Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El pronunciamiento del Consejo de
Estado[1] en
relación con la campaña por el NO que adelantó el Centro Democrático en el
Plebiscito del 2 de octubre, confirma que efectivamente se ejerció violencia y se engañó al electorado.
La dimensión de lo sucedido se
agrava por los altos niveles de abstención y por los efectos jurídico-políticos
que el apretado triunfo del NO produjo al Proceso de Paz que se adelantaba en
La Habana, Cuba y por supuesto, al sentido y al contenido del primer Acuerdo
Final al que llegaron las Farc y el Gobierno de Santos, lo que obligó a las
partes a ajustar en tiempo record ese
documento[2] inicial de paz.
Semejantes estratagemas a las que
apeló el senador Uribe Vélez, sus áulicos y miembros del Centro Democrático y
que contaron con el apoyo de Juan Carlos Vélez Uribe, como gerente de la
campaña, deberían de motivar la sanción social de una sociedad que ya da
muestras de cansancio frente a la corrupción y el ethos mafioso[3] que de tiempo
atrás guía las acciones políticas del ex presidente Uribe y de quienes lo
rodean en sectores de poder económico de la llamada sociedad civil (ganaderos,
azucareros[4],
palmicultores).
De igual forma, el Consejo
Nacional Electoral debería de asumir una investigación en aras de sancionar a
este movimiento político y a sus líderes, por las violentas y pérfidas
prácticas electorales a las que apelaron para lograr el triunfo en el
plebiscito del 2 de octubre.
Lo dicho por la Sala de lo Contencioso
Administrativo del Consejo de Estado debe asumirse como un importante factor
ético-político decisorio en las elecciones de 2018, que permita impedir que Uribe Vélez y el
llamado “uribismo” retornen al poder político. Cuando llegue ese momento, tendremos,
nuevamente, la oportunidad de inhumar
para siempre las aspiraciones político-electorales del senador antioqueño y
de aquellos que lo respaldan desde una sociedad civil contaminada por ese mismo
ethos mafioso.
Lo sucedido ese 2 de octubre no
solo sirvió para confirmar el nivel de polarización política que sufre el país
por cuenta del dañino, malsano, nocivo y venenoso liderazgo de Uribe, sino para exhibir la
pobreza cultural de un electorado y de una parte del pueblo colombiano que aún
no dimensiona lo positivo que resulta y resultará poner fin al conflicto armado
con las Farc.
Los millones de colombianos que
se abstuvieron de votar en esa definitiva jornada del 2 de octubre, exhibieron
no solo desconfianza frente a la institucionalidad democrática, sino un
profundo desdén por un asunto público crucial para el futuro del país. La
apatía de esos colombianos muy seguramente se alimenta de su bajo capital
cultural, acumulado históricamente.
Ojalá algún día los colombianos
entendamos que el gran problema del país no es o fue la existencia y operación
de las guerrillas. En un ejercicio pedagógico que aún está pendiente, debemos
insistir en que el problema central que atraviesa las relaciones entre el
Estado, la Sociedad y el Mercado es el ethos
mafioso[5], con el que se da
vida a la corrupción. Ese mismo ethos
mafioso que orientó a quienes promovieron y apoyaron, de disímiles maneras,
la campaña por el NO.
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