YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 16 de marzo de 2016

¿DE QUÉ PAZ HABLAMOS?

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

La nomenclatura Paz, en tanto concepto, deviene desgastado por el “manoseo” histórico al que ha sido sometido y que se inicia con la misma concepción del Estado. Es decir, la Paz íntimamente asociada al mantenimiento, así sea por la fuerza de la tradición y por el uso de las armas (esto es, a través de la guerra), de un orden político, social, cultural y económico hegemónico, que aparece naturalmente legítimo y lo suficientemente universal como para ser impuesto a través de relaciones de dominación bien hacia adentro del Estado, o entre Estados, en el marco de las siempre interesadas relaciones internacionales.

Lederach lo señala de esta manera: “Aquí radica la contribución de la política militar a la concepción occidental de la paz: si vis pacem, para bellum viene a ser primaria y primordial de los aparatos armados. Su misión es la paz. Su expresión internacional es el mantenimiento de la "ley y el orden"; a menudo represiva y colonialista. Su expresión nacional  es el desarrollo  de un militarismo y armamentismo, llamado "defensivo", para proteger el Estado nación. Su expresión internacional es la de sacar el mayor provecho posible para beneficio propio, o pactar con otros Estados contra la amenaza de los “enemigos[1].

Para la actual coyuntura política que afronta Colombia, determinada por el Proceso de Paz que adelantan los negociadores de las guerrillas de las Farc y del Gobierno del presidente Juan Manuel Santos Calderón, el vocablo Paz deviene también “manoseado” por aquellas ideas íntimamente asociadas al mantenimiento del orden establecido, “trágicamente” subvertido por aquellos grupos que se levantaron en armas en contra del “legítimo” Estado colombiano.

Esas circunstancias en las que sobrevive y se entiende la nomenclatura Paz impiden pensar en ejercicios sinonímicos o de simple relacionamiento con expresiones de uso cotidiano como tranquilidad, armonía, placidez y sosiego. De allí que resulte tan difícil que la concepción de Paz que al parecer comparten los negociadores que están sentados hoy en la Mesa de Negociaciones de La Habana, haga parte sustantiva de los ejercicios representacionales y de las reflexiones de millones de colombianos que, agolpados en desordenadas, inseguras y violentas ciudades y otros tantos abandonados en territorios rurales, no comprenden de qué Paz es de la que hablan en Cuba cuando sus vidas, subjetividades y realidades no necesariamente están ancladas a la firma del fin de la guerra. Y es así, porque sus luchas tienen que ver con necesidades básicas de supervivencia, ingenuamente desconectadas de la política y de lo político.

Es decir, para millones de colombianos urbanizados, la concepción de Paz que pueden llegar a compartir guerrillas y Gobierno no tiene cómo ni cuándo acercarse a la noción más o menos consensuada de Paz que puedan compartir caleños, bogotanos o barranquilleros, cuyas vidas no han sido atravesadas por las acciones bélicas desarrolladas en razón del conflicto armado interno.

Al existir un evidente distanciamiento entre las acepciones de Paz que se comparten en La Habana y las que puedan ser recreadas en urbes como las señaladas, asociadas claro está a ideas de tranquilidad, estabilidad y despreocupación, los esfuerzos pedagógicos que viene haciendo el Gobierno para ambientar la Paz pueden resultar fútiles.

Se suma a lo anterior una circunstancia contextual poco tenida en cuenta en discusiones sobre el tipo de Paz que se busca y la que es posible lograr y alcanzar: el modelo de desarrollo económico, la apuesta ética de la cultura dominante y el régimen político en sí mismos, no están dispuestos o pensados para la generación de estadios mentales propicios para que los colombianos lleven una vida tranquila y apacible, insumo clave que bien puede servir para que esa concepción de Paz política[2] que gravita en La Habana, pueda anudarse con aquella Paz más íntima y más cercana a una idea armonía, conformidad, vida tranquila, apacible o estabilidad emocional.

Ahora bien, este evidente y de muchas maneras abismal distanciamiento entre la Paz que se negocia en La Habana, y la Paz que se desea y a la que se aspira conseguir en la cotidianidad de la vida urbana y rural, no puede convertirse en argumento para despotricar y deslegitimar los esfuerzos por cesar la guerra, por cuanto hay un elemento y aspiración central a la que nadie debería de oponerse: la muerte de guerrilleros, paramilitares y soldados. Y como la muerte de unos y otros se ha producido en crueles enfrentamientos que además han costado la vida  y la vulneración de derechos de mujeres, niños, niñas y hombres, esa concepción de Paz política quizás sea mejor recibida por comunidades rurales que han sentido de cerca el pesado paso de la guerra por sus territorios.

En cualquier sentido, una vez terminada la guerra, los esfuerzos de todos debe estar encaminado a crear, recrear, afianzar e inocularnos una concepción de Paz que haga posible vivir con tranquilidad, armonía y sosiego, sin que ello implique olvidarnos por completo de los riesgos que conlleva, como especie, vivir juntos.




Imagen tomada de www.youtube.com


[1] Jhon Paul Lederach. El abecé de la paz y los conflictos. p. 20.
[2] Aquella que, fruto de una negociación política dada entre actores político-armados, no necesariamente modifica las correlaciones de fuerza sobre las cuales el orden político, social y económico ha logrado imponerse a través del tiempo.

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