Por Germán Ayala Osorio, comunicador
social y politólogo
Las
movilizaciones sociales que Petro ha logrado conducir y liderar en Bogotá,
expresan un profundo malestar social de cientos de miles de ciudadanos que el
modelo económico pauperiza e invisibiliza. Los mismos que el modelo político y
los políticos ‘usan’ y ‘reciclan’ de
acuerdo con las coyunturas políticas y electorales y las conveniencias de
turno.
Se
trata de millones de colombianos que sobreviven al margen de una democracia
deficitaria, de un Estado ilegítimo, sostenido por la tradición, por el poder oculto de las fuerzas armadas y
por el cada vez más evidente de la gran prensa bogotana, con sus apéndices
regionales.
Será
difícil que las movilizaciones y las marchas pacíficas convocadas por Petro,
puedan ser canalizadas de tal forma que el evidente malestar social, político e
institucional, permita la consolidación de una fuerza política y electoral
capaz de llevar al Congreso e incluso a la Presidencia, a miembros o líderes de
esa expresión popular que aún no se sabe si se llamará movimiento de los indignados o por la defensa de la democracia.
Son
varios los factores y las razones que impiden –y que han impedido- conducir ese
malestar social y la protesta misma, por los caminos de una ‘revolución’
democrática y pacífica, tal y como lo espera Petro y otros sectores políticos y
sociales interesados en que Colombia transite caminos que le permitan modificar,
sustancialmente, esa historia en la que unos pocos se benefician del Estado y
del funcionamiento del sistema económico.
Entre
dichas razones o factores, aparece la incapacidad que históricamente ha
mostrado la Izquierda para formar sus cuadros y para apoyar líderes sociales
que hacen un trabajo silencioso en comunas y barrios, develando la
concentración del poder político y económico en una élite mezquina que sabe
mandar, pero que aún no comprende qué es eso de gobernar.
Una
izquierda incapaz de remover egos, de unir esfuerzos y de consolidar una
propuesta de poder que considere que bajo este sistema capitalista, es posible
construir un Estado social de derecho capaz de garantizar una vida digna para
todos los que vivimos en este territorio.
Una
dosis de pragmatismo podría facilitar las cosas para quienes desde esa orilla
ideológica y política, pretenden que ambiental, social, política, cultural y
económicamente el país dé el giro que necesita para modificar lo que en el
mediano y largo plazo, será un régimen de poder inviable por los conflictos
socio ambientales generados por las dos administraciones de Uribe Vélez, los
mismos que el gobierno de Juan Manuel
Santos viene profundizando y que profundizará si resulta reelegido en 2014.
La
sistémica pobreza de los sectores que se han movilizado recientemente en Bogotá,
también juega en contra de la consolidación de una fuerza política que,
soportada en ese malestar social, permita edificar una opción de poder que
supere la coyuntura político-institucional dada en la capital por la
destitución del Alcalde Mayor, Gustavo Petro Urrego.
En
escena también aparecen los medios masivos, en especial la gran prensa
televisiva privada. Concentradas en pocas manos y como ciegas defensoras del
Establecimiento, las empresas mediáticas se erigen hoy como un incontrastable
factor de poder, dada su capacidad para acomodar la historia, ocultar los
hechos y ‘naturalizar’ los efectos de un modelo económico que empobrece y
paraliza a las grandes mayorías. Infortunadamente no hay fuerza periodística
que hoy pueda enfrentar el discurso hegemónico que promueven los canales
privados de televisión, cadenas radiales y periódicos tradicionales.
Como
reproductores de una cultura ‘blanca’ dominante, los grandes medios masivos en
Colombia se encargan a diario de hacer ver legítimo lo que claramente no lo es
y de encubrir sus intereses, detrás de un aparente ejercicio informativo cada
vez más guiado por la autocensura, como estrategia para ocultar lo que cada vez
es más difícil de esconder: que unos pocos se benefician del Estado, porque
históricamente han logrado capturarlo y someterlo a unos mezquinos intereses de
clase.
De
esta forma, los factores y circunstancias arriba enumeradas, junto con otras,
terminarán impidiendo que la clara reacción en contra de lo que representa el
omnímodo poder del Procurador Ordóñez, fanático alfil de la cultura dominante,
pueda convertirse en un movimiento social y político capaz de ir erosionando,
desde la institucionalidad, el arrogante poder de un sector minoritario
retardatario y profundamente conservador.
Habrá
que esperar qué sucede en las elecciones de 2014. La apuesta de Petro y de los
sectores que lo siguen, no puede estar exclusivamente orientada hacia la polarización
entre indignados y la élite acomodada.
Por el contrario, deben aprender de los errores
cometidos por Petro en la administración de la Capital, así como hacer ingentes
esfuerzos político-electorales para dar continuidad a los programas sociales,
ambientales y de inclusión de la Bogotá Humana. Y una vez consolidado el
proyecto político en la Capital, replicarlos en otras alcaldías y
gobernaciones. Al insistir en ser una fuerza política capitalina, la Izquierda
coadyuva a consolidar el fatal centralismo que la Derecha viene auspiciando de
tiempo atrás, lo que claramente ha impedido la consolidación del Estado a lo
largo y ancho del territorio nacional.
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