Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El proceso de negociación que se
adelanta en La Habana ha podido avanzar con un relativo consenso nacional, a
pesar de que Santos cuenta con mayorías en el Congreso y de alguna manera con
el respaldo de los medios masivos, en particular con el de la gran prensa
bogotana.
La férrea oposición ejercida por
el Centro Democrático, en cabeza de Uribe Vélez, un sector del Partido
Conservador, liderado por Andrés Pastrana Arango y por supuesto, por las
constantes críticas y reparos del Procurador General de la Nación, Alejandro
Ordóñez Maldonado, han coadyuvado en buena medida para que aún haya un relativo
respaldo social hacia los diálogos de paz. Ello, en el contexto de una sociedad
atomizada y de una opinión pública poco preparada para asumir la discusión y el
seguimiento de unas negociaciones, que pueden resultar determinantes para el
devenir del país, en estadios de posguerra.
El país no se ha volcado a
respaldar los diálogos de paz de La Habana porque el fin de las hostilidades,
como el conflicto armado mismo, no atraviesan la vida de todos los colombianos.
Esa es la respuesta social a un conflicto que ha sido, para millones de
colombianos, un asunto periférico, esto es, lejano y solo visible en apartadas
zonas rurales. Hay cientos de miles de colombianos que viven en sectores
rurales y urbanos, a quienes poco o nada les interesa lo que suceda en torno a
este asunto político y sus conexiones. Hay millones de colombianos resolviendo
asuntos del día a día y no tienen ni la disposición mental y muchos, la
formación política, para entender el trasfondo de las negociaciones y
comprender lo que se viene para el país una vez se firme el fin del conflicto
armado.
Con todo y lo anterior, las
negociaciones entre Farc y Gobierno van enrutadas hacia la firma definitiva del
fin del conflicto armado y la consecuente implementación de los acuerdos. Si
bien existen salvedades de las Farc sobre varios asuntos, lo acordado hasta el
momento, tiene el carácter de parcial, lo que indica que aún faltan temas por
discutir y lograr acuerdos. Lo acordado hasta el momento, en los puntos que
refieren a la cuestión agraria, participación política y drogas y cultivos de
uso ilícito, más los avances en materia de cese unilateral al fuego, desminado
y recientemente, la orden presidencial de no bombardear los campamentos de las
Farc, han coadyuvado, en buena forma, a
fortalecer el proceso de paz.
Estamos ante un proceso maduro,
del que hay que destacar la seriedad de las partes para avanzar hacia el
objetivo final de ponerle fin al conflicto, a las hostilidades. Ello no quiere
decir que la paz esté cerca. No. Por el contrario, es posible que el fin de la
guerra interna esté cerca, pero la construcción de la paz, demande mucho más
tiempo y enormes y mayores sacrificios. Y por ese camino, corremos el riesgo de
no poder diseñar escenarios de paz, reconciliación y reconstrucción social y
cultural y, mucho menos, de lograr cambios sustanciales en los ámbitos político
y económico.
La preocupación de Santos no
está, entonces, en la búsqueda de mayor apoyo social y político interno, hacia
las conversaciones de paz de La Habana, sino a la generación de un consenso
político nacional, en torno a la implementación de los acuerdos, en especial,
alrededor de lo que tiene que ver con la justicia transicional que habrá que
diseñar para juzgar a los líderes de las Farc, su participación en la vida política
del país y su inserción al sistema político, la solución a los problemas
agrarios y en general, en la profundización y ampliación de la democracia.
Para ello, el Presidente, en
varias ocasiones, invitó a los detractores y críticos del proceso de paz para
que se acercaran y conocieran los avances. Varias veces, Santos ha tenido que
salir a desmentir inconvenientes rumores e imaginarios que señalan que en Cuba,
se está negociando el modelo de Estado, la propiedad privada y el papel de las
Fuerzas Armadas. Todo lo anterior, recogido en una nomenclatura que a muchos
colombianos asusta: la llegada a Colombia del llamado Castro-chavismo.
En la histórica alocución
presidencial del 10 de marzo de 2015, el Jefe del Estado no solo ordenó a las
tropas cesar bombardeos contra campamentos de las Farc, por espacio de un mes, sino
que anunció la conformación de una Comisión Asesora de Paz. De aparente conformación
plural, el Presidente invitó a varios detractores del proceso de paz, a sumarse
a dicha Comisión. De allí que invitara a líderes políticos y sociales para que
se sumaran a la causa de la paz. Ya las Farc desde La Habana critican la
composición de dicha Comisión, a la que consideran poco plural, porque de ella
no hacen parte sectores indígenas, afros
y campesinos. Y tienen razón.
El llamado para conformar la
Comisión Asesora de Paz fue aceptado por los conservadores Martha Lucía Ramírez
y el ex presidente Andrés Pastrana Arango, Antanas Mockus, Clara López,
dirigente del PDA, ex guerrilleros del M-19, ex oficiales del Ejército y
miembros de la Iglesia Católica, entre otros. La invitación se extendió al ex
presidente Uribe Vélez y Óscar Iván Zuluaga. Estos dos últimos declinaron, a
pesar de que el mismo Procurador General instara a Uribe Vélez a que hiciera
parte de la Comisión Asesora de Paz.
Hay quienes consideran que no es
posible hablar de paz en Colombia, sin contar con la presencia y la aprobación
de Uribe Vélez. Su aparente fuerza social, política y electoral, hace pensar a
varios analistas en la urgente necesidad de contar con él. Es más, la propuesta
de César Gaviria Trujillo de diseñar una justicia transicional para civiles
(empresarios y agroindustriales, entre otros) que hayan apoyado, por ejemplo,
la conformación de grupos paramilitares y de esta manera, se hayan hecho
partícipes y aupadores de las hostilidades en el marco del conflicto armado
interno, se leyó como una clara invitación a que Uribe dejara de criticar el
proceso y se subiera al bus de la paz
y aceptara incluir su nombre en la ampliada justicia transicional propuesta por
el expresidentes Gaviria.
Difiero profundamente de la idea que
señala que sin Uribe habrá una paz a medias, o que simplemente, no será posible
concretarla. Por el contrario, observo con preocupación que Uribe Vélez
proponga la extensión de los diálogos de
paz hasta donde sea necesario, en respuesta dada al Procurador Ordóñez y a
otras invitaciones que le han hecho para que apoye el proceso de La Habana.
Ojalá que Santos, sus negociadores y las mismas Farc, no caigan en la trampa
que el líder del Centro Democrático le está poniendo al proceso de paz y al
país.
Como animal político, Uribe Vélez decide no montarse en el bus de la paz, pero propone una
extensión en el tiempo de los diálogos entre Farc y Gobierno. Y lo hace, porque
junto al Procurador Ordóñez, está preparando el regreso del uribismo al poder
del Estado, para las elecciones de 2018. Será, en ese escenario electoral, en
el que la sociedad colombiana y los electores, saldrán a respaldar o a rechazar
lo acordado en La Habana, entre el Gobierno de Santos y la cúpula de las Farc.
En ese punto es clave que quienes
lleguen como candidatos a la Presidencia para el periodo 2018-2022, sean reconocidos
por la opinión pública votante, como detractores de las conversaciones de paz,
o por el contrario, como agentes que han secundado y apoyado el proceso de paz.
El uribismo, entonces, le apuesta
a las elecciones regionales de octubre de 2015, en perspectiva de llegar
fortalecidos para las elecciones de 2018, con la clara intención de capturar o de hacerse con lo acordado en
el proceso de paz y, usarlo, para controlar y manejar las decisiones que se
deban tomar, de cara a generar las transformaciones sociales, políticas y
económicas que ya se sugieren en el Informe Conjunto y las otras que estén
contenidas en los acuerdos finales.
Y está clara la estrategia de
Uribe y del Centro Democrático para torcerle el camino a la implementación de
los acuerdos de La Habana: generar miedo en las regiones golpeadas por las
dinámicas del conflicto. Y lo piensan hacer, insistiendo en la idea que la
propiedad privada se está negociando en La Habana y que, por tanto, se
instaurará un régimen socialista.
De esta manera, permitir que
Uribe se suba al bus de la paz
conlleva enormes riesgos. Hay que procurar, por el contrario, mantener alejados
al ex presidente y a sus áulicos del proceso de paz y de las decisiones que haya
que tomar a la hora de implementar los acuerdos a los que lleguen las Farc y
los negociadores de Santos.
A Uribe hay que aislarlo y para ello, los
periodistas deberían de asumir una postura política digna y minimizar la
presencia del negativo líder político
en los medios masivos. Y mientras ello sucede, el Gobierno de Santos debe hacer
una mayor pedagogía por la paz y para ello debe contar con las empresas
mediáticas. Y para ello, deberá aumentar la pauta oficial, con el fin de lograr
el compromiso de propietarios de esos medios y de sus editores, con el objetivo
de invisibilizar a quien podrá convertirse en el mayor obstáculo para la
efectiva implementación de los acuerdos de La Habana. Hay que evitar, a toda
costa, que Uribe se suba al bus de la paz.
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