Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
De
culminar bien el proceso de negociación en La Habana, el país deberá alistarse
para diseñar y consolidar escenarios de posguerra, posconflicto e incluso,
escenarios de posacuerdos[1]. En
cualquier sentido, lo que se vendrá para el país demanda no sólo el apoyo de la
ciudadanía y de las grandes mayorías al momento de refrendar lo acordado, bien
por vía referendo o por el camino de una Asamblea Nacional Constituyente[2] restringida, sino del concurso de actores
políticos históricamente relegados de la discusión de los asuntos públicos que la
paz exige para poderse consolidar.
Son
ellos las fuerzas armadas, en especial los militares y en particular el
Ejército, fuerza que ha llevado sobre sus hombros el desgaste de una guerra
irregular que deviene degradada y sucia. De igual manera hay que exigir que los
banqueros y los grandes “Cacaos” de este país participen y den la cara a la
sociedad en la idea de explicar cómo se materializará su apoyo y financiación
del posconflicto. Pero sobre estos no haré mayor referencia en este texto.
Hablaré de los medios masivos de comunicación.
Estos
actores políticos no fueron reconocidos como tal, tanto por la cúpula de las
Farc como por los negociadores del Gobierno de Santos. Los desestimaron a la
hora de proponer y concertar la Agenda que trazó la ruta del proceso de paz de
La Habana.
Y
en esa línea, los medios de comunicación, como empresas y actores políticos,
son responsables de negativos y dañinos tratamientos periodístico-noticiosos
que han hecho de los hechos y de las dinámicas de la guerra interna, a lo largo
de estos 50 años. Por ello, la prensa debe hacer un mea culpa con el fin de develar los errores, pero especialmente los
intereses que se movieron en los nefastos cubrimientos periodísticos que
hicieron, por ejemplo, durante los procesos de paz adelantados por Belisario
Betancur Cuartas, pero especialmente en los tratamientos que dieron a hechos
noticiosos que afectaron el devenir del proceso de negociación del Caguán[3],
durante el gobierno de Pastrana Arango.
Sigue
siendo un error garrafal mantener por fuera de la discusión de la paz y de la
guerra a los medios masivos y a la industria cultural. Es mucho lo que se debe
cambiar de cara a posibles escenarios de posconflicto, posacuerdos y posguerra.
Por ejemplo, el discurso publicitario debe cambiar profundamente. No puede ser
que se continúe negando la existencia de los mundos afro, campesino e indígena.
De igual manera, la publicidad sexista debe quedar atrás, si tenemos en cuenta
que la mujer es hoy usada y cosificada por un discurso sexista que las
irrespeta y subvalora y la exhibe como objeto de consumo.
Pero
ese discurso discriminante no solo lo exhibe la publicidad, sino que está en los propios
operadores judiciales que desestiman los delitos sexuales cometidos por
paramilitares, militares y guerrilleros, en el marco de un degradado conflicto
armado. ¿No habrá una conexión socio cultural en esa forma en que unos y otros
asumen, ven y se representan lo femenino, el cuerpo de la mujer y la mujer
misma?
Los
medios masivos, el periodismo, el cine, la publicidad y los anunciantes, entre
otros, pueden coadyuvar a consolidar esos escenarios de reconciliación y paz
que se necesitarán para aterrizar los acuerdos a los que se lleguen en La
Habana, siempre y cuando acepten que se equivocaron, que siguen equivocados,
pero que tienen la convicción de que es posible sacar adelante una paz
integral, modificando discursos que claramente generan inconvenientes representaciones sociales (RS) para un país étnicamente
diverso y culturalmente diferenciado.
En
varias columnas he insistido en la necesidad de que el periodismo modifique sus
valores/noticia y los criterios pretendidamente universales[4] con
los cuales califican y elevan unos hechos al estatus de noticia. Como oficio,
el periodismo no puede estar atado a unos principios, lógicas y rutinas
aparentemente asépticas de cualquier orientación ideológica y política. Todos
sabemos que la objetividad no es posible, que quizás mejor sea hablar de
rigurosidad. Esa misma que le ha faltado a la prensa colombiana para cubrir los
hechos del conflicto armado interno.
Es
claro que el conflicto armado interno no sólo tiene raíces agrarias[5], sino
que en su devenir ha generado nuevas razones y explicaciones que cada vez más
conectan con procesos de animosidad étnica y cultural hacia afrocolombianos,
campesinos e indígenas. Pocos se atreven a exponer y reconocer que existan esas
circunstancias de animosidad étnica. Creo, por el contrario, que las hay. En
esa línea, los medios y el discurso noticioso han coadyuvado a que esa
animadversión se profundice a través de la exposición y consolidación de
imaginarios y RS poco propicias para incluir, aceptar, reconocer y respetar a
quienes tienen cosmovisiones distintas, alejadas de la apuesta cultural
hegemónica que se respira y se impone en urbes como Cali, Bogotá y Medellín,
entre otras. Esa misma cultura hegemónica que los medios a diario imponen, y
con la que se desconocen otras formas de asumir la vida, han atravesado los
tratamientos noticiosos de hechos de la guerra que suceden en mayor medida en
zonas rurales donde viven y sobreviven indígenas, afrocolombianos y campesinos.
Si
bien es tarde para anexar un nuevo punto a la Agenda pactada en La Habana, ello
no es óbice para que la sociedad civil[6] y la
sociedad en general presionen a los medios masivos y a otros actores para que
se modifiquen no sólo los discursos noticiosos y publicitario, sino que se
garantice la pluralidad informativa. Y ello implica tocar la propiedad
concentrada de los medios masivos. Es urgente hacerlo. La democracia tiene en
la pluralidad informativa un valor y un motor importante de ambientación.
Si
el proceso de La Habana se rompe, como aspiran en el Centro Democrático y otros
sectores de derecha y ultraderecha, y más adelante los mismos actores que hoy
dialogan en Cuba deciden volver a sentarse en una mesa de diálogo, ojalá
entiendan que resulta definitivo incluir en esa eventual nueva agenda de paz, a
los medios masivos y a todos aquellos actores y circunstancias que configuran la industria cultural.
Hay
suficientes análisis académicos que demuestran los errores cometidos y las
posturas asumidas por los medios masivos de comunicación. Bastaría con
revisarlos para darse cuenta que cada vez los medios masivos fungen como
definitivos actores políticos y culturales, cuyas acciones no siempre apuntan
hacia la reconciliación, sino hacia la polarización.
Adenda: Uribe señala al
Canal Capital y a otros medios de ser voceros
del terrorismo. En esa misma lógica, ¿cómo llamar a aquellos medios y
periodistas que se hincaron ante su poder durante los ocho años en los que
mandó en Colombia?
1 comentario:
en esa línea, los medios de comunicación, como empresas y actores políticos, son responsables de negativos y dañinos tratamientos periodístico-noticiosos que han hecho de los hechos y de las dinámicas de la guerra interna, a lo largo de estos 50 años. Por ello, la prensa debe hacer un mea culpa con el fin de develar los errores, pero especialmente los intereses que se movieron en los nefastos cubrimientos periodísticos que hicieron, por ejemplo, durante los procesos de paz adelantados por Belisario Betancur Cuartas, pero especialmente en los tratamientos que dieron a hechos noticiosos que afectaron el devenir del proceso de negociación del Caguán[3], durante el gobierno de Pastrana Arango.
El 3er. Canal debe ser para las Fuerzas Sociales y no para los Poderosos empresarios de DESINFORMAN
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