Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Ganó Chávez en Venezuela, pero ello no quiere decir que la democracia haya salido fortalecida. No. Por el contrario, lo más probable es que se radicalice su proyecto populista, en aras de mantener a millones venezolanos cautivos, cooptados y sometidos a un Estado que se demoró años, muchos años, para reconocerlos, por lo menos, como personas.
Estamos ante un Estado que es manejado por un líder megalómano que gasta y malgasta y que de manera irresponsable ha creado milicias, en las que sus milicianos son capaces de dar sus vidas en defensa de un proyecto populista que se presenta como democrático, pero que realmente poco tiene de ello. Comités de defensa de la revolución que no son más que grupos de matones que hacen que la ‘democracia popular’ sea tan sólo una exhibición de fuerza de una masa que actúa con sentimientos de agradecimiento y no desde la razón.
Reducir la democracia a un asunto de unas mayorías que van a las urnas a devolver favores recibidos de un gobernante, es insistir en un proyecto político que claramente no busca concebir ciudadanos críticos, pensantes y formados para el debate público, sino gente amedrentada, agradecida, sumisa e incapaz de criticar el propio régimen, que los acoge mas que como ciudadanos, como súbditos satisfechos por los bocados de comida (subsidios) entregados.
Lo del domingo en Venezuela fue una demostración de una falsa democracia. Unos comicios en donde con claridad se exhibió el alto nivel de polarización que subsiste entre la Venezuela de Chávez y la que no está con el Comandante rojo. Y que parece crecer cada día más. Es decir, entre millones de pobres históricamente invisibilizados y una clase acomodada, en parte responsable de años de exclusión y que se resiste a dejarle el camino libre a un dictador que juega con la democracia.
La baja abstención de las elecciones en Venezuela no puede entenderse como un triunfo político y menos aún, entenderse como un factor de profundización de la democracia. Por el contrario, mientras existan estratagemas clientelistas, bajo un régimen populista, el voto, como expresión de libertad y de firme autodeterminación, no será más que la voz de los dominados, de los cooptados, de ciudadanos estatizados, de todos aquellos que creen a pie juntillas en el Mesías que hoy les asegura techo, educación, comida y transporte.
No son sanos el espíritu democrático y la concepción de democracia que devienen de años de gobierno de un militar como Chávez Frías. La democracia de Chávez, como la de otras naciones de esta parte del mundo, se funda en el miedo, en presiones indebidas, en un ejercicio de la política soportado en la compra de conciencias.
La revolución bolivariana que alienta Hugo Rafael Chávez Frías se sostiene en una rabiosa reivindicación étnica de un hombre que encontró en las armas el camino para ser reconocido y respetado. Un hombre que usa el Estado para dar rienda suelta a sus odios y resentimientos es un líder que genera miedo, pero que es incapaz de ganarse el respeto de todos y de cada uno de los venezolanos.
Aunque el triunfo no fue aplastante, hay que reconocer la victoria del Presidente Chávez, y respetar la decisión de quienes dieron su voto, así sea por agradecimiento u obligados para poder conservar un subsidio o un puesto en el Estado. Pero también hay que insistir en que la democracia no se profundiza con el poder que adquiere un Estado caritativo, compasivo y misericordioso. Por el contrario, esa característica reduce la posibilidad de dar vida a un tipo de democracia en donde sea posible concebir verdaderos ciudadanos y no súbditos agradecidos.
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