Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Las jornadas pedagógicas adelantadas en
algunos cuarteles, por los generales ( r ), Mora Rangel y Naranjo, son muestras
claras de lo difícil y complejo que es, y será, convencer a militares y
policías activos, de que el fin del conflicto armado con las Farc, es garantía
de que sus vidas correrán menos peligro, si dicha agrupación depone las armas.
Es claro que dentro de las huestes
castrenses hay dudas y resistencias políticas e ideológicas frente al Proceso
de Paz y por supuesto, frente al actor armado que más duros golpes ha dado a
unidades militares y de policía. Baste con recordar las sangrientas tomas a
bases como Las Delicias, Miraflores y Patascoy,
la consecuente captura de uniformados y el largo confinamiento al que
fueron sometidos, en verdaderos campos de concentración, construidos por las
Farc en varias zonas del sur del país.
Dichos actos de guerra, en el
contexto de un degradado conflicto armado, da para pensar que la unidad de
mando al interior de las fuerzas armadas, deviene debilitada por sentimientos
de odio y deseos de venganza, por los rumores que los opositores del Proceso de
Paz de La Habana se han encargado de difundir por todas las unidades militares
y cuarteles de policía y quizás, por el poder desestabilizador de una
inadvertida burocracia armada.De esa burocracia armada, harían parte oficiales activos y retirados.
El propio Presidente, y en varias
ocasiones, ha salido al paso de rumores que circulan sobre la reducción del
número de efectivos, y la pérdida de beneficios prestacionales y salariales,
entre otros temas. Todo lo anterior, en claro beneficio de las Farc.
Por ello, el presidente Santos, en su
calidad de Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, no tiene fácil la tarea
de contrarrestar los infundios que los opositores y críticos de las
negociaciones de La Habana vienen difundiendo en las guarniciones, sino la
animadversión hacia las guerrillas que, por años, se ha acumulado en quienes
han sido formados bajo elementos de la doctrina de seguridad nacional, que
reconoce a un despreciable enemigo interno.
Lo que
podría hacer Santos
Pero no solo se trata de enfrentar
viejos dogmas y doctrinas al interior de las fuerzas estatales, sino a los
intereses económicos de aquellos oficiales y suboficiales que de manera directa
se benefician y se han beneficiado del cuantioso presupuesto que el Estado destina
y ha destinado históricamente, para enfrentar los desafíos de la guerra
interna.
Está
muy bien que el Presidente y los generales Mora y Naranjo visiten
estratégicas unidades militares para hacer pedagogía del Proceso de Paz, pero
resultaría más provechoso si el propio Gobierno asume el desmantelamiento de
las redes clientelares que muy seguramente existen al interior de las fuerzas
armadas, en especial, aquellas que de manera directa tengan que ver con el
manejo presupuestal.
Es allí en donde Santos debe poner su
atención y energías, en especial por el desmonte de la institucionalidad que se
dio en el periodo presidencial de 2002 y
2010. Y para ello, debe convocar a los organismos de control, Procuraduría y
Contraloría, para que esculquen las cuentas de divisiones y batallones, en aras
de que haya un mejor control y gerencia del presupuesto militar, en especial, para
cuando el país transite hacia el posconflicto.
En cuanto a las resistencias de los
militares y policías por cuestiones ideológicas y políticas, Santos debe hacer
uso de su poder discrecional para llamar a calificar servicios a todos aquellos
que se resistan a vivir en los nuevos tiempos que se vendrán si el fin del
conflicto armado se logra.
Y ya va siendo hora de cambiar,
académica y políticamente, los cursos de instrucción y entrenamiento en las
escuelas de formación policial y militar. Si las Farc se desmovilizan y hacen
dejación de armas, no tendría sentido continuar formando oficiales y
suboficiales para enfrentar a un inexistente enemigo interno.
Es probable que Santos no se percate
o no quiera reconocer de la presencia de una verdadera burocracia armada,
conformada por altos oficiales, activos y en uso de buen retiro, de las fuerzas
armadas, en especial del Ejército, que se oponen de manera a la
firma del fin del conflicto. Si esa burocracia armada y esas redes clientelares
existen y coexisten, Santos debe advertirle al país, a la sociedad civil que
respalda el Proceso de Paz, a los medios de comunicación, a los partidos
políticos, e incluso, a los países garantes
y a los comisionados que Estados Unidos y Alemania han dispuesto para
que sigan de cerca las negociaciones en Cuba, para que su sucesor en la Casa de
Nariño no solo estructure una política pública
de paz de largo plazo, cumpla con lo que se acuerde en la isla de los
Castro y desmonte toda estructura militar y red interesada en sabotear los
acuerdos de paz y por esa vía, dar continuidad al conflicto armado.
Finalmente, lo que está en juego en
estos momentos y lo que se pondrá a prueba en escenarios de posacuerdos, es la
sujeción y la obediencia debida de las fuerzas armadas al poder civil.
Adenda: con la muerte del
profesor Carlos Gaviria Díaz, el país ve apagarse el faro ético que por varios
años iluminó las actuaciones de la Corte Constitucional que él mismo presidió, y
los de la izquierda, que siguió sus ideas. Gaviria Díaz encarnó la decencia en
la política y el respeto al Estado Social de Derecho. Se marchó un
incomprendido liberal, que resultó desafiante y generador de profundos temores
en una sociedad conservadora, patriarcal, violenta y goda.
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