YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 24 de marzo de 2015

CASO PRETEL, PROCESO DE PAZ Y ASAMBLEA NACIONAL CONSTITUYENTE

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


Lo que viene sucediendo en la Corte Constitucional, en otras Cortes y en general, al interior del aparato de justicia, obedece a la entronización de un ethos mafioso y de unas prácticas desinstitucionalizantes, que tocan, erosionan y afectan la estructura del Estado y las relaciones de este con la sociedad, en un largo periodo de Gobierno (2002-2010), en el que el Todo Vale se convirtió en un principio que guió la función pública y el ejercicio de la política en Colombia.

Es decir, el escándalo que hoy cubre y ensucia a la Corte Constitucional, hasta hace unos años un faro ético-político[1] para el país, es la expresión máxima de un proyecto político, social, económico y cultural asociado a los valores morales y principios éticos de una empresa criminal llamada paramilitarismo.

El paramilitarismo[2] fue una exitosa empresa criminal con la que se promovió ese ethos mafioso que hoy el país reconoce en las actuaciones de algunos magistrados de las altas Cortes y se aseguró la captura del Estado, en todas sus instancias de poder y representación simbólica, por parte de grupos de interés y de fuertes redes clientelares, que mantuvieron, ampliaron y consolidaron el maridaje entre política y crimen. Todo ello sucedió con el cómplice silencio y la ceguera, en otros casos, de la clase política[3] y dirigente del país, la Procuraduría General de la Nación, en cabeza de Ordóñez Maldonado, durante el periodo de gobierno de Uribe Vélez (2002-2010). Las condiciones en las que se dio, por ejemplo, la reelección del Procurador Ordóñez, son claves para explicar el poder clientelar que ostenta quien está al frente del Ministerio Público y quien guarda inconveniente silencio frente a los hechos de corrupción que involucran al magistrado Pretel.

En ese largo periodo de unanimismo ideológico, político y mediático y del Todo Vale, a las altas cortes llegaron, incluyendo a la Corte Constitucional, magistrados que jamás podrán tener el talante jurídico y ético-político que tuvieron y que aún mantienen, ex magistrados como José Gregorio Hernández y Carlos Gaviria Díaz, para nombrar tan solo dos.

Durante los ocho años del Gobierno de Uribe Vélez, el país perdió los límites de la decencia. El contubernio entre clase política y crimen y las prácticas clientelistas afloraron por cuenta del comportamiento del entonces Jefe del Estado, de sus círculos cercanos y por ese ethos mafioso que se proclamaba con el Todo Vale. Aquí, entonces, las responsabilidades son compartidas entre el entonces Presidente, actores de la sociedad civil, los partidos políticos, los jueces, los medios masivos[4] y en general, el grueso de la sociedad.

El magistrado Pretel[5] no es más que un eslabón de una larga cadena de corrupción al interior del Estado, orden que deviene capturado por las prácticas mafiosas y clientelares de funcionarios públicos, de ex funcionarios, que vienen actuando con la anuencia de los partidos políticos y de sectores de la alta sociedad bogotana y las élites regionales que se benefician de la debilidad del Estado y a las que poco les preocupa la corrupción  de la justicia.

Proceso de paz y Asamblea Nacional Constituyente

La crisis que hoy vive la Corte Constitucional no se soluciona con la salida del controvertido magistrado Pretel. Y mucho menos, se encontrarán salidas con nuevos proyectos de reforma a la justicia. Y es así, por que de fondo, hay una pendiente transformación cultural que no se va a dar por decreto. Y en eso, son pocos los actores de la sociedad que reconocen que el asunto es estructural y no coyuntural.

Y por lo anterior, los magistrados, compañeros y amigos de Pretel, llaman al Jefe del Estado para que medie en lo que ellos mismos llaman la crisis de la Corte Constitucional, dada la actitud asumida por el Presidente de dicha Corporación, de mantenerse en el cargo, a pesar de los graves indicios de corrupción que lo comprometen en materia grave.

Lo que preocupa de la actual crisis que vive la justicia en Colombia, por cuenta de lo que acontece al interior de la Corte Constitucional, no está exclusivamente en el nivel de corrupción que toca a varios de sus magistrados, sino en las soluciones planteadas para superar semejante pérdida de credibilidad y de confianza pública por parte de los ciudadanos. Ya se habla de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente para transformar operativamente lo que culturalmente no hemos podido lograr: respetar el imperio de la ley, el Estado, la confianza pública, la constitución política, la democracia, en el marco de un Estado Social de Derecho en proceso de consolidación.

El riesgo de aceptar ese llamado está dado en  las siguientes circunstancias y elementos contextuales: primero, la coincidencia que hay entre Farc y el Uribismo, en el llamado a una ANC, tal y como sucedió en 1990. Que dos fuerzas extremas (extrema izquierda y derecha) logren coincidir en una salida política a una larga guerra interna  y a la crisis de credibilidad de la justicia, debe llamar la atención en la medida en que esa coincidencia, determinará acuerdos políticos al interior de la Asamblea Nacional Constituyente que se convoque, que no necesariamente beneficiarán al grueso de la sociedad. Es más, las discusiones y los consensos que se logren, dado el talante conservador y autoritario de esas dos fuerzas, pueden terminar en un retroceso en materia de libertades y derechos. Ese es un riesgo.

Eso sí, huelga recordar que la crisis y el debilitamiento del Estado y el de sus instituciones en el contexto de los 90, en nada se parece a lo que se vive hoy. Que el Presidente de la Corte Constitucional no renuncie a su cargo, obedece más a que su juez natural, la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, es totalmente inoperante, inexistente, y por supuesto, ilegítimo. De allí, que Pretel sea capaz de retar no solo a sus compañeros, al Estado mismo, sino a la sociedad.

La segunda circunstancia y elemento político, toca o tiene que ver con el proceso de paz de La Habana. Resulta inconveniente hablar de una ANC cuando la firma del fin del conflicto armado con las Farc[6] no está cerca, por cuenta de las salvedades que hay sobre los acuerdos preliminares y porque aún hay puntos por abordar y lograr acuerdos. La cúpula de las Farc considera que ese es el camino más seguro para sus miembros, en aras de refrendar lo acordado en la Mesa, especialmente en lo que concierne a participación política y justicia transicional (no ir a la cárcel). Es claro que frente al Referendo, mecanismo ofrecido por el Gobierno de Santos para darle legalidad a lo que se acuerde en La Habana, una ANC es mucho más confiable y viable para los intereses de las Farc.  

Antes de pensar en convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, agentes de la sociedad civil, como la Universidad, sindicatos, empresarios y ONG, deben hacer un llamado para que se depuren no solo la Corte Constitucional y las otras instancias del poder judicial, sino las prácticas políticas y  la política misma. Y ello pasa por develar y aceptar que desde 2002, el Estado viene cooptado y capturado por poderes clientelares que, fincados en intereses privados, actúan con la anuencia de altos funcionarios públicos, que profundizan la debilidad de la institucionalidad estatal.

Será muy difícil avanzar en la superación de prácticas corruptas en el manejo del Estado y la separación de la política, del crimen organizado, mientras agentes y aupadores del Todo Vale, se mantengan vigentes política y electoralmente. Por ello, es urgente que, de cara a las elecciones regionales de octubre de 2015 y las presidenciales de 2018, los colombianos digan No a todas aquellas propuestas de gobierno local, regional y nacional, que hayan tenido vínculos de amistad, cercanía política o guarden simpatías con quienes entre 2002 y 2010, validaron la penetración, cooptación y captura mafiosa del Estado y aplaudieron, en silencio unos y a grito herido, otros, los éxitos del paramilitarismo y de las prácticas clientelares que le facilitaron la captura del Estado.



[2] Véase el libro Paramilitarismo en Colombia: más allá de un fenómeno de violencia política. Cali: UAO, 2011.

[5] Las tierras adquiridas por el Magistrado Pretel dan cuenta, por lo menos, de su cercanía ideológica y económica, con un proyecto político que se montó sobre la necesidad de despojar de sus tierras a campesinos, para adelantar allí ganadería extensiva.
[6] Con qué moral y legitimidad política y social piensa la justicia colombiana “someter” a la cúpula de las Farc por los delitos cometidos, cuando la Corte Constitucional, máxima corporación garante de que la Carta Política se cumpla, deviene sucia y cooptada por mafias clientelares. Le cabe razón a Pastor Álape por el reciente reclamo que desde La Habana hizo a lo que acontece alrededor del magistrado Pretel.

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