Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
La polémica propuesta de la
senadora del Centro Democrático, Paloma Valencia, de dividir el departamento
del Cauca entre indígenas y mestizos, está anclada a su origen feudal, de clase
y a un asunto de fondo que por años ha alimentado el conflicto armado interno,
así jamás se haya reconocido como detonador y combustible de las hostilidades internas: la animosidad étnica[1] que
agentes de la cultura blanca impulsan
contra indígenas, afrocolombianos y campesinos.
Paloma Valencia representa, sin
duda alguna, el pasado feudal en el que aún siguen instalados miembros de
ciertas familias, las mismas que buscan hoy refundar
la patria, en especial, aquella que aún gravita y soporta su devenir, en los
principios liberales de la Carta Política de 1991. Esa misma Constitución que
de manera clara reconoce los derechos de los indígenas, los mismos que Paloma
Valencia desea apartar, segregar y arrinconar, con el claro propósito de
erosionar sus proyectos de vida, sus identidades y deslegitimar su lucha
ancestral por la tierra, que blancos como
Paloma Valencia, les han arrebatado.
Con su propuesta, quizás Paloma
Valencia se vea como una suerte de nueva Encomendera, ante su empobrecido
liderazgo, el mismo que la tiene hoy como una sumisa escudera de Uribe Vélez,
una suerte de Mesías con el que siempre soñó la derecha y la ultraderecha
colombiana.
Eso sí, la senadora Valencia no
explicó si ella viviría en el “Cauca mestizo”, en tanto ella sigue convencida
de que pertenece, por su color de piel, a una casta aria, que de forma natural debe gozar de privilegios. Ese es
el elemento que la une con Uribe, quien también está convencido de hacer parte
de una raza aria, con derechos adquiridos por el color de piel.
Lo dicho por Paloma Valencia da
cuenta del país que el conflicto armado jamás transformó: el país de unos
cuantos privilegiados, que quieren seguir dominando a sus anchas, como si se
tratara de un mandato divino, para manejar zonas del país como si tratara de
extensas plantaciones o territorios aún sujetos a las disposiciones de
capataces, gamonales e incluso, las de nuevos
encomenderos. Y da cuenta, de la mezquindad y del atraso cultural de unas
élites que a pesar de que han tenido la oportunidad de estudiar por fuera del
país, no lograron superar su empobrecido liderazgo y esa malquerencia étnica
que profesan de tiempo atrás contra los dignos y organizados pueblos indígenas
del Cauca, en especial el pueblo Nasa.
Paloma Valencia representa el
país godo, miserable, premoderno, ladino, oscuro, precapitalista, violento,
conservador, excluyente y patriarcal. El mismo país que es responsable del atraso cultural de una Nación
liderada por unas élites que se han ganado un lugar en la historia oficial,
sobre la base del despojo, la expoliación, el crimen y el contubernio con
fuerzas criminales e ilegales, a las que tradicionalmente le dieron un lugar en
la institucionalidad.
Pobre país este que ya piensa en
escenarios de posconflicto, cuando no ha superado aún la animadversión étnica
que siente una élite irresponsable y cicatera, hacia quienes simplemente viven
bajo cosmovisiones distintas.
Adenda: distinto el talante ético y político de familiares de
Paloma Valencia, como Álvaro Pío Valencia y Josefina Valencia[2].
Imagen tomada de la revista Semana, www.semana.com
Imagen tomada de la revista Semana, www.semana.com
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