo que deber ser un Hombre, en un país de machos cabríos que se acostumbraron a actuar desde la fuerza bruta, soslayando el impulso de los argumentos y la de los encuentros dialógicos.

Esos ‘guerreros’, legales e ilegales, comparten una masculinidad enfermiza, fruto de una sociedad patriarcal que se acostumbró a someter a las mujeres, a los niños, a los enfermos, a los diferentes, a los otros, correlato de  procesos de colonización y dominación de una naturaleza biodiversa, a la que se le endilgó el carácter de indomable, agreste y difícil, de allí la necesidad del uso de la fuerza física de los hombres para someterla.

Guerrilleros, paramilitares, militares y miembros de pandillas y bandas criminales, devienen de un tipo de sociedad y de país en el que el derecho fracasó, como fracasaron los discursos de la compasión, del amor, del respeto al otro.

Amar un fusil, una pistola o un revólver, es desear la comisión de un delito. Calificar un arma como hermosa o bella es una contradicción perfectamente racional de una condición humana compleja de la que se puede esperar cualquier cosa. Justamente, los procesos civilizatorios están para minimizar la ocurrencia de conflictos y de hechos violentos con los cuales se pretenden solucionar las diferencias; de igual forma, se espera que dichos procesos civilizatorios, de la mano del Derecho y en general las normas de la guerra, sirvan para minimizar los impactos de la guerra, así se considere como justa.

De cara a la posibilidad de que las Farc hagan dejación de armas y de que haya en Colombia una justicia transicional para todos los guerreros, incluyendo a los militares y paramilitares, la sociedad colombiana debe analizar con cuidado los efectos que dejan las actitudes y las aptitudes desarrolladas por una sociedad patriarcal en donde la figura del gran macho ha orientado no sólo las acciones del Estado, sino las de hombres públicos y de millones de ciudadanos.

Enlistarse en las fuerzas estatales, así como ingresar o estar en las filas ilegales por la vía del reclutamiento forzoso, no pueden seguir siendo opciones para que cientos de miles de colombianos encuentren y aseguren una forma de vida, reconocimiento social y la consecución de recursos económicos para sobrevivir.

La sociedad del posconflicto necesitará soportarse en una nueva masculinidad, lo que de inmediato pone de presente la responsabilidad de las mujeres y de lo femenino en la legitimación  y la profundización de esa masculinidad ‘guerrera’, bélica, violenta y belicosa que, al uniformarse, aumenta exponencialmente su poder y su capacidad de dañar y de someter a hombres y mujeres.

Confío en que las mujeres lideren la transformación de esa masculinidad enfermiza que hoy circula uniformada y uniforme por las mentes de millones de civiles, propensos a validar el discurso castrense y en general, las ‘heroicas’ acciones de los actores armados que hoy se mantienen en pie de guerra en Colombia


[1] Aclaro que la noción de guerrero está desprovista de todo carácter heroico de gestas pasadas y dadas en contexto distintos a los que hoy vivimos. Esta noción se acerca más a la idea de hombres violentos armados que desde la legalidad y la ilegalidad, buscan un lugar en la sociedad.

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